Este blog, en permanente construcción, hace parte de una revisión de los textos iniciáticos nadaístas con el propósito de mantener nuestra fe intacta en algunos de ellos. Podríamos decir que es una versión remasterizada, con inyecciones letales de cinismo y humor negro, de esta doctrina creada, simultáneamente, en Medellín y Cali.
Mantenemos la fe intacta en la creación libre. Somos icoñoclastas por naturaleza.
neonadaismo@gmail.com
Por el correo de las
brujas, ese que permite que llegue de una manera inesperada recibo de manos de
John Sosa, transeúnte del centro, inmerso en su seriedad, -a veces lo siento así,
él siempre de afán- una buena sorpresa. Y por esa razón ha permitido que ahora,
en este domingo caluroso de febrero, lea Punto
Seguido N. 58. Y cuando digo sorpresa, es por la persistencia en la poesía como
acto de afecto y creatividad, y, sobre todo de comunicación en un momento donde
la misma poesía anda permeada y prostituida por los negocios, el aprovechamiento
personal y no la cercanía con ella como manera de sustituir y paliar un mundo
confuso, atrabiliario lleno de falsedades donde el entretenimiento y la superficialidad
gana terrenos en la vida cotidiana, y deja la poesía desmantelada en los sótanos
de la desmemoria.
La poesía pura, y
vigorosa no sucumbe a este falso camino que la corroe, ¡que no!, la poesía, la
que vale, mantiene su lucidez en el crepúsculo, en la ordalía de la noche y en
la irreverencia de lo cotidiano. Por esa razón celebramos el nuevo número de Punto Seguido, por esa razón en la
revista, donde ella sobrevive, sabemos que el pulso de la escritura se encuentra
intacto, y nos demuestra que aún hay constancia en la poesía como norma de
vida, como pulsión creativa. En las revistas, en este caso con Punto Seguido, le damos otra mirada a la
realidad de la ciudad, a las preocupaciones de sus escribas, a las sinrazones
de sus poetas, al pulso y nervio de sus escritores que calle a calle y página a
página no dejan que la mentalidad paisa de negociantes la hayan sumido en un
cuadro de aperos y relojes extraviados en la mesita de noche, sino que ellos:
John Sosa, Luis Fernando Cuartas, Óscar González y Carlos Bedoya asumen el reto
de enseñarnos que la poesía posee el misterioso adagio de las comunicaciones,
de la vitalidad del asunto pasional para que ella no se sumerja y naufrague en
el mandato de la mediocridad, como ahora, en estos tiempos no del cólera sino
de tanto aspaviento y donde la musa, ¿Calíope?, se encuentra encarcelada.
Los poetas
antologizados como Guillermo Sepúlveda con su desconcierto nos devuelve un eco
de una bella canción: “En primavera / una arrebatada sinfonía de Mozart/ iluminará
de colores / el jubiloso aroma del jardín y la pradera”. Tarsicio Valencia con
su poemas de la naturaleza como refugio al desespero: “Agua memoriosa/ Orquídea
blanca de la infancia”. Carlos Ciro nos dice ante el misterio y las mil preguntas
del asombro ante el bosque: “tú que fluyes /tropiezas una vez más/ sobre esta
piedra/ y sea tu espuma / el arraigo de estos ecos”. O la apesadumbrada Anna Francisca
Rodas que huye al deseo y cree ser víctima y no victimaria dice: “Podría llamarme
Juana,/ Salomé,/ Virginia,/ Antonia/ o ser liturgia de vagamundos / cuyo nombre
devoran/ las fieras.” Cuartas erotizado decide no levar anclas sino quedarse en
ella, esa desconocida, a quien no nombra sino en sus deseos: “Bisagra que muerde
decían los profetas, la gran puerta ardiendo decían los poetas, es el centro universal,
la garganta hirviendo, el brebaje del sol…”. John Sosa perplejo ante el silencio
y ll palabra como mediatizado, añade: Mientras espero el mar se desdobla. Suceden
imprecaciones de alas. Ella fue. Con sus camellos pasó por el ojo de la aguja.
Sus cartas, el licor. Los ninfos parlotean. Su amor, nudo corredizo. Istar en
su casa de hongos. Expíame bajo el árbol de manzano”. Ah, y no podía falta Carlos
Bedoya, uno de los pocos poetas incontaminados de la ciudad: “La luna llena /
labial viscoso/ de acequias en flor/ de sueños/ al borde del tálamo/ donde
yacemos/ en víspera de la risa/ a punto de estallar/ como glaciares voraces”. Dominio
y plenitud en su poesía. Óscar González lúcido
y a veces lejano, bordeando los caminos de las artes visuales entrevista a
German Soto. Pero Jesús Gómez, a pesar de su nombre bíblico, antes mesiánico,
poetiza: “Todos los días / llegan camiones cargados / en su interior / cada uno
trae su historia...”
En síntesis, Punto Seguido nos demuestra que la poesía
aún está que arde, que aún perdura en sus presencias, y, en esa cercanía,
renace solo una vez al año para entregar su huella y su esfuerzo, su osadía de
los collages. O sea, para decirnos que ellos están ahí en el ruido cotidiano de
la calle, lejos del asombro de la corrupción que permea el país que parece no habitarnos,
que la poesía es el destino de la generosidad y del afecto, pero, sobre todo,
del diálogo y la perseverancia en la vida. Que en sí la revista como objeto no
oscuro sino fulgente es una obra de culto por el cuidado, el diseño (Adriana Lopera entrega su talento), la
prestancia, y, sobre todo, la correspondencia de sus hacedores entre vida y poesía.
Punto Seguido es todo un manantial
fresco, agua clara, poesía pura, en este verano tan temido.
Aunque en esta parte de
la calle, el cruce de Maracaibo con El Palo, se disminuye el tráfago citadino,
y se puede caminar de una manera algo serena, cuando entramos a la Librería El
Acontista sentimos la máxima frescura y además la llegada a un lugar lleno de
esa magia que dan los libros; pero qué digo, no solo magia, sino también la
curiosidad y el afán de mirar los libros con el universo de su autor que se
anuncia en sus portadas. En la Liberia los libros son pasivos, esperan a quien
se los lleve, desde sus portadas invitan o el gran escritor con su nombre
brilla para hojearlo y decidir llevarlo, pero sobre todo es el título del libro
que llama la atención. En la Librería los libros también son puertas que abren
sus hojas para entrar a la vastedad de esos diversos mundos que allí habitan.
La librería es el paraíso para los libros, allí lo habitan, lo viven hasta que
son comprados. En la librería es el mundo sin hostilidades para que el libro mantenga
su peso específico: ser el bastión de la cultura, el transmisor de la civilidad,
el advenimiento de la aventura del pensamiento, así como las diversas
geografías de las ciudades que vivimos. Y sobre manera la expresión de una
ciudad. Una ciudad sin librerías demuestra el mal síntoma y perversidad de la
época. En este índice de actualidad es notorio que una librería es necesario
cuidarla, darle exenciones no ser tratada como un negocio cualquiera. En la
librería se va a aprender, a continuar con esa aventura diaria que es la
palabra y su expresión más prístina.
En la librería existe,
muchas veces, el encuentro fortuito entre libro y lector. Uno va en busca de un
libro determinado y a veces se encuentra una sorpresa al leer una sola página
de un libro que atrapa. Otras, se coincide con el descubrimiento de algún autor
que no conocía.
Principios del 2000 en
La Boa, perseveramos algunos amigos escritores. La Boa era, es punto de
encuentro para conversar, escuchar música, tangos o boleros o salsa, en La Boa
la literatura y los sueños de escribir, de editar revistas y libros mantienen
su pulso. Rubén López. José Martínez, Omar Castillo, Raúl Henao, Jairo Guzmán,
Carlos Bedoya, John Sosa, Luis Fernando Cuartas, ah y el poeta Alberto Escobar,
conversamos allí, pura literatura y algo de licor. A veces Billy llega en la
noche de viernes. Lo digo en presente porque estos momentos se tatúan en la
memoria. Y comento este instante por una
razón de peso, allí ocasionalmente entraba un señor, que luego se llamaría Ricardo
López. Él entraba acompañado por una chica alta, Alejandra, lejos de su Diván
Rojo. Ellos venían de un negocio cercano, del cual era dueño Ricardo, una
suerte de bar. Además contaba que deseaba abrir una librería en el segundo
piso, lo cual era una paradoja en la tierra del auri sacra fames. Y en realidad
en medio de ese avatar de lo que es crear una librería, por la dificultad ante
la frivolidad de los medios, el denominado reino de la imagen, y la pereza
intelectual que es la peor plaga de todo, la librería se abrió y aun funciona.
Y se llama El Acontista. Esa palabra que la aprendimos muchas personas debido
al poema del gran león de Greiff.
Relato de Guillaume de
Lorges
Yo,
señor, soy acontista.
Mi
profesión es hacer disparos al aire.
Todavía
no habré descendido la primera nube.
Mas,
la delicia está en curvar el arco
y
en suponer la flecha donde la clava el ojo.
Yo, señor, soy acontista.
La
librería El Acontista posee una idea que la caracteriza, ser al mismo tiempo un
espacio para conversar, para buscar un acercamiento mediante la idea de café
libro con los lectores posibles. Lugar de conferencias de cine, lectura de
poemas, presentación de libros.
Al
subir las escalas nos da la bienvenida un proyector de cine, lo cual expresa el
amor de su dueño, por ese arte, nos señala que la más alta tecnología también
sufre sus apocamientos. Pero en seguida, unos escalones más, y ya obtenemos el
paraíso de esa isla soñada en medio del tráfago de las calles, con sus libros
en los anaqueles y el deseo de a perseverancia en la lectura como una respuesta
a la barbarie no solo del ser humano en su inmediatez, sino en medio de la
ciudad que necesita estos espacios para oxigenarse.
Hay
una contante en la naturaleza, cuando desaparecen las mariposas es síntoma de
que el medio ambiente se haya en estado de alta contaminación. Así ocurre con
las librerías cuando, estas se cierran es síntoma de que la población de la
ciudad va en camino a la más baja pobreza mental, y al entretenimiento como
norma de vida. En esas vidas desoladas y deshojadas sin un libro en sus manos
que los lleven a preguntar, a aprender y a cuestionar.
Dice
un eslogan de la página web de la Alcaldía: “Creemos que la Medellín que
soñamos es posible”. Pero ya sabemos que como todo eslogan esas palabras son
algo general. Lo digo porque es necesario proteger las librerías. Así soñamos
una ciudad más culta.
Fotografía de Melitón Rodríguez, 1900
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36 Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico: Río Medellín ---
Pequeña biografía del
Río Medellín
Para Rubén López
Rodrigué
Víctor Bustamante
Abandonado, destrozado,
saqueado, olvidado, relegado, menospreciado, el río Medellín sigue su curso,
pero, qué digo, ¿río? No, perdón, la cañería a cielo abierto más grande de la
ciudad y del departamento, se desliza por la mitad de la topografía. Y cuando
digo cañería, es algo cierto. En eso, esa cosa sucia, la hemos convertido.
Nunca sentimos el río. Ellos hicieron, sin desparpajo, lo mismo que realizaron
con las quebradas: las taparon con losas de concreto, las convirtieron en otras
cañerías para ampliar el plano citadino y valorizar terrenos a un amplio precio
ecológico. Eso es Medellín: la ciudad caníbal. Y qué decir de las industrias a
las cuales nunca les interesó el río menos a una ciudadanía maleducada, sin
sensibilidad, menos a sus dirigentes que viven en otras esferas, como ahora, en
esta época de una premisa que arrasa su interior: la Internacionalización. Lo
que ya había realizado la mafia sin darse cuenta lo copiarían desde hace poco.
Si los mafiosos son ostentosos con sus construcciones, con su lujo desmedido
por las baratijas de marca, pasando por encima de cualquier reclamo. Esa
mentalidad se traspasó sin pena ni gloria por las diversas administraciones que
no saben qué hacer con el dinero del presupuesto, sino destruir el patrimonio
de Medellín, olvidar el centro histórico, por vivir en la fantasía de las
grandes obras como esnobismo personal. El boato y el descontrol, la falsa
representación, los ansiados y buscados títulos honoríficos que se alquilan a
la cuidad, en convenios o relaciones exteriores, no son más que el velo sucio
para ocultar la poca sensibilidad con Medellín.
Frontera y límite para pasar a Otrabanda,
suburbio de los desplazados y desclasados. Así el río poco a poco se convirtió
en el hábitat depravado de los marginados. Una película reciente y algunos
textos realizan una alegoría sobre los habitantes de sus cuevas por ahí, por
sus orillas en Barrio Triste. Cuando ya se conquistó la Otrabanda, se
construyeron y se siguen construyendo puentes elevados solo pensando en el tráfico.
Cuando se pasó al otro lado, ya quedó lista la aniquilación del río Medellín.
Fue una labor paciente, callada, incesante, de muchos años. Estruendosa por
cierto.
Pero miremos un poco su
historia. En un relato de 1675 se atestigua que para pasar a Otrabanda, cuando
el río crecía, era necesario caminar tres leguas hasta el puente del Alférez,
puente del Mico hoy. O también se debería caminar hacia el remanso, llamado Las
Playas, y pasarlo, en lo que es hoy un tramo desde El Poblado hasta El Rincón,
en Belén, donde el río se expandía y era fácil franquearlo.
Gregorio Gutiérrez
González en 1850, escribe uno de los poemas más sentidos sobre la ciudad,
“Medellín desde el alto de Santa Elena”:
Allí está Medellín, la
hermosa villa,
Muellemente tendida en
la llanura,
Cual una amante, tímida
hermosura
Reclinada en el tálamo
nupcial.
Allí está Medellín: su
sol ardiente
La hace ostentar su
gala y sus primores,
Y la da los fantásticos
colores
Del magnífico Edén del
oriental.
Ciñe su talle esbelto
su ancho río
Cual cinturón de perlas
y de plata,
Y en su onda limpia la
beldad retrata
Y allí su imagen
sonreída ve.
Murmura el río
enamoradas voces,
Para adormir a su
coqueta reina,
Y ella en sus aguas sus
cabellos peina
Y moja en ellas el
desnudo pie.
En este fragmento de
este poema es notoria la presencia del río, ya que aún no ha sido devorado por
las diversas intervenciones, sino que aún es presencia del paisaje ya que
discurre, manso, entre los campos verdes, entre sus orillas, y el poeta por esa
razón lo destaca, como si acordonara la ciudad de una manera amorosa. Aun eran
tiempos en que había una idealización entre el individuo y la naturaleza, el
poeta no luchaba por domeñarla sino por convivir con ella, por sentirse
exultante ante los parajes y paisajes que le imprimían un fervor casi místico.
Pero también había una
interacción solapada ya que al mismo tiempo se daba la destrucción de su medio
natural, sus orillas, su cauce, que había comenzado desde 1838. Dice don
Lisandro Ochoa: “Nos contaba mi abuelo paterno, Nicolás Ochoa, que la banda
oriental del río Aburrá, desde el Alto de San Luis, arriba en Envigado, hasta
el punto llamado Bocaná, estaba cubierta de espesos montes, los que fueron
destruidos para aprovechar la leña y dejar la mayor parte de los terrenos para
potreros; por tal motivo se fueron secando las aguas del río Medellín, de la
quebrada La Ayurá, la Aguacatala, la Poblada, y Santa Elena con sus afluentes,
llegando la sequía de las aguas hasta quedar
estas reducidas a una octava parte. ¡Cuánto nos servirían hoy estas siete
octavas partes de agua pura y cristalina, si por ignorancia de nuestros
antepasados, y por la impotencia de las autoridades de aquellos tiempos que no
se dieron cuenta, los primeros de la riqueza que destruían al arrasar los
montes, y por falta de alguna ley, las segundas que ordenaran a todo
propietario a dejar siquiera unos treinta metros arborizados a lado y lado de
cada preciosa fuente!”.
En este texto, en esta
referencia, al río de hace unos años es notoria la medida de la destrucción
interna del valle de Aburrá, y por lo tanto su efecto devastador sobre el río.
Eladio Gónima, otro
escritor que sin ser historiador da también su versión: “El río Medellín era en
aquella época un verdadero río, más caudaloso, relativamente al presente. Por
cualquier parte que se quisiera pasarlo había necesidad de alzar mucho la ropa,
mientras que hoy no hay exageración en decir que se pasa a pie enjuto.
Generalmente era tan profundo que para bañarse las gentes no tenían que rebuscar,
pues en cual punto casi subía el agua al pecho.
No tenía puente alguno,
de tal manera que todo bicho viviente que tenía que entrar al agua para pasar
de un lado a otro. El paso principal para los de la otra banda, quedaba al
frente de la calle de la Alameda (Colombia), en cuyo punto era bastante
explayado el río; pero cuando levantaba un poco su nivel no había para los
paseantes remedio; y como era mucha la concurrencia de hombres y mujeres, el
lector puede considerar el bonito y pintoresco cuadro que se desarrollaba a la
vista.
Cuando venían las
grandes crecientes, en el invierno, los muchachos hacían balsas, que cogidas
con grandes rejos de punta y punta facilitaban el paso por una pequeña cuota, y
formaban tan bien esos aparatos que nunca hubo desgracia alguna. Al otro lado del río,
pocas cuadras de él, se asentaba el bonito pueblecito de San Ciro, más tarde
Aná, Anapolis y últimamente Robledo, fundado más alto”.
Estos testimonios, con
el tiempo se convertirían en lo inusitado ante la sobrepoblación y el
descarnado efecto, sin afecto, de la mala planeación sobre Medellín.
Hay, además, una
primorosa pintura de uno de los pioneros de la fotografía, Emiliano Isaza, —con
un gorrito turco, un fez, da su toque de hombre de mundo—, donde vemos desde
Santa Elena a la ciudad en 1884. Allí Medellín es apenas un pueblo acunado en
las estribaciones de las montañas, y al fondo el cerro El Volador y a los pies
de este, el río Medellín que va tranquilo por el valle. En ese recorrido, como
lo vio y pintó Isaza, para sorpresa se destaca una suerte de islote, más allá
de lo que es hoy la Universidad Nacional.
En 1907, Hermes García
, nunca Trismegisto, viajero proveniente de Cúcuta, detalló: “El río Aburrá o
Medellín baña a la población hacia el Occidente, y ya es notable en frente de
ella por la cantidad de sus aguas, por lo hermoso de sus orillas, por la
mansedumbre de sus ondas y por los encantadores paisajes que ofrece a la
contemplación. Tanto este río, como el riachuelo antes mencionado (la quebrada
Santa Elena), además de adornos para el sitio, son de vital importancia para la
comodidad y salud de los vecinos”.
Pero sigamos. Dice
Agapito Betancur, uno de los pocos alcaldes que también escribía, en su libro
Ciudad, 1925: “El río Medellín carecía entonces de puentes en la ciudad, y la
abundancia de sus aguas, sobre todo en invierno, requería de balsas para
pasarlo. Su parte más explayada era el remate de la calle Colombia (antes la
Alameda), por donde muchos vecinos devotos se dirigían al pueblo de San Ciro. Este puente era de mampostería para unir a
Robledo con Medellín.
Tomás Carrasquilla en Hace tiempos, todo un jinete a caballo
por La Alameda rumbo a la Obrabanda, rememora, cuando pasa el puente de
Colombia, a unos chicos bañándose en el río y describe el ámbito y la
bullaranga en plena tarde de verano.
El río era navegable
desde Sabaneta, la mayor parte del año, entre los puentes de la América y
Colombia. En balsas se traía de Sabaneta víveres, plátanos, yuca, aguacate,
panela, etc., Con madera para alfardas y cañabravas elaboraban las canoas y las
cargaban con víveres, refiere Alberto Bernal en su primoroso libro, que es su
huella y la de Medellín que se deshace ante nuestros impávidos ojos.
Los paseantes internos
que disfrutaban la ciudad, porque los hubo, buscaban algunos charcos. Uno de
ellos, Los Naranjos, bajo el puente de Guayaquil; el de La Palma. Además, el
más popular, bajo el puente de Colombia. Había otros, El Sauce para aprender a
nadar, El Palomo habitado por chicos peligrosos del Llano y el del Mico que
luego daría el nombre al puente del ferrocarril en su paso.
Es decir, había
integración de los habitantes con el río, podían sentir el fluir del agua, su
rumor, y además, su presencia: nadar en sus aguas. Algunas damas se bañaban en
las madrugadas para evitar ser espiadas por los hombres y chicos que merodeaban
durante el día por las playas, siendo cuidadas por amigos cercanos.
Esta es una corta
versión y cohabitación que se tenía sobre el río, pequeña memoria dispersa en
algunos libros de autores que no dejaron que la vida cotidiana de la ciudad, y
menos del río, se olvidara.
Y algo cierto, lo que
no hizo ninguna peste, ninguna guerra, ningún desastre natural, lo realizarían
los mismos medellinenses, con esa elaborada cirugía de intervenir el río como
si fuera la ampliación de una calle, y no, el amnio universal que le da vida a
una ciudad y que cualquier capital con carácter, respeta.
Los puentes sobre el
río fueron la primera gran intervención con un propósito, pasar a la otra
orilla y continuar extendiendo el plano citadino. El primero de ellos era de
madera, el Puente de Colombia, fue luego reconstruido en 1846 bajo la dirección
de Henrique Hausler, quien era mecánico y ebanista. El segundo fue el de
Guayaquil en mampostería aún en pie diseñado por el mismo Hausler, para
conectar Belén, La Estrella, Itagüí y Caldas entre 1877 y 1879. Sobre el río
construirían otros puentes: el de Don Jorge para ir a Robledo y el colgante de
la América.
Desde 1899 las áreas
cercanas a los puentes fueron apropiadas por personas excluidas. Y nada más
provocador que los primeros travestis paisas que se apostaban en los estribos
del puente o se acodaban en las barandas del puente mismo fumando cigarrillos
egipcios y bebiendo tapetusa. Mientras otros, más arriesgados, en la orilla del río, se arrojaban
agua con totuma. Todas unas damiselas encantadoras, con sus rostros
maquillados, sus afeites provocadores, y su ropaje femenino, incitando a los
viandantes que lo cruzaban. No sabría si definir esta actitud como una
prehistoria a las posteriores marchas del orgullo gay en la ciudad, pero lo
cierto es que ahí podríamos dar estos apuntes históricos e histriónicos de las locas paisas en
estos domingos, su día preferido.
El primer grupo de
gitanos que recalaría en Medellín se asentaría unos meses cerca al puente de
Colombia en 1920, por inmediaciones de lo que es hoy Suramericana. Nadie le
prestó atención a su piel cobriza, a sus patillas de héroes, ni a sus palabras
extrañas que intercambian entre ellos para tumbar a algún cliente. Poseían el
engaño famoso de comprar caballos desnutridos, con peladuras de la cola hasta la crin, para luego, en poco
tiempo, reanimarlos con potajes secretos, amolarles los dientes, pintarlos como si fueran corceles
pura sangre de raza árabe. Cuando los paseantes salían los días domingos a
buscar la orilla del río, quedaban sorprendidos por sus inmensas carpas, y por
las gitanas hermosas con su cabello largo y sus anillos de baratijas en sus
dedos. Una gitana quedó durante mucho tiempo en la memoria de los muchachos de
antes: Lupe Montes bañándose desnuda en las mañanas en el río; inalcanzable por los celos de los
hombres gitanos. Cualquier día, cuando los caballos perdieron su color y mostraron el truco de la infamia en tierra de caballistas,
obligó a que los gitanos desaparecieran así mismo como habían llegado.
Luego vendrían los
grandes puentes, entre mayúsculas grandes puentes. Al construir estos puentes
elevados, se pierde cercanía con el río, huyéndole a lo que hay allá abajo: la
letrina maloliente. También bajo estos grandes puentes se crean zonas de
exclusión, oscuras. Dentro de esa dinámica, un alcalde propondría hace poco
pavimentar el río para construir una avenida.
El saqueo al río
comenzará con una obra de progreso, según el canon de la época, al cambiar su
rumbo natural en la década de 1940. Lo que se definiría como una gran epopeya,
no fue más que al rectificarlo, acabaría con sus meandros, con sus charcos, así
como con la posibilidad de pesca, y sobre todo, con las inundaciones. Si ya
habían tapado sus afluentes, sus quebradas, se le daba una estocada final, al quedar
el río solo como un desaguadero de esas quebradas ya pestilentes.
Pero sigamos dando
algunos saltos en el tiempo. El 11 de octubre de 1950, el alcalde encargado,
José María Bernal (1950-1951), manifestó: “
[…] Los que hemos vivido en Medellín toda la vida, podemos recordar
fácilmente lo que era este pueblo hace 20 o 30 años, y de todo corazón
excusamos a nuestros padres por no haber previsto los tremendos problemas de
toda índole que hoy confrontamos. En aquel entonces el Río era capaz de
absorber cualquier cantidad de aguas negras que pudiéramos imaginar, era
diversión de los domingos el baño en el Río a todo lo largo del valle, y aun en
la quebrada Santa Helena. Hoy las aguas al nivel del Hospital de San Vicente,
carecen en absoluto de oxígeno, están saturadas de mugre y hacen imposible, ya
no el baño, sino la vida animal. Los sitios que entonces constituían paseos del
día entero como El Jordán, Las Estancias, El Edén, y el Raizal, son ahora parte
de la gran ciudad, que apenas ayer no era concebible […].
Luego, en 1952, vendría
la canalización de sus orillas, que se completaría con grandes bloques de
concreto, aprisionándolo así como a las quebradas de Otrabanda. Esta fue la segunda gran intervención al río,
con un propósito, no dejar que el agua mordiera las orillas de los terrenos
valorizados, dándole cierto aspecto de falsedad paisajística y de dominio por
parte de la administración, al canalizarlo de esa manera y asimilarlo a las
autopistas que lo bordean. Desde ahí el ciudadano comenzó a darle la espalda,
así como a huir de las autopistas a lado y lado que lo desplazaron ante el paso
raudo de los autos.
Cierto, los excesos de
las industrias con sus desechos, en la Ciudad Industrial de Colombia, la
ciudadanía y sus basuras personales y de consumo, bajo el ojo ciego de las
diversas administraciones, saquearon, vilipendiaron, abusaron del río. Es mejor
decirlo de una vez, nunca les importó cuidarlo, mimarlo. Era, es el tiempo del
abuso del cemento. Todos pasamos de agache. De ahí que se taponaron las quebradas,
y se perdió el contacto con sus charcos. Al rectificar el río no se permitía
vivir esa cultura de la naturaleza, para la eterna primavera que parecíamos
vivir, ya que las indeclinables urbanizaciones, la apertura de calles y el
hacinamiento contaminaron y acabaron las quebradas. El río, incapaz de absorber
tanto detritus que le arrojaron, colapsó ante nuestra indiferencia.
En la década de 1970
desde la Universidad Nacional hasta la Macarena, donde se centraba el paisaje
citadino y sus orillas ya urbanizadas, para embellecerlo, se sembraron jardines
simétricos que le daban cierto tono de frescura al río ya totalmente degradado
y de un color café, síntesis de la podredumbre total, tratando de ser recobrado
por las eras de flores precisamente en la Ciudad de las Flores, pero venenosas,
ante la destrucción y el descuido de su hábitat.
Desde 1993 hasta 1998,
cada año, en enero, se realizaron algunos festivales que utilizaron al río como
pretexto. Vanos intentos de volverlo navegable, y en realidad la ciudadanía
participaba con sus botes, barcos caseros, neumáticos improvisados como balsas,
sin ancla, eso sí con mucho entusiasmo. La alegría pasajera con cierto ademán
de rescatar el río no dejó de ser una tímida propuesta, una invitación para su
funeral. Nadie quería volver a un río pestilente. Los últimos bañistas se
habían esfumado desde hacía unos cincuenta años. Esa cultura, esa vivencia,
donde se integraban personas y naturaleza colapsaría, había sido reducida al
álbum de fotos familiares, ya que la ciudad renegaba de su pasado como un
testamento heredado, quería ser innovadora, urbanizada a como diera lugar,
quería ser una metrópoli de cemento y espejismo, es decir, borrando su origen,
pareciéndose en cada administración a los planeadores de turno que nunca la
vivieron. La poderosa e irresponsable EPM (aún no dan una respuesta sobre la extinción
de la Laguna de Guarne), cada diciembre inaugura los alumbrados, con la
fastuosidad del nuevo rico, para continuar y retar a las otras ciudades del
país. Ellos dicen que es un regalo a la ciudad, lo que faltaba. Pero esa
algarabía y bullaranga nace y muere cada año con decorados fastuosos que
ocultan y maquillan el río pestilente. Desde aquí por la orilla del río
iluminado y el estruendo de las fanfarrias, y la música guasca que define al
paisa, miro el Edificio Inteligente con su diseño de vanguardia y cemento gris,
donde se elaboran y establecen su dominio sobre los servicios públicos, y me
pregunto, cuál será la razón para que nunca hayan establecido políticas serias
para darle vida al río. Todo ese fasto es similar al que hacen las putillas con
sus afeites y sus lociones de contrabando o las otras damas encopetadas con el
falso Chanel 5 traído de China. Pura simulación.
Ahora, en la pasada
administración, se les ocurrió una idea que continúa ese juego de espejos
sucios que persevera desde el año 1940 cuando se rectificó el cauce a esta
arteria fluvial, construir Parques del Río, lo cual sería una buena propuesta
si antes se hubiera recuperado el río mismo, pero ya sabemos que al paisa
cazurro y ladino solo le interesa pensar entre comillas en el futuro de sus
negocios como promesa y no en solucionar sus abusos porque le da temor de las
excusas y de los pésimos manejos. Siempre vive en su eterno presente.
Parques del Río fue
impuesto precisamente en el lugar donde reside el poder económico y político de
la ciudad. De ahí la razón por la cual antes se destruyó la Plaza de Cisneros
por una más adecuada a la burocracia, que es coherente en su alevosa
representación. Así las sucesivas administraciones, (rojas, azules o verdes; de
derecha, centro o de izquierda), quieren que sus orillas, ahí en La Alpujarra,
se vean bien atractivas para la masa amorfa de turistas y los ostentosos y
feroces burócratas que cada día madrugan a sus oficinas, sin sospechar, que
nunca solucionan nada. La soberbia de su alcalde aquí alcanzó su clímax, ni que
fueran los jardines de Versalles. Pero olvidaron lo más importante, mientras
embellecen las orillas, la pomposidad de las propuestas vacuas hacia la ciudad
se hilvanan con un pasado que ya ha definido al político antioqueño, no sabe
qué hacer, como los mafiosos, con tanto dinero, pero sí son capaces de exhibir
sus fantasías con obras públicas que ellos creen en su mente bucólica de
perennidad que refundan la ciudad. No en vano en la composición de sus
fotografías para publicitar Parques del Río, el color de sus aguas es de un
azul de ficción.
La burocracia se
recicla, pero es endeble en sus propuestas, las anuncia con muchos bombos,
platillos y trompetas, y publicidad pagada a alto costo. Pero ya sabemos el
antiguo juego de la disuasión, del alambicamiento, de los proyectos a largo
plazo que los anuncia sin respeto, sin compromiso a una ciudadanía atemporal
que es indiferente a ellas, por una razón de peso: no se cumplen. Como decía
Keynes, a largo plazo todos estaremos muertos.
Existió una entidad
desde 1992, el instituto Mi Río, más interesada en actividades complementarias
como senderos, puentes peatonales, recolección de basuras en las quebradas de
los barrios que en el río mismo, en su recuperación.
Ahora me refiero a una
propuesta de mediados del 2015 acerca de la recuperación del río por parte de
17 entidades gubernamentales, como respuesta tardía y complementaria a Parques
del Río. El espejismo de las grandes obras los llevó a olvidar que existía en
su interior el río mismo, solo tenían en sus cerebros cemento, hierro y
discursos (iba a decir babas costosas). Ahora rectificado ese olvido insolente,
lo cual es muy común en el país, ellos prometen que van a arborizar sus
orillas, que van a crear conciencia con Nuestro Río. Se asevera que se conformó
una gran alianza para su recuperación en diez años. Lo cual percibimos que no
ocurrirá. La burocracia es ostentosa, para mantenerse en el curubito se muerde
la cola y se miente a sí misma. Ya sabemos ese cuento de taumaturgos que en
foros y seminarios, ante la estólida ciudadanía, sacan sus ases mentirosos con
soluciones explayadas, pero, por debajo de la mesa hacen pistola y se ríen de
la bonhomía de los participantes. La improvisación y la mentira conforman su
logo más a la mano.
En esta sátira de lo
cotidiano nos acostumbramos a escuchar las palabras sin peso, solo titulares de
un periódico de ayer, provenientes de planeadores y especialistas, -doctores
sin ley-, que no sienten la ciudad. La preocupación por el medio ambiente en
manos de la burocracia se convierte en discurso, en lo vacuo, en el
aplazamiento, en los 45 grandes proyectos para recuperar el río, simples
fantasías guardadas en las gavetas de la desolación por los soba chaquetas de
la improvisación. Pero, a pesar de esos 45 proyectos ilusorios, cada día el río
repta convertido en la cloaca pestilente que vemos, sin caer en cuenta que es
el crimen ecológico más grande que ha tenido y padecido la ciudad.
Hace unos años cuando
la conciencia ecológica se hizo necesaria, pero aquí se tomó como una moda más,
se proyectaron plantas para el saneamiento del río. Y solo una de ellas fue
realidad, la de San Fernando. Pero una sola planta era como un vano remedio.
Eso sí se dijo a todo timbal que regresarían los peces. Eso fue hace unos
treinta años. Ese augurio se cumplió en parte. Y algo es cierto, sí regresaron
los peces, pero los peces gordos de las diversas administraciones con su
astucia y con sus discursos, y su fatuidad, mientras el río languidece, sin
vida biológica, muerto, atiborrado de desechos industriales, de heces, de
animales muertos, de abortos, de basura, de cadáveres, de más inmundicia. Y lo
peor, desde La Alpujarra nadie ve nada, sino que en su continuo festín, solo
ellos ven el color azul del río en sus pósteres promocionales. Ah, tan
innovadores.