sábado, 16 de febrero de 2019

SOBRE LAS RÉMORAS / Darío Ruiz Gómez


SOBRE LAS RÉMORAS

Darío Ruiz Gómez

Las redes sociales han ido depauperando el lenguaje, aniquilando la riqueza de nuestra lengua hasta colocarnos en el terreno donde ya es casi imposible definir lo que es intangible. De pronto recordé la palabra rémora y las connotaciones que de ella se desprendían al indicarnos el alcance de una actitud fincada en el incalificable hecho de convertirse en  un peso muerto en una sociedad. Las rémoras que en la vida de una nación se convierten en el obstáculo para  que cualquier proyecto tenga una feliz culminación, socavando con  su negatividad  las posibilidades de  todo  intento de renovación política. Las rémoras del colegio torpedeaban  con su indolencia  la nobleza de los objetivos del conocimiento, las rémoras que enquistadas  en la estructura burocrática del Estado impiden que los proyectos  de un gobierno tengan el debido proceso. La rémora es un pez que vive de las sobras de los otros peces, sin hacer esfuerzo alguno. El “vivo” o el avivato  (a)  es  la rémora que actúa desde las sombras convertido   en  comodín al uso de los distintos grupos  en una  democracia  enfocada, con su concepto  de mayorías,  como  un problema de estadística, como recuerda Borges, y no de pensamiento social. En medio de este clima equívoco  la rémora sacará  partido a su mediocridad  y como nunca ha discrepado con nadie, pasa de arrastre de gobierno en gobierno, de directorio político en directorio político sin que nada le pase. ¿Qué le ha aportado al país el Dr Fernández de Soto?¿Su exquisito trato diplomático en reuniones de alto turmequé? ¿Qué le ha aportado al país Maria Emma Mejía? Pero ahí, imperturbables, pasan  de uno a otro alto puesto. Y si examinamos Concejos, Asambleas, nos asombraremos  al descubrir que orondos ediles o diputadas  han estado  repantigados  durante veinte años sin aportar nada en tanto que  sus bienes pecuniarios  han aumentado desproporcionadamente mientras pueblos y ciudades han ido profundizando  su problemática hasta reventar  en manos de especuladores  y corruptos.

¿No es este abrumador peso muerto,  de vivos y vivas amparados por la burocracia de los llamados partidos políticos , degradados  ad infinitum por la mermelada santista, el mayor obstáculo para que pensemos en un nuevo país?  Los mayores y más fervientes defensores del oficialismo  santista fueron los sublimes nombres de Efraín Cepeda y Hernán Andrade arquetipos de la rémora. Pero la rémora no alude solamente a los politiqueros de derecha, a esos representantes que nunca levantaron la voz en una sesión para proponer algo y continúan trabajando para sus caciques  sino que es la misma izquierda – derrotada por su incapacidad de repensarse-  la que  en la “postguerra”  debe  abocarse   a sus propias rémoras instaladas  en la burocracia  donde  han terminado por aburguesarse  vergonzosamente. ¿Qué aporte sobre el país le debemos a Iván Cepeda, a Aída Avello, a Carlos Romero, a Kalmanovitz, a Claudia López, a Sanguino? ¿Quiénes son los Verdes y porqué su silencio ante los gravísimos  atentados del ELN al medio ambiente?  Cuando el discurso político se reduce a repetir slógans ya desacreditados  se termina por caer en esa tautología donde cada cual cree que habla a los demás cuando en realidad sólo están emitiendo  vacío. Reducir hoy lo que fue su supuesto  proyecto revolucionario  a una andanada  de  simples  denuncias  sobre  problemas puntuales ,  únicamente  conduce a acelerar su esterilidad mental, a disfrazar su fracaso con   el tic de una demagogia  inane  y a ser parte, tal como hoy lo son,  de la inercia general de nuestra vida política  donde se confunden desfachatez  y  arribismo social. P.D Al reducirse el lenguaje crece la estupidez.

UNA OPOSICIÓN DE CLICHÉ / Darío Ruiz Gómez




UNA OPOSICIÓN DE CLICHÉ
Darío Ruiz Gómez

Fácilmente cualquier grupo o Partido político puede perder  la cordura y caer inevitablemente en la caricatura de sí mismo tal como ha sucedido en Colombia con los llamados Partidos tradicionales, con la izquierda estalinista. La cordura señala siempre la permanencia de la racionalidad en  las propuestas políticas ante el desorden y el caos imperante o como debería suceder  en nuestra actual situación,  frente  al vacío que  se ha abierto  ante el ripio  de todas esas retóricas bajo las cuales se ha disimulado   la relajación  de unas costumbres y de un léxico político  convertidos  hoy en mera fraseología electorera. El Liberalismo, lo sabemos desde Stuart Mill hasta  Isaiah  Berlin  o Rawls no se explica sin la carga crítica que lo ha alentado históricamente  a oponerse  a todos los  totalitarismos  o sea  a  la  falta de cordura en el ejercicio de la política. Nadie ha sufrido en la historia tanta persecución  como  el defensor de las libertades  que se opone a la falacia - que tanto seduce a los débiles  mentales -   de que es más importante el pan que la libertad. Con lo cual queda  al descubierto  otra característica de quienes  atentan contra  la cordura: volverse  ciegos, mudos  ante el sufrimiento humano  optando  por  la boba fraseología  simplificadora de reducir  las causas de la violencia  a  “enfrentamiento de narrativas”, de que “Duque no ama la paz  negociada  porque no le permite sacar adelante  la narrativa de victoria”   reduciendo pues  la necesidad del discurso de la Oposición,  a meras denuncias puntuales,  sin  contar  con  un  proyecto político coherente  para el país.  Ser liberal  significa  creer en la necesidad permanente de construir  democracia lo que, paradójicamente,   equivalió  durante los sombríos años de la tiranía  reciente,  a ser parte de  una minoría silenciosa, por que pedir  cordura  a quienes debieron mantenerla  en defensa  de los valores de la República, supuso ser anematizado por el supuesto  delito de considerar que la conquista de la paz no se consigue arrodillándose ante el enemigo, estratagema a la cual se prestaron los arribistas  y los chaqueteros, esos que callaron ante la tragedia  de Venezuela y ahora aparecen como los oportunistas denunciadores de Maduro. La “explicación” - y no   la abierta  condena -  de un crimen, lo que  busca  es la neutralización moral  de  esta infamia. Como señaló  Arcadi Espada,  entrevistar a un asesino supone preguntarle por los crímenes que ha cometido y no reducir la conversación a anécdotas  banales. ¿No vieron  en t.v  la amañada   entrevista  en la Habana con Pablo Beltrán en la cual  nunca  se le preguntó por  el asesinato de  21 adolescentes , ya que  lo que está en movimiento – triste complicidad  la de algunos jerarcas católicos-  es el  intento de que la justicie  olvide la oscura violencia contra la ciudadanía por parte  de este grupo de malhechores?  Si acepto el terrorismo niego la existencia del Otro, si acepto la matanza como argumento para reanudar unas “conversaciones” acepto entonces que el terrorismo está por encima de la justicia y el verdugo por encima del juez. El gobierno español se negó siempre a dialogar con la ETA  y ésta terminó por  aceptar que debía renunciar a la lucha armada. Mediante el severo castigo a estos criminales se le puso límites al terrorismo. Dialogar supone implícitamente el reconocimiento de  un interlocutor, y,  un asesino, un terrorista nunca pueden ser considerados como interlocutores de la ley y la justicia. Difamación,  complots  de  apartamentos de soltero,  babosos twiter, constituyen  la brutal reacción de  gropúsculos de conspiradores  que carecen de la calidad  intelectual necesaria para construir los argumentos que deberían brotar de un conocimiento y un amor hacia el país que todos debemos sacar adelante. PD. La corrupción en el caso de Hidroituango  la puso de presente el nombramiento de una burocracia ineficaz e ignorante.     

lunes, 4 de febrero de 2019

Salsipuedes de Jorge Marín Vieco / 72. Patrimonio Histórico de Medellín




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72. Patrimonio Histórico de Medellín

Salsipuedes de Jorge Marín Vieco

Víctor Bustamante

Alguna vez, buscando un perfil, una nota sobre Jorge Marín Vieco, debido a la remembranza de Salsipuedes en un porro de Lucho Bermúdez relativo a la dificultad de salir de su casa, donde también vivió el compositor, me quedaba sorprendido, no sabía esa historia que apareja la canción y, así mismo, que lleva hacia ese lugar, o sea, la canción que escuchamos y bailamos, portaba un mensaje, nunca subliminal sino latente: ser la casa de Jorge Marín Vieco y, además, un lugar de encuentro, apreciado por diversos artistas; un oasis en la ciudad pujante de industrias y  transacciones en 1940. De tal manera, Bermúdez, en su lucha musical, me sirvió de punto de referencia para buscar al escultor, ya que una casa es el símbolo de su dueño. Además, Jorge Marín Vieco se merece toda la atención, debido a su talento y a esa manera de ser, amable, señero y a la elegancia en su trato con las personas. A los que escuchamos Salsipuedes, esa canción melódica y, además, muy pegajosa, sorprende con la historia que había detrás de ella, es decir, esa canción es, era la punta del iceberg, que nos remitiría nada menos que a una Medellín muy específica, y, sobre todo, a la casa de un artista, donde aún habitan sus pinturas, sus esculturas, su jardín y, además, aun se respira su ámbito personal.

La primera huella hacia el camino que conduce a Jorge Marín Vieco, es su obra escultórica impresa en el Edificio de la Beneficencia de Antioquia, ahí en Ayacucho con Sucre, se trata de los Chibchas Aprendiendo de Bochica y adorando el sol, la Historia del Desarrollo Industrial, la Amerindia, localizadas en el vestíbulo y costados del edificio de la Beneficencia de Antioquia. En estos relieves, está Marín Vieco de cuerpo presente, y, además, en un momento donde el escultor muy a tono con la época se interroga sobre el origen y, sobre todo, en la necesidad de explicarse el aporte indígena. De ahí que en el portal del edificio de la Beneficencia de Antioquia, cuatro indígenas realizan su labor y esperan a los visitantes o, a lo mejor los transeúntes los miren de nuevo.


Uno de los cristos de Salsipuedes

Luego, el otro extremo, para aproximarme a Marín Vieco sería otra escultura, Hombre en busca de paz, situado en  Campos de Paz. Pero entre dos de estas obras, las que más he conocido en la ciudad y visto, están: los crucifijos, los San Franciscos, los Quijotes, el monumento al Arriero en Fizebad; el Bolívar en la Avenida de las Américas de Guadalajara; el Monumento a Juan del Corral en Santa Fe de Antioquia, el Barequero, en el Banco Francés e Italiano en París. Además, unos ciento treinta bronces, están recopilados en la Casa Museo Salsipuedes.


A mediados de 1938, Bernardo Vieco, el gran escultor,  decide trasladarse a vivir a Bogotá en busca de nuevos horizontes, por tal motivo, decide dejarle a su sobrino, Jorge Marín Vieco, su taller con algunas obras inconclusas, situado en la calle La Paz, Nro. 23 BIS, con el propósito que él termine algunos compromisos pendientes.


El taxi tomado cerca de la estación del Metro de la Floresta nos lleva a Faduil Alzate y a la arquitecta Luisa Vergara, en otro viajan otras visitantes. Vamos arriba, a la carrera  91 No. 65 C-95,  Robledo La Pola. A la entrada un aviso, Salsipuedes, con letra legible y otro sobre baldosines con letra de imprenta. Ya, al frente de la casa, por fin se cumplía esa posibilidad de conocerla, de merodear el espacio de un gran escultor que, además, fue restaurador de pianos, vitralista, saxofonista, dirigió su orquesta de jazz, Ritmos. Uno de sus aportes como decorador, aun es visible en el Teatro Lido.

La casa enclavada en medio de diversas urbanizaciones que han ido mordiendo el espacio de la finca,  aun así, desde la entrada, veo el camino que conduce a esa mítica residencia que hace años quería visitar. Mejor, hay dos caminos, uno para los autos, y otro con escalas de piedra para los caminantes, ambos, se pueden transitar en corto tiempo para llegar a ese destino que siempre me ha inquietado. Por el camino, ya cerca en la planicie de la casa, paralelo casi al corredor, en la entrada, el jardín combinado con las escultura donde se respira un Medellín apaciguado, y ahí mismo una balaustrada con el homenaje que siempre quiso realizarle Marín Vieco a sus artistas preferidos. Los grandes rostros sirven como preámbulo: José María Córdoba, Jorge Artel, Beethoven, Gonzalo Arango, Fernando González, Gaspar de Rodas, Carlos Vieco, Lucho Bermúdez, Simón Bolívar, Marco Fidel Suarez, y Porfirio, así como los cristos, las diversas versiones de cristos, unos cincuenta, alrededor de la casa, como si Marín Vieco quisiera darle, según su instante creativo, una versión diferente a ese momento simbólico de la muerte. De ahí cobra ese valor inconmensurable su casa, esa casa que poco a poco fue ideada, modificada por él mismo, ya que al crearla como su centro de actividad, donde residen sus esculturas, aun respira esa primavera creativa, que con el tiempo ha dejado allí su huella en cada una de esas esculturas que lo emplazan, que lo nombran.


Aquí, por este jardín, por estos pasillos, en este interior, residió Marín Vieco, por aquí el aroma del tabaco de su pipa lo acompañó mientras ideaba lo que serían sus obras, la persistencia en inspirarse, para que sus manos ablandaran el barro con sus primeras ideas para que esos modelos luego se cristalizaran en alguna de sus esculturas.

Pero si hay pocas notas escritas por él mismo sobre su proceso creativo, sobre como inicia una escultura y a partir de un boceto, que luego al barro como una maqueta posible hasta verla erigida, en algún lugar ya definitivo, también es posible realizar una lectura sobre sus intenciones, sobre esa visión espiritual que él poseía. Su afición por representar los diversos cristos nos dan la medida de su espiritualidad, al quererse explicar, desde diversas concepciones propias, un evento que posee la exegesis desde siglos, como si él quisiera explicarse una muerte tan representativa, tan llena de significación, pero esa espiritualidad, es aún más notoria en los diversos San Franciscos, aquel que otorgó un carácter más humano y de más poesía, llevando a la práctica misma sus intenciones de trascender con humildad y decoro. Asimismo es posible encontrar sus huellas en la dimensión que les otorga a sus diversos Quijotes, aquel caballero que por la Mancha no sabe hacia dónde cabalga como si el escultor reflejara en él, la locura, el viaje por campos llenos de retos y endriagos, pero también en la búsqueda de la vida que se abre con sus horizontes que cada vez se alejan como una utopía. Su cercanía al concepto de los chibchas al expresarlos inmersos en sí mismos, con sus rostros llenos de silencio. Es como si él buscara nada menos que traer ese mundo destruido para sintonizarlo con un presente lleno de olvidos, lleno de caminos, sin un origen que se enlace son ese pasado memorable. Y aun en esa inferencia él les realiza este homenaje, el concepto de un país que reniega de su origen que no se entrelaza con lo que en realidad ha sido. Ahora miro la estructura de Hombre en busca de paz, o Resurrección, hay tanto de inconmensurable en ese gesto del hombre que recibe el viento, que parece remontarlo a las alturas, desnudo, sin equipaje, que podría tratarse de un Cristo sin cruz adherido a un círculo. En esas diversas aristas es posible juntar sus significaciones y saber que Marín Vieco ahí se expresa, en esa infinitud, inscrita en su misma obra. Me recuerda este poema de Barba Jacob: Yo fuerte yo exaltado, yo anhelante.

Hay una foto donde Marín Vieco esculpe la cara del Hombre en busca de paz, viste delantal blanco y sombrero, aun el rsotro está en yeso y ya se prepara para vaciarlo, hay otra donde el escultor se halla recostado a los pies de lo que será un monumento y saber cómo desde allí se elabora ese modelo.


Jorge Alberto Marín 


Sí, por aquí en el interior de este espacio, de esta casa conversaron en encuentros posibles varios artistas ya consolidados. El más mencionado es Lucho Bermúdez con su esposa Matilde Días. Ellos, con su orquesta, habían llegado a Medellín por segunda vez en marzo del 1948, contratados por el Club Unión para la inauguración del Salón Dorado. La Orquesta de Bermúdez estaba conformada por el pianista Gerardo Sansón, Gabriel Uribe, Luis Uribe Bueno, Alex Tobar, entre otros músicos, también dos clarinetistas y saxofonistas; el negro Jack, baterista peruano; el vocalista Bobby Ruiz su intérprete estrella, pero muchos de ellos no vinieron a Medellín.

Ya en Medellín, Lucho Bermúdez y Matilde Díaz, eran asiduos visitantes en Salsipuedes, incluso vivieron allí durante unos meses. Bermúdez había conocido a Jorge Marín Vieco, músico y escultor, un año antes en Bogotá. El nombre de Salsipuedes se debe a que una noche de 1949, Marín Vieco invitó a diversos amigos a un baile para inaugurar el mural que su amigo Horacio Longas pintó en la sala de su casa. Esa noche de fiesta subieron allá, a Robledo, unas doscientas personas, pero a la salida, la lluvia anegó de pantano las carreteras destapadas, dificultó el regreso, a los invitados y a los pegajosos. Lucho, sin lucha aseveró, 'sal si pue'.


Fabio de Jesús Casas Arango anota algo preciso que aclara el origen de Salsipuedes al rememorar un libro Recordando de Alberto Burgos donde éste entrevista a la primera esposa de Jorge Marín: “Es bien sabido que Marujita Muñoz, (María Muñoz Duque) oriunda de San Pedro de los Milagros fue la señora esposa del maestro Jorge Marín Vieco. En entrevista realizada a Marujita Muñoz por Alberto Burgos Herrera ella manifiesta que "un día llegaron a nuestra casa unos señores de apellido Zapata y dijeron a Jorge:.-Don Jorge, allí en el sector de La Pola hay una casita que venden, la están rematando y la están dando muy barata; vaya con la señora y vea la casita. Fuimos a ver la casita y Jorge me dijo: ¿Vos si sos capaz de vivir aquí ?. Claro que soy capaz, yo sí, ¡ yo sí!.  ... Y poco a poco la fuimos arreglando. Jorge por su oficio de músico y escultor compraba algunas revistas, y algún día compró una argentina llamada La Chacra; en esa revista estaba la foto de una casa campestre hecha con arcos y muy bonita, y Jorge me dijo: -Ve Marujita, mirá esta casita. - Sí, está muy bonita. - Y ahora que vamos a reformar la casa, ¿por qué no hacemos la nuestra así? Tumbamos ésta y poco a poco levantamos una como la de esta foto; yo soy capaz de hacer formaletas para esos arcos, y con despacito la vamos levantando.  Y así fue; con cualquier centavo que conseguíamos hacíamos un muro, luego un arco, una parte del techo, y lentamente apareció la casa a la que bautizamos Salsipuedes, pues en la revista decía: Casa de campo en Salsipuedes, Córdoba, Argentina. El cemento era a 2.50 pesos el bulto, los adobes y las tejas eran a centavos, la madera y todo era muy barato... ¡Ahí aprendí yo tanto de albañilería!... incluso sabía mezclar las pegas y por supuesto pegar adobes.  ..." 


De la Orquesta de Lucho Bermúdez fueron asiduos visitantes a Salsipuedes, algunos de sus músicos. Uno de ellos, el contrabajista Luis Uribe Bueno, quien allí compuso uno de sus temas El Cucarrón, incluso Uribe Bueno sería más tarde director artístico y musical de Sonolux y se quedaría viviendo en Medellín, donde realizaría una gran actividad musical en algunos campos. También en diversas fotos es posible ver a Gabriel Uribe, clarinetista, flautista y saxofonista, que también se quedaría viviendo en Medellín, y además, pertenecería a la Orquesta de Sonolux, a la Orquesta de la Voz de Antioquia, y más tarde a la Banda Departamental y a la Orquesta Sinfónica de Antioquia. Gabriel Uribe le inculcaría su talento a su hija, la pianista Blanca Uribe, quien desde niña lo acompañaba a Salsipuedes, donde ella ejecutaba al piano algunas composiciones clásicas. Por supuesto que Gerardo Sansón, pianista, que no era judío sino un moreno fornido también asistiría con ellos a Salsipuedes.

Una noche de 1948, memorable por la fiesta, más tarde por el nombre dado a la finca, no ha opacado el motivo central, la inauguración de un mural, una témpera, con un motivo muy de su autor, un baile típico, realizado por Horacio Longas. Longas, arquitecto diseñador del Club de Campestre, también fue dibujante pero sería más reconocido por su talento como acuarelista. Por supuesto Horacio Longas, era uno de los grandes amigos de Marín Vieco y uno de los contertulios en Salsipuedes donde aun su mural es el testimonio de un gran amigo que le ha dejado a otro artista un gran presente.

También en algunas fotografías es posible ver a Jorge Artel, su nombre verdadero era Agapito de Arco, que había escrito en 1941 un libro de poesía Tambores en la noche, donde exalta a las negritudes, de profesión abogado litigante, también había sido traductor en la ONU. Él ha dejado su huella en un poema escrito en la pared de su  puño y letra, “Cuando me vaya no sabré si un poco de esta casa se va en mi toda dentro de mi corazón o si es un pedazo de mi corazón lo que se queda en esta casa”. Artel, que ya no era Agapito, pero si un viajero y un bohemio, viviría muchos años en Medellín, sería columnista de El Colombiano, e Inspector de policía en Santa Elena. A él lo acompañaría a Salsipuedes, Estercita Forero, la gran compositora Barranquillera, durante su romance, incluso por La Habana, donde él olvidaría su efervescencia por las negritudes y sufriría el desprecio de Nicolás Guillén. En 1949 ella, como cantante, se había presentado en Medellín en el Edén Country Club. Estercita Forero, más tarde, debido a lo excelso de sus composiciones, sería considerada la Novia de Barranquilla.

También llegó asistir a Salsipuedes Argemiro Gómez, un ceramista, que fue alumno de Marín Vieco, que además era un gran bailarín, y luego profesor en el Instituto de Artes Plásticas. Él había estudiado cerámica en Italia con grandes maestros de este arte. En sus clases hacía mucho hincapié en lo precolombino, pero aquí en la ciudad no encontró un medio que acogiera su arte, ya que pensaban que trabajar en la cerámica era solo para mujeres y quien lo practicara era un gay de pura sangre. Argemiro, de tal manera, decidió irse a a Nueva York donde vivió la feroz competencia en ese arte, luego en Chicago, insatisfecho de su creación, destruyó obras valiosas de su autoría.

En una  de esas fotografías, de las pocas que hay y por lo tanto más valiosas, están Jorge Marín Vieco, Lucho Bermúdez, Jorge Artel, Matilde Díaz algunos músicos de su orquesta, tomando cerveza y en un festín al aire libre, detrás, una de las tapias de la casa, convirtiendo esa fotografía en un documento, que vence el paso del tiempo y que nos regresa a esas fiestas, a esa bohemia allá en Robledo, tan alejado de Medellín, y, sobre todo, en ese oasis, en esa casa apasionada. Más tarde a Marín Vieco, en su ausencia lo acompañarán sus amigos, en los rostros esculpidos por Jorge Alberto, su hijo, y el artista Julio Maldonado. Marín Vieco no quería que su memoria se perdiera ya que en sus jardines y, en el interior de su casa, persiste la presencia de ellos, ya fuera en una nota, en un poema, en una pintura, o en su presencia transfigurada en algún otro objeto.

También esa galería de visitantes sigue con Manolete, con Fernando González, con León de Greiff, con Alejandro Obregón, con Enrique Grau, con Pablo Neruda, con Jorge Robledo Ortiz, con el dramaturgo Campitos, que, talentoso y mordaz con los políticos había compuesto un sainete, Llegaron los parientes de Medellín, que fue todo un suceso, incluso, aquí en la ciudad le entregarían en pergamino un reconocimiento de parte de los periodistas y de algunos artistas en 1950.



Doña Jenine y Juliana

Muchos años más tarde, en 1968, a pedido del odontólogo y artista Antonio Osorio Díaz, Gonzalo Arango, como motonauta,  junto a él, recalarían en Salsipuedes. A Ambos, Marín Vieco y a Arango, los uniría cierto éxtasis por lo espiritual, visible en las obras del escultor y, aun más en Arango que, en secreto se creía un pontífice. El nadaísta diría de Salsipuedes, en un carta de 1969 a Jorge Marín Vieco: “Bueno, aquí me tienes por tu “culpa”, desolado y con una nostalgia inmensa de amistad, de tu casa tan cerca del cielo, ese corredor asomado a la ciudad que titila. Amotinado de flores, esos geranios en que la vida proclama su belleza efímera, su secreta voluntad de perfección, y en la dulzura de esos aromas una ilusión desesperada de Dios”.

Es más, esa presencia es notoria en uno de los libros sobre el nadaísta, Gonzalo Arango, pensamiento vivo, de Juan Carlos Vélez. En este texto se combinan doce fotografías de Arango, junto a la presencia de Jorge Marín Vieco con algunas de sus esculturas en las que priman sus cristos. Gonzalo escribiría un bello poema, Los cristos de Salsipuedes, donde deja presente ese carácter y esa bonhomía de Marín Vieco, así como de Salsipuedes. Es más, Marín Vieco le regalaría una talla de un Cristo al nadaísta.

Sí, sobre la casa inicial de tapia y sencilla, solitaria e idílica, en medio de la montaña Jorge Marín Vieco buscaba la tranquilidad para sus reflexiones y, además, mucho más tarde para desarrollar su arte, la escultura, además poco a poco la fue modificando, agregándole arcos, así como otros espacios para que esta casa se convirtiera en el espacio propicio para sus creaciones, es decir, la fue construyendo a su imagen y semejanza, así como cuando desde el barro él moldea alguna de sus figuras. De ahí el patio con sus esculturas, los cristos en las paredes. De ahí la sensación que siento al entrar, al caminarla, al mirar la sala, el comedor, los espaciosos salones, las fotografías, las pequeñas esculturas, los pianos, sus grandes esculturas. Aquí Marín Vieco ha dejado su obra de arte: esa casa, su  casa, encalada con paredes blancas, y ese jardín donde alguna vez el perfume de unas mil quinientas matas de rosas recibió a los visitantes, junto a las doscientas matas de orquídeas. Pero sobre todo, sorprende la presencia de sus esculturas, y algo precioso, la prolongación de las tertulias de artistas donde se respira ese ambiente de otra Medellín.

Al caer la tarde, luego de una grata conversación, en el segundo piso, en un espacioso salón, Juliana, hija de Jorge Alberto, relata un cuento y ya, casi a oscuras, Jorge Alberto, su hijo, toca para los visitantes unas piezas de Carlos Vieco. Entonces caemos en cuenta que la noche cierne su tela sobre la ciudad ya no lejana sino que bordea este preciado lugar y ya es hora de irnos, así ocurre con los visitantes, pero algo es cierto, hemos obtenido respuesta a esa pregunta lejana sobre Salsipuedes, y hemos conocido aún más a Medellín.

Solo restan estas reflexiones de Jorge Marín Vieco, escritas para Jorge Alberto, su hijo, el 6 de enero de 1974:

"Empezaré a vivir nuevamente el día en que pueda; ofrecerte algo positivo, como sea que me realice como escultor con una obra abundante; y fuerte (-.). A mí me cogió ventaja la vida y los elogios que “a veces recibo por mis obras" los escucho con sensación de no merecerlos (_.). Si juntara toda mi vida me hago creer que la he dedicado por entero a la escultura pero la verdad es que si sumo el tiempo trabajado no son más de diez años dedicados a este oficio que aunque lo amo, también con frecuencia rechazo ¡intensamente. Ha faltado dinero, es cierto. Pero cuántas veces me sentí tentado a encerrarme en una cabaña a crear, dejando todo el mundo atrás y no lo hice... A hora se me está acabando la vida y mi obra es inconclusa. Mi  "sueño de llenar a Salsipuedes de muñecos" te va a tocar a ti realizarlo. Tú vas a ganar más dinero que yo y vas a saber administrarlo- Vas a tener con qué pagar las fundiciones y los materiales que yo no pude. Tuve el orgullo de nunca buscar trabajo o contratos. Sin excepción siempre me buscaron en mi escondite de Salsipuedes pero ahora me pregunto si no tendría razón Rodrigo Arenas a quien tanto critiqué por coger su Volkswagen de oficina en oficina para buscar oportunidades. No tengo el temperamento de vendedor y de pronto tienen razón los que dicen que es necesario".
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Bibliografía:
-Santamaría Margarita Inés, Un sueño se cumple en Salsipuedes, El Colombiano, Medellín, junio 13 de 1999.
-Ángel Félix. Que sucedió con la cerámica artística en Medellín. El Mundo, Medellín, enero 26 de 2017.


Pianos en Salsipuedes

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domingo, 3 de febrero de 2019

Las tradiciones inventadas y la fundación de Supía / Luis Fernando González Escobar




Las tradiciones inventadas y la fundación de Supía.


Luis Fernando González Escobar
Profesor Asociado, Escuela del Hábitat
Facultad de Arquitectura
Universidad de Colombia sede Medellín


El famosos historiador británico Eric Hosbswam, en la introducción del libro La invención de la tradición, señalaba que las “tradiciones” que “parecen o reclaman ser antiguas son a menudo bastantes recientes en su origen y, a veces, inventadas”; de ahí deriva el término de “tradiciones inventadas” las que “implica un grupo de prácticas, normalmente gobernadas por reglas aceptadas abierta o tácitamente y de naturaleza simbólica y ritual, que busca inculcar determinados valores o normas de comportamiento por medio de su repetición, lo cual implica automáticamente continuidad con el pasado” (2002, p. 8).
La celebración de la “fundación” de Supía corresponde precisamente a eso que Hosbswam llamó “tradiciones inventadas”. Se celebra una fecha: el 2 de febrero, supuesto día del onomástico; la gente lo acepta de manera acrítica; los estudiantes asisten de manera pasiva u obligados cada año a los actos cívicos convocados por las autoridades municipales o por los centros educativos; hay pues una reiteración ritual que pretende crear un sentido de cohesión social, pertenencia e identidad a partir de esa fecha del supuesto acto fundacional. 
Esa “invención de la tradición” y su reiteración ritual no es nueva, ocurre en todo el mundo, incluso en la misma Inglaterra del referido historiador, pero ellas –todas– esconden intereses, ideologías, formas de ver el mundo, tienen intenciones moralizantres, entre otras intenciones abiertas o veladas; de ahí la necesidad y obligatoriedad de mirar su naturaleza, deconstruirlas si se quiere y entenderlas.
Supía fue un pueblo “sin historia” al menos hasta la década de 1970; entendido esto como una población sin un relato histórico, con personajes y hechos épicos y relevantes que lo insertara en la construcción nacional. Sólo hasta 1980 cuando se publicó el libro Historia de Supía, de Jorge Eliecer Zapata, en un estilo monográfico, dicho relato se comenzó a construir. Precisamente en este libro el autor retoma un dato de los apuntes del antiguo maestro Eleazar Castro, quien había planteado esa fecha sin referencias documentales, siguiendo solo la tradición. Zapata Bonilla se apoyó en la obra Vida del Mariscal Jorge Robledo, escrita por Emilio Robledo Correa, para cuestionar algún hecho menor de lo planteado por el maestro Castro y, a su vez, darle validez a “que Supía sí fue fundada el 2 de febrero de 1940 por los alguaciles del Mariscal Jorge Robledo, señores Ruy Vanegas y Melchor Suer de Navas” (Zapata B., 1980, p. 15). A partir de entonces, definido como el gran mojón histórico se comenzó un proceso de difundir dicho “hecho histórico” en prensa, eventos y libros que reiteraban lo anotado, para que fuera apropiado por la población. Luego fue institucionalizado por la administración municipal. Se volvió parte de la historia oficial y se determinó su celebración en la última década del siglo XX; desde entonces, asistimos al desfile celebratorio como una nueva tradición. 
La construcción del relato y su institucionalización cumplió con el propósito de ubicar en la historia a una población. No sólo la ubicó temporalmente, sino que “heroiza” a los fundadores que, en el relato inicial eran dos –Ruy Vanegas y Suer de Navas–, a los que se le sumará luego un tercero, Martín de Amoroto. El propósito de dotar de sentido histórico e identidad se cumplió a cabalidad, como se puede leer en las redes sociales cuando al cuestionamiento de la celebración en 2019 de los 500 años de fundación y la exigencia del acta fundacional por parte de un usuario en las redes sociales, en la página de Facebook Supía 500 años, creada exprofeso para ese acto celebratorio se señalaba: “No queremos entrar en un debate de la fundación de Supía mediante un acta, si estamos seguros de la presencia de terratenientes españoles como Ruy Vanegas, Martin de Amoroto y Melchor Suer de Navas en el año de 1540 cómo reposa en los archivos de Popayan(sic), que evidencian la presencia e inicio de comunidades en nuestro territorio..... y eso es lo que queremos enaltecer a través(sic) de este movimiento ciudadano”.(https://www.facebook.com/Supia500Anos/posts/2363911807013570?hc _location=ufi)
Tanto en el relato inicial como en la defensa actual la debilidad argumentativa y factual para justificar la invención fundacional es evidente. Obviamente los lugartenientes – muy diferente a hablar de “terratenientes”– de Jorge Robledo, estuvieron en la fundación de Santana –luego llamada Anserma–. Como lo señalo en un texto de mi autoría aun inédito:
Robledo en su primer recorrido había fundado presurosamente Santana[1] en agosto (15?) de 1539 como una manera de posesión territorial y de avanzada militar. Después fue la “pacificación” de los territorios aledaños que formaban la denominada provincia indígena de Humbra, que los españoles denominaron provincia de Anzerma. Con una combinación de sutileza, ingenio militar y estratégia guerrera, Robledo acometió el sometimiento de todo el territorio; mandó a Melchor Suero de Nava, uno de los alcaldes ordinarios de Santana, a conquistar las provincias de “Caramanta y Cori e Buritica”, como efectivamente hizo en setenta días, el mismo Suero “visitó todas las provincias de Anzerma e los siñores e caciques della”; Ruy Vanegas a Guarina, y personalmente Robledo a los farallones de Appia. Los tres a su regreso sofocaron la rebelión del cacique Ocuzca, que pretendió destruir la nueva fundación. Luego de la rebelión envío a Ruy Vanegas a que pacificara los Pirsa y los Soppia (sic): “...lo cual no fue fácil, por haberse puesto en armas los pirsa, valiendose de hoyos y púas contra la ventaja de los caballos, en que cayeron otros aunque conocido el ardid y castigado el atrevimiento el otros encuentros que precedieron, hubieron de admitir forzadamente la paz” (Fernández de Piedrahita, 1973, p. 352)  
En ese instante, incierto en términos de fecha precisa, al menos el mes, la conquista española entró por el suroccidente a la Provincia de Zopia, con el carácter de una acción “pacificadora”. De ello no quedó rastro de ninguna acción fundacional como se ha aseverado hasta el momento, pero ese momento marcó y cambio profundamente el futuro de sus relaciones espaciales, territoriales y socioculturales, con el establecimiento definitivo de los conquistadores españoles y la subordinación territorial de Supía a la ciudad de Santana, erigido en primera instancia en el epicentro militar y posteriormente en el centro político-administrativo de la provincia de Anzerma, de la cual entraron a formar parte los territorios aledaños al río Supía, es decir, la comarca que pertenecía a la tribu de los zopías. 
Los tres señalados fundadores de Supía nunca estuvieron juntos allí. Fueron lugartenientes de Robledo y parte del Cabildo, la recien implantada institución que regía, ordenaba y controlaba los territorios que pertenecían a la ciudad fundada, esto es, Santana; así que uno de ellos, Ruy Vanegas, fue a tierras del valle de Pirza y al territorio contiguo de los “Soppia” a someter a sus habitantes para beneficio de aquella ciudad. La denominada “pacificación” era el sometimiento militar, que involucraba armas de fuego y perros especializados en despedazar los indígenas; como también castigar –torturar– el “atrevimiento” de defenderse y evitar su sometimiento. Los supuestos “héroes” fueron los que asesinaron y luego redujeron en encomiendas a los sobrevivientes, para que trabajaran para tributar a la corona, los propios conquistadores, a la vez que los alimentaban. Supía entró al sistema espacial y económico de la Conquista española no por un acto fundacional de población sino con la figura de las “encomiendas” que tributaban al centro urbano fundacional de Santana que, para el año  de 1559, eran dos: la de Pirsa, entregada a Gómez Hernández – conquistador y poblador de esta provincia y del Chocó–, con 400 indios encomendados, y la de Supía, entregada a Lucas Dávila–conquistador y poblador– que igualmente, de acuerdo a los censos, tenía 400 indios encomendados.
Entonces ¿qué celebramos el 2 de febrero de cada año? ¿un acto fundacional que nunca existió? ¿el sojuzgamiento militar y sometimiento económico de las poblaciones indígenas nativas? ¿por qué celebrar la heroicidad de los conquistadores y el aniquilamiento nativo?...o, como se señala en la página de Facebook, la supuesta evidencia de “la presencia e inicio de comunidades en nuestro territorio”, como que si tal cantidad de nativos asesinados y los sobrevivientes encomendados no fueran una comunidad que ya existía con su cultura, sus formas organizativas, sus dinámicas productivas y territoriales. Entonces lo que aparentemente celebran algunos es la llegada española al territorio “Soppia”, su imposición y configuración territorial posterior. Seguimos glorificando el conquistador y negando parte fundamental de la razón de ser como pueblo, sociedad y comunidad. Los sectores subalternos no tienen espacio es ese relato heroico fundacional.
Toda comunidad, sociedad o nación requiere sus relatos fundacionales. Las tradiciones son fundamentales en eso que Benedict Anderson llamón “comunidades imaginadas”. Pero estas relatos y tradiciones deben ser incluyentes y apegarse a una construcción discursiva próxima a la realidad y “verdad” histórica, lo que poco a ocurrido en el caso supieño. Debemos agradecer los aportes iniciales que se han hecho en la construcción del relato, pero tenemos la obligación de revisarlos y cuestionarlos a partir de los aportes investigativos, la fundamentación teórica, el trabajo de archivo y las nuevas evidencias aportadas por las fuentes. Pero no podemos quedarnos en reiterar hasta la saciedad “tradiciones inventadas”.

Bibliografía:
Lucas Fernández de Piedrahita, L. (1973). Noticia Historial de las Conquistas del Nuevo Reino de Granada, Volumen I. Bogotá: Ministerio de Educación Nacional-Instituto Colombiano de Cultura Hispánica-. Ediciones de la Revista Ximenez de Quezada, Editorial Kelly.
Hobswam, E. (2002). La invención de la tradición. Barcelona: Editorial Crítica
Tovar Pinzón,  H. (1993). Relaciones y Visitas de los Andes S XVI. Santafé de Bogotá: Colcultura - Instituto de Cultura Hispánica, Tercer Mundo Editores.
Zapata Bonilla, J. E. (1980). Historia de Supía. Manizalez: Editorial Rodrigo Ltda.

Medellín, 2 de febrero de 2019.




[1] “...e dixo ansi al dicho iscrivano que le diese por testimonyo cómo allí  fundava en n(ombr)e de su magestad e del señor governador la cibdad que se llamo Santana e la yglesia mayor Santa María de los cavalleros...”. Relación de lo que subcedio en el descobrimyento de las provincias de Antiochia, Anzerma y Cartago y las cibdades que en ellas están pobladas por el S(eno)r Capita(n) Jorge Robledo” (Tovar Pinzón, 1993, p. 241). 

LA CIUDAD QUE SE FUE / Darío Ruiz Gómez




LA CIUDAD QUE SE FUE
Darío Ruiz Gómez
Cuando hace treinta años la ciudad comenzó a ser el escenario de esa mayúscula pesadilla que fue la violencia del narcotráfico, las autoridades de entonces al inicio de esta violencia recurrieron al fácil sofisma de que “no había de qué preocuparse ya que esos crímenes  eran entre bandas rivales  y por consiguiente el ciudadano nada tenía que temer”. Rápidamente  la espiral de crueldad y sevicia nos comprobó  que no era cierta esa disculpa  ya  que rápidamente los derechos del ciudadano  fueron descaradamente atropellados. Me refiero al derecho a circular libremente, al derecho inalienable a vivir sin temor, al derecho a la vida comunitaria. El ciudadano fue abandonado a su suerte ante  la desmedida capacidad de intimidación  de las fuerzas del mal, desaparecieron  el espacio público,  la cultura de la noche, en una medida tan trágica que nunca, en la  aparente paz que siguió,  fuimos capaces de  hacer  la  crítica sobre el significado de ciudad,  sobre lo que  el sufrimiento de las familias destrozadas supuso hasta convertirse en cicatrices que cada ofendido disimula con ese pudor que caracteriza al justo. La mayor  tarea a cumplir por parte del Gobernante de una ciudad no es otra  que  la recuperación  de los espacios para la vida cotidiana  pues  es desde la vigencia  del  intercambio social desde donde  podrán cobrar significado  los planteamientos sobre planificación,    esparcimiento, educación ya que  solamente así tendrán justificación  también  las obras públicas  y podrá pensarse en enfrentar  debidamente a la nueva patología social.  Esto supone  la tarea de derribar las murallas que se oponen a  la  pluralidad social, a la existencia  de una ciudad mestiza,  recuperando la intensidad cívica de la vida  agredida  de la  comunidad y oponiéndose al terror que se ejerce contra la  ciudadanía. Es lo que llamamos un proyecto  urgente  para una ciudad más compleja, más desgarrada, brotada  de la presencia  de distintos  actores   ya que lo que puede venir con las nuevas  agresiones   al territorio  urbano es lo que  Loic Wacquant señaló en sus extraordinarios estudios sobre el gueto  o sea el hecho palpable  de que los  guetos   se han  consolidado  como  “otras ciudades”  respecto  a  la llamada ciudad del progreso y de este modo muchos  de  estos  territorios  permanecen  bajo la autoridad impuesta por las organizaciones criminales  e incluso  puede hablarse hoy de que esas  otras ciudades  dentro de la ciudad están en guerra abierta contra la ciudad  como lo comprueba la inseguridad creciente. ¿Qué podría suceder en una tierra de nadie determinada por las fronteras invisibles y bajo la economía impuesta por estas organizaciones?   Es lo que Bernardo Cechi califica como la “injusticia espacial” que en nuestro caso se expande, además, por las terribles desigualdades  que crean  las alianzas del dinero  del narcotráfico con la nueva especulación inmobiliaria, lo cual supone   la fatal desaparición de  la posibilidad de controlar y racionalizar  el crecimiento desmedido, las invasiones dirigidas,  mientras  silenciosamente  se tugurizan  calles y espacios de la ciudad tradicional que al carecer de protección son infiltrados por estos nuevos y desafiantes  poderes. ¿Han visto desde el aire el anillo de miseria que rodea a la Cartagena turística? ¿Han visto la miseria y la exclusión de Ciudad Bolívar? ¿Han visto la apabullante miseria del  Terrón Colorado  caleño?   Bajen la mirada porque todo  lo que rodea a Medellín son  estas ciudades  secuestradas y para siempre  en obra negra. Por esto las publicitadas  “obras de progreso” no pasan de  ser maquillajes puntuales.