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34 Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico:
La Toma
Gloria y caída del Barrio La Toma
Víctor Bustamante
Para Luis Fernando
González Escobar
De suyo, el nombre de La Toma, es neutral, no refiere la
adopción de un nombre extranjero como es el de Medellín mismo, que con el
tiempo hicimos nuestro. Tampoco refiere a la fracción de Belén, ni a Robledo,
ni a Aranjuez, ni a Buenos Aires, ni a Boston, ni a Prado, menos a Guayaquil;
nombres extraños al ámbito local. No, no, La Toma es ese nombre local dado por el
imperio del gusto popular, apocope de La Bocatoma, para referirse a la Quebrada Arriba, que aún persiste a pesar de
los diversos cambios en la topografía citadina, y que ha permanecido intacto hasta
ahora, hasta que el plan parcial con su eufemismo lo destroce.
En 1860 la avenida La Playa llegaba hasta Los Naranjitos, una
cuadra arriba del Puente de Córdoba, desde ahí hasta la Quebrada Arriba, existían arboledas,
solares llenos de rastrojos, casas humildes con techos de paja donde las
familias convivían con anímales domésticos: perros, cerdos y gallinas. Entonces
la quebrada Santa Elena era esplendorosa con sus charcos cristalinos; uno de
ellos muy visitado, el de Las Perlas. De allí partía una canoa donde tomaban el
agua para uso en los hogares.
Con el tiempo y la destrucción de su hábitat, la quebrada perdió
una tercera parte de su caudal. Además, sus orillas y su cauce, fueron ahondándose
debido a una razón de peso, empezaron extraer la arena y las piedras para otras
construcciones.
También allí se situó la primera planta eléctrica de Medellín.
Desde de 1895 la Compañía de Instalaciones Eléctricas del Distrito de Medellín,
aprovechaba el caudal de la quebrada Santa Elena y sus afluentes, La Castro y la
Santa Lucía, en el paraje Las Perlas. Fue toda una aventura traer las máquinas
en barco desde Nueva York, luego recorrieron tramos en tren, carros de bestias
y hasta presos enganchados de la cárcel.
En 1895 las bombillas brillaron por primera vez en Medellín,
no como alumbrado público sino como servicio para algunas familias privilegiadas.
Durante la crisis económica de comienzos del siglo XX, luego de la guerra de
los mil días, la compañía fue controlada por la familia Echavarría, dueña de
Coltejer en 1907, que consumía casi la mitad de la energía.
El alumbrado público, luego de protestas de la ciudadanía
ante la injerencia de la textilera, se inauguró en 1898 a las siete de la noche,
con las visitas de personas de varios municipios. 150 bombillas de arco en el parque de Berrio, ante
una multitud de personas ampliaron la noche en la ciudad. Un ingeniero español
José María Zapata era el responsable de este proyecto; traído desde Nueva York
se convirtió en una eminencia.
Pronto olvidamos que desde allí, desde La Toma, también se
generaron los vatios suficientes para crear la primera base industrial de la ciudad.
No solo Coltejer, el Molino Caldas de Coroliano Amador para triturar chocolate
y después trillar café, en otra construcción aledaña, proveniente de su
hacienda el Corcovado, sino que también se crearon otras fábricas, ya fuera de
jabones y empresas menores, y más allá, por los lados de Ayacucho, la cervecería Tamayo.
Aquí, junto al Puente de la Toma, el de madera y techo, el
sector también se llamaba Campo Alegre por una cantina, punto de referencia. Allí
la pasaba Abel Farina, inmerso en su poesía, y, por supuesto, también siguió
yendo a La Gironda en el mismo paraje. Allí el poeta en el letargo de la ciudad,
entre el agua de la Santa Elena y el verde de las montañas y el licor, a veces
con Tartarín, pensaría que vivía en Francia, y no solo eso, crearía esa música interior
de su poesía que tanto admiraría León de Greiff, su amigo, y también escribiría
algunos poemas en francés, mientras soñaba con el simbolismo y abandonaba su
carrera de abogado.
Coroliano Amador, lejos de algunos tramposos empresarios antiqueños,
por el año de 1872, reconstruiría el camino hacia Rionegro y vendería a su alrededor,
lotes para edificar casas, ofreciendo agua y materiales de sus haciendas
aledañas.
Por esta calle, la 51, que era al camino Medellín Rionegro, caminó José María Córdoba para encontrarse con Francisco José de Caldas. Luego,
mucho tiempo después, las hordas de trabajadores de Coltefábrica le daban vida
como núcleo obrero, bullicioso y parrandero, para solo citar algunos eventos
separados en el tiempo, mostrando así su prosapia y no la simple calle de ahora,
ampliada para el señor de la posmodernidad que es el auto, y, por supuesto, esquelética y sin prosapia
como se pretende.
Por La Toma quedaba la última Calle de los Indios, los Paucares; estos habitaban una curiosa vivienda de dos piezas con tabiques, casi sobre la
Santa Elena, construida con cañas de maíz y estacones de sauces. Indios que
luego fueron educados y absorbidos por el medio, que no solo los entronizaría
en la educación y en el medio social desde lo bajo, sino que les esquilmaría su
dignidad.
Carrasquilla menciona algunos medellinenses de mundo que se
iban por la Quebrada Arriba a divertirse en casas de mujeres alegres, madamas
del sexo, y a tomar chicha; otros olvidaron que la idea inicial era proseguir
con la Avenida La Playa hasta arriba casi hasta Bocaná. Otros historiadores y
arquitectos se detenían a lamentar la pérdida de las mansiones de la Playa,
cuando la élite local, arribista y sin corazón, decidió irse para Prado, luego merodearon
por la ciudad hasta dejarla a su suerte. Pero La Toma, lugar humilde y de mala fama,
casi permaneció intacta, y cuando en la ciudad decimos intacta, es decir que fue
abandonada, hasta que hace pocos años una administración le dio por construir
la Casa de la Memoria. Y como siempre ocurre en las taimadas administraciones
una obra social, educativa; eso sí, con mucha publicidad, es la excusa preferida
para cambiar de fisonomía al paisaje citadino, aquí no hay nada que valga como referencia
al patrimonio, menos la certeza de saber que este era el Medellín inicial, la
ciudad a preservar. No, no, de ninguna manera, una buena excusa, como la Casa
de la Memoria, servía para menoscabar la credibilidad pública que a fin de
cuentas, por así decirlo, no le interesa su ciudad. Pero, es cierto, no me dejo
seducir por este tipo de proyectos, ¡que no!, este tipo de destrucciones con
buenas intenciones, luego de los titulares traen como consecuencia que el paisaje
ha sido alterado, que ese sitio, la primera ciudad en su entorno urbano, fue
golpeado de frente, y a que, en este sitio colocado casi a la fuerza, sus casitas
de más de cien años, humildes, fueran despreciadas por la traílla de urbanistas
de la mano de políticos trashumantes en su ideología, y su nuevo concepto de ciudad,
en apariencia porque las ganancias y la dulce morfina de sus utilidades es lo
que interesa a ese dúo dinámico y perverso entre la administración publica y
consorcios privados. De ahí que ni la historia industrial de la ciudad fuera respetada,
de un tajo siniestro Coltefábrica fue convertida en apartamentos para vivienda,
y un nombre que es un insulto, y una burla para nuestra historia, Villa telar.
De tal manera en este sector con una admirada historia y
presencia de lo popular se borró también de golpe el papel de las mujeres como trabajadoras
e iniciadoras de su liberación del hogar y de las cargas domésticas, para pasar
a formar parte de la clase trabajadora, así se deja de lado la ciudad donde
hubo un Patronato de Obreras, de ahí que para ellos, los que erigen túmulos
cinerarios con sus fastos, olvidaron que por esos lados las mujeres comenzaron
su lucha, su reivindicación. Es cierto bajo esa óptica, y la costosa y zanahoria
de la modernidad sin sosiego, y la inserción demagógica de la ciudad a los cauces
turísticos, Medellín se da el lujo de decir no, no aquí no ha pasado nada. Así,
de tajo, se borró un parte de nuestro ser medellinense.
No me seduce la Casa de la Memoria, un ente municipal erigido
por aquellos mismos que han dilapidado y callado ante la ignominia. El mismo Estado
con la cara de municipio celebrando lo que nunca fue capaz de prevenir, el crimen.
De esa manera con esta construcción en forma de ataúd, se lava las manos. ¿Por
qué lo digo?, desde ahí, desde las oficinas de los encargados de prevenir este
estado de cosas, se sabía lo de la Escombrera, lo de la Curva del Diablo, lo del río
Medellín como botadero de cadáveres y se sabe, aun lo de las fronteras invisibles
y las bandas en los barrios y del crimen organizado en la ciudad.
Pero algo es cierto, en La Toma habitaba, y aun habita a
grandes destrozos lo popular, y caminándola, la conocemos. La historia de la Quebrada Arriba como la llaman sus exegetas, y La
Toma como siempre la conocí, nunca fue escrita, es más, nunca se escribió una gran novela sobre ella,
por una razón de peso, nuestros escritores en la primera mitad el siglo pasado andaban muy ocupados en hacer política, y ser gramáticos. Luego del gran golpe de mano
Nadaísta, muchos pensaron que el llamado realismo mágico era el camino díscolo
y empedrado a seguir, y como no lo lograron bajo la férula casposa de la universalidad,
entonces llegaron a escribir toda la hojarasca literaria sobre la mafia local y
sus adláteres. Por eso La Toma y Guayaquil desaparecieron ante nuestros ojos,
su escritura, nunca urgente, se volvió historia, es decir, nada, hojarasca y
por eso nunca se escribió un gran libro sobre esos dos grandes sectores donde
lo popular dio mito a tantas creencias, a tantas ceremonias donde lo sagrado
como mentira fue profanado por la música y los poetas.
De ahí que desde fin del siglo XVIII hayamos olvidado que La
Toma fue habitada por músicos de renombre como Esmaragdo Díaz, que tocaba la
bandola junto a Félix Cano y Heliodoro Arroyave. También vivió el guitarrista Alejandro
Vélez, Rigoletto. Mucho más tarde por estas calles, sabemos que existieron
bailaderos de porro, tango, y también bares, como La Copa de Oro, El Barcelona, El Deportivo, donde llegaron tantos
futbolistas como el Charro Moreno, el Manco Gutiérrez, Pécora, Lanza, y otras cantinas
visitadas por Larroca, Armando Moreno, y, antes, el mismísimo Gardel. Y más
tarde viviría el tenor Jairo Villa. Luego la habitarían grandes bailarines y músicos
de la Orquesta la Italian Jazz, del Combo di Lido y de la Sonora Dinamita de Edmundo
Arias.
De tal manera La Toma no solo fue lugar de prostitución, de
casas de mujeres alegres permitidas en baja voz, con la ferocidad de los
bombillos llamando al placer con placé, sino que fue un enclave habitado por músicos.
Aquí por esta calle, la 51, caminó Alba del Castillo, nunca
una virgen al sol, sino una cantante soñadora. Por aquí Matilde Díaz habitó el
mismo sitio, una pensión casi intacta aun, pero luego de quince años y de vivir
en varios sitios de la ciudad, Lucho Bermúdez al irse con ella le compondría un
porro "Hasta luego Medellín". Donde lo festivo ocultaría el amor del compositor
por la ciudad. Lucho vivía en Medellín desde el 1948 hasta 1962 y Matilde cantaría
ese porro. También en esa misma pensión vivió Miguel Zapata Restrepo, godo a
ultranza en el periódico La Defensa, luego fue director de Clarín. Miguel Lenguas le dirían, por el poder de su palabra, por la sintonía
de Clarín el noticiero que paralizaba la ciudad que aseveraba, decir lo que otros
callan, a las doce y media del día. Luego Miguel Zapata se dejó tentar por la
política llegando a ser alcalde de Bello. Furibundo hincha de Cochise le escribiría
un libro, así como al obispo timorato Miguel Ángel Builes, y también su propia
historia como burgomaestre. Pero también perdería credibilidad, y sus amigos, los políticos,
le recordarían dándole su nombre al puente de la Aguacatala.
En este video, en esta memoria que nos calcina, Fadduil
Alzate, presidente de la Mesa de Patrimonio de Medellín, nos lleva de su mano
por el barrio de su niñez, no en vano su padre tuvo una tienda en el barrio. Él
conoce cada uno de sus rincones, de él sabe cada una de las personas que lo
habitó y lo que ocurrió en este barrio nunca pendenciero como Guayaquil, sino
de regusto popular, adherido a la historia misma de Medellín; es más, es el
Medellín inicial. En este barrio de dura ley, en este barrio deicida por sus músicos
y escritores que lo buscaron, tierno pedazo de Medellín, aún conserva su lejana
historia que trasluce a flor de piel en las palabras de Fadduil. Aún perduran
en su memoria el hecho de que por estas calles, y en una esquina de bohemia, se
encontraran Fernando Botero y García Márquez, Así como un capítulo olvidado de
García Márquez, quien vivió una temporada por estos pagos, antes de darle esa crisis
de soberbia: creerse el colombiano más ilustre.
Aquí, donde la Casa de la Memoria exhibe su fachada gris de
ataúd y concreto, Fadduil nos indica como quedaba un bar mítico, la Gran
Parada, también bailadero, con bellas
mujeres, donde llegó Daniel Santos, Rogelio Martínez, Edmundo Arias, José Barros
y el musicólogo Hernán Restrepo Duque que se quedó atrapado en esta música, que
luego él mismo refirió en Radio Lente, su programa radial, con tanta donosura.
También doña Elizabeth Montes, Presidente de la Junta de Acción
Comunal de La Toma, nos sirvió también de guía a través de las calles de este
barrio, ahora tomado, donde descubrimos los pasajes dentro de las manzanas, y, así mismo, nos amplió su visión de un barrio que no es de tan baja estofa y
de viciosos como se cree.
La quebrada Santa Elena, parte esencial de La Toma, corre por
el barrio y nos enseña el abandono, la inercia pública con la quebrada matriz
de Medellín, precisamente en el momento en que más burocracia oficial hay,
ineficiente, por supuesto, y más se habla
de conservar y mantener el medio ambiente. La quebrada corre hacia el río
Medellín antes de ser sepultada, antes de ser tapada desde el Pablo Tobón hasta
el río mismo, convirtiéndose en uno de los principales crímenes ecológicos de
la ciudad.
Como si no bastara, hace pocos años las mentes grises y
chatas de Planeación Municipal, permitieron que al puente en mampostería, aun intacto, le fueran tumbadas sus pretiles para ampliar su calzada, y pasar por ella la ciudad más educada.
Sí, en esta mañana soleada de junio, donde los cerros en la parte
alta de Buenos Aires lucen las volutas de humo de los incendios de verano, la
Toma es revisitada por Fadduil, por Gilberto, por Elizabeth y Adriana. Y algo es
cierto, cada que se tumba de esa manera un edificio patrimonial, el condumio burocracia municipal
y urbanizadores, sin criterio, se asilan en nuevos proyectos para cambiar
la faz de la ciudad sin estudios que lo justifiquen, y así nos damos cuenta que la ciudad
parece que la fundara el egoísmo y la insensibilidad de cada una de las administraciones.