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JUVENAL VILORIA
ROMERO
I VILORIA ABRIÓ LOS OJOS EN LA CUNA
PICOTERA
Por Orlando
Ramírez-Casas (Orcasas)
El barranquillero modula en ráfagas
de letras “tragaás, ¡miejdaaa,
o´jodddaaa!”, igual que el tema que ofrece “ron pa´l que está sentado”, pero los oídos cachacos creen oír “Rompa el que está sentado”, y eso explica
por qué Viloria no tituló su composición “La
hamaca rayada”, sino “La hamaca rayá”.
Juvenal Enrique, un enjuto hombre de
piel curtida y 1.65 mtrs. de estatura, al que su delgadez hace ver más alto, fue
acunado en la Barranquilla natal por el sonido alegre de la música caribe que
salía de los picós; la institución fiestera de la tierra currambera cuyos
dueños, llamados picoteros, dan lo que sea por tener un disco de su
exclusividad. Pick up significa tocadiscos y se asemeja al picoteo de las aves
al clavar la aguja en el disco y volverla a levantar. Orgullosos de sus aparatosos
pick ups forrados de luces, les ponen nombres como decir “El rey del Bronx”, “El Isleño”,
“El Coreano”, y otros.
El día 31 de diciembre de 1938 la
gente parrandeaba en Barranquilla despidiendo el año, pero Ana Cristina Romero
Atencio, la madre, se retorcía con dolores de parto recibiendo a Juvenal
Viloria Romero, que nació de manos de una partera entre la alegría del barrio Montecristo,
y mientras abría los ojos al mundo los picós sonaban por doquier a volumen
venteado. Treinta años de vivir en el barrio Gerona de Medellín no le han
borrado el acento costeño que tiene desde entonces.
Tiene ancestros extranjeros. “Mi abuelo paterno era español, y mi abuelo materno
era cubano. De ellos me viene la música porque tocaban y fabricaban
instrumentos. Pero también de mi abuela materna que era palenquera descendiente
de esclavos africanos y cantaora de alabaos y lamentos a golpe de tambor en
fiestas y velorios”. Desde que soltó la lengua se le oyó cantar, y gracias
al talento que le fluye en la sangre no tuvo dificultad en tocar “una flauta que me regaló Crescencio Salcedo,
amigo de mi padre”. Pero no aprendió a tocar profesionalmente para
desenvolverse en la vida como músico, ya que “apenas llegué a utilero de orquestas. Aunque don Otoniel Cardona Urán
de Discos Victoria me montó mi propio grupo llamado Don Juve y su banda. Tengo
alrededor de 27 canciones grabadas con mi voz”.
Siendo niño una palenquera, paisana
de su madre, pasaba por las calles barranquilleras pregonando la venta de “alegrías”, como se denomina un dulce apelmazado
de coco, azúcar, ajonjolí, y maní; endulzado con piloncillo o azúcar morena;
que fabrican en El Palenque de San Basilio. “Mi hermana me retó a que le hiciera una canción a la palenquera para
que nos regalara sus alegrías. Era una negra sabrosa, y yo le hice ese pregón
en ritmo de calipso, que fue mi primera composición”. No sabe solfeo, no
sabe leer o escribir notas en partitura, y no toca ningún instrumento; pero la
melodía y el pregón se le vinieron a la cabeza y se ganó el derecho a tener
dulces gratuitos por muchos días. “No
irás a decirme, Juve, que ese fue tu primer amor”, comenté. No lo fue, pero
la negra Antonia Cañate sí fue la causante de que Santiago Viloria Morales, su
padre, se fuera tras ella y dejara a su familia.
Acerca del pregón “El pistacho” (“¡Manicerooo, aquí va el maní!; ¡Manicerooo, aquí va el pistacho!”)
cuenta el coleccionista Carlos dj1963 que “Evaristo
Pinedo, picotero del Isleño, en su momento le vendió este tema a Concepción
`Conce´ Hernández, propietario del pick up `El coreano´, por una gran suma de
dinero; diciéndole que era exclusivo y que lo había traído del extranjero.
Luego Concepción se enteró de que había sido grabado en Colombia por el
inventor de la champeta, maestro Abelardo Carbonó, y Conce quedó viendo un
chispero. Desde ahí bautizaron a Evaristo `el pistacho´ Pinedo”.
Para cuando el padre se fue de casa,
ya no vivían en Montecristo sino en Barrio Abajo, pero la madre lió bártulos y se
fueron a vivir a Barrio Arriba con Juvenal de 12 años. “Ustedes venían de menos a más, hombre Juve”, le dijimos. “No, home, qué va, ¿Sabe comu´é, cachaco? Fue
de máj a menoj”. Entonces contó que Barrio Arriba, “por Shanghai”, era una zona de tolerancia a la que apodaban el
barrio chino y estaba habitada por prostitutas francesas desplazadas de la
segunda guerra mundial, que hablaban bien la francolengua nativa, machacado el idioma
español, y perfecto por señas el del sexo, que es un lenguaje universal. El día
en que llegaron al barrio chino la ex mujer de Viloria y sus dos hijas mayores,
con el chiquillo, fue inolvidable porque dos prostitutas se enfrentaban en
duelo a cuchillo venteado, prendidas de las puntas de un pañolón, dispuestas a
llevarse una la vida de la otra. “Pelearían
por hombres, supongo”, le dijimos. “Homeee,
no. La pelea fue por un lío de marihuana que a la una se le esfumó y la otra se
fumó. La pilló por el olor dulcete, la saliva gruesa, y los ojos enrojecidos.
Escúlqueme, si quiere, bufoneó la ladrona, pero la dueña sacó un cuchillo y se
dispuso a acomodarlo en el enmarihuanado corazón, por entre el resquicio de las
costillas”. Con semejante bienvenida, la madre casi sale despavorida para otro
lado, pero Juvenal ya había olido que en ese lugar había un mundo que él quería
conocer y se enfrentó a la vida como mensajero de burdeles, familiarizándose
con bandidos y prostitutas francesas, entre ellas una bella treintañera (“Para sejte sincero, home cachaco, todaj laj
francesaj eran bellaj. Ahí no había ni qué escogé”) que puso sus ojos en el
que ya era un muchacho espigado “y de
buen ve, compa, de buen ve” al que convirtió en amante corriendo el riesgo
de ser procesada por corrupción de menores. Él tenía 14 cuando ella le parió el
primer hijo “que se llevó a Hamburgo, y sólo
sé que se llama Enrique Juvenal Viloria Pizziotti”. Teotiste, la francesa
de apellido italiano, era una mujer culta que leía poemas y tocaba el banjo
para acompañar canciones que cantaba con buena voz. “Cuatro años vivimos juntos, y fue ella quien me enseñó a leer porque yo
sólo vine a estudiar en la nocturna el quinto de primaria, después de que Teo se
fue a Alemania”. Ella le enseñó a leer, pero empezó a celarlo hasta con la
sombra y se volvió pesada para un muchacho de 16 que en lo económico no tenía
necesidad de trabajar porque ella lo mantenía, pero en lo afectivo era un ave
que ansiaba volar y no atarse a un solo amor por el resto de la vida.
Más de una docena de hijos tuvo Viloria
por ahí regados: Uno, el de Hamburgo; dos, en Cartagena; tres, en Santa Marta;
cuatro, en Barranquilla; “y otro en Venezuela,
cachaco, mientraj duraron mij correríaj”. Eso da once, pero completó quince
con dos que tuvo Rosario cuando Juvenal había sentado cabeza en Medellín, donde
piensa morir y dejar en reposo las cenizas; y otros dos con la única mujer que
pudo arrastrarlo hasta el altar. “¿Cómo
viniste a parar a tierra paisa?”, preguntamos. “A Medellín, desde mediados del 70, por la música. Enviudé de mi segunda
mujer que me dejó con cuatro huérfanos y Rosario, la tercera, con quienes me
vine a poner un restaurante en Barrio Triste; pero con el tiempo las cosas se
vinagraron porque se volvió llevada de su parecer y yo del mío. Entonces apareció
Luz Marleny Gaviria, la cuarta, una paisa veinte años menor que yo que me
sedujo con su bailado de trompo, y me animé a calentarle el oído. En 1985 nos
casamos por la Iglesia, y ya hace 28 años de eso. Tener ella 27 y yo 47 no fue
inconveniente para que me aceptara, y aquí vamos. Mi hija vive en Estados
Unidos y es madre de ese niño de 6 años, el nieto que nos acompaña; y tenemos
un hijo de 12 que está estudiando. Es el último porque no hay cama pa tanta
gente”.
II. VILORIA AL FIN SENTÓ CABEZA
En sus comienzos Viloria Romero se
paseó por los barrios bajos de Barranquilla, pero mucha agua ha corrido bajo el
puente en los 75 años que cumplió en Medellín este diciembre de 2013, cuando va
completando 340 composiciones registradas que se iniciaron con aquel “Pistacho” que compuso a los 8 años. “La última vez que hice cuentas iba como por
334 o 336 cuando Gaviria era presidente”. Más de 20 géneros abarcan sus
composiciones que pasan por el porro, la gaita, la cumbia, el bolero, el tango,
el son flamenco, el twist, el paseo vallenato y otros. “Vea, le digo con toda franqueza. Por muy buena voz que tenga un
cantante no es na, si no tiene compositores que lo respalden”. Es
innumerable la cantidad de amigos que le ha dado la música, colegas con quienes
se ha codeado, y nos habla de Pacho Galán, de José Barros, de Edmundo Arias, de
Marco Rayo, de Gustavo Quintero, de Nelson González, de Luis Felipe “Don Filemón” González, de Pepe Aguirre,
de Alberto Podestá, de Joe Arroyo, de Julio “Fruko” Estrada, y más, y más, y más. Eso para hablar de los que
tuvo amistad estrecha, porque hay otros con los que se conoció en eventos
profesionales y lo ayudaron, como decir Yamid Amat, Rocío Durcal, Shakira, y
muchos otros.
“Veo,
hombre Juve, que Rodolfo Aycardi también grabó tu música”, le dijimos. “Yo conocí a Rodolfo cuando era un muchachito
de unos 13 años nacido en Sincé, Sucre, y salió a cantar como espontáneo en un
negocio de fiesta y baile que yo tenía. Me gustó y le recomendé que viajara a
Medellín donde estaban las casas grabadoras. Fue mi amigo hasta sus últimos
días en que yo era una especie de paño de lágrimas para sus vicisitudes del
alma, puesto que en lo económico él hubiera podido vivir de sus regalías si las
hubiera administrado con juicio”.
Esto dio pie para que le hiciéramos
una pregunta: “Entonces, viejo Juve, ¿un
músico puede vivir de sus regalías?”. Él sonrió. “Vivir sí puede. Yo vivo. No como un potentado, pero vivo de una
asignación mensual que me da Sayco por ser autor de composiciones clásicas y
unas regalías de unos pocos pesos que me llegan una vez al año pero que me permiten
atender a mis necesidades”. Su música le ha dado algo de dinero, algo de
prestigio, y muchas satisfacciones.
Una composición de Viloria que causó
impacto en la voz del venezolano Pastor López, con sus compatriotas Nelson Henríquez
y su Combo, fue “La hamaca rayá” (“Me mezo para allá, me mezo para acá… la
hamaca de rayitas yo no la puedo dejar… y puedo decirles que sí sirve”).
Pero tal vez la composición que más
renombre le ha dado es “La saporrita”
(“Siempre que yo voy a un baile, me busco
una saporrita y, para reponer la entrada, bailo la noche enterita”).
“¿De
dónde surgió ese tema, maestro?”, preguntamos a Juvenal. “Bueno”, nos contestó, “No está en el diccionario. La inventé, en
vez de sapita, para referirme a una muchacha baja y gruesa que baila bien; y
tiene que ver con eso de que uno va a los bailes picoteros pagando el valor de
la entrada y encuentra muchachas altas y bonitas que todo el mundo quiere
bailar y se creen la última gaseosa del desierto. Yo prefiero una gordita cariñosa.
El título es original, pero he oído una gaita llanera, de Ovidio Rivera,
titulada Mi saporrita; y creo que ese título se inspiró en el mío”.
Los venezolanos Nelson (González) y
sus Estrellas fueron un fenómeno de popularidad en Colombia, y vinieron con el
cantante Luis Felipe “Filemón o Felo”
González, hermano de Nelson. “Vea, usté.
En 1973 yo le entregué La Saporrita a Filemón en el Hotel Prado durante los
carnavales de Barranquilla, y el vio de inmediato que iba a pegar duro por lo
que resolvió sacarlo para diciembre pero con su propio grupo de “Don Felo y su
banda”, lo que causó rompimiento con Nelson. Luis Felipe lo volvió un éxito en
Venezuela con su grupo La Súper Banda de Filemón. Es mi amigo, y reconoce que
La Saporrita es el tema que le ha dado mayores satisfacciones”.
Juvio, como le dicen en familia,
habla con afecto de un disco “Que me
grabó Joe Arroyo en Discos Fuentes incluido en un long play titulado El Negro
Chombo”. Se trata de su tema “El
pescador”, pero aclara que “no me lo
vayaj a confudí con otroj del mijmo título, Cachaco”. Es aquel que dice que
“Hace frío, tengo sueño, /se lamentaba un
pescador… /Era un morenito isleño, /parecido a mi color… /comentaba el
pescador… /comentaba su dolor… /a la orilla del mar”.
Maestro Juve, le decimos, hay dos o
tres composiciones en las que aparece usted compartiendo autoría con Alejo
Durán, como decir “Compadre Pancho” y
“Susto mañanero”… La mención del
juglar vallenato puso nostálgico a Juvenal. “Alejo fue mi maestro, un padre, un amigo que me engrandeció con sus
consejos. Hizo ese trabajo e incluyó esas composiciones mejoradas con sus
arreglos, pero son mías porque todas mis composiciones, bonitas o feas, llevan
la letra y la música que yo les pongo”. Tanto aprecio le tuvo, que compuso
un paseo vallenato en su homenaje titulado “El
vallenato mayor”, disco grabado por el cantante Iván Villazón (“Famoso fue el negro Alejo en toda su vida.
/Fue la primera corona que dio el Cesar”).
En una lista tan prolífica de
composiciones, como las que Viloria tiene catalogadas en su listado, es difícil
abarcar toda su discografía; pero mencionaremos algunas que han tenido particular
notoriedad:
Camisa
floriá –floreada–, El coche, El compadre Pancho, Cumbianita, El gallo moro, El
granjero, La hamaca rayá, La palmita, El pescador, El pistacho, La rapiña, La
saporrita, El vallenato mayor, Susto mañanero, Vieja corraleja…
“Y,
¿Cuál es la última, maestro Juve?”. Se queda pensativo. “La última, no sé. Aún no llega. Pero la más
reciente apenas le he tarareado la melodía a un amigo para que monte la pista
en su organeta, y por aquí tengo la letra que me perdonará que sea patoja”.
Es un tema que compuso la semana pasada cuando los camarógrafos de Tele
Antioquia visitaron el barrio Gerona, donde vive, para emitir el programa “Camino al barrio”. La joven Juliana
Arias Saldarriaga es la presentadora y Viloria, al verla, puso en la voz su
tono más engolado y con mirada y gestos de crooner la señaló con el dedo como
si fuera una batuta mientras cantaba el tema de autoría e interpretación del
dominicano Cuco Valoy:
Te
escribo esta carta, Juliana, /para que sepas de mí /y sepas cómo me encuentro /sólo
por quererte a ti… /Juliana, ¡Qué mala eres! /¡Qué mala eres, Juliana!
La chica protestó:
– “¡Ay, no, todo el mundo me la dedica. Me
tienen cansada porque yo no soy Juliana, la mala; sino Juliana, la buena!”.
– “Ah, en ese caso –dijo el músico– no volveré a cantarle a la mala sino a la
buena. Cuenta con eso”.
Promesas de músico. Hay quién dice
que no hay que creer en ellas pero él cumplió, y esta es la letra de “Juliana, la buena”, el son caribe que le
dedicó:
Estribillo: Fíjate, ¡qué menequeo /el que tiene esa mujer!, /pa que no sigas
diciendo /que Juliana mala es.
Canto: Por el camino del barrio /de Gerona, en un fiestón, /pude charlar con Juliana/que
hacía televisión. /Le dije: “¡Qué mala eres!”. /Lo dije de vacilón. /Me dijo:
“Yo soy la buena, /no la de aquella canción; /no, señor”. / Me pidió que tenga en cuenta, /y que cambie
mi expresión; /Juliana es mujer inquieta, /le gusta la locución, /bonita,
graciosa, esbelta. /Para ella es este son.
Estribillo: Fíjate, ¡qué menequeo /el que tiene esa mujer!, /pa que no sigas
diciendo /que Juliana mala es.
Canto: Qué cosas tiene la vida… /En Gerona me encontró /andando con la familia
/de la televisión. /Juliana me preguntó /los pasajes de mi vida, /la
teleaudiencia lo vio… /¡Ay, vecinos de Gerona, /un abrazo con amor!
Estribillo: Fíjate, ¡qué menequeo /el que
tiene esa mujer!, /pa que no sigas diciendo /que Juliana mala es.
No sabemos qué futuro le espere a este
tema que ha compuesto el maestro autodidacta Juvenal Viloria pero, como le ha
pasado ya muchas veces en la vida, de pronto encuentra un buen arreglista y un
buen intérprete que vistan con traje de luces esta inspiración suya y la conviertan
en otro éxito surgido de uno de los muchos episodios pasajeros en su trajinar
por los caminos de la vida.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)