Jaime Guevara
LA COMODIDAD MORAL
Darío Ruiz Gómez
Permítanme que
recurra de nuevo a Thomás Paine esa insigne figura de la Revolución
Norteamericana quien fundamentó la democracia moderna: “Esas palabras
“templado” y “moderado” atañen o bien a la cobardía política, o bien a lo artero, o bien a lo
seductor. Una cosa moderadamente buena no es tan buena como debería ser. Tener
un carácter moderado es siempre una virtud, pero ser moderado en nuestros
principios siempre constituye un grave vicio”
Es lo que lo que llamamos las
almas tibias, esas que son incapaces de condenar explícitamente la violencia o el ultraje contra la sociedad indefensa y por
pura cobardía prefieren quedarse en una condenable imparcialidad esperando que la justicia con su
inmensa burocracia se decida a pronunciarse
algún día sobre los grandes agravios de los malhechores contra la ciudadanía . No
hay que confundir la bondad con la bobería. “Las personas que se suscriben a una u otra clasificación –recuerda Marisol
García de Yegüez, lo hacen por motivos principalmente políticos, más que
éticos. Y lo político no toca el fondo del problema que es de índole moral, ya
que la crisis actual es de valores y los valores deben ser el fundamento de todo actuar
humano” Si el asesino(a) que,
naturalmente sustituyó los valores por el mesianismo político para el cual lo
único importante consiste en lograr sus objetivos sin detenerse a pensar en las
graves consecuencias que conlleva toda acción armada, es erigido en juez y
parte de los desastres que él mismo causa
¿ Para qué entonces la presencia en unas conversaciones de Paz de la Justicia
que supuestamente actúa en defensa de
las víctimas? Los impávidos genocidas
sentados plácidamente en una farsa de mesa de conversaciones, imponiendo
su repudio de los valores a los
representantes de una sociedad que está a la espera precisamente
de que los criminales sean
condenados. ¿Si no hubiera valores cuál podría ser en unas conversaciones de
paz entre asesinos y farsantes el valor de la palabra? ¿En qué país viven los cristianos, los anabaptistas, los
budistas, los ateos, los masones cuya “moderación” en medio de esta vorágine de sangre ha
terminado por hacerlos cómplices del enemigo? Fíjense que estoy haciendo
consideraciones sobre el porvenir del lenguaje y sobre el hecho de que en un
lenguaje falso a ningún acuerdo puede llegarse pues toda responsabilidad con lo
acordado ha sido negada de antemano. Insistir en la ofensa de convertir a
criminales en jueces de paz necesita de nuestra insistencia en oponerse a ello.
O, todos ellos
especialmente los masones que lucharon
por nuestra libertad en el siglo XIX ¿No
saben hoy que la libertad continúa siendo un valor definitorio de la comunidad, que la
fraternidad es un valor que nos hace integrantes de un destino común? Bulle el
ambiente electorero, nombres, patrañas, codazos, acuerdos de conveniencias pero
en ningún momento un solo pronunciamiento sobre la lacra
de las poblaciones desplazadas, sobre el atropello a la Justicia, sobre las
patadas a nuestros valores como si la clase política –cada vez más mañé, más
hortera- instalada en el metaverso
careciera de la facultad de comprender que, solamente desde los valores, es
posible referirse a un cambio social, a una nueva democracia.