Este blog, en permanente construcción, hace parte de una revisión de los textos iniciáticos nadaístas con el propósito de mantener nuestra fe intacta en algunos de ellos. Podríamos decir que es una versión remasterizada, con inyecciones letales de cinismo y humor negro, de esta doctrina creada, simultáneamente, en Medellín y Cali.
Mantenemos la fe intacta en la creación libre. Somos icoñoclastas por naturaleza.
neonadaismo@gmail.com
Esperamos en el
Teatro Lido con Darío Fernández, con Raúl González, con Andrés Upegui, con
Carlos Puerta, con Darío Calderón y
Alfaro Cadavid, para sorpresa llega y pasa
Carlos Saura junto a nosotros mortales y soñadores del cine. Lo
acompañan tres señores. Ya es un hombre mayor, todo un cineasta total, da la impresión de ser muy serio y de una
saco mi cámara para filmarlo. No quiero que su visita pase desapercibida, él se
merece un pequeño homenaje, debido a la exactitud de su presencia. Me amilano
un poco al filmarlo cuando mira a la cámara. No quiero importunarlo ni ser un
paparazi intimidatorio. Luego se sitúa a la entrada, conversando con sus acompañantes,
se asoma al negocio de enseguida y ya otra vez a la entrada del Lido. Sé que
sabe cómo se siente filmado. Ojalá no se moleste, me digo, mientras mis
compañeros de fila lo miran y hablan sobre sus películas.
Su visita es un acontecimiento
magnífico en la ciudad. Hay una larga fila de cinéfilos ansiosos por encontrar
respuestas, muchos esperaban detrás de nosotros y como nosotros que la primera
visita del realizador y fotógrafo español resolviera algunos de las innumerables
dudas, momentos oscuros, aberturas, que pueblan sus películas: que explicara la
razón por la cual los personajes de sus películas se esconden en cierta
intimidad. Hay una película que fue un
hito, Cría cuervos, donde el encierro
de unas adolescentes llevan a equipararla como una crítica a la España
franquista, que su banda musical, es decir la canción de José Luis Perales, Porque
te vas, se convirtió en toda una balada que aglutina.
Saura, a sus 85
años, mantiene su creatividad que se manifiesta en un cine antes tan perturbador como
fascinante, tan de crítica social, tan crítico, Cría cuervos, como Ana y los lobos, Elisa vida mía, Mamá cumple
cien años, capaz como pocos de conciliar con la censura y su creatividad. Lo cual ha decantado en la serenidad de mirar
a sí mismo el proceso de cultura popular que lo embarga en los últimos años. Ya
que opta muchos más tarde por algo inédito buscar aquella sensación de España
que estaba presente y nadie la ha filmado como él, Carmen, Bodas de sangre, Flamenco Flamenco. Saura, ahora inmerso en
indagar por la música de España, ha encontrado un filón que a nadie había
visto, y en esta charla nos da una aproximación sobre su acercamiento a esa
tradición riquísima en la diversidad de su país.
Tan cordial como concluyente,
Saura desmontó con facilidad la referencia a sus películas pasadas, como si
evitara sumirse en ellas o sintiera cierto hastío por hablar de sus caminaos ya
transitados, solo piensa en lo que realiza en el presente, lo afirma con
una pasmosa serenidad como si dejara de interesarle
su acervo cinematográfico. El diálogo con Tabernero hizo referencia, a pesar de
su cautela, con muchos de los tópicos que se asocian a su cine, y, sobre todo,
con ese camino que se consolida con Carmen
y Bodas de sangre, como si necesitara indagar en esa formación musical legada
por su madre y, de esa manera, antes del avasallamiento de las músicas electrónicas,
él quisiera ser el testigo de esas músicas populares que mantienen una amplia tradición
en España. A ello añade un tópico fundamental, y es que esas músicas del folclóricas quedan
algo esquematizadas pero sin dejar de perder su valía, en cambio el flamenco da
una posibilidad diferente al mezclarse con otros aportes musicales, dando la impresión
de que las músicas transitan por el mundo y regresan y dan un toque de su presencia
sin perder su valía, su originalidad.
Poemas de Irene Ángel. COMO SI FUERA LA PRIMERA VEZ Amanece, y una sábana pegada a mi piel cae lenta, haciendo juego al letargo de mi cuerpo. El olvido se asentó para disfrazar la rutina, quebrar un plato, mejor toda la vajilla, descolgar la ropa, no hacer la cama, salir desnuda al balcón. Entro en la cocina y mis ojos se detienen en el piso cubierto de arroz, ya les sabrá a maná. Camino la casa y mis pies se hacen raíz. Bailo y una marioneta se apodera de mi cuerpo, hasta que caigo al baño donde lavo mi existencia. Le hago coro al loro de la vecina, con voz agotada de gritar silencios. Salgo y recorro las calles atrapando sueños. Revientan en mis manos y voy tachando uno a uno, los cumplidos, los rebeldes y los revestidos de quimeras en los ojos cansados de lluvia. Al caer la tarde, llega la fiesta de libros y cartas de amor, y al filo de la noche con la penumbra, transito los pasos de los ausentes. En el alma amurallada de la habitación, se plasma la oscuridad, y al día siguiente, como si fuera la primera vez, corro tras un sueño. No hay lluvia. DESPUÉS DE LOS DIOSES
Entonces los dioses jugaban con el destino. Quién no cerró los ojos y gritó como ellos: hágase la luz, y al abrirlos se encontró con un Dios jugando a esconderse, sin respuestas. Quién no gritó al viento para que sólo el eco devolviera su voz como única respuesta. Cuánto tiempo pasó desde que los dioses se fueron dejándonos en el caos, en la sombra, en la incertidumbre. El Olimpo impenetrable quedó vacío. Se alejaron, vencidos, llevándose la sombra de lo que un día fueron. La vida quedó tan sola, sin dioses y sin tiempo. Desde entonces el hombre sigue matándose. Aún busca lo inexistente sobre las ruinas del Olimpo. Pero recorriendo el mundo está la palabra salvándonos del tedio. PAZ SITIADA. ¿Qué es la paz? Se pregunta la madre de pechos secos y lágrimas cansadas por la cuna muerta. ¿Qué es la paz? Se preguntan los hijos que esperan el regreso prometido del padre que yace en la tumba desconocida, mientras la mesa y la escuela siguen vacías. ¿Qué es la paz? Gritan justicia desde el silencio los asesinados por criminales agazapados en las noches. ¿Qué es la paz? Pregúntale a los que sienten el perdón en su corazón, al niño en el vientre, y al anciano, que de muerte natural regresa al corazón de la tierra. DESDE MI VIDA.
Desde el silencio, desde la palabra gritada hacia adentro. donde las sonrisas son solo eso y el amor se mece entre el sueño y la realidad. En el lugar donde la sombra se olvida, y solo la luz tiene cabida. En el espacio en donde el corazón le hace un hueco a tu memoria. La muerte huye confundida El reloj traspasó el meridiano. Y el abandono de tus labios. LA NOCHE
La noche se ve distinta la sombra se desliza por la ventana la oscuridad atrapa el silencio Y en las pupilas la voz acallada La muerte escondida. En la noche, hasta la misma noche muere. Hasta que un haz de luz Vuelve y atrapa la vida. UN DESEO DE PAZ
La muerte ya no horadará, sobre los cuerpos mutilados, perdidos en las tumbas sin nombre. El fuego cruzado, vencido convierta la pesadilla en sueño, y la oquedad en luz, a los pies del regreso. El fruto fresco de tu boca, niño, llene los campos de risas y le de paso a la vida. Huye terror que el destierro expira y llega pronto el día de la siembra. Huye muerte de sangre muerte brutal que la libertad retome en las almohadas del sueño MEMORIA DE UNA CALLE
La calle desapareció entre edificios de silencio. Un viejo mira a través de la ventana, se hace fantasma, soledad, nostalgia. Cierra los ojos, la opacidad lo arrastra, el tiempo es un amigo que pasa, y se va con él. Un niño camina el día no entiende de patrias. Su único mundo es la madre, y aferrado a ella, ve morir entre sombras, la sonrisa. Con los años, le enseñan el perdón. Bajo la luna, Corre gente en el callejón. Se escuchan palabras, risas, besos, sexo. En un suspiro, todo se hace silencio. La indiferencia /se apoderó de la noche. En la mañana/se escucha, el rumor de muerte. Una mujer, con un ala rota, /vive escondida en la memoria, En la noche, escucha, gritos. Atenta, espera y duerme al alba. Traspasa y se conmueve. Devela el sueño. Por esa calle, pasó la muerte /vestida de olvido. TU NOMBRE
Tu última letra, Suspiros de quimera, sigilosa espina. Deslizó tu nombre por mis besos. Desgarró mi piel, desangró mi espíritu. Acarició mis sueños, mi olvido. Acarició mis ojos, antes no vistos Recorrió mi cuerpo a ti prendido. Deslizó tu letra hasta el vacío. Reunió tu nombre en la soledad del camino Me liberé, te liberaste. Anoche tu nombre, se desprendió de mí.
Por casualidad en la biblioteca
de Comfenalco encontré el libro, Nombre
español para un territorio lunfardo de Hugo Bustillo Naranjo. Había descartado
los informes en los recortes de periódicos que referían un Aranjuez apresurado
y otros libros que también lo referían de oídas, es decir, lo mismo que había escuchado
en alguna otra parte. Buscaba otras noticias sobre Aranjuez, quería saber más
de Aranjuez, solo tenía una imagen de este lugar, no la totalidad, ni el
momento de esplendor, por una razón específica, en Medellín la historia se
disuelve, se deja de lado.
En el libro se revelaba
un Aranjuez inédito, un Aranjuez que palpita, un Aranjuez que deja sorprendido.
Y es que Hugo había escrito un libro no siguiendo el paso magro de los lugares
comunes, sino que ahondaba en los personajes, en la vida cotidiana que es lo
que le da brillo a los lugares. No la solita fecha en que fue fundado, no el
evento conocido de que allí en las colinas existió el manicomio, más dos o tres
lugares comunes. No, no, como Wells que descarta los lugares comunes por ser la
impronta pobre de quien no indaga, con el libro de Hugo auscultaba las calles, así
como en algunos caros lugares del barrio. También de su mano, con la cartografía
que él ha encontrado, asumí un Aranjuez con una historia, con unas personas que
dejan aun perplejo, porque una cosa es referir la misma historia de Las Camelias
y otra cosa es saberla por los escritos de Hugo, en la forma cómo ha armado
poco a poco esos lupanares, y como de su mano la amamos y armamos, cómo llegan
de allí las mujeres, las prostitutas de postín nunca las callejeras, desmirriadas,
que han desposeído este oficio de magia, sino las madamas de los burdeles de
una Medellín que alejaba esa zona erótica, siempre rosa en el recuerdo, siempre
memorable por la calidad de dar su erotismo que obligaba a los sedientos viajeros
de la ciudad y hombres de mundo en irse de tour codicioso, a
buscar una buena compañía lejos del hogar y de la pérdida del erotismo casero para
soñar y vivir allí no camelias al desayuno sino las rosas heridas de la noche. No
sé si se deba su nombre a una referencia a la novela La Dama de las Camelias de Dumas pero algo de influencia literaria
debe poseer, ya que la ciudad siempre ha sido iluminada por la literatura. Pero
también allí en el Bar Acapulco mataron a Lucho Vásquez.
Pero lejos de esas manifestaciones
políticas y procesiones que tanto gustan al paisa cazurro, en esas noches, aparecía
otro tipo de manifestación y es, era y será el fervor erótico del paisa, de
todos los pelambres y credos, que cuando se bajaban las cortinas de la noche,
se iban para Las Camelias a manifestar y vivir su bohemia. En esos lugares, no
le prometían ningún tipo de redención ni
le prometían que con una revolución llegaría un mundo mejor. No, allí, si tenía
dinero, accedería a lo más a la mano que lo equilibraría unos días, una bella
mujer y al paraíso de unas horas. Pero a ese paisaje tan bien descrito del
erotismo no voy a referirme más, porque el texto conduce a otros sitios del
barrio, además han desaparecido esas casas y su huella ha quedado en el
recuerdo, es decir, en nada.
También el texto revela
una historia perdida, y es que Aranjuez era tanguero, con sus diversos bares
para las melodías, entre otros, diseminados en su topografía, El Rinconcito
Argentino, Cuartico Azul, Calle Corrientes,
El Faro, El Berlín, El Maipú, El Martillo, El Alianza, El Cámbulo, y además con la presencia
de un cantante, Alberto Rossi, aquel que grabó entre otros tangos El esquinazo como trasunto a un tango de
Gardel.
Todas estas voces en el
libro hablan, cuentan lo que ha sido Aranjuez. Y es ahí donde reside el poder
de este texto, ya que de no haber entrevistado estas personas, se hubiera
perdido ese relato, ya que en el detalle es donde se encuentra la riqueza de un
lugar, no en la generalidad que todo lo uniforma con su tabula rasa, porque en cada uno de esos pormenores se cambia la
percepción que tenemos de Aranjuez, le da otro matiz, enriquece su historia. De
ahí que la memoria de esas personas mayores, portadores de su experiencia, de
su tránsito por estas calles, ayuden de una manera magnifica a darle lustre a
la intención de su autor por evitar que el ávido olvido deje de lado la
perseverancia de esas vidas valiosas.
En este texto existe una
gran indagación sobre la vida cotidiana de
casas, de memoria donde se encuentran esos universos particulares, donde se abren
puertas que describen vidas, instantes, corredores que subyugan un horizonte;
paisaje casi relegado. Por esa razón,
cuando la conversación con cada testigo se abre, auscultamos instancias
desconocidas y transitamos lejos por las
calles del barrio, por las fachadas, por las fotografías desvaídas que nos
quieren hablar desde su espesor pero también desde el momento en que fueron
tomadas. Así, en este texto, indagamos de la mano de su autor, esa previsión de
haber buscado esos testigos para adentrarnos en diversas épocas, en diversas
calles, ya que el barrio nos habla a través de ellos, ya que alguna vez vieron
y vivieron algo, y su memoria devuelve estos sucesos con esa sorpresa de saber
que no sabíamos nada de esos momentos. Ese oficio del escritor, de Hugo
Bustillo, nos habla desde adentro y sitúan lo buscado, o muchas veces una sola
palabra ubica en esta labor de indagación una historia perdida, ya sea una casa
de pupilas, ya sea un cine, al talentoso compositor Rómulo Caicedo manejando un bus y a las líneas
de trasporte yendo hacia el barrio donde los pasajeros saben el nombre de los
buses.
Las palabras de estas
personas conducen a zonas sagradas, a otras preguntas, recalan en otras huellas
que conducen a nuevas propuestas, donde comprobamos nuestra absoluta quietud,
pero también nuestro deslumbramiento. Por eso cuando caminamos por sus calles y
distinguimos las fachadas de las casas antiguas, aun intactas, cerca de las
recientes, donde el ladrillo y el cemento erigen su nombradía, es como pasar
cada una de las páginas del libro, donde se asocian tantos detalles como el
mundo de los tangos, sobre todo de esa dama de la noche que pidió ser enterrada
junto a un puñal en sus manos como testimonio de amor a Gardel a quien conoció
en Las Camelias, como los jugadores de futbol, Castronovo hablando en lunfardo,
Greco y Fito Ávila que iban allí. También la cancha del Míster donde se situaban
a socializar los muchachos de antes. Así como, en esta conversación regresa, el
personaje mayor que deslumbra, Pedro Nel Gómez, que casi opaca a los otros, a
Mascheroni, a Bruckner, a Alba del Castillo, a Tartarín Moreira, a Horacio
Longas y a Carlos Arturo Longas, a William Álvarez, a Camilo Correa, a María
Cano. Y es entonces que este libro revela un gran secreto, la plenitud de lo
popular como una expresión de Aranjuez.
Así, el túnel de la
memoria, a veces oscuro y sin salida, otras veces con un destello al final de
la línea, entrega un territorio para
seguir descubriendo, para darle todo el peso que el polvo de la indiferencia y
del avance apabullante de la ciudad hacia otras zonas no logra relegar, ya que
algunos de sus amanuenses, en este caso Hugo Bustillo Naranjo, no dejan que esa
historia, que a veces se anula, revierta, y sea leída de nuevo para darle todo
el peso y el esplendor a este barrio ahora en sus cien años.
En el transcurso de estos
cien años, se han cambiado y olvidado nombres, Los Álamos, Berlín, Lídice, así
como los bellos nombres de sus calles: Alicante, Madrid, Valladolid, Bilbao,
Granada, Navarra, entre otros nombres españoles. Hugo propone que se restauren placas con estos nombres en cada esquina como una manera de no
dejar que esa nomenclatura se pierda.
Pero ahora, en este
domingo 6 de noviembre miro, miramos a Aranjuez desde otra perspectiva, desde
San Isidro, con la configuración del barrio que es, y que Hugo relata con sus
vivencias, así como la manera en que escribió su libro. Tantos años han pasado desde que
el potentado Manuel de J. Álvarez con su vestido negro, muy español, y a caballo
venía a cobrar las cuotas de los terrenos vendidos, hasta la bullaranga de este
inicio de noviembre, hasta el encuentro con Hugo que nos ha devuelto la memoria
de las calles y de los testigos, a Aranjuez mismo.
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El Taller de los Rodríguez / Maribel Tabares / Patrimonio Recuperado 53
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El Taller de los Rodríguez
/ Maribel Tabares
Víctor Bustamante
En esta presentación Maribel
Tabares nos lleva de su mano por el trasegar de los Rodríguez, aquella familia
de realizadores de lapidas, fotógrafos, de arquitectos que han dejado una
huella perdurable en la ciudad. Han pasado tantos años desde la irrupción y cristalización
de su obra que es innegable la presencia
de ellos, así la amenaza del olvido se asome detrás de nuestro acervo heredado para
suponer que han llegado otros a superarlos en esa dialéctica del menoscabo tan presente
en nuestro medio, pero es tan poderoso su legado, es tan valiosa su presencia
que siempre nos obliga a indagar sobre diversos aspectos en su obra que no se ha
dejado de analizar, así sea en los lugares comunes que se reiteran, pero que Maribel
en su indagación nos ddescubre aspectos nuevos, incontrovertibles. Uno de ellos
que la famosa fotografía de los zapateros en realidad es de Horacio Marino, lo
cual lo ubica no solo como un gran fotógrafo sino como el arquitecto
excepcional junto a Nel. Y es que en esta exposición, sin quererlo, se resalta
el arduo papel del artista en nuestro medio, la lucha perene por expresar la inquietud
de una ciudad que bulle, donde emergen las temáticas, las personas, los motivos
de esas fotografías y su archivo donde reposa un Medellín que poco a poco sale
a la superficie, que no cesa de sorprendernos cada que las auscultamos, así
como perdura la presencia de las obras arquitectónicas de los Rodríguez, ambas instancias
creativas como emblemas que el tiempo no ha logrado desdorar y menos nuestro
olvido mutuo.
Los Rodríguez, en
conjunto, en su vida y obra, conjugaron un quehacer, eximio como totalidad
donde sus indagaciones se abren, expresan, dirimen. No en vano literatura,
revistas, pintura, espiritismo, también se relacionan para darnos la contemporaneidad
que ellos vivieron.
Maribel en su indagación,
exhaustiva, poco a poco responde a esas preguntas, que nos indica como la
ciudad no solo expresa la dinámica de los industriales sino que junto a ellos existieron
unos librepensadores, unos artistas que cada que los leemos, cada que miramos
sus fotografías, cada que miramos la fachada de alguna de sus construcciones, cada
que indagamos sobre ellos no cesan de sorprender.
Esta brillante exposición
que Maribel lleva a cabo de las fotografías de Melitón nos advierte asimismo de
una vigorosísima presencia narrativa, por su huella, que caracteriza las fotografía
que a la vez las acerca al realismo visceral que no se diluye, sino que con el
paso del tiempo se hace más fuerte ante el efecto depredador de quienes debían preservar
la ciudad y el legado de sus artistas.
Por una parte se observa que
el paso constante del tiempo, con su tono pausado, contenido, diligente y letal
persevera y da pábulo para valorar estas obras. Y por el otro la enormidad,
incluso el cuidado de los hechos fotografiados, ya que nos preguntamos qué ha
llevado a Melitón a fijar su mirada en determinado motivo, a cierto pasaje y
paisaje de la ciudad. Ningún espectador de esta obra olvida el estilo probo e
impasible que describe las calles, los diversos instantes de la ciudad que narra su lente, la necrofilia de las familias
en el último abrazo al niño muerto fotografiado con sus padres. Acto seguido, estas
fotos, expresan y redimen una mentalidad insoslayable nunca distante sino propia,
nuestra, que no se deja manosear porque estas fotografías son indiscutibles, y
llevan a preguntar a los codiciosos mirones qué otros mundos, que otras circunstancias
nos traerá Maribel cada que descubra un nuevo entorno, una nueva significación,
un nuevo detalle de esta obra, paradójica y sobria donde la discreción de Melitón
es una constante pero que no se pierde en el silencio sino que su punto de
vista emerge cada que reparamos en la manera en que pensamos como hizo cada fotografía
tan suya.