Muere Ernesto Sábato
Todo lugar sagrado está cubierto de dolor
Víctor Bustamante
Hace unos años, Sábato, por prescripción médica, debió dejar de escribir y leer a riesgo de perder la visión, resignado, si es que de esa manera puede llamarse, desvió su labor vital, la escritura, hacia otra forma de arte, pintar.
Sábato nunca fue considerado del boom. Es extraño que alguien tuviera una forma independiente de pensar y no sólo escribir, Así las noticias sobre él fueron escasas; casi desapareció de los medios. Sólo se tuvo una noticia sobre él cuando fue encargado de presidir la comisión contra los desaparecidos en la argentina "Nunca más", donde era necesario esa independencia de criterio, esa seriedad de escritor unido a su sensibilidad y su consecuencia con los actos del oprobio que puebla nuestras ciudades. Él nunca buscó un exilio rentable como muchos del boom; nuestro complejo de inferioridad lleva a que busquemos reconocimiento primero en el exterior, por el contrario Sábato vivió la época más desesperante en su país.
Cada vez que leo una reflexión de Sábato es encontrar no un vano juego literario sino una persona donde la desesperanza es uno de los factores claves del mundo actual. Mientras muchos de sus contemporáneos del boom, buscaban publicidad, y cínicos de plegaban a ciertos dictadores, Sábato era como una conciencia, la conciencia, el sueño del escritor independiente que ha hecho respetar su criterio y que a denunciado los atropellos de la barbarie y que no ha huido ante ningún sucio avatar.
Su literatura nos dice que el escritor tiene un límite: ser honesto. Y nadie como él lo ha tenido como norma de vida. Por eso, Sábato, casi opacado por la genialidad de Borges y la subsidiaria de Bioy Casares, o ese sabor de Cortázar en París, olvidó que la literatura no son grandes sofismas fantásticos, o estructuras juguetonas sino que él nos mostró la otra cara del ser argentino: el escritor consecuente, así en estos días de globalización esta palabra sobre un escritor honesto parezcan un parroquialismo.
Mientras los falsos prestigios sociales, el aura magna y sucia mancha a algunos escritores que se pliegan a callar, en Sábato encontramos toda la dimensión del escritor incorruptible, un humanismo a ultranza. En Sábato nunca encontramos una opinión injusta, una frivolidad. Su armazón mental siempre fue forjada de una sola pieza: la honestidad en estos tiempos de blandura existencial, de gulags caribeños de glorioso olvido o la vanidad de plastilina.
Ernesto Sábato publicó Antes del fin,(1999) crónicas, reflexiones de lo que da la impresión de ser un testamento, cada uno de estos fragmentos como si la necesidad de la escritura tuviera que decir lo preciso. Allí sitúa esa decisión de querer ser escritor a toda costa renunciando a su brillante carrera de físico, como si sospechara el camino hacia el abismo que puebla la barbarie de la tecnología mal empleada, y ante ello contrapone la necesidad del humanismo donde el hombre reflexione y controle el exceso de racionalismo que le ha cercenado el corazón en pos del progreso.
El escritor sumido en la más absoluta soledad y tristeza, nos recuerda de una manera muy discreta, -como todo lo suyo-, su infancia en Rojas, su paso por la universidad de La Plata y su juventud europea, que contrasta cuando regresa a sus sitios caros y encuentra apenas fantasmas, rasgos, bocetos de lo que ya no existe, así como los lugares de su casa que hablan de silencio ante la muerte de su esposa Matilde y de su hijo, y de tal manera aparee su impedimento para escribir, como si todo el sufrimiento se hubiera empozado en él. Pero a pesar de esas pinceladas de infancia y su dolor, él está vedado a las lágrimas, por el contrario nos habla con justa serenidad de la presencia de la muerte, al mirar los acantilados en el bello mar de Santander, España; o las pesadas noches de insomnio, o sus sueños con abismos marítimos.
Más que en ningún escritor latinoamericano fue a ultranza hacia la utopía del hombre y la justicia social. En él se confirma el rigor ético, sus obsesiones personales y su independencia cuando se le tilda de anarquista.
También lo que escribe termina convirtiéndose tan real que el escritor vive la literatura que escribió, Ernesto Sábato cuenta como visita el Parque Lezama y lo abruma su misma incertidumbre. Es como si estuviera esperando a Alejandra, la heroína de Sobre héroes y tumbas.
A veces leyendo a Sábato, recuerdo esas profundidades de Kafka, esos lugares de la mente insondables como en Informe para ciegos.
Tal vez este sea el último libro publicado por Sábato, luego de una larga vigilia, esa larga vigilia medica, pero sabemos que es un espíritu reflexivo, incorruptible. Sábato siempre ha buscado la serena reflexión y la escritura del ser contemporáneo: quedan los pocos que cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura pero obsesiva de testimoniar su drama, su desdicha, su soledad. Son los testigos, los mártires de una época. Nada más obvio ante esa pérdida de valor de las palabras. Con Sábato aprendimos la renuncia a la golosina de la vanidad en esa constante reflexión que es su libro El escritor y sus fantasmas. Con él recordamos que el escritor debe tener corazón y no perderse en las heladas estepas del buen estilo que no es mas que la sumisión a un yo de mentiras. Con Sábato recordamos la injusticia de los niños abandonados y como el escritor se forma con su constante pregunta acerca de la condición humana, lo demás es silencio y papel.