lunes, 11 de noviembre de 2024

Henry Díaz Vargas. Dramaturgo. / Víctor Bustamante

 

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Henry Díaz Vargas

Víctor Bustamante

Cuando uno escribe sobre un artista que sea contemporáneo existe, además, la posibilidad de conversar y de conocerlo, así mismo compartir algo inusitado, su trasegar, las preguntas sobre su obra, así como su carácter, y eso sí saber ese toque mágico, tan personal, para saber algo sobre su aspecto creativo lejos de algunos encerrados en sus aposentos de invierno. De tal manera al poder conversar, en este caso con Henry Díaz, el dramaturgo fundamental de la ciudad, se da la posibilidad de tener cerca de un dramaturgo esencial en toda la expresión de las palabras, y no solo eso, sino en escudriñar sus preocupaciones teatrales, ya que si algo posee Henry es ser capaz de situarse en cualquier plano con su interlocutor y dejar que la conversación prosiga en estado normal, sin aspavientos y desasosiegos. De ahí que en esa familiaridad que da se nota su grandeza, no solo para conversar, sino para contar su experiencia ya que en él fluye el teatro por los poros con esa sensibilidad que mantiene intacta.

Él escribe su obra, porque ya la tiene, en una época de excesos tecnológicos y de comunicación, época en que la escritura de teatro en apariencia parece desalojada de la vida intelectual, en realidad esta mantiene su  pulso para expresar de primera mano, esa asociación entre la vida que discurre y el artista que capta esos menesteres que le llaman la atención, así que por encima de esos avatares  él se sobrepone  a la tecnología y escribe obras de teatro para dignificar ese arte, uno de los más antiguos, que aún mantiene su estatus esencial con el escenario y el espectador que siempre le gusta ir a tener contacto con una obra sin ninguna mediación.

Así, Henry Diaz enriquece el acervo cultural de la ciudad debido a su generosidad al continuar escribiendo como un suceso considerable para el que mantiene su creación artística intacta con esas perspectivas vitales de saber que cada una de sus obras busca una exigencia y precisión con su toque personal que no se puede dejar de lado. Eso sí no ignoramos que ese acto de creación no ha podido acaecer por azar, sino por una insistencia en indagar y tomar posesión del tema que lo embarga y que lo llevará a la cristalización de una posible obra a la cual accede a terminarla debido a ese poder de disciplina y determinado poder de dominación de su arte que a asaltado a algún dramaturgo preso en la comodidad, pero en la otra orilla sus espectadores lo animan a indagar esta realidad que circunda con sus diatribas y con su pesadez,  lo cual indica que Henry está imparable,  ya que no puede ser detenido o criticado sin redención por nadie, pues, él siempre anda atento y creativo.

Pero no nos distraigamos en este hecho a lo mejor banal porque lo esencial es de primera magnitud, y es consultarlo para saber el pulso del teatro en Medellín, ya que lo propio de sus obras dramáticas es traspasar la realidad y darle su toque personal sin la pérdida de su médula y sin banalidades, trayendo algo que nos sorprende y es que tengamos a nuestra disposición una obra de Henry seria, pero provocadora, estrictamente  contemporánea que está a disposición del espectador que sospecha desde el comienzo que esta obra no pasará desapercibida.

Sabemos que sus obras, incluso las más oscuras, no se nos escapan ni se vuelven extrañas por que la lectura que de ellas surge es que son accesibles y conmovedoras, serenas a veces, pero de golpe audaces. Nada nos separa de ellassino por el contrario, ya que esa conjunción de la realidad desde lo popular sin volverse demagogia, las torna cercanas, porque él, Henry, mantiene su equilibrio sin dejar de lado los dioses malgeniados ni el mundo que lo rodea porque siempre los interroga de una manera sugestiva con sus diálogos cargados de las vehemencias de su poesía, que sacude, así mismo con las estrategias de su dramaturgia que nos acorrala cuando surge lo inesperado  debido a la significación poderosa del lenguaje al cual Henry le da toda su poder de convicción y sugerencia, pero lo que sí sabemos y lo que no ignoramos, es que Henry con su saber y su experiencia adquirida con cada montaje  siempre tan precisos, sin zonas muertas,  acierta debido a esa familiaridad que conmueve ya que en ellas, sus obras, nos está reflejando en nuestras zonas sagradas y destrozos mutuos para no pasar inadvertidas.

Por esta simple razón quería decírselo, a él, Henry, que es un espíritu libre y honesto, fino y trashumante, visible en la complejidad social y cercana de sus obras. Así es fácil comprender, quizá con razón, que sus obras transmitan de una manera definitiva todo el trabajo que hay detrás de ellas, desde el soplo de una idea inicial hasta el montaje mismo. Ya que sus obras entregan ese su poder de comunicación y sin perjuicio, eso sí con sus dudas y preguntas para que el espectador acierte en quedar satisfecho permaneciendo en su butaca en medio de la oscuridad del teatro mientras la obra trascurre, y así se quede magníficamente sorprendido con una obra forjada con paciencia y que el tiempo define como sabia y tan presente, libre de la exigencia de quedar bien con todo el mundo, ya que ha sido escrita con ese espíritu tan personal lejos de una falsa innovación, pero eso sí con la escritura sin concesiones, amarga a veces, lúcida siempre debido a la vehemencia de su autor, digo, de Henry Díaz.

 

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