sábado, 28 de septiembre de 2019

Old music Island de Odette Alonso


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Old music Island de Odette Alonso

Víctor Bustamante

Sí, Odette Alonso aquí en Medellín con su nombre tan cercano a un icono artístico. Tanto que pensé que era un seudónimo, que por esa confluencia extraña me recuerda a Odette, la amante de SwanN, de en Busca del tiempo perdido del eterno Marcel Proust y la conjunción de Alicia Alonso la ballerina cubana de tanta presencia. Pero nada de eso, nada tiene que ver con ambos personajes sino con lo que llamo esa confluencia indestructible y posible para poseer su nombre.

Cuba, siempre Cuba, tan presente en Latinoamericana, a pesar de la llamada Revolución que la convirtió nada menos que en una provincia y que algunos escritores colombianos ocultaron porque olvidaron ser críticos con su catecismo de izquierda, estalinistas de cartón y odio, y, por el contrario, señalaron con saña a quien no fuera castrista. Pero ahí estaba Guillermo Cabrera Infante, Virgilio Piñera y Reinaldo Arenas, ya se había ido Lezama Lima, pero ahí persiste la presencia de la poderosa literatura de la isla.

Pero bueno ahora conocemos aquí en Medellín a Odette Alonso por una deferencia de su amiga, la poeta Diana Isabel Pizarro, con la cual conversamos sobre tantos eventos, desafíos, amores y cariños con Cuba, y, sobre todo, con La Habana.

Esta especie de proemio para comentar sobre Old music Island de Odette Alonso. ¿Antigua música de la isla, o vieja música de la isla? ¿Por qué razón no aceptó la poeta describirla en el idioma que la expresa? ¿Miedo a la nostalgia? ¿Las aceradas pupilas del recuerdo están presentes? Un poema nos responde una parte “La orquesta” entre blues donde la noches larga música para sus oídos escuchada en acetatos: /”el tiempo del tambor /del bajo y los metales. Nuestro tiempo/ “. Cierto, de suyo el tiempo que marca y define su gran momento, ya que al decir, nuestro tiempo, como colofón a su poema, lo que hace es marcarlo al rojo vivo, con el fuego de su palabra que la remite a perseverar en una experiencia definitiva, esencial en su vida. Nunca expiación sino eterno presente. De ahí que el poeta se redima al escribirla. Ya este poema continúa en otro, “Music Island”, donde la música la recobra con su esplendor supremo, es decir, la música es la presencia que llega así, de una, sin buscarla. Una melodía, su melodía, pace en los enigmas del caro tiempo y es la punta del iceberg, su acústica, detrás del cual regresan recuerdos y momentos magníficos y sentidos. De ahí que cuando afirma: /El vuelo de los pájaros / que salen de tu boca/ y nos llevan / a esa isla de humo y de la música” ¿Ha escrito la isla? ¿Ha pronunciado la música? Sí, y lo ha dejado para el final como remate, como puñetazo al escritorio, porque la quema la presencia, eco nítido, de esa isla que navega aun en el Caribe, nuestro mare nostrum, y es su motivo, así como ese momento de los blues cuando descubre otros ritmos, otras afrentas, que la llevan a no pronunciar el nombre de sus amigas de un 5 de febrero.

Música y pasión. No en vano en “Pórtico” señala: /Yo / sentada a tus pies/ lo sueño todo/. Luego sigue el avasallamiento que da la conquista, y esa fase sin menoscabo, el deseo en su plenitud. Para escindirse hacia la renuncia debida a un viaje. Y luego la renuente desesperanza: el olvido que las palabras recuperan con las preguntas y respuestas de este poemario donde Odette entrega una experiencia amorosa, sentida, recordada. Donde un salón de baile, y el primer baile como inicio que roza la piel y la enciende, donde una alevosa Big band y las canciones la hacen sentir colmada con la plenitud de la entrega, lo amoroso como presencia, y como señala ella misma, “seamos el secreto”, eso sí sin pronunciar una palabra clave, amor, en su decadencia, sino de una manera insoslayable. “Este es el punto cero del amor. Ella lo afirma, ¿cómo convergencia, cómo inexcusable manera de comenzar o de estar ahí como una presencia llena de tibieza y desarmada ante lo que vendrá? Ya sea por dispensa personal, ya sea porque sabe que hay momentos en que brilló el deseo de unos ojos y la arrastraron en pos de ella, la que trae un complemento. Por eso la palabra aparece solo una vez en el texto pero sí sus confluencias: el deseo, la pasión, los reiterados pájaros que salen de tu boca, el ardor, y eso sí lo tiene bien claro la poeta: /No llames por su nombre a la pasión/ dile amistad / percance/ inexplicable coincidencia./

¿Por qué motivo Odette no ha nombrado sus blues, no ha mencionado esa música tropical que la arredra, y no nos ha entregado más evidencias como el nombre del salón de baile donde la Big band se desploma desde los surcos de los discos de acetato? Aquí hay una poderosa noche de San Juan, altanera y ataviada con sus desafíos y creencias donde el sol ha ardido en su día supremo, lleno de sí mismo, pero ha caído derrotado por las sombras que acogen con su ternura y presagios.

Luego, hay un regreso en trenes cargados de promesas y una lujuria medida, luego hay un aeropuerto, y, por supuesto, los poemas de este libro ya que todo se ha diluido, que ese momento, esa coincidencia, fue algo supremo en la vida que fluye hacia cualquier destino, pero que ha sido sorprendida por un instante que se ha grabado a fuego vivo en la memoria. De ahí que la poesía con sus ecos, con el inexcusable don de la palabra busque de una manera ciega y desmedida ese instante cenital, irrepetible.


Además hay una fotografía sugestiva, preciosa, de Ricardo Modi, una suerte de descendimiento femenino, ella la heroína sin heridas, en el pecho, es decir sin los estigmas en las palmas de las manos con una corona de flores que hacen pensar que este ha sido un bello e inescrutable descernimiento amoroso, de un trío de bellas deidades donde una de ellas, cubierta por una manta rosada, la mira a ella, sí a ella, a la presa, a la víctima,  que, con los ojos cerrados duerme en su ensoñación, petite morte. Pero quien nos reclama es la chica, la otra, la rubia, con su mirada acerada y triste hacia nosotros, espectadores ilusos, que coge la mano derecha de la heroína para sentir sus pulsos, mientras aferra una cruz y, además, posee una corona de oros y diamantes. Y aferra con tal fiereza la pequeña cruz metálica, como si fuera, el fetiche que le da su don supremo. Pero miro, miramos de nuevo a sus ojos verdes, a su rostro cauto, detenido en su ferocidad y firmeza, y es que caemos en cuenta que esos ojos han visto y se han deleitado en las fuentes del festín entre las tres pero no son víctimas propiciatorias sino la inmensidad de un aquelarre, la orgía dulce que las acerca y las define, ah, he dicho las define, sí, en su certeza.  

Con este poemario, Old music Island de Odette Alonso, continúo mi cercanía, mi diálogo con la isla, con Cuba digo, pero con la Cuba de mi maestro Guillermo Cabrera Infante, con la de Reinaldo Arenas, con la de Virgilio Piñera, con la de Lezama Lima, con la de Lydia Cabrera, Dulce María Loynaz y, por supuesto, con Carlos Franqui.



jueves, 26 de septiembre de 2019

Diana Isabel Pizarro


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Diana Isabel Pizarro

Víctor Bustamante

Días de septiembre en el Paraninfo de la U. de A., para una conversación con Diana, sí, la poeta de San Antonio de Prado. Siempre es grato leer a quien escribe y compartir, y, además, preguntarle sobre las inquietudes que suscitan sus textos. Ella ya ha escrito dos libros de poesía Ojos de gata y Trashumante. Buscar a algunos poetas es saber que la memoria no puede perderse, un texto, una conversación es no dejar de lado su presencia. No ser excluyente desde la lejanía sino la aceptación de saber reconocerse en quien escribe, porque escribir es un atrevimiento. Es además, una manera de establecer una escritura posible. Y de esta manera alejarse del silencio. Un libro establece el deseo de una lectura que es sospechar que quien escribe cuenta su percepción y la naturaleza de sus desafíos. Cierto, quien escribe deja el sosiego del silencio y quiere establecer un diálogo, ese diálogo que contiene dentro de sus poemas.

En diversos recitales, Diana Isabel, se siente orgullosa de un poema; “Las dos fieras que soy”. Tenemos la certeza de que casi se lo sabe de memoria, lo deletrea y lo pronuncia con la fluidez de quien sabe es su poema predilecto, ya que resume su carácter de guerrera como le gusta afirmarse. Ya veremos como en sus diversos cambios de piel se asocia con una gata, con una bruja, con una mariposa, con una loba, como si ella escribiera a partir de estados de ánimo y los quisiera expresar, pero también en sus poemas transita la serenidad y la reflexión que la acompaña. En sus poemas la encontramos, y dice que escribe poemas rosa como una fatal alusión al olvido o como una autocrítica que hace de una manera velada. Y ese carácter de dureza se pierde en uno de sus mejores poemas “Llueve en Istmina” donde la selva impenetrable, la lejanía, le hace tener presente a alguien que a lo mejor anda en el exilio. Aquí en este poema se le cae su otro rostro, iba a decir máscara, porque al cambiar de estado de ánimo transita hacia otro de los seres que es. Así como cada poeta deja caer su otro yo, cargado de ciertos reclamos, aquel que sabe que por mucho que se muestre hay otros poemas escondidos que la expresan. De ahí que la poesía se convierta en una solita confesión que sopesa. De ahí que al escribirle a Scarlett O’hara se personifica en ella. Pero, ¿por qué razón lo hace? ¿Por su egoísmo, su altanería, su vanidad o su poder de atracción? Ella lo confiesa y lo recaba y lo personifica como una mujer guerrera solitaria saqueadora de ilusiones. Es decir, la que todo lo logra que deja a su paso la desesperanza de alguien. Pero, y ese pero, es un largo camino donde su escritura demostrará sus devaneos, su simbiosis, su carnadura.

La poesía posee ese carácter de ser un palimpsesto ya que ahí, donde digamos algo con fuerza, existe una inusitada pasión de expresar solo una parte de lo que es perteneciente a esa zona oscura, ya que por ahí en una frase escondida, en algún texto, en algún poema resida la continuación de ese gran poema que uno piensa escribir, pero del cual su autor solo muestre fragmentos. Sí, poesía palimpsesto y memoria, ensoñación y presencia, pero también, al otro lado de ese lago que se cruza, los rasgos de la ausencias presiden el rito de la escritura.

A veces la asedian ciertos toques de un erotismo medido, donde la circunstancia la ha tocado y, aun en ella, esa presencia pervive, pero hay un verso que la define, y la regresa al mundo de los mortales, despiadada y cuidadosa, “El hogar de mi paz está en tu pecho”.

Ya en Trashumante aparecen los viajes, las presencias extrajeras y un poema que abre el libro, como si se tratara del manual de la viajante, “Mujer Habana”, donde ella se confunde y se sitúa con la ciudad. Además, en los poemas sobre sus viajes, esa lejana ciudad la ha poseído. Ha existido allí algo que la ha tocado, y es de sus lugares visitados y poetizados, el poema de más presencia que preside ese retorno a ningún lugar porque cuando uno viaja uno siempre es el mismo. Lima, Machu Pichu, Buenos Aires, y sobre todo México que es esencial en algunos de sus poemas merece que los nombre, Al nombrarlos algo se tatuó en ella.

En la carátula de Trashumante, una mujer sentada sobre un baúl espera salir de viaje como una Penélope escindida en su elegancia y a la espera de nadie, porque quien sale de viaje va a la deriva. De ahí la desconfianza de Pavese con los viajes. Ella ya ha definido lo qué entiende por trashumante en un poema con el mismo nombre de su libro anterior: “Ardo en el magma/ de una boca cerrada/ que me devora/ a dentelladas/ cuando no me nombra./ Mujer deshabitada/ ¿Quién no la nombra y al no nombrarla, es decir llamarla la hace sentir deshabitada? De ahí sus viajes no como fantasía, no como huida sino como una suerte de regreso constante a cualquier lugar. De esa manera mientras ella viaja y reflexiona, en este segundo libro, también se da un viaje de regreso a su interior, al recodo de su camino, de su vida. De ahí la presencia de las nostalgias, las excoriaciones de los recuerdos, la desazón misma que bulle al nombrar estas palabras. Luego, en el poema, “Rostros”, la poeta confiesa que la poesía es su diálogo interior que ya habíamos avizorado junto a su libreta que le sirve para que inicie los diversos caminos de algunos poemas, y así dice: /“Sobre rostros de otros/me rescata el rostro tuyo/ agazapado entre mis letras/.

Nada más cierto, a la mujer guerrera que ha transitado y ha viajado y ha sentido los rostros de su viajes se antepone ese rostro suyo, el verdadero, aquel que ha buscado en su mejor viaje, que es al interior de ella misma, con la libreta que la guarda y le sirve de guía, para escribir y pulir, y darnos sus poemas, y así los lejanos lectores busquen en cada poema ese eterno palimpsesto que es la vida misma. O como diría el gran León de Greiff: todos mis viajes con viajes al regreso.

La ciudad no solo es la imagen paranoica de los diarios, con su imagen desazonada en los titulares. Hay otro Medellín latente que se mantiene en lisa y bulle con sus escritores. Es decir, a pesar de la mala imagen y el deterioro moral en muchas esferas, la otra cara de la poesía hace recobrar lo que lamamos el principio de esperanza, así en cada momento se apague. De ahí que la poesía llene el suplicio de la mediocridad en esas largas calles. De ahí que los libros aguarden a que iniciemos un diálogo. Por ese motivo a la ciudad hay que buscarla en sus escritores; ellos entregan la otra posibilidad de las palabras que ni los diarios ni las emisoras o la tele, dopadas y definidas por lo bajo, tratan de imprimir un carácter al hablar solo de lo mismo: política y futbol, la banalidad que preside lo cotidiano. De ahí que la poesía nos haga recobrar a las personas que han buscado en derredor una manera de salir de ese esperpento que es la normalidad. Mientras afuera el crimen decore los diarios como las noticias, mientras la corrupción se coma la capacidad ética, solo la poesía es la ofensiva, la contraparte a ese estado de cosas. Poesía refugio a la impiedad, poesía don de la palabra. Así Diana Isabel Pizarro.


lunes, 23 de septiembre de 2019

Jaime Espinel / Nadaísta Bandido /Unaula /13 Fiesta del Libro y la Cultura Medellín / 2019



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Jaime Espinel / Nadaísta Bandido /
Unaula /13 Fiesta del Libro y la Cultura Medellín / 2019

Víctor Bustamante

Jaime Espinel es la rara avis del nadaísmo, nunca tuvo detrás de él ninguna institución que lo avalara como la Biblioteca Pública Piloto, o la Subgerencia cultural del Banco de la República como en el caso de Jaime Jaramillo Escobar que, a pesar de dirigir su taller de escritores durante muchísimos años, nunca dio a conocer un discípulo para la grey, al menos un poeta que continuara con el ideario nadaísta con sus principios y diatribas al establecimiento. Algo es cierto detrás de la aparente rebeldía de Jaime Jaramillo existe el ejecutivo y publicista cauto que no criticó nunca a nadie sino que ejerció lo de su feudo personal, la desfachatez de su silencio para mirar a otro lado. Tampoco Espinel tuvo una columna en un diario capitalino para darse un bombo personal, menos en Nadaísmo 70, la revista claudicante del nadaísmo apareció al menos una referencia suya, y menos en ese libro extraordinario, Correspondencia violada, se le da su estatus: nada menos que el de ser uno de los fundadores, del núcleo duro del nadaísmo, aquel donde apareció como poeta en la antología de 13 poetas nadaístas y participó en todos los actos previos, provocadores, hirientes que merecía ese país ultramontano del 60. Para nadie es un misterio las diferencias con Eduardo Escobar al interior del grupo, a pesar de ir con él y Darío Lemos, más allá de toda experiencia en el subgrupo del nadaísmo, Las Flores del mal, aún más provocadores, tácitos y valientes, ya fuera en el Astor o en Los Angelitos donde el sobrevalorado Bukowski sería un colegial con buenas notas. Aunque Jaime escribió durante un tiempo en El Mundo no alcanzó a afianzarse como el gran cuentista que es. Es decir, el gran narrador del nadaísmo, eso sí sin mencionar para nada dentro de sus cuentos las misivas y misiles del grupo en Medellín.

Es simple, Jaime Espinel es el raro del nadaísmo. Y cuando digo raro, es por afianzar su poder de escritura como narrador. Recordemos que los focos de la publicidad se dirigían a Humberto Navarro, para los que leyeron El Amor en grupo, y no volvieron a leerlo, y si lo leyeron después, en sus otros textos, cayeron en cuenta que Cachifo ya había disminuido su talento y lo perdía en libros banales como Juego de espejos y La casa del Palomar del Príncipe, donde ya demostraba su apatía y desdén hacia la escritura por una razón, el diario vivir lo subsumía en curaciones imaginarias producto del delirium tremens permanente. El mismo Gonzalo que nunca impulsó a Jaime Espinel con una nota como a sus otros amigos, como narrador, desfallecería en una novela que aún deambula por ahí, Después del hombre, lo cual desmerece al Gonzalo excelso escritor de cartas, de cuentos, de crónicas y de relatos periodísticos. Incluso Jotamario, muy preocupado por su imagen, -aun creo que escribe en El tiempo- donde habla de sus vecinos de apartamentos, a lo mejor de la venta de sus obras de arte, es decir de las pinturas que le regalaron sus amigos para irse a vivir en retiro a su finca, creo que en Villa de Leyva o en Guatavita, o aboga para que el Ministerio de Cultura le pague la cuota anual al Santo Sepulcro de la Poesía de Medellín. O, en Nada es para siempre escribe sobre Fernando González sin entenderlo en su bonhomía y silencios, eso sí anda muy preocupado por saber si una frase, el amor dura mientras dura dura, es suya. No hablaré de Elmo valencia, siempre le faltó rigor. Con el paso del tiempo sabemos que Eduardo Escobar se ha convertido en un gran ensayista, aún falta por descubrir su poesía. También falta por redescubrir las crónicas primeras de Alberto Escobar y estudiar más a Amílcar U. Los focos centelleantes de la prensa bogotana nunca se posaron sobre ellos. Las otras luminarias, sus amigos, las disfrutaron, pero no olvidemos, los nadaístas son diversos en su escritura, en su soltura ética sobre el mismo concepto de nadaísmo. Cierto, aún falta por redescubrir, a los que he mencionado: Alberto Escobar, Amílcar U, Darío Lemos y a Jaime Espinel. Luego llegaron otros, incluso algunos no alcanzaron entrar al grupo. De todas maneras, a pesar de ellos mismos, y de sus traiciones, el nadaísmo es el movimiento poético en la historia del país que más aire le dio a la poesía y a la narrativa mientras otros se desvanecían por los fantasiosos caminos del llamado realismo mágico, ya relamido.

Pero ahora hablemos de él, y de la publicación actual de una antología de cuentos, Jaime Espinel Nadaísta Bandido publicada por la Editorial de la Universidad Autónoma Latinoamericana, UNAULA, dirigida por Jairo Osorio.  Empecemos con algo que no es cierto Jaime nunca fue un bandido, eso sí escribió algunos cuentos sobre bandidos, pero bandidos de diversa carnadura, es más, estuvo cerca de Toñilas, aquel asaltante de bancos, bello y de ojos grises, buen mozo que era lector, y, además, dispuso una biblioteca cuando estuvo confinado en la Ladera, y, en su momento supuraba, una peculiar ética personal acerca de no matar, eso sí en robar y asaltar bancos para su deleite y disfrutar de la ciudad y de sus placeres. También Espinel en sus cuentos demuestra la cercanía con sus amigos en el inicio de la primera mafia en Medellín que asistía al Metropol, junto a los nadaístas, pero la narrativa de Jaime va más allá, Jaime interroga a su barrio Manrique, Jaime interroga a la ciudad, Jaime iniciaba su narrativa desde un comienzo con ese yo valioso que, desde Agua de luto, sabemos que ahí está de estatura completa, en toda su dimensión de escritor. Jaime desde un comienzo es Jaime Espinel sin ninguna teoría del cuento, sino el de ese testigo en primera línea que va a contar a partir de su propio yo lo que ocurre, pero ese mismo yo se desvanece en los cuentos mismos, poco deja Jaime traslucir en ellos, o sea, ese yo narrador es una ficción misma, una trampa para el lector, ya que quien narra en primera persona no es el mismo escritor sino su alter ego, es como si a través de una primera persona ese mismo yo se diluyera en los diversos narradores de sus numerosos relatos, donde el escritor se apropia de la circunstancia y de las anécdotas de la historia contada, pero él se desvanece, no da ninguna señal o mejor poquísimos atenuantes donde lo encontremos, podría ser en alguna opinión que se desliza y se cuela en su escritura. Los bandidos que narra Jaime, los conoció, o fueron su vecinos por Manrique, o iban al Metropol o compartió con ellos en Nueva York; en ellos hay cierta consideración al narrarlos, cierta circunstancia de aprehenderlos y mostrarlos, en sus triunfos pero siempre macerados por sus debilidades y temores como Santiago Mesa en el consultorio de Diego Franco. También busca a los mafiosos que han tirado por equivocación kilos de cocaína sobre un poblado en su relato “ Blanco es..”.

Muchos escritores y cineastas, más tarde, se conmovieron con los sicarios, pero no por indagar sobre esas personas sino para mostrar en Europa lo que tanto les encanta a ese público estólido, la pornomiseria al lado de los mafiosos a quienes nunca criticaron por razones conocidas. La muerte no solo tiene un precio sino varios. Más tarde los que ven a Medellín bajo la lupa del perico piensan que con ellos nació la novela negra, pero olvidaron que Jaime la había creado en la ciudad sin apenas darse cuenta. Pero Jaime es elegante en escribir sobre el tema, no se desliza de una manera cobarde en la parte baja y facinerosa de quienes disparan.  Jaime no vio en ese mundo una posibilidad rentable sino la otra Medellín que nacía y enfilaba hacia otros territorios del mal, la bajeza y la corrupción moral.

Entre los temas que abarca Jaime perdura lo histórico, siempre se sentía jubiloso al hablar de un cuento suyo, “Un viejo sábado de octubre con lumbre de guazabra”, donde admitía lo del primer crimen y del primer homicida en la Villa de la Candelaria, un cura celoso. O busca a Gardel en, “Tu oído soy zorzal ¿cuya jaula sos vos?”, para ambientarlo a su manera, con sus dudas, con sus preguntas. Además Jaime tuvo toda una utopía que nunca logró desentrañar, si Pancho Villa había nacido en Antioquia. Una gran biografía sobre Pancho Villa de Friedrich Katz, Jaime la releía y la subrayaba, aseguraba que había un periodo ciertos años perdidos de Villa que eran los de su tiempo en Antioquia. Él tenía presente que Porfirio aseguraba que había escrito una biografía sobre Pancho Villa, pero de la edición de mil ejemplares nunca se ha podido encontrar alguno.

Pero si en los cuentos de Jaime aparece Medellín, es una Medellín que él vivió y nombró a ultranza, a veces desesperanzadora otras que emerge y señala en alguna calle, en algún barrio. No podemos olvidar un tema que aparece y se cuela en muchos de sus cuentos: la música. No en vano al comienzo de la presentación de Jaime Espinel Nadaísta Bandido, en un video realizado por Javier Cruz, él canta “Momposina”, y el efecto es letal, es como si estuviera entre nosotros, ya que Jaime fue un cantante que siempre mantuvo su pulso por la música. En el Taller de Artes fue cantante en la obra de El bar de la calle luna y aun más, en las noches de bohemia se desplazaba con Billy al Bar Serenata donde hacían pulso los dos para saber quién cantaba mejor, y cada uno diciéndoles por su lado a los oferentes que el otro no sabía cantar. Además, a Jaime, lo magnetizaban los pasillos y bambucos, ya que uno de sus familiares había pertenecido a la Lira Antioqueña que eterniza en un relato, “Dos o tres semanas después del miosotis”.

Aún están presentes estás palabras en el relato sobre Pacho Villa donde Blumen, músico y amigo de Pelón Santamarta, y este muy cercano a Villa en México, le decía, entre las olas de la marea de licor a Espinel, vas bien muchacho, vas bien. Pero nada le adelantaba de una posible confesión de Pelón Santamarta. Releo “Pancho Villa & Doroteo Arango” y escucho como aparente música de fondo,  el corrido “El Siete leguas” de Graciela Olmos, la Bandida, en la voz de Pedro Infante, que rememora al caballo de Pancho Villa y que Jaime tanto escuchó como referente a ese enigma sin la prueba reina, el lugar donde había nacido Pancho Villa aquí por estos pagos. 

Hay en Jaime la filigrana de quien talla sus cuentos con la probidad y la prolijidad del relojero, todos su cuentos terminan en la narración misma, son historias que él vivió, son relatos que escuchó; de esto se queja Eduardo Escobar, pero olvida que el escritor anda por ahí, merodea por ahí, para apropiarse de lo que escucha si él no lo refiriera esos relatos se perderían. Por esa razón un escritor se apropia de lo que escucha, de lo que vive, de lo que ve, de lo que experimenta. El escritor muerde lo que le apetece en donde sea, de ahí escoge sus futuros materiales para sus cuentos.

Jaime escribía mano, garabateada sobre hojas de blog sus ideas y poco a poco el cuento iba adquiriendo su plenitud, se volvía macizo en su catadura total. Hay en la escritura de Jaime una presencia que los estudiosos no han develado, y es su lectura entusiasta, su cercanía con Flannery O’connor, a quien leía en inglés, y quien lo apasionaba tal vez por esos mundos oscuros, pero en el fondo llenos de cierta comprensión, ternura menoscaba por el sufrimiento,  y de sorpresa ante el mundo que habitan, y no es compasivo con ellos.

Pero como no referirnos a él, a Barquillo, o a Esquinel trasunto de Espinel, que en realidad era Espinal, como se autonombraba en algunos cuentos, si en su narrativa, en su razón de ser, en su boato que casi lo aleja de ella, pero terminó imponiéndose para dejarnos unos cuentos excelsos, donde lo popular fue recobrado a su manera, donde parte de la historia de Medellín prevalece en su escritura con la dignidad de ese silencio que siempre ofició, con esa dignidad sin requiebros, siempre siendo el mismo Jaime Espinel en toda su tesitura. Sí, él siempre mantuvo ese distanciamiento, esa lejanía del grupo inicial, esa sinceridad de ser nadaísta a su manera con su espontaneidad trasgresora, con su humor, con su buena conversación y, sobre todo, él, Jaime Espinel, tan brillante, ahora en el alejamiento que lo nombra y en la ausencia que lo recobra y en sus palabras donde ha dejado su talento.







jueves, 5 de septiembre de 2019

EL PARQUE DEL AMOR Y OTROS POEMAS de AUGUSTO GONZÁLEZ / Carlos Alfonso Rodríguez Por Carlos Alfonso Rodríguez



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EL PARQUE DEL AMOR Y OTROS POEMAS de AUGUSTO GONZÁLEZ                           

Carlos Alfonso Rodríguez

El triunfo universal de la novela Latinoamericana y de la poesía urbana en los años 60 y 70, relegó de manera sistematizada la poesía del juglar, el canto de los aedas, la lírica y los versos de los poetas cantores; que desde entonces se refugiaron en las urgencias cotidianas de la vida para construir una obra en la orfandad cultural y en la marginalidad; porque su técnica, métrica y lirismo había sido cuestionada por las tesis políticas, sociológicas y coyunturales de la época con las agitaciones de Mayo 68, y los grupos de vanguardia que deliraban con la Revolución cubana y el Che Guevara. Una de las tesis que descalificaba la poesía lírica en los años 60 y 70 en América Latina, argumentaba que era una “herencia española”, lo que era incierto; pues venía del romance italiano, y más precisamente siciliano. Otra tesis de la época manifestaba que la poesía debería contribuir “al cambio social”.De esta manera, esta vertiente natural de la poesía y de la lírica, fue descalificada por autores fanatizados, que repetían la misma cantaleta que le trasmitían sus adiestrados correligionarios. Sin embargo, toda esa retórica política fue utilizada para que algunos avezados se encaramaran en el mundo de la cultura, en el universo burocrático y administraran de este modo en el Estado, los denominados presupuestos participativos.

La poesía de Augusto González (Lima, 1930) es una poética sencilla, transparente, diáfana, que revela la aquiescencia del autor por retratar el lado bello de la vida, para producir una estética, una poética y además una ética, que van de la mano en este singular creador de armoniosos, finos y musicales cantos, que empezó a elaborarlos en la soledad del hogar, en la intimidad de la tertulia familiar. A veces con amigos y compañeros de la misma vocación. Hasta reunirlos en cuadernillos que empezaron a viajar de mano en mano. Había comenzado todo con las lecturas secretas de José María Vargas Vila en la antigua casa familiar, con los versos de Amado Nervo, con los Salmos de David; pero luego en el largo devenir del tiempo contrajo los deberes de ser padre de familia de siete hijos, que lo alejaron por años de la vocación creativa y de muchas lecturas modernas y posmodernas.   Cuando el destino le arrebata a su compañera de manera física, pues su esposa fallece relativamente joven. La construcción de cantos y poemas solivianta esa enorme nostalgia y acompañan desde entonces esa soledad del camino de la vida, pero también desarrolla una indeclinable vocación religiosa que lo convierte en un gran lector bíblico, y en un eximio divulgador de éste pensamiento, que pretende retomar las raíces aurorales del cristianismo inspiradas por Martín Lutero, cuestionando las farsas, promesas y bondades del tradicionalismo. 

  Generacionalmente, Augusto González pertenece a la gran promoción de poetas, literatos y músicos de los años 50 en el Perú, en la que participaron brillantes autores como Blanca Varela, Sebastián Salazar Bondy, Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Alejandro Romualdo, Gustavo Valcárcel, Juan Gonzalo Rose, Manuel Scorza, Pablo Guevara, Julio Ramón Ribeyro, Enrique Congrains, Guillermo Thorndike y Mario Vargas Llosa.      

Augusto González, no es por supuesto un Bob Dylan, un Leonard Cohen, un George Brassens, un Charles Aznavour, ni Gilbert Becaud; pero es el autor de la música de varios de sus cantos que han recorrido regiones, ciudades y países, y los poemas que él suele lanzar al viento con melodiosa voz. Todo esto explica y denotan que siempre estuvo dotado para estas habilidades artísticas, musicales y místicas, que en algunos instantes se convierten en mensajes y arengas para festejar el regalo de la vida y sus virtudes.  La poética de su canto bien puede inspirarse en un recóndito pueblo denominado Cangallo, ubicado en el departamento de Ayacucho, cuna de la libertad de América, como también en los parques y plazuelas de su natal ciudad —El parque del amor es una plaza ubicada frente al mar en el distrito de Miraflores, Lima—. Pero también pueden manifestarse en poemas como: “Los músicos clásicos”, “Andaluza coqueta y mordaz”, o los amados personajes de la infancia: “Genio genial de genialidades”. Hasta en las ruinas milenarias de Macchu Picchu en el Cuzco, sin dejar de mencionar los pasajes y estancias de la vida cotidiana, humana y sentimental.
     
La vida del artista, autor y poeta en mención, ha transcurrido en varias regiones de su país de origen, en grandes ciudades como Los Ángeles, EE.UU., y también en países de América como Colombia, en donde ha vivido por largas temporadas, evocándola en magníficos poemas como GUATAPÉ UN PARAÍSO DE ENSUEÑO, MEDELLÍN y MANIZALES.    

Augusto González, con la nueva publicación de EL PARQUE DEL AMOR Y OTROS CANTOS, logra plasmar en versos diáfanos y pulcros, los eternos e inagotables temas del amor, la amistad, la paz, la vida en la cultura latinoamericana y universal. Larga vida para este poeta de voz serena, profunda e inmarcesible.
       Medellín, 25 de mayo del 2019

EL PARQUE DEL AMOR 

El parque del amor,
me hace recordar.
Lo mucho que te amé;
cuando te conocí.

Recuerdo aquella vez,
cuando te vi pasar,
al instante mis ojos
se prendaron de ti.

Tu imagen de mujer,
pletórica de amor;
de ensueño y corazón
jamás podré olvidar.

El parque del amor,
testigo de un querer,
que allí mi ser te dio
con dulce devoción.

Nunca te olvido,
aunque ya no me quieras,
y aunque otro sea tu dueño,
yo siempre te amaré.


HOY SOY MUY FELIZ 
Hoy soy muy feliz,
porque te conocí.
Y encuentro que tu ser,
se parece a mí.

Todo lo que te gusta,
también me gusta a mí,
podemos compartir.

Hoy soy muy feliz,
cuando te veo reír.
Derramas la dulzura
que me hace a mí vivir.
Y juntos disfrutamos
la dicha del amor,
que nos hace feliz.

¡Amada mía, pedazo de cielo!
Nunca apagues, la luz que en ti brilla;
mantenlo siempre así,
como un radiante sol
que nos hace vivir.


A MI AMADA MADRE 

En un pedestal de mi casa,
guardo un recuerdo hermoso,
es el retrato de mi madre;
mujer humilde y generosa.

Era un dechado de amores,
siempre alegre, siempre lista,
a demostrarnos su afecto,
con cariños y con caricias.

¡Cuánto la amé! ¡Cuánto la extraño!
Ningún tesoro vale más que ella,
su corazón era para todos,
como un pan bendito de cada día.

Era el dulce aroma de la casa,
y cuando jugaba a nuestro lado,
con esa gracia, con esa dicha,
nos llenaba de inmensa alegría.

El tiempo inexorable vuela,
en alas del recuerdo.
Cómo verla ahora para decirle:
¡Oh madre mía cuánto te amo!
¡Cuánto te adoro! Por ser mi vida.

Que Dios te tenga en su regazo,
con bendiciones, con vida eterna.

¡GUATAPÉ!¡UN PARAÍSO DE ENSUEÑO!
¡Qué inmenso encanto es,
este mágico y poético paisaje natural
llamado Guatapé!

Islas, rodeado de lagunas, como remansos
bosques floridos que la engalanan,
y un precioso obsequio del universo:
Un meteorito que vino cruzando las galaxias;
para que aquí se llame ¡El Peñón de Guatapé!

En esta naturaleza tan bella,
hay poesía para los amantes,
música de los vientos para los bardos,
un inmenso telar de pergamino para los pintores;
y un lugar de sosiego y paz para las familias.

¡Guatapé! Es un verdadero oasis de vida.

Hermosas casitas pintorescas, balcones coloniales,
parques con fuente de agua, un hermoso templo de filigrana,
un malecón inmenso con miradores y funiculares,
restaurantes con típicas comidas, y los stands de artesanías,
que le dan un toque de alegría y festividad a la ciudad.

Cuánto hubieran deseado estar aquí con su arte,
los clásicos pintores del paisajismo: Jacob Van Ruisdael
            y Hobbema, holandeses;
Turner y Constable del imperio británico.

Sus obras maestras deleitarían                                       
al mundo entero, como nos deleita hoy,
el cuadro natural, bello, hermoso,
que es el encanto de Guatapé.


AYACUCHO: TEMPLO DE LAS LIBERTADES

Rincón de los muertos, y también de los vivos,
indómitas tierras de Chancas y Pocras,
que en su tiempo fueron guerreros de temple
y jamás sometidos al imperio incaico.

Más tarde llegaron las huestes de España,
y colonizaron construyendo templos
para someterlos a punta de misas;
la rebelde sangre que el indio tenía.

Luego la Colonia que sentó reales,
impusieron leyes a favor de ellos;
sometiendo al pueblo a la servidumbre,
como vil esclavo de sus malhechores.

La justicia tarda, pero siempre llega,
como la sequía que espera la lluvia;
así el alma humana que ruega al cielo,
recibe el milagro que tanto lo espera.

Hoy es Ayacucho, la historia de glorias,
templo sacrosanto de las libertades,
donde los patriotas al tirano vencen,
con valor y honor que encumbran su nombre.


¡MANIZALES!

¡Manizales!
Tierra de esplendor,
donde un día yo te conocí,
mujer bella y a gracia sin igual,
el perfume de tu flor,
el perfume que me dio tu amor.

¡Oh, Manizales!
Tierra bendita,
donde nace el amor
de una vez;
y un beso alado lo lleva el viento;
y te hace llegar
mi gran amor.

¡Manizales!
Yo te amo a ti,
por ser tierra que me dio tu amor.
La grandeza de tu inmenso amor;
fue conmigo en verdad;
la hermosura que no olvidaré.
                                                     
     ¡MIRA TÚ, CUÁNTO TE AMO!

¡Mira tú, cuánto te amo!
Y este amor, me está matando,
porque nunca correspondiste
y sufrí y sufrí,
de tanto esperar que me amaras a mí.

Entonces ahora, estoy tan solo,
con mi tristeza y mi dolor;
y sin embargo te llevo dentro
de este enfermo corazón.

¡Mira tú, cuánto te amo!
Y este amor se va muriendo
como el sol, en el ocaso,
cuando falta su luz, cuando falta su luz
y se apaga su ardor.


¡VENECIA MÍA!

En mi lejana Venecia, todo es hermosura,
allí se dan una cita los que aman el mundo:
sabios, poetas, pintores, adornan sus calles
y cobra la vida, bella ilusión.

Venecia, vive su gloria pasada y presente,
siente en sus venas correr la lira del Fausto,
allí el amor es la vida que todos soñaron,
que todos soñamos como realidad.

Venecia, vive Venecia mía,
tus glorias cuéntamelas aquí.

Entonces, viviré enamorado
para darte mi alma, mi ilusión y mi amor.

En sus lagunas de plata los poetas cantaron
las melodías más bellas en coplas de amor
y bajo una luna encantada se oyó una gran risa
y un beso alado, dio a la flor.

¡Oh, mi querida Venecia! Yo te amaré siempre
y aunque todos te olviden, viviré por ti,
cada mañana en mi pecho, te tendré conmigo
hasta que muera, bella ilusión.


¡MACCHU PICCHU!¡ENCANTO DEL MUNDO!

El Cuzco se yergue como un mito eterno,
por esa grandeza del Tahuantinsuyo,
donde unos incas formaron imperio
a base de leyes, llena de morales.

Las sagradas cumbres, los Andes Peruanos;
fueron fiel testigo de ese gran imperio,
donde los incarios dejaron tesoros,
como el ¡Macchu Picchu! Encanto del mundo.

¡Macchu Picchu!¡Belleza de América!
Vives en parques de exóticas cumbres
y el paisaje llena la gran Ciudadela,
que todos te admiran y sueñan contigo.

¡Macchu Picchu!¡Encanto del mundo!
Tus glorias pasadas renacen de nuevo,
como el Ave Fénix, de entre las cenizas,
levantas el vuelo, traspones los cielos
y tocas la gloria, que te dieron fama.


   EL GENIO, GENIAL DE GENIALIDADES

En una época muda del Cine,
sin sonoridad ni colores multiformes,
hace su aparición un genial comediante,
dramático, y versátil actor, llamado Charles Chaplin.

Su aparición causa revuelo entre grandes y chicos,
es un verdadero mimo, del drama y la comedia,
único, en su género, en el Cine.

Los cinéfilos llenan las salas del teatro,
y en un abrir y cerrar de ojos, cunde en todos
el alborozo y el placer de gozar.

Masticando chicles o comiendo turrones,
los muchachos de mi época, aplauden la aparición
de su ídolo.

Chaplin, con sus mimos, desplantes y bufonadas,
hacen reír a la concurrencia, hasta el extremo,
que algunos se orinan en los calzones. ¡Qué barbaridad!

El mago, de la comedia y el drama, nos hace reír y llorar.
En el fondo de nuestras almas, estamos felices.

Charles Chaplin, fue actor, productor, director y escenógrafo,
compositor de música. Nos dejó como un gran regalo,
su hermosa canción romántica: Candilejas.



A CANGALLO
                                                                                                                                                                    ¡Cangallo!
 Quebradita de mí ensueño,
rinconcito de mis padres,
que le vieron ahí nacer.

Eres tierras de los míos,
mis ancestros del ayer
que forjaron sus familias
con ahínco y con amor.

Guardo a ellos mi memoria,
porque de ellos vine yo.
Gracias doy a Dios del cielo
por ese inmenso parabién.

El Cangallo de los ríos,
del chamizo y del saucel,
de la alondra y el palomo,
que la adornan con candor.

Yo te amo en mi recuerdo
y jamás te olvidaré.
Rinconcito de los míos,
                   el Cangallo del Perú.


                 ¡SONRÍA! ¡SONRÍA! ¡SONRÍA! ¡SEA FELIZ Y ALEGRE!

¡Sonría para ser feliz!
El que vive alegre y sonriente,
es como la naturaleza viva,
hermosa, bella, llena de esplendor.

Toda la naturaleza en sí, es alegre,
se alegra el mar en lontananza,
el viento que silba y nos refresca,
la flor que es bella, y nos perfuma,
el pajarillo que trina y nos alegra.

¡Sonría para ser feliz!
Deje de ser como los ogros,
con la cara adusta y macilenta
que más parecen ser Frankenstein, en vida.

Sonría natural como los niños,
sin malicia, sin prejuicio, ni aspavientos,
sea natural como la belleza.

¡Sonría para ser feliz!
Y vivirá muchos años,
porque su corazón recibirá
el sosiego de esas hormonas de vida.