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Festín de medianoche
de Fabio Betancur
Víctor Bustamante
Cada escritor aspira a ser poeta ya que, en esa musicalidad, en estas instancias donde las palabras mas recónditas expresan el ser, se constituyen en la forma de enunciar el mundo personal más valorado. De ahí en lo que aparentemente son solo versos, surgen los poemas, es decir las palabras entrelazadas, las ideas, las imágenes, los recursos, las reclamaciones y la hondura de que quien escribe se expresa en esa síntesis de ese puñado de frases que a veces se recogen en dos o tres líneas, pero que también se explayan en un gran poema.
En la poesía
reside el misterio de la creación, a ella nos acercamos unas veces con la curiosidad
de expresar nuestra desazón suprema y otras veces para una larga confesión por
los extremos de algunos desiertos personales, así como nos estremecen cuando sé
que quiere volver a la noche como ese símbolo de la exclusión donde no solo
somos sombras, sino la expresión más contundente de nuestras largas caminadas
no solo por las calles ávidas de vida sino por los recorridos sinuosos con nuestros
poetas amados que nos acompañan desde los anaqueles ya sea en las noches de
inviernos y cenizas o en los rescoldos humeantes de los últimos leños de las madrugadas
cuando sorprende la mañana ante la aparición de un neuvo día como si surgiera
con la luz una nueva creación del mundo, y así nuestros pasos furtivos nos obligan
a buscar ciertos asilos en nuestros desvelos.
En Festín de medianoche de Fabio Betancur, (2024),
hay tanto de su vida, de su discurrir por las calles, por la ciudad, por sus
ciudades, por las noches, sus noches, por sus cambios de piel, por sus
preocupaciones que lleva a pensar que sus textos son una suerte de diario trasfigurado
en sus poemas, a lo mejor escritos cuando la inspiración aparece en los momentos
más inesperados o acorralan en los silencios extremos de las calles y aun en
los escombros del alba cuando el espíritu, el ser, solo tiene para no explotar
de repente que escribir y así sospechar que esas palabras que salen de su mano,
son nada menos que ese respirar que lleva a que se escriban algunos poemas que
se convierten en la expresión más solícita del escritor.
De ahí que en
este libro como trasunto de sus huellas, los pasos dados tantean en su interior
sobre los diversos acaeceres para revelar las preocupaciones fundamentales de
Fabio que ha sido testigo de una vida, de una ciudad que camina aparejada con
sus poemas, como si estos fueron espejos, ese espejo que uno mira en la madrugada
en ese isntante preciso en que se descorre el ser de cada uno y debiera mirar
su rostro para saber que se es el mismo que se ha levantado y debe mirarse para
saber su identidad de una manera total y lleno de perseverancia.
Cuando se lee el título,
Festín de medianoche hay algo cierto,
evoca bacanales, tiempo sin medidas, lujuria, invocación vida y el licor que
corre por los labios de muchachas disolutas y poetas sedientos de chasquear la
lengua después de los vinos, los rones y los brandis bajo el desenfado de
Villon que se asoma detrás de las cortinas.
Pero hay un tema,
el principal, que atraviesa varios poemas desde el mismo prólogo, y es la preocupación
fundamental del poeta acerca del proceso de escritura, que significa la parte en
apariencia soslayable del libro, ya que
la llegada de la poesía como una iluminación precede a toda experiencia y se confirma
en esas palabras que llegan y poseen al poeta sin ser invitadas, siempre
apresan a su víctima que es quien escribe y este, como un amanuense, escribe y
poetiza desde sus silencios y desde las gavetas secretas de su experiencia donde
almacena las circunstancias de la vida, así como las lecturas que llegan con el
prodigio de que quien escribe que siempre es el mismo en otras circunstancias y
accidentes. Así, quien escribe entra en la intención de acceder a la razón por
la cual se escribe y además surge otra preocupación poderosa como la misma escritura:
en realidad, ¿quién y qué es el poeta?
Por supuesto que,
al lado de encuentros de muchachas que se ven y pasan, sirve como fondo de esta
circunstancia, la música, que siempre ha acompañado al poeta en escrituras anteriores
y no solo en reflexiones de momento sino en la vida misma. La salsa, los tangos
lo escoltan para ese Festín de medianoche
que usurpa las palabras mismas porque el silencio es obligado al llegar la música
y saber cómo esta atrapa para llevar a las mismas entrañas de la noche donde
ocurren las liturgias con las personas más disimiles al calor de su trascurso para
abrir la existencia hacia otros meridianos.
Pero también en
ese espíritu disoluto al lado de la poesía y sus reflexiones, y del poeta como como el artista sin códigos, aparece el concepto
de evasión que es una huida con cierto cuidado, eso sí sin mapas y con las brújulas
propias de la curiosidad del viajero que Fabio realiza en Barcelona, habla de Grecia,
Atenas, habla de Vetusta, pero donde contrasta con el poema citadino, la alegoría
de Eneas y Sybilla para dar su definición de la ciudad, de Medellín digo, donde
el poeta sabe que estas calles y estas casas, estos barrios y estos horizontes
y estas montañas lejanas son su patria, no solo de las palabras sino de otros
viajes imaginarios como la creación misma que lo formado con las astillas de
sus devaneos, y así mismo con los pasajes y cafés, librerías y dramas interiores
para encerrarse luego como un monje citadino, en sus biblioteca a escudriñar sus
espejos interiores camino a la escritura así junto a sus libros como la
compañía a la mejor manera de Quevedo.
Así, a veces, no
solo resplandece cierto nihilismo como en el poema donde algunos números se
suceden sino en el poema sobre la muerte que cierra el libro así de golpe como
punto final a esa reflexión tan presente, tan necesaria para ubicarnos en la glacialidad
de las mañanas o en el mismo esplendor del día, cuando de esa manera al pensar
y llevar esa preocupación a la escritura nos hace aún más humanos y a saber que
tenemos sobre el piso la nitidez de la eternidad a pesar de quien nos atisba con
celo detrás de los hombros.
Fabio Betancur ha
persistido en la poesía durante muchos años, pero también es cierto que se ha
resistido durante varios años a asumir su oficio de poeta, acaso por un poco de
duda, esa duda que se mantiene como una
tentación para la escritura, puesto que la escritura tiene quizá que ver con
esta perspectiva y posterior indagación de no hacer simples versos para que la
poesía mantenga su pulso esencial, es decir que se sepa que hay un autor al que
corresponde darle la palabra con el don que se merece, pero que a veces la duda
o la postergación del acto de escribir intenta apagar, dejar de lado y aplazar
ese proceso tan vital que es nada menos que su presencia, así como sus huellas.
Su poesía lo
expresa desde sus diversas épocas, aunque en este proceso despierta sin cesar, ese
hostigamiento interior que perdura para no dejar que su experiencia límite sea
contada, que llega después de tantos años, ya que esa poesía escrita en un
comienzo de servidumbres que luego se apagaron, por una cosa es la militancia casi
aniquila la esencia un poeta. De ahí que Fabio se ha atrevido a dejar esa
lejania y en este momento de tranquilidad perpetua su existencia con la poesía que
lo a apresado y le da razón a la existencia en la calma sin puntos dogmáticos
ni mundos atravesados sino con la serenidad de la reflexión.
Asi Fabio con
este libro donde trascurren sus temas fundamentales precisa que, retomando su
experiencia a asaltado su propio silencio para así iniciar ese camino hacia la certidumbre
para que el tiempo incauto no deje pasar esos momentos donde él ha brillado y que
le son tan personales. Así su escritura atrae y reclama ser protagonista de
esos instantes donde él fue testigo y cómplice, flecha que cruza la noche,
lejos de la idealización y de los señuelos procaces, sus poemas están hechos de
la materia viva de su experiencia que es su trasegar. Al ser testigo, sus hechos,
rechazan así la poesía como decorado y los versos triviales de concurso para
recobrar lo que le es más caro al poeta, la negativa a dejarse llevar por la inclusión
como norma para ser un poeta de la manada. No, Fabio sabe en sí mismo que la poesía
se acerca todos otros temas que lo abarcan y por esa razón los expresa. Así la poesía
lo hace sumir en la vigilancia para saber que es un trashumante por diversas etapas
de las diversas utopías hasta cristalizar en ella en el ensueño de la poesía
como puerta fundamental para establecer su lucidez, así a veces sea una escritura
movediza por esas estepas frías de la larga marcha como idea fundamental, pero
que él ha sabido darle un lugar posible.
Además, no olvidemos
que no solo un libro de poemas marca y define algunas moradas y personas que merodean
en algunos poemas, Dostoievski, Mayakovski, Borges, Barba Jacob, Pushkin, Homero
Manzi, el Trío Matamoros, Edgar Lee Master, Hölderlin y el desapasionado Rilke.
Cuando uno menciona un escritor es para darle su prestancia y su presencia, para
que acompañe en ese acto heroico de saber que, al escritor en su libro, lo acompañarán
cómplices en las diferentes zonas donde vaya el libro, así como cuando asume
ese hito de ser llevado hacia algunas partes remotas, junto a sus pintores
amados como Modigliani.
También en sus dedicatorias
se asume una función, la relevancia que hay en su amistad con el poeta Raúl
Henao, y la admiración por el escritor y poeta Hernán Botero, con Gonzalo
Giraldo que desde cierta presencia y limites se convierten en compañeros de
ruta.
Cuando el escritor
entrega sus libros lleva consigo todas las edades del mundo con sus universos posibles
para habitar la palabra que mantiene su pulso. Hemos acompañado a Fabio Betancur
con la lectura donde las circunstancias de cada experiencia fueron recogidas para
segarla luego y escindirla en ese azar de las páginas en blanco.
Con Festín de medianoche existe la posibilidad
de prolongar una conversación con su autor que se ha dado en las afueras del
Café Colón, en Versalles, por El Trueque, pero sobre todo en esta tarde de
octubre en que lo he visitado en su casa por Prado. Sustraídos al mundo de lo banal sabemos que la conversación con Fabio
aun continúa en los pliegues de este libro donde su experiencia discurre no por
un azar indeclinable llevada por el viento que sopla sus costuras, sino por las
palabras del poeta que vierte aqui su trasegar en ese diálogo sin concluir, latente.
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