lunes, 25 de febrero de 2013

El Trueque (Teatro)

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Pasajero a Betania de El Trueque

Víctor Bustamante

En Pasajero a Betania de El Trueque hay una aproximación a Gonzalo Arango desde el punto de vista de su vitalidad, de su ámbito que siempre lo circundó, como fue merodear y habitar los cafés como puntos de exclusión y encuentro. Son conocidas y fervorosas las tertulias en los cafés de Medellín como el Metropol y el Miami, donde la ciudad estaba surcada por los deseos de un puñado de jóvenes comandados por él, en cambiar una generación, así fuera en apariencia. También existen sus indagaciones personales por bares en Guayaquil, en la Bayadera donde el Profeta, se hundía no solo s buscar la vida y desencontrase de todo cuanto fuera fatuidad sino que encontraba un punto altísimo de contacto entre las muchachas de la calle, como se les llama a veces, o mejor decirlo de una vez, las putillas de esos lugares que sirvieron de inicio en la educación sentimental a más de un medellinense díscolo o puesto en orden, pero sobre todo a un poeta a varios poetas como los nadaístas que frecuentaron  y ensalzaron a estas damas que como ellos solo tenían la calle y el vasto horizonte del día y de la noche, para conocer y huir la ciudad de los oficios religiosos, de la jerarquización; en síntesis de la monotonía como síntesis de lo cotidiano.

Precisamente en esa mesa de café, donde comienza la obra Pasajero a Betania, es donde discurre el monólogo inicial de Gonzalo Arango, monólogo matizado por las briznas del escaso éxito, por el remordimiento de no haber seguido el camino “recto” indicado por su padre, sobre todo por el fracaso de su padre, que siempre tuvo que vivir alquilado a las huestes del partido conservador. Mientras él le deseaba y aconsejaba una vida digna a su manera, Gonzalo tenía otros caminos: ser él mismo e indagar sobe la existencia. Por eso en esa mesa, en esas mesas, hábitat propicio para el poeta, discurre la obra de teatro que nos entrega a un Gonzalo en su extrema desazón, inmerso en su nihilismo, y sobre todo en ese nadaísmo que denostó a un país inmerso en esa falsa sapiencia de lo mismo y de la monotonía cono norma social.

De tal manera José Félix captó, luego de una selecta lectura, el pensamiento de Gonzalo, de saberlo crítico, duro, pero también doloroso y tierno como corresponde a un gran escritor: ser un eterno contradictorio. Y nada mas propicio para este monólogo inicial que vivir el ámbito de un café donde todo trascurre como puerto de llegada, como punto de encuentro pero también como lugar de exclusión ya que allí solo se encuentran los desplazados, los desclasados, los transeúntes, los hombres de ninguna parte, Lennon les diría nowhere man, y los eternos pasajeros de una mesa de café alrededor de sus viajes imaginarios alrededor de u tinto, un trago de licor, o de los sueños que solo son pavesas cando se piensa cambiar el mundo a través de esas reflexiones que llevan a plantear y replantear el mundo que nos obsede con la solita compañía de una calavera que nos recuerda a todo momento el desatino de nuestro destino: la nada. Y además el colchón del viajero que le dobla la espalda, solo para algo tan cotidiano como dormir.
Por eso la Fumanchú y el poeta se encuentran, tienen que encontrase en ese lugar, para vivir una vida como de outsider, de marginados siempre al borde del abismo, pero con una tabla de salvación: no dejarse caer para así mantener un hálito de vida y sobreponerse a la conjetura y a la tragedia de la vida diaria. De ahí que la Fuma es quien le de ese aliento al profeta para que no decaiga en medio de ese lodazal donde acecha el fracaso en la próxima esquina o en la rotunda calidez del cuarto, o del café como topografía precisa para el poeta y la putillla que lo anima a ser escritor. Por eso putas y poetas poseen un lugar común la vida que discurre ante sus narices y que ellos la viven bajo los signos del dolor y de las continuas contradicciones que entregan momentos felices cuando se le encuentra  a la vida ese algo que le da sentido: haber realizado lo que cada cual ha querido en unos momentos cuando el concepto de libertad ya estaba prejuzgado en esas mentes ya catalogadas con un fin predeterminado; ser útil a una sociedad que solo ofrece la domesticación de los caminos de plastilina, fáciles y sin retos.

Gonzalo Arango nos abrió un camino y sus sueños, retos, y manifiestos aun nos golpean y nos llaman a no claudicar.

Por eso José Félix, Ana María Hamilton nos han entregado un Gonzalo fresco, perenne perversamente nihilista pero sobre todo nadaístas cuando no sabía que había encontrado una manera de criticar, bajo sus manifiestos, con su actitud, una sociedad donde solo interesa a como de lugar el dinero. Gonzalo ya presagiaba dónde nos llevaría ese interés en la riqueza, como norma de vida. Gonzalo nos abrió un camino. Ah, dije camino.
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Aquí en estas conversación, luego de la obra, y gracias a la amabilidad de los tres: José Félix, Ana María y Hamilton, existe una aproximación a la otra y sobre todo al discurrir por los caminos del teatro de estas tres personas que nos acababan de entregar todo su aliento en pos del teatro, de los sueños, de la vida que pasa y de Gonzalo que siempre está presente.







domingo, 24 de febrero de 2013

Centro Comercial del Libro y la Cultura

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Centro Comercial del Libro y la Cultura

Víctor Bustamante

Aquí, en este lugar, se encuentran agrupados los vendedores de libros que antes lo hacían en la plazuela Uribe Uribe. Ha sido de una presencia perenne en la ciudad, así como la persistencia de ellos para mantener la cadena del libro a precios asequibles a los buenos lectores.
Entrar al mundo del libro, es de por sí una aventura, la aventura del pensamiento que se resiste a ser banalizado y por eso busca una manera de saber que en los libros descansa todo l acervo cultural de una ciudad, de una sensibilidad golpeada y casi dejada de lado por la subcultura del entreteniendo en pos de dejarse persuadir nada menos que por la frivolidad y su mundo de globos intrascendentes que pueblan la vida cotidiana de muchas personas al desgaire.
Aquí los libros llegan después de un largo periplo por muchas manos, aquí son están en tránsito en una estación de llegada porque los libros reinician otro camino en otras manos. De esa manera los libros son dinámicos, no se quedan en los anaqueles al cuidado y celo de su dueño si no que se aprestan a seguir en movimiento a pesar de la fragilidad de su material: el papel.
el libro ha sido debatido desde muchos ángulos, se le ha declarado la muerte, sin sospechar que es la forma de trasmitir cultura más barata y más asequible. En sus entrañas puede darnos la sorpresa de una aventura, un saber, una norma, una novela un tratado de ciencias exactas o simplemente la especulación poética de alguien que lo escribió y sus textos perduran desde hace muchos años, y a lo mejor sus palabras nos crean un puente de comunicación entre algunas generaciones.
Cierto, el Centro Comercial del Libro y la Cultura es una estación de paso donde llegan los textos desde muchos puntos de la ciudad, desde muchas manos, y desde aquí buscan llegar a otras manos, a otros lectores para que el libro posea ese papel que siempre ha  mantenido: dar cultura y mantenernos más humanos y sensibles.



        
        





domingo, 17 de febrero de 2013

Jairo Osorio Gómez: En Medellín tocábamos el cielo

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Jairo Osorio Gómez: En Medellín tocábamos el cielo

Víctor Bustamante

Había pensado que el texto inicial de En Medellín tocábamos el cielo de Jairo Osorio Gómez, no correspondía a estas reflexiones sobre el proceso de urbanismo y al fracaso de sus administradores en mantener una ciudad en lo que corresponde a sus puntos de referencia; pero no, pensándolo mejor sí pertenece a estas reflexiones ya que este texto, donde el autor mira y detalla cada domingo al mendigo sin nombre, que acude a una cita ante quien lo espía        para bañarse y lavar su ropa, en el pleno desarrollo de la construcción, no del mantenimiento de la ciudad, es su expresión más detallada que corresponde a alguien desalojado de todo circuito comercial y afectivo, ya que el personaje llega a la orilla de una quebrada y sin mediar palabra se baña y se expone al sol ante quien ambos, en mutuo acuerdo, se visitan, el hombre desalojado y sin memoria y ese pedazo de naturaleza ahí tan disfrutado. Y cuando digo corresponde a otra sensibilidad, me refiero a la exclusión de este hombre, pero también a quien lo espía y luego escribirá. Ambos hacen parte de ese circuito que otorga la ciudad, quien espía desde una torre elegante de apartamentos y no disfruta la ciudad sino en el mirar y la fotografía desde allí, desde arriba mira hacia abajo y se sorprende, pero también de esa persona quien pasa desapercibido para todo el mundo, menos para el fotógrafo y escritor, que tiene no solo la posibilidad de eternizarlo en estos instantes sino de escribirlo y decirnos que alguien ronda por ahí de una manera anónima.

Así se abren esas reflexiones con dos personajes que definen de una manera concisa una nueva sensibilidad. Jairo no nos refiere la memoria de sus vecinos, todos acomodados y con el tiempo libre en estos domingos, no, el prefiere mirar el cumplimiento a una cita no programada de una persona a quien se une desde el encierro y desde la libertad, del otro, de los espacios públicos cada vez más perdidos.

Perdura, además, otra reflexión, esa ciudad abandonada, destruida por cada generación de sus administradores que es la expresión de los políticos, al dejar de lado las edificaciones anteriores, que son puntos de referencia para construir otros, solo por construir y especular. En Medellín no hay apropiación de su espacio por quienes deberían mantener la memoria de sus espacios públicos sino que cada alcalde comienza con su nuevo proyecto de ciudad como si en él comenzara la historia de Medellín. La otra vez analizaba un plan decenal para Medellín sobre algunos aspectos, y uno sabe que esto es letra muerta: nada se cumple, es más, todo ese esfuerzo con el tiempo se guarda en los anaqueles de los papeles y del olvido.

Ocurre algo cierto: desconocimiento y falta de ilustración de los responsables de esta ciudad desde hace muchos años para mantener la vivencia y vigencia de sus lugares. Esta es una de as reflexiones que nos entrega Jairo sobre el devenir de una ciudad que quiere darse ínfulas de ser internacionalizada de una manera arbitraria sin mirar a fondo en realidad qué es lo que ellos han hecho de la ciudad.

Paralela a la conversación sobre el libro mencionado, aparecen preguntas que son meras digresiones para luego retomar y retornar al punto anterior, son preguntas de ninguna manera realizadas de una manera desordenada sino que queremos ver a Jairo Osorio en su verdadera dimensión: como fotógrafo, editor, periodista. Esas tres líneas se juntan en un vértice para expresar esa inquietud sobre la ciudad.

En Jairo existe una preocupación por la ciudad. Ancón es el inicio de un camino, la presencia de un ser enigmático como Tulio Bayer, la cercanía con Borges, sus fotografías, el libro sobre Niquitao son las huellas de quien ha vivido el cuadrivio de la ciudad, de quien sabe que esa ciudad se tritura así misma ante el descuido de quienes están llamados a cuidarla.

Hay una pregunta que queda flotando en el ambiente. Jairo añade que Medellín  no posee un escritor que lo llene totalmente. Pero Medellín si ha sido narrada desde muchos puntos de vista de una manera ingenua como en Kundry bajos los afectos del afrancesamiento, de una manera total como lo ha hecho Carrasquilla, de una amera superficial como la ha contado Fernando Vallejo, de una manera inconclusa como quienes vieron a Medellín como una ciudad merodeada por la mafia y descuidaron su vida cotidiana rica e imperecedera de las calles.

Reflexión y hastío, vivencia y agudeza. Así perdura esta ciudad que no ha podido ser destruida a pesar del colapso generacional de aquellos que gobiernan con eslóganes y a quienes les recomendamos que lean este texto para que lleguen a conocer esa ciudad de la cual solo conocen su vista general desde los vidrios polarizados de sus oficinas.


3 Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico. Francisco Antonio Zea.

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3 Medellín: Deterioro y abandono
 de su Patrimonio Histórico

Francisco Antonio Zea.

Víctor Bustamante

Tres personajes aportó Antioquia a la causa de la Independencia: Córdoba asesinado por sus mismos amigos enviados desde Santa fe de Bogotá. Atanasio Girardot al subir al Bárbula, una bala lo destrozó según el cromo, llevándose la mano al pecho. Y  Francisco Antonio Zea.
Siempre me he preguntado por qué razón los antioqueños lo rechazamos desde hace unos años. El debate se inició cuando el soberbio Botero exigió que se le quitara el nombre al Museo de Zea, y fuera reemplazado por el de Museo de Antioquia para donar parte de su obra, lo que se cumplió. Y no sólo eso, sino que el municipio de Medellín remodeló algunas cuadras alrededor de lo que fue Palacio Municipal y  creó la Plazoleta Botero a un costo de 35.000.000 de pesos. Y así el pintor que afirma pintar mejor que Picasso, donó sus cuadros para que la muy hidalga ciudad de Medellín se “internacionalizara”, al quedar con obras de Botero así como se exhiben en Nueva York, París, Barcelona y Tokio.
Pero bueno el cuento es otro. Zea cayó en desgracia, el modesto museo con su nombre fue cambiado y en apariencia este problema familiar que molestaba al pintor lo llevó a ganar la pelea con una sombra larga.
Pero Zea no está tan olvidado sino presente. Y de qué manera: su casa natal que fue declarada patrimonio nacional se cae a pedazos ahí en la esquina de Boyacá con Tenerife. Se le han robado hace muchos años una placa de mármol que le ordenó colocar el concejo de Medellín. En treinta años las puertas que se cayeron, incluso la puerta de la cochera, han sido tapiadas. Metáfora de nuestra justicia ordinaria y de la otra, la fina, de lo que somos. A un proceso se le deja vencer sus términos, un reclamo se olvida. De un personaje corrupto se le lava su imagen con aceites egipcios y se le escalda con ungüentos y perfumes, luego reaparece nuestro verbo sagrado: tapar.
Pero los antioqueños somos contradictorios, le dejamos caer la casa a pedazos, y a unas cuadras de ahí, se le erige nada menos que una plazuela con  monumento en mármol debido a Marco Tobón Mejía, donde el estadista mira hacia la eternidad del cielo antioqueño que aun no recuerda quién es, y aun se pregunta, por qué se le ha dedicado esta plazuela, un colegio, un barrio a su nombre.




viernes, 15 de febrero de 2013

Luis Fernando Garcés

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Luis Fernando Garcés

Víctor Bustamante

Conocí a Luis Ferrando en Versalles, es decir en persona, porque ya la conocía desde hacia años al escuchar una balada que él cantaba, “Despierta Lorenzo“, que refería la vida de una persona que parecía dormir de una manera constante. Esa balada es tan diferente a las otras que refieren al amor que era raro que se mantuviera en un medio donde la mayor parte de los compositores se detienen solo en el tema amoroso. Es más, aun no sé, no le he preguntado la razón por la cual escogió esta canción de Los Iracundos para que se convirtiera, su versión, en su marca como baladista.
Hay algo valioso en su conversación, conoce  la vida de Medellín antes del despelote actual. La ha caminado y conoce muchos de sus rincones, de sus historias por los lados de Boston que ha sido su barrio habitual. Además Luis Fernando es un referente en cuanto se refiere a la movimiento musical de la ciudad desde los años 60, así como a las utopías generacionales que han marcado a Medellín, así ellas con los días se convierten en una rareza de la memoria.
Pero ahora vamos a decir que Luis Fernando pertenece a Los Yetis, y con ellos ha regresado a contarnos esas canciones que los hicieron como el grupo musical de más factura en aquellos años cuando se presentaba una ruptura entre la música triste y dulzarrona y aquella que irrumpía con otros sonidos y otras propuestas.
En nuestros encuentros, en Versalles o en Junín, esa calle mayor, siempre aparece un sello: su amor a la música de Los Beatles, de la cual es un excelso coleccionista, así como es interesante  hablar de esos baladistas de los años 70 cuando el rock llegó de una manera arrasadora a Medellín. 
Cierto, él es un habitué no solo de Versalles sino de esa ciudad sagrada que no han podido destruir del todo sus malos administradores, ante el abandono actual. Caminarla con Luis Fernando Garcés es saber la historia viva de esa ciudad desde los años 60, cada esquina, cada calle, cada lugar tiene una definición.
Ahora su preocupación es mantener latente la música de Los Yetis, como si quisiera decirnos: nosotros también hacemos parte de esa ciudad musical desde hace muchos años y aquí estamos con nuestra música, con nuestro mensaje de una ciudad, de una sociedad que se resiste al olvido.
Luis Fernando Garcés nos ha brindando su amistad, su generosidad, las largas tardes de conversación sobre esa ciudad que se diluye, sobre los personajes que la han amado y que no aparecen en ningún texto de historia porque muchos de nuestros escritores permanecen alabeados por su propios poemas, sus novelas sobre la situación de Medellín, menos inmersos en salir a conocerla, a vivirla. La ciudad no hay que buscarla en otra parte perdura aquí en estas calles que caminamos, que sentimos como nuestras y que han sido abandonada al azar.
Aquí él nos entrega su presencia como transeúnte de esas calles, su persistencia en la música, pero sobre todo en ese empeño en no dejar que una generación sea sepultada por eso que llaman la internacionalización de la ciudad, los eventos de risa que parece que convocan muchas personas al menos si lo dicen alguna estadísticas.
Aquí en esta conversación, Luis Fernando Garcés, aparece con sus sueños y utopías, pero sobre todo él mismo dándonos la presencia, como testigo de Medellín.


sábado, 9 de febrero de 2013

Francisco Velásquez



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Francisco Velásquez

Víctor Bustamante

Francisco Velásquez ha escrito un par de libros. Uno sobre la radio, en Medellín, que debería ser indispensable en las universidades, para saber cómo ha surgido este medio de comunicación, su posterior desarrollo y sus personajes que la hicieron. También ha recobrado la presencia de aquel periodista, Don Upo, que le otorgó un carácter muy específico a sus columnas. Siempre me he preguntado la razón por la cual, él no ha escrito más libros con toda la experiencia que tiene, no solo como profesor universitario y como periodista en una época muy álgida en el país.

A lo mejor puede ser por el desencanto debido a las nuevas generaciones del periodismo con su estolidez, la poca reflexión y responsabilidad en tener los que pocos tiene, como si la he tenido Francisco Velásquez, inteligencia y carácter.

 Y no es para menos, a él le tocó vivir un momento crucial  en que existía otra definición y seriedad en el periodismo, lejos de ese ir y salir y entrar a un determinado medio de comunicación y llegar a la cosa pública donde el peso específico del periodista se ha perdido por depender directamente de aquellos administradores que engullen a cada paso esa labor tesonera cómo es el periodismo. La mala política ha avasallado estas mentes dóciles de periodistas y un logro etcétera que claudican en la cosa pública y ahí mismo quedan desactivados para regresar a este noble oficio, pero ellos, algunos, como ofidios dóciles regresan al periodismo cuando ya han perdido credibilidad y apenas se les define nada menos que como aquellos que borraron las fronteras entre la libre expresión y el interés privado, muy legítimo, del poder como botín personal e indecente.

Francisco es de otro fuste y transparencia. Aquí en esta conversación nos damos cuenta de sus inicios, de sus viajes a otros lugares, de la presencia de la opinión, del manejo de algunos medios y, sobre todo, de este ausente de testimonio que él conoce como nadie. Como algunas veces ocurre quedaron algunos temas como el cine, la Medellín mafiosa no la dócil y desde abajo narradas por alguno escritores, el ardor político de los 70. Pero de todas maneras aquí hay una presencia del periodismo y de su periplo por esa ciudad, Medellín tan cara a sus afectos.

De tal manera esta conversación es apenas un abrebocas. Francisco, sabemos, tiene muchas presencias y cosas para contarnos, campos creativos que escribir. De él esperamos estas reflexiones.



sábado, 2 de febrero de 2013

2. Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico

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Casa de Tomás Carrasquilla ya demolida en Bolivia con la Oriental

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2. Medellín: 
Deterioro y abandono  de su Patrimonio Histórico
Tomás Carrasquilla

Víctor Bustamante

La ciudad abandonada a su suerte hace muchos años por el contubernio entre urbanizadores y políticos de baja estofa mental.  Ellos afirman que el progreso avanza y es necesario darle otro rostro a la ciudad que ellos pretenden crear, y de la cual no saben absolutamente nada. Sí, la ciudad destruida cada vez. Ellos no la conocen, ellos pasan su aplanadora a como dé lugar. De esa ciudad solo quedan retazos, ruinas, pero, a nadie le interesa que esa ciudad preserve sus lugares históricos: la intersección entre el pasado y este presente de quienes la vivimos. La historia es ese punto de encuentro entre quienes han escrito a Medellín y nosotros que la deseamos perenne. Pero ellos, los encargados de preservarla, enarbolarán otra bandera: defenderán el medio ambiente pero como algo abstracto con lo cual se pueden conseguir y doblegar incautos, pero la destrucción de  Medellín continúa.
Los mal llamados servidores públicos, que mejor son aprovechadores públicos no conocen a Medellín, no saben nada de sus lugares, de su memoria, solo les interesa la mermelada oficial y por eso ellos luchan por mantenerse ahí porque a medida que se envenenan, es como si probaran el eléboro, ese narcótico griego para el olvido total. Ellos mismos se creen autócratas y no escuchan a quienes  piden que no destruyan a Medellín, cuando desde su ego erigen sus obras que serán sus túmulos y así llenarán de afectación otras generaciones. Cada uno de ellos piensa que son pequeños faraones de repisa; construyen sobre lo que van destruyendo porque no solo no conocen quienes son los medellinenses de fuste sino que piensan que en ellos nace y crece la ciudad cuando solo improvisan a como dé lugar, la Ilustración pasa por ellos pero de lado. Hace mucho tiempo se quebró el proyecto de reunir artistas y políticos, hablo de artistas responsables no inmersos en la farándula del dejar pasar y silenciarse.
Ellos viven el eterno presente del entretenimiento. Uno de ellos construyó el tramo de Junín dos veces en corto tiempo, otro sus pirámides y colegios que se derrumban, otro los parques y la torre inconclusa para mirar a lo lejos como siempre han mirado la realidad de  Medellín, otro quemó dos mil quinientos en pólvora y trajo la suplencia del Circo del Sol, y le despilfarró  sesenta millones con el caso  Savater. Ahí el desfase de ellos mientras la ciudad se desbarata a sus pies: erigen las ruinas postmodernas de la ciudad.
Pero a la hora de la verdad los culpables somos nosotros, aquellos que aun siguen detrás de ellos y no reclaman. Hay una presencia del silencio y la indiferencia mientras ellos se burlan y golpean desde muchos lados, una de esas partes es la improvisación y el desconocimiento de la ciudad. Y por supuesto, el cúmulo de leyes y de oficinas y de burocracia donde nadie da la palabra precisa: nadie soluciona nada; ahí todo se diluye: están inmersos en un mundo kafkiano y no han caído en cuenta. No los menciono por su  nombre porque da asco.
Política y arte son dos campos que nunca se encontraran, permanecerán indiferentes como dos paralelas que nunca se encontrarán en el espacio ni en el tiempo.
Aquí la casa del escritor más importante de la ciudad, de la región, quien tiene un verdadero opus, destruida mientras se construían bibliotecas sin libros. En la administración anterior, a pesar de que el burgomaestre, también es escritor, se "celebraron" los ciento cincuenta años del nacimiento de nuestro escritor, sería mejor saber cuánto se despilfarró, mientras demolían su vivienda. ¿Dónde estaban los comisionados para dicha celebración? ¿En Europa en la Usa?
Total, no hay memoria, pero si hay muchas ciudades paralelas a la mencionada desde los ámbitos públicos. Así se mancilla la ciudad pero ellos siguen indemnes con sus cerebros llenos de mermelada que es en realidad lo que les apetece.
Ellos no tienen sentido de pertenencia por Medellín ni por las personas ,mucho menos con los poetas o escritores, por eso no es válido ningún diálogo con ellos solo quedan las palabras para denunciar.
Ahora solo interesa el bien personal, chatear mientras el otro habla y no se le presta atención, sólo interesa construir obras para su ego  porque así se pretende que la superficialidad de esos faraones que también van irrelevantes hacia el olvido, ineluctables solo les quedan las sentencias de quienes sí conocen la ciudad mientras ellos siguen inmersos en sus babas.
Pero Carrasquilla va más allá de esta ignominia, está en sus libros, en su decisión de convertirse en escritor por encima de una sociedad que siempre consideró este oficio como algo  innecesario. Sus puntos de referencia serán una calle de una ciudad que ya no existe y que nunca guardó su memoria.