“POEMAS PARA ESOS BREVES ESPACIOS”
DE
EDGAR BUSTAMANTE
EDGAR BUSTAMANTE
Carlos Alfonso Rodríguez
Ha pasado desapercibida en los grandes
cenáculos literarios de Medellín, en los principales diarios pero también en
los pequeños medios: revistas, mini-periódicos, radio-periódicos, programas
radiales y televisivos. El libro “Poemas
para esos breves espacios” (Medellín, 2011). Desde el título del libro
entraña una propuesta nueva en la prolífica producción poética antioqueña, colombiana
y latinoamericana actual.
En los treinta poemas de los que está
compuesto el libro y en cada uno de los textos de la obra se denota y
manifiesta una novedad, que tiene que ver con la generación que encarna y a la
que pertenece el autor del libro de poemas. No sólo en el país del café, sino
también en el mundo. Es la generación que heredó: la globalización mundial de
la economía. El mundo se había convertido por los países poderosos del planeta,
en una aldea a la que “todos” supuestamente teníamos acceso, vinculación y
derecho. Por lo cual automática e inmediatamente éramos ciudadanos universales,
ya no simples mortales de nuestras regiones, países, ciudades, barrios y casas.
Cuando hay un libro que se llama “Poemas para esos breves espacios”, hay
también muchas sugerencias, entre ellas, responder que si bien es cierto, los
espacios universales pueden ser reales; también es mucho más cierto que los
espacios pequeños, breves, íntimos, cotidianos y familiares, son más urgentes,
precisos, humanos y reales. Entonces, el poeta que ha reflexionado bastante
para lanzar su primer libro, responde a la situación trascendental por la cual
atraviesa el mundo en su incesante transformación tecnológica, modernista y
global.
El libro “Poemas para breves espacios” otorga la impresión de haber sido
concebido como un todo, como unos lienzos o unas imágenes que se complementan
unas tras otras, o se suceden, alternan e intersecan, pero siempre entorno a lo
íntimo, familiar o local. Sin embargo, el escenario de su poética es claramente
definido, porque es evidente que es la ciudad el mundo que engloba la poesía
del libro, la esencia poetizada, narrada y contada. Por lo cual no es una
situación extraña que el libro “Poemas
para esos breves espacios”, empiece con un canto al iniciarse la obra, que es
como la más completa afirmación de una propuesta elucubrada, con serenidad y
reflexión: “La Arteria”.
Debo manifestar que nunca conocí física o
de manera activa la “Arteria”, pero sé que fue una taberna en el centro de la
ciudad, exactamente en la Playa, y que fue un lugar de tránsito, punto de
encuentro y centro de operaciones de poetas y autores de la ciudad de Medellín
en los años 80 y comienzos de los 90. También eso nos recuerda e informa la
larga data del proceso de construcción de estos cantos, que en su aparente
transparencia, diafanidad y sencillez, poseen grande trabajo digerido en el
tiempo y en los años, que es como se produce la poesía que trasciende. Porque
la poesía de los “genios” se publica generalmente a los 16 o 17 años. Los
genios como Rimbaud, en verdad no han existido nunca, fueron grandes inventos
de las pléyades, grupos, asociaciones o editoriales. No es malo ni grave creer
en los genios, pero de alguna manera revela una soberana ingenuidad de aquellos
que asimilan por entero estos viejos cuentos, o de igual manera lo difunden
emocionados cual grandes hallazgos.
“La Arteria” fue también una de tabernas
que frecuentaron los afamados “Nadaistas”, entre ellos, el más memorable,
radical, desfachatado y extremo: Darío Lemos.
ARTERIA
Las palmas bracean a la
orilla de la calle
y dan sombra a los
transeúntes
que cabalgan hacia la memoria
de la muerte.
Unos con las manos en los
bolsillos,
otros con las miradas al
horizonte gris de La Playa
y con sus cabellos al compás
del viento
sonríen frescamente con la
lentitud del medio día.
El otro con un morral al
hombro
y un niño asido a su mano
va en busca de la noche y de
un refugio,
cruza la calle y se pierde
con el destino que lo toca.
Atrás La Playa
queda intacta con sus
historias
y sus miles de pasos
perdidos.
A un lado los bronces
dignifican lo que fue la
Arteria
y sus sentidos puestos
en los poemas que habitan la
calle.
Aparentemente, “La Arteria”, es un poema
común, cotidiano e intrascendente, pero no lo es; porque el poeta logra
retratar una época, incluso una época de gran violencia, pero además retrata
una ciudad con palabras o un país de metáforas. Ocurre que tiene tanta sutileza
que lo dice con una carga estética persuasiva. Pareciera que cada palabra ha
sido pensada lenta, profunda y de manera intensa, para fotografiar toda una
época de la ciudad, de una generación o varias generaciones, y plasmar en ella
su esencia misma.
De esta manera se inicia un libro que no
es una involución poética, sino más bien la ratificación de la necesidad de
poetizar en estos tiempos de forma distinta, con respecto a los autores no solo
del siglo pasado, sino también de autores de hace más de un siglo, porque
habitamos un mundo drásticamente diferente, de retos y cambios, en donde el
universo de la calle, el barrio, la ciudad atravesada de avenidas, tiene que
hacerse presente o vivencial, por eso es que el libro no de casualidad, más
bien por causalidad se llama “Poemas
para esos breves espacios”, esos breves espacios del universo cotidiano que
no se desligan del universo familiar e íntimo, sino más bien que se
complementan, que participan en nuestra vida diaria y se universalizan.
MEDELLÍN
En los resquicios del día
capturo en las calles de
Prado
su geografía esencial de las
fachadas europeas
con azules impertinentes,
más allá Lovaina de esquinas
polvorientas
y vidas estrechas de mordaz
envergadura.
En un bar
la otra ciudad,
la que no conocemos sin
atributos,
aquella que pertenece a
todos.
Aparecen en sus poemas precisamente todos
los grupos que convergen, habitan y viven en la ciudad, en los segundos o las
horas, en el día o en la noche, en el paraíso o el infierno, en el bien o en el
mal, en la compañía o en la soledad, así en este canto:
INFINITO MAL DE LAS PALABRAS
Oníricas
llegan desde cualquier lugar
acompañadas de gracia
y movimientos como de
marionetas.
Su olor a calendario,
a trapo viejo
contrae ese aroma de los años
gastados,
agota las miserias,
las vuelve suyas.
Con arraigo de otros tiempos,
Un aliento desaliñado,
puro
y un olor a café
esculpen ardientes hilos
sucesivos.
Con ellas
las posibles fronteras.
Las minorías
tejen falsos testimonios en
la noche de la sangre.
Y en la ventana
el cuerpo se aviva
y en dilatado laberinto de
metáforas
se sumerge
en el infinito mal de las
palabras.
Creo, que el autor logra plasmar el
estruendo de la ciudad, con una grande fineza de la que son depositarios en
modo exclusivo los buenos, los laboriosos y excelentes poetas. “Poemas para los breves espacios” es un
libro que nos revela un autor para tener en cuenta en cualquier antología de la
nuevas y sobresalientes voces colombianas en el tercer milenio.
Obviamente, hice varias lecturas de este
libro, en la primera me impactó el último de los treinta poemas o cantos: “Una
rosa y cinco centavos”, inspirado en uno de los grandes poetas y narradores de
todos los tiempos Edgar Allan Poe. “Una rosa y cinco poemas” no es un poema
convencional, tampoco es un poema común, es un poema que nace o se produce de
la devoción especial a un autor para quién al poeta de este libro no le basta
conocer la obra escrita, no le satisface saber su biografía, porque necesita
conocer su hábitat o espacios en donde caminó, vivió, trasegó, respiró el mismo
autor de “Narraciones extraordinarias”, para de esta manera testimoniar un
espacio, una atmósfera y una convicción más allá de su poesía, narrativa y vida.
UNA ROSA Y CINCO POEMAS
(E. A. Poe)
Sobre tus poemas:
Una
rosa.
Desgastados por los días
Y unos cuantos centavos.
Desde la mañana
cobijada por un sol abrasador
el día se desenvuelve para la
primavera.
Entre gentes de color
y en una esquina
torturada por la cotidianidad
y la sonrisa de un niño
escucho el graznido de un
cuervo
que desde lo alto de la
habitación
despliega el saludo de su ala
izquierda.
Su mirada atraviesa
el lente de mi cámara
Rodeado por el halo invisible
del poeta
me alientan sus palabras leídas
en el libro de pastas
plateadas con su negra
efigie.
Baltimore
ciudad enquistada
en la furia de tu
adolescencia.
De pronto
el hilo de tu pluma
recae sobre el universo.
Tu casa
infinito mal de palabras.
Te busco
entre la muchedumbre
que no conoce tu significado
y en el peor de los casos
ni deletrean tu nombre.
Tu furia y melancolía
atraviesan la nueva Jerusalén
de aquellos Padres Peregrinos
incluyendo el alba negra de
Baltimore.
Solo comparto
tu otro pequeño espacio
a la otra orilla de la calle
entre las hojas verdes
y el ruido de tu
convulsionada vida.
Busco tu nombre
y al encontrarlo veo
una rosa desgastada por lo
días
y unos cuantos centavos
disueltos por mi pequeña
hija.
Escucho el corazón delator,
palpo tu nombre
que se incrusta en mí
como el sol de diciembre.
Ahora solo te buscaré
en el lugar preferido de mi
biblioteca
y en cada palabra
cuando los pájaros
se ponen en el alero de mi
hombro
y canten pequeñas palabras de
amor.
Ya seremos otros
diferentes a tu Annabel Lee
que seguirán el río del
tiempo.
Celebro este libro, festejo el poemario: “Poemas para esos breves espacios” de
Edgar Bustamante (Barbosa, 1968), porque lo he disfrutado. No solo porque es
una verdadera novedad en el mar de publicaciones que se suceden día a día,
semana a semana, mes a mes y año tras año, sino porque es supremamente grato
encontrar obras, libros o poemarios merecedores de breves comentarios como el
presente.