Este blog, en permanente construcción, hace parte de una revisión de los textos iniciáticos nadaístas con el propósito de mantener nuestra fe intacta en algunos de ellos. Podríamos decir que es una versión remasterizada, con inyecciones letales de cinismo y humor negro, de esta doctrina creada, simultáneamente, en Medellín y Cali.
Mantenemos la fe intacta en la creación libre. Somos icoñoclastas por naturaleza.
neonadaismo@gmail.com
VíctorBustamante, escritor y reportero de la poesía medellinense, ha publicado otro
libro clandestinamente (Babel,2022), Diario del maestro.
En
él se desahoga con las experiencias de un profesor de sociales en un colegio
público llamado Villas del Sol, en el barrio Pachelly, de Bello (1992-2002), en
las faldas del cerro Quitasol.
Es
un diario de campo sobre la pantomima de la educación en un barrio popular
donde las instituciones parecen haber fracasado ante el auge de las bandas y la
hegemonía de la contracultura narcotraficante. Temo que las cosas no han
cambiado gran cosa hoy día, veinte años después.
Pachelly
es un barrio popular de Bello. Allí gobierna una de las bandas más poderosas de
la región.
EL
ENGAÑO DE LA EDUCACIÓN
Todos
los días el profesor madruga hacia Pachelly, con vagabundos de la noche,
vendedoras de tinto, ladrones, prostitutas, coperas, bailarinas, celadores y
demás trabajadores nocturnos que duermen de día en el barrio y vuelven a
descansar y a despachar a sus hijos para el colegio.
En
el aula (o la jaula de clase, para ser siniestros) las cosas son siniestras
para el profesor. Intenta sembrar algo en esos cerebros de roca. Cada día
fracasa un poco más en su intento, aumentando su desasosiego.
Los
estudiantes de los barrios populares como este, cuando no son genios o
juiciosos por alguna razón sobrenatural, ven en el colegio su primera
experiencia carcelaria (11 años obligatorios). Para sobrellevarlo, se desquitan
con otros estudiantes, con los profesores, directivas, y siguen con la
infraestructura, que a veces termina incendiada. Recuerdo, con cierta
fascinación, la vez que en mi salón de clase alguien comenzó por incendiar el
basurero y al rato ya estábamos quebrando los vidrios de las ventanas.
Algunos
entran trabados. A dormir o joder. Se sientan, pero no se callan. Se callan,
pero no ponen atención. Ponen atención, pero del chiste más insignificante.
Siempre alertas para burlarse. Siempre prestos para el apodo, la burla, el
sarcasmo, el buling -término que no se empleaba en los noventas-. A veces, si el profe es muy estricto, lo
amenazan de muerte.
El
profe anota frases de grandes poetas en el pizarrón, grandes nombres de la
historia de las letras. Pero eso no les dice nada. La literatura es una lengua
muerta para los niños de nadie. Pero una
estudiante le reclama: profe no queremos poesía, eso para qué. Tampoco quieren
saber de ciencias sociales, literatura, artes. Y en el fondo saben que en
nuestra sociedad fallida esas cosas no dan plata, salvo cerrando el círculo y
convirtiéndose uno mismo en profesor de muchachos que no quieren aprender y
están eternamente aburridos, con ganas de irse a dormir, a ver televisión, a
masturbarse, reproducirse con la primera chica, a pararse en una esquina, a
patear un balón o peinarse le copete o, ahora, a bailar frente a una cámara de
celular para obtener likes y, depronto, la celebridad, tan rentable.
Durante
esos años, no sé hoy día, algunos profesores en la ciudad estaban siendo
asesinados por estudiantes que perdieron una clase o sacaron una mala nota o
les calló mal el profesor, a quien no respetan, sino que ponen un apodo y tratan
de sacar de sus cabales hasta que lo logran. Y al profe le estalla la cabeza
dejando un polvo blanco en el tablero. El sicario no tolera perder la clase de
sociales. Y para no perder, amenaza al profesor con el dedo o verbalmente.
Se
necesita nobleza de carácter para ser profe. Hay que, como quería San Pablo,
soportarlo todo. 500 estudiantes en un mismo establecimiento, después del
descanso se distribuyen los miasmas del baño por los salones cercanos. Y así
hay que dar clase.
Recuerdo
mis jornadas de colegial, las rejas, las ventanas. La disciplina, firmar el
libro de la coordinadora por cualquier estupidez, media camiseta fuera de la
pretina. Las horas largas, esperar que terminara aquello para irme, creía yo, a
hacer algo productivo.
Para
soportarlo, algunos profes se entregan al alcohol a la salida de clase. Así
toleran madrugar día a día a cuidar esos muchachos esa cárcel.
"Eso
para qué nos sirve", preguntan todo el tiempo los más despiertos, los que
de todas formas saben que hay que interpelar al carcelero. Después se lo
encontrarán en la calle, al profesor, algunos pasarán de largo. Uno pasa en su
carro, a qué se dedica, pregunta el profe, a robar, le responden. El profesor
se siente como si los hubiera engañado.
Una
muchacha le ofrece al profesor su virginidad para que la deje pasar la materia.
Otra, le pela las nalgas. Ganan la materia.
EL
CRONISTA NADAISTA
Víctor
Bustamante es uno de los cronistas de la ciudad profunda, nocturna. Un cronista
no oficial.
La
ciudad que narra en sus libros (Luis Tejada, Amábamos tanto la revolución,
Darío Lemos: cuando el poeta muere, Los malditos, Películas rigurosamente
editadas a mano, entre otros) muestra una realidad ruda y cruda, en los bordes, una ciudad de soñadores
fracasados, donde a veces alguno triunfa, en el delito. Y después muere
violentamente. Pero viven en ella los que aman la literatura. Los que circulan,
por ejemplo, alrededor de la librería Este lugar de la noche de Gustavo
Zuluaga, los jóvenes perdidos, suicidas, los desheredados.
Por
no creer en las instituciones, este libro pasará desapercibido y no será
recomendando, es un libro maldito.
Valoración de su obra●Esperamos
realizar una extensa Labor Cultural en el Año de 1962 Yanira Olaya ● Largometraje: “Una utopía”, Dicen Cineastas Nacionales. Gabriela
Samper destaca los problemas del cine nacional Hernando
Salcedo Silva● Ray Witlin Habla del cine colombiano, El cine
en Colombia es su arte más joven al que deben incorporarse sus artistas y
técnicos Hernando Salcedo Silva ● Gran
Documental sobre el Páramo de Cumanday I.
de B. ●Un
cine Nacional que se Dedicará a las Leyendas Olegario
Bitullas●Dos estupendos cortometrajes sobre Colombia● Marta Traba● Indagatoria a Gabriela Samper ● Correspondencia●La
Guandoca Ramiro Tejada●Homenaje a Gabriela Samper Mauricio Laurens● Gabriela Samper revisitada ● El
Páramo de Cumanday VB●El territorio antropomorfizado. Algunos
apuntes sobre la obra cinematográfica de Gabriela Samper
Daniel Alejandro Franco Arroyave●Santísimos hermanos VB●Los Santísimos hermanos de
Rebecca Puche Navarro●El origen de los Santísimos hermanos VB ●Negra esclavitud el comunismo Edgar León Bustamante C ● Filmografía● Bio-bibliografía
Director: Víctor Bustamante
Editor: Edgar Bustamante
Publicidad: Harold Dávila
y Gisel Cañate
Foto de la carátula: Hernán Diaz
Edición y diseño: Armado Múnera
Hicieron posible esta Babel:
Hernando Salcedo
Silva, Hernán Díaz, Elisa Mújica, Olegario Bitullas, Mauricio
Laurens, Rebecca Puche, Néstor López, Yanira Olaya,Ramiro Tejada, Néstor López, Daniel Franco, Alejandro Bustamante, Gustavo Zuluaga, Saúl Bustamante, Carlos Alfonso
Rodríguez, José Daniel Bustamante, Armando Múnera, Juan Guillermo López (+)
Miguel de Montaigne en su magna obra “Ensayos” hace una lacerante reflexión sobre lo que implica la violencia
contra los otros, lo que significa la
tortura en un tiempo donde grandes pensadores como él trataban de hacer más
humana la sociedad condenando estas prácticas. Desde entonces el pensamiento ha
buscado que se condene abiertamente la práctica de la violencia y sobre todo la
crueldad a través de la cual la razón, la piedad que nos hacen seres razonables
deben prevalecer sobre el fanatismo que nos enajena en la ferocidad de la bestia y nos
hace olvidar que somos hijos de Dios. Un intelectual o una intelectual dice uno
son seres dotados de cultura y por lo tanto de capacidad de discernir entre el
bien y el mal ¿Por qué entonces, en casos como el nazismo o el
comunismo, y, ahora mismo declinan
su responsabilidad frente a los desmanes de las nuevas formas de
crueldad para hacerse cómplices de matanzas, de indescriptibles torturas? Hans Magnus Enzerberguer quien acaba de morir –estuvo por cierto en
Medellin- fue uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo y un analista certero de los fenómenos que
relacionan las nuevas formas de violencia con ciertas ideologías políticas:
“La cultura oficial –recordemos que el populismo es hoy nuestra cultura oficial- y los intelectuales
nos están preparando poco a poco para la
violencia” Es lo que llama entonces guerra nuclear como un soterrado proceso
hacia una definitiva barbarización de la
sociedad tal como lo seguimos viendo en Colombia mediante la
violencia de los “estallidos sociales”, la ceguera moral de las gentes
ilustradas, o la llamada “literatura realista” donde no hay ningún análisis
sobre los hechos y las víctimas ya que de antemano se ha determinado quiénes
son los buenos y quiénes son los malos. Martín
Sombra explícitamente ha sido capaz de desnudar
con la crudeza del verdugo lo que supuso
la crueldad extrema de los
Comandantes(as) de las FARC con el reclutamiento de niños sobre los
cuales desplegaron la obscena sevicia de su llamada praxis revolucionaria que
disfrazaba sus perversiones sexuales La
finalidad de la crueldad consiste en – caso de Putin- en tratar de despojar al
ser humano de su dignidad, de reducirlo
a un guiñapo. Los intelectuales
reclutados miraban hacia otra parte. Pero esta es la crueldad que Ratzinger, condena como la suma expresión de barbarie que no puede
aceptarse como acciones legítimas de “guerra” cuando constituyen una patológica demostración de la irracionalidad en que han caído estos grupos
al no encontrar la oportuna respuesta de una Justicia que los detenga para que la degradación de sus acciones sobre la
población sea castigada con la severidad
que se necesita precisamente para detener este espeluznante campo de batalla en que se ha convertido el
Cauca y están tratando de convertir de nuevo al país.
Diez comunidades indígenas fueron secuestradas
bajo el terror de un Paro Armado por el ELN y escuchamos el ofensivo lenguaje
de la hipocresía cuando el supuesto
Pastor de Almas declaró imperturbable que el levantamiento del Paro Armado por
parte de estos maestros de la crueldad que aún mantienen confinados en el Chocó
a cerca de cinco
mil indígenas “devolvía la confianza mutua entre las partes” ¿Quién le
otorgó facultades para perdonarles un crimen de Lesa Humanidad? ¿Cuántas
prórrogas se seguirán concediendo
después de cada nueva masacre de las
llamadas “Disidencias”? Hace un mes
estas llamadas “Disidencias” en el
Huila remató con tiros de gracia a ocho
muchachos policías indefensos con la
sevicia de unos forajidos. Llanto de
cocodrilos en los distintos medios de información. Silencio hasta la más
terrible emboscada donde diez niños soldados
afrodescendientes fueron ejecutados,
descuartizados por Marlon el Comandante guerrillero
a quien habíamos visto abrazarse,
hacerse arrumacos con ese equívoco personaje llamado Danilo Rueda para
anunciar que la Paz “había comenzado” ¿Puede anunciarse una conciliación
a partir del manipulado seudolenguaje de
la mentira, de considerar como “combatientes políticos” a quiénes son
realmente unos desalmados asaltantes de caminos al servicio de poderes incalculables para la imaginación humana? Oponerse a la crueldad es pues
oponerse a la desoladora violencia donde
los valores caen y la sociedad está siendo enajenada mediante el terror y el
mutismo de la Justicia. “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros…”
Esto
es lo más difícil que tendrás que hacer en tu vida y también será lo más
importante.
Deja
de tener conversaciones difíciles con personas que no quieren cambiar.
Deja
de aparecer para las personas que no tienen interés en tu presencia.
Sé
que tu instinto es hacer todo lo posible para ganar el aprecio de los que te
rodean, pero es un impulso que roba tu tiempo, energía, salud mental y física.
Cuando
empiezas a luchar por una vida con alegría, interés y compromiso, no todo el
mundo estará listo para seguirte a ese lugar.
Eso
no significa que tengas que cambiar lo que eres, significa que debes dejar ir a
las personas que no están listas para acompañarte.
Si
eres excluido, insultado, olvidado o ignorado por las personas a las que les
regalas tu tiempo, no te haces un favor al seguir ofreciéndoles tu energía y tu
vida.
La
verdad es que no eres para todo el mundo y no todos son para ti.
Esto
es lo que hace tan especial cuando encuentras a personas con las que tienes
amistad o amor correspondido.
Sabrás
lo precioso que es porque has experimentado lo que no lo es.
Hay
miles de millones de personas en este planeta y muchas de ellas las vas a
encontrar a tu nivel de interés y compromiso.
Tal
vez si dejas de aparecer, no te busquen.
Tal
vez si dejas de intentarlo, la relación termine.
Tal
vez si dejas de enviar mensajes, tu teléfono permanecerá oscuro durante
semanas.
Eso
no significa que arruinaste la relación, significa que lo único que la sostenía
era la energía que solo tú dabas para mantenerla.
Eso
no es amor, es apego.
¡Es
dar una oportunidad a quien no lo merece!
Tú
mereces mucho más.
Lo
más valioso que tienes en tu vida es tu tiempo y energía, ya que ambos son
limitados.
A
las personas y cosas que le des tu tiempo y energía, definirá tu existencia.
Cuando
te das cuenta de esto empiezas a entender por qué estás tan ansioso cuando
pasas tiempo con personas, actividades o espacios que no te convienen y no
deben estar cerca de ti.
Empezarás
a darte cuenta que lo más importante que puedes hacer por ti mismo y por todos
los que te rodean, es proteger tu energía más ferozmente que cualquier otra
cosa.
Haz
de tu vida un refugio seguro, en el que solo se permiten personas “compatibles”
contigo.
No
eres responsable de salvar a nadie.
No
eres responsable de convencerles de mejorar.
¡No
es tu trabajo existir para la gente y darles tu vida!
Te
mereces amistades reales, compromisos verdaderos y un amor completo con
personas saludables y prósperas.
La
decisión de tomar distancia con personas nocivas, te dará el amor, la estima,
la felicidad y la protección que te mereces.
Desde un interés
personal y por mis inquietudes en los debates políticos, he sido juicioso
lector de la filosofía política de Arendt. Cuando escribí un texto para dar
unas puntadas a acciones humanas que tienen que ver con: Lo público, lo privado
y lo íntimo, lo hice teniendo como línea de análisis la obra: “La condición
humana” de esta admirable mujer y periodista, que estuvo de cerca a los
procesos y juicios contra los monstruos que participaron en el holocausto
judío.
Su lectura me llevó
a entender que lo que realmente existe son los espacios que, a modo de
escenarios, el hombre o la mujer usan en la representación que constituyen sus
actuaciones. Las actuaciones, pues, son públicas, privadas o íntimas no en sí
mismas, sino según el espacio en que se desenvuelven. Hay actuaciones que, al
parecer, son necesariamente públicas, por ejemplo: dar una conferencia, pero
esta, es el final de un proceso que incluyó además la preparación, el ejercicio
de escritura y hasta simulacros hablando frente a un espejo frente a un
auditorio imaginario, para este caso estas actuaciones previas fueron
privadas. Pero la veta poética no la conocía, no la había explorado, pero es
apenas inimaginable que un ser humano como Hanna Arend dotado de tanta
sensibilidad estuviera lejos de la poesía.
De Hannah Arendt
conocemos, sobre todo, su producción filosófica brillante, sus reflexiones políticas
e incluso su tempestiva vida, incluyendo su relación con M. Heidegger.
En efecto, Arendt no fue una poeta, pero ha escrito algunos poemas que merecen
ser rescatados del olvido en el que están confinados. No resulta extraño
escuchar todavía ese aforismo anónimo que señala que la poesía no vive sólo de
poetas. El valor de estos dos poemas me parece doble: tienen valor
testimonial -de su vida marcada por la experiencia traumática del nazismo- e
interrogan lo poético -a través de aquello que somos (in)capaces de poetizar.
(Borra, 2009)
Consuelo
Vendrá la hora
en que las viejas heridas,
tanto tiempo olvidadas,
amenacen con abrirse.
Vendrá el día
en que ningún balance
de la vida, del dolor,
contará.
Transcurren las horas,
Pasan los días.
Un logro queda:
simplemente estar viva.
“La figura de Hanna
Arendt parece ligada en exclusiva al ámbito de la teoría política. Centrados
en la reflexión sobre los mecanismos sociales que explican el funcionamiento
ideológico de los totalitarismos, libros clásicos como el Ensayo sobre la
banalidad del mal lo probarían. Si se pidiese a sus lectores asociar algún
nombre con su objeto de estudio, ¿a cuál de ellos se le ocurriría mencionar a Hermann
Broch en lugar de a Adolf Eichmann? Sin embargo, una veta subterránea
de su obra que contribuye, aunque sea indirectamente, a explicar la agudeza de
su mirada filosófica gira alrededor del poder creador de la palabra. A no pocos
sorprenderá saber de la faceta casi desconocida de poeta que la autora
de Los orígenes del totalitarismo practicó desde su juventud y que hace
unos años fue expuesta en un volumen de sus Poemas (Munich, 2016).
Aunque desiguales
por extensión y por aliento, la lectura de sus páginas nos permite asomarnos a
la postura de Arendt sobre algunas de las oposiciones esenciales de la
filosofía tal como ella la concibió A fin de intentar cubrir mínimamente esta
laguna entre nosotros, con el título de Pensamiento y poesía el Instituto Juan
Andrés publicó en 2021, editada por Gloria Bosch Roig, una selección de textos
teóricos y críticos de Arendt sobre la obra de arte y sobre algunos pensadores
muy próximos a su vida como Martin Heidegger, Walter Benjamin o el ya citado
Broch. Entre unos y otros capítulos aparecen intercalados algunas poesías que dan
cuenta de la evolución de la sensibilidad literaria y filosófica de su autora.
Aunque desiguales
por extensión y por aliento, la lectura de sus páginas nos permite asomarnos a
la postura de Arendt sobre algunas de las oposiciones esenciales de la
filosofía tal como ella la concibió: pensar y conocer, sobre todo, así como
intuición y metáfora, pensamiento (nous) y palabra (logos), los sentidos de la
vista y el oído, y, a lo lejos, el rumor de Atenas y Jerusalén bajo el signo
del antisemitismo contemporáneo.
El pensar necesita
la palabra para proporcionar al hombre la morada que hace brillar en medio de
su fragilidad la permanencia de la vida Me gustaría subrayar dos ideas de
Arendt que de manera explícita o sugerida dirigen el hilo de esta breve antología.
Por una parte, la radicalidad del pensamiento como una actividad del espíritu,
completamente interior e invisible, solo alcanza a manifestarse en la obra de
arte. Si el conocer, proceso característico del homo faber, se dirige a la
posesión de la realidad, el pensar se sustrae a cualquier finalidad o utilidad.
No se trata de
reivindicar la inutilidad de la contemplación. Esta trascendería cualquiera de esas
categorías para garantizarles su ejercicio humano. El pensar necesita la
palabra para proporcionar al hombre la morada que hace brillar en medio de su
fragilidad la permanencia de la vida. En ese punto la conflictiva relación
desde Platón entre el poeta y el filósofo se transfigura iluminando la
existencia. Dice Arendt: “La metáfora como puente sobre el abismo que separa
las actividades internas y el mundo de las apariencias es, probablemente, la
mayor aportación del lenguaje al pensamiento y con ello a la filosofía”.
Por ello, en
segundo lugar, el movimiento que caracterizaría al filósofo como al poeta sería
el de dar un paso atrás para no dejarse arrastrar y poder resistir así la
impersonalidad o la violencia de la historia. Aun en medio del fracaso, la
cobardía o la desesperación, protegen con su ejemplo la fuerza de la vida.
Mérito de
Heidegger, Benjamin o Broch sería haberse puesto críticamente a la escucha de la
tradición desde el presente.
Hanna Arendt había
descubierto que en el núcleo de la filosofía el imperativo ético debía
conjugarse poéticamente Si Ser y tiempo se había alzado contra el molde de la
filosofía de su época, el Angelus novus retendría – como flanêur o
coleccionista- las ruinas dejadas por el vendaval del progreso. En busca del
«absoluto terrenal», Broch, el «poeta renuente», convencido de la preeminencia
de la ciencia sobre el arte, habría buscado, frente al misterio del sufrimiento
y la muerte, una escatología positivista y una redención inmanente: “Si la
política se hubiera convertido en eso que él exigía, sería una «obra de arte
ética». […] Por lo tanto, la política era para Broch poesía, la creación del
mundo una ciencia y, al mismo tiempo, la ciencia poesía”. Así, el autor de la
muerte de Virgilio era capaz de abandonar cualquier actividad intelectual antes
que evadirse de una demanda de ayuda humana. (Pego, 2022)
Hanna Arendt había
descubierto que en el núcleo de la filosofía el imperativo ético debía
conjugarse poéticamente”.
Borra, A. (28 de
junio de 2009). http://arturoborra.blogspot.com/2009/06/d.
Recuperado el 14 de
octubre de 2022
Pego, A. (09 de
octubre de 2022). https://gaceta.es/ideas/la-poetica-dehanna-arendt. Recuperado
el 09 de octubre de 20
“La belleza es ese misterio
que no descifran ni la psicología ni la retórica”
J. L. Borges
Me
gusta estar cerca de una mujer como Juliana.
Especialmente cuando aparece después de cuatro o seis días de ausencia.
Trato de no incomodarme y escucho embelesado su voz. Una voz que me dice que el
valor de la vida está en lo que gozas y no en el sufrimiento. Hay que tratar de
vivir feliz. Cuando la veo le beso tiernamente, esto representa para mí un acto
placentero. Posee una boca suave y modelada. Amar, siempre festejar con todo mí
ser, en la tierra y en los cielos. En mi audacia a veces recorro los senderos
invisibles de su cuerpo. Su cuerpo, es un fuego escondido, una herida
agradable, un veneno delicioso, una dulce amargura, un suplicio alegre y un olor
apacible. Además, posee un hermoso cabello que rueda graciosamente por sus
espaldas. A mí no me importa si ella me ama y me profese un extraño, prefiero
quedarme quieto a su lado mientras la observo y bebo lentamente una taza de
café ¿Un amargo café? Si, ahora, cada que nos vemos, sólo tómanos un café en la
oficina de trabajo en Rosales, situado en el centro del barrio Belén. Juliana siempre se ríe, y a mí me
encanta su risa, su brío y ese olor de
mujer. Posee un olor distinto a las otras mujeres. Además, su candidez y la
belleza me seducen. La persuasión es obra del destino, el destino es el que
baraja las cartas y nosotros somos los que las jugamos. Una de las ventajas de
no ser feliz es que con Juliana se
puede desear la felicidad. La experiencia sensual o erótica no está en lo que
te sucede. Sino en lo que haces con lo que te sucede en un instante. Juliana hace que me sucedan muchas
cosas. En el desierto del mundo la única cosa útil es su fruto interno, y del
fruto la semilla que emana y el olor corporal de ella como mujer. Cada día
entre mi soledad y su ausencia prolongada recuerdo su olor y su presencia. Otra
tantas veces en mi trabajo presiento que ella y su olor están dentro de mí. Ya
no se qué hacer con el olor de una mujer como Juliana. Posee un olor especial que la diferencia de las demás
mujeres, Si yo no hubiera puesto mis sentidos en Juliana, les juro que la dicha de mi vida no consistiría en tener
algo qué hacer, o alguien a quien amar, un olor a esperar. Un juego en el ser y el hacer. Sé que no
queda tiempo. Solo quien alcance el colmo del optimismo tendrá fuerzas para
ofrendar la vida. La única cosa que vale es amarla. Sí, el amor y el olor se
encuentran, empieza un estado de gracia y llega un goce que es muy difícil de
imaginar. Debemos matar lo que ha muerto. Dejad que arda el fuego de la pasión
hasta que no tenga nada con que cebarse. El olor de ella se desliza hacia mí,
me llena como un vaso y me conduce a la eternidad. Con Juliana todo amor es triste, más afligido y todo su amor y olor es
lo mejor que existe. Sin promesas, preguntas ni rodeos a Juliana no le molesta mi fluctuación entre el deseo y el goce. Juliana siempre reduce nuestra relación
a un asunto sensorial y a una hermosa risa. No al silencio o la mirada o a los
fuegos ocultos de mi cuerpo. Hay que ser un buen olfateador para pasar un día
con ella. Para Juliana la libídine no
es una ruleta rusa. El amor es un efecto, un fuego escondido y encendido, un cierto
culto al azar. Muy temprano en las mañanas en la oficina, entre hipnotizado,
percibo su olor.
Imagino
que ella se marchó con otro hombre. Pero me rio y empleo la risa como una válvula
de escape para conservar mi mente sana y relajada.
¿Con
otro hombre?
Qué
cosa me pasan y se me ocurren.
El
olor de Juliana es inconfundible, es
como el olor traído por un viento suave. Un perfume de un pétalo enviado por un
viento o el susurro del aire. En nuestros encuentros Juliana a veces insiste en marcharse, se ruboriza, hay algo de
timidez y expresa que es una mujer casada. Ella se disuelve en mi imaginación,
así como su olor penetra en mis entrañas, purifica mi cuerpo con los roces y
ese olor sagrado. Le hablo y no encuentro palabras. El entusiasmo entre los dos
pasa por un momento en que el sentimiento llegará a su fin. No hay nada qué decir.
Yo sólo soy consciente de su olor y mi pasión corporal. Amo de ella una cosa. Oler
y sentir siempre su Baubo, fresco y rosado y hacer bien lo que tengo que hacer en
este juego de las sensaciones y emociones
Esa es la respuesta que le
dio el admirado y nonagenario actor Clint Eastwood al cantante de country Toby
Keith, cuando éste le preguntó qué cuál era su secreto para seguir activo y
brillante a su edad
“Cuando me levanto todos los
días, no dejo entrar al viejo. Mi secreto es el mismo desde 1959: mantenerme
ocupado. Nunca dejo que el viejo entre en casa. He tenido que sacarlo a
rastras, porque el tipo ya estaba cómodamente instalado, dándome el coñazo a
todas horas, sin dejarme espacio para otra cosa que no fuera la nostalgia. Hay
que mantenerse activo, vivo, feliz, fuerte, capaz. Está en nosotros, en nuestra
inteligencia, actitud y mentalidad. Somos jóvenes, con independencia de nuestro
DNI. Hay que aprender a luchar por no dejar “entrar al viejo”.
Ese viejo que nos aguarda,
apostado y cansado a la orilla del camino para desanimarnos.
No dejo entrar al espíritu
viejo, al criticón, hostil, envidioso, a ese ser que escudriña en nuestro
pasado para anudarnos de quejas y remotas angustias, o de traumas revividos y
de olas de dolor.
Hay que darle la espalda al
viejo murmurador, lleno de rabia y quejas, de falta de valor, que se niega a si
mismo que la vejez pueda ser creativa, decidida, llena de luz y de proyección.
Envejecer puede ser
agradable, e incluso divertido, si sabes cómo emplear el tiempo, si estás
satisfecho de lo que has logrado y si sigues conservando la ilusión, añade
Clint Eastwood, una leyenda que lleva diez candidaturas al Oscar, de las que ha
ganado cuatro estatuillas. Todas ellas después de haber cruzado el umbral de
los sesenta. A eso se le llama "no dejar entrar al viejo a casa".
Estas palabras calaron tan
hondo en el cantante de country Toby Keith, que lo inspiraron a componer la
canción "Don’t Let the Old Man In (No dejes entrar al viejo), dedicada al
legendario actor.
París
Trejos, Memorias de un estafador, de Ricardo Aricapa
(UNAULA 2022).
Víctor Bustamante
La vida de un estafador siempre
busca el equilibrio entre no ser aprehendido infraganti en la trama que ha urdido
para engañar y quitarle algo a alguien; para tal efecto urde un plan tan pormenorizado,
tan elaborado en sus conjeturas y evitar perder, es decir, ser sorprendido por la
víctima, que el estafador deduce en su soberbia y en su clandestinidad que esa
labor de simulación tan específica, para embaucar a una persona, debe llevarla a
terreno fértil para después huir sin dejar rastro. El estafador de entrada miente
cuando ya tiene un cliente escogido, cliente al cual se le ha elaborado una inteligencia
en todos sus hábitos y ámbitos, a qué horas se levanta, a qué horas sale de su casa,
donde, a que restaurante va, si le gusta la música o el cine o permanece
conversando con sus amigos hasta que horas. Es una labor harto difícil ya que
el estafador opera bajo las sombras. El estafador está en el otro límite y casi
siempre, antes de entrar a escena, es decir, a iniciar su labor, prefiere que no se
sepa nada de él, fuera de esas elucubraciones que lo definen como un fuera de
serie. Por esa razón, después de cometer un ilícito, que para él significa su
ganancia, solo le queda explotar con su risa, aquella risa que resalta, aquella
risa que lo motiva a seguir. A él le han bastado
muchos días de espera, mucha paciencia para urdir y finalizar con éxito sus planes,
para él solo ha existido la argucia para embaucar a la persona escogida.
Hay un texto de Thomas de
Quincey que trata del asesinato como una de las bellas artes, no sé si podría
decir lo mismo de la estafa, con una salvedad, en la estafa no se asesina, sino
que se apela a toda clase de artimañas para un logro definitivo, arrebatar al
verdadero dueño sus pertenencias o parte de ellas. A veces es tal la capacidad
del timo, que este debería no ser elevarlo a la categoría de arte sino de argucias.
También Hay un libro no tan célebre de Thomas Mann, Confesiones del estafador Feliz Krull, cruel y, por supuesto, en esta
cultura antioqueña, no podía faltar ese cuento popular, Cuando pase el aserrador, así como aquellos relatos del paisa itinerante,
de los jugadores de cartas, de dados, de las galleras. Todo ese otro ámbito que
produjo nada menos que un personaje cáustico, Cosiaca, o frases como esta:
trabaje con la plata del míster, o el caso del pícaro local que vendió varias
veces el estadio. También hay una película nuestra, El embajador de la India donde la destreza del mentiroso se
aprovecha de la ingenuidad de un pueblo, caso similar al del jeque árabe en
Urabá narrado en este libro.
Pero ahora vamos a hablar de
París Trejos,
Memorias de un estafador de Ricardo Aricapa (UNAULA 2022). Algo es
cierto, el territorio oscuro del mal siempre ha causado curiosidad ya que se
convierte en ese lugar donde una persona violenta la moral con sus reglas, ya
que el estafador idea las suyas, les da su sello; esas reglas las aprendió
París Trejos a lo largo de su existencia y sabiendo eso sí que de ser sorprendido
infraganti o por sospechas luego comprobadas iría directo a la cárcel. De ahí
que el estafador sea una suerte de artesano del mal, y eso sí un verdadero artista
del engaño y del robo.
Aricapa en este libro,
quizá el más personal, no en cuanto a un cumplido, sino debido a la certeza de haber
compilado esas habladurías en Riosucio, seguro escuchó las referencias
sobre París con sus andanzas y sus subterfugios, que luego él mismo corroboró al dialogar con él para terminar reconociendo que había algo en Trejos que es
eso, lo esquivo que muchas veces se pierde en su trasegar y que podría llamarse
algo así como cierta gloria de la banalidad. Esa que París Trejos escribió con
sus propias peripecias, con su ida desde
muy adolescente de su casa y que debió ser buscado por su padre, cuando el
tedio, el brumoso tedio, no daba otra opción. Ya que, arrasado por el deseo de triunfar
a lo antioqueño, debía obtener dinero como una exigencia
silenciosa en cada familia; silencio inmanente como un mandamiento en estos
pueblos, que obligaban a convertirse en un tipo de acción, con ambiciones de apoderarse
del mundo, y así, en lo más íntimo, sospechar que solo le quedaba como iniciativa
irse, huir de su lugar de origen. De ahí, estoy seguro, que a Aricapa no le quedaba otra opción que escudriñar
e investigar para escribir sobre esa vida, ya que, de lo contrario, quedaría deformada
con el tiempo y con esas referencias sobre un personaje, podría decirlo el más emblemático a pesar del desprecio que causa para muchos, ya que
desde su contigüidad el autor ayudaría a preservar esa historia de la cual nunca
lamentará haberla rescatado. Si Riosucio se jacta de realizarle un Festival al
Diablo, como una burla y un trasvase de la moral, pero también como una fiesta
para escapar a lo cotidiano con sus preceptos y códigos, también es cierto que
con este libro ha surgido alguien más real que, a pesar de bordear la
normatividad les ha ganado a todos: París Trejos.
Un personaje como París
Trejos, en apariencia, es rechazado de una conversación habitual ya que
su “legado” no es meritorio; “legado” poco saludable contenido en sus
andanzas; aquellas que lo han ayudado a formarse en esa dura esfera de la vida,
donde no hay preceptos ni normas, sino la experiencia que aparece en cada
momento, y que al ser una chispa inesperada salta sin remedio. En este caso París
debe saber que si no vive esa puerta que se le abre, perderá. De ahí que la ruda
rueda de la fortuna muchas veces lo arrastra, muchas veces debe aprovecharla de
una vez, tomar la decisión en caliente, no pensarla mucho porque en el pensar
se advierte que hay demasiado análisis donde siempre gana el pesimismo al salirse
del circuito de lo normal. Cuando dije que en apariencia es porque no hay nada
más seductor que leer sobre aquellos personajes que se desviaron del camino establecido
y se animaron a vivir su vida, así sea a contrapelo, contrariando lo señalado.
París Trejos es uno de ellos, es uno de esos personajes que seducen por ese
arbitrio que da el rebusque a como dé lugar, como norma de vida, como manera de
“salir adelante”, y de vivir al filo del éxito momentáneo y fugaz o del fracaso
que acecha cada día.
En los diversos oficios, París
Trejos, nunca sufrió por haber arrebatado su propia vida a otro destino común,
sino que él mismo dentro de sus veleidades y circunstancias la consideraba una
obra tan personal que no la asumía como si se viviera en la oscuridad de la destrucción,
sino que él al sobrevivir de todas maneras y por encima de todos nunca hubiera
querido verse derrotado por el fracaso, es decir hundido en sus derrotas. Nunca
en el trascurso de esta novela encontramos que París Trejos se haya sentido
forzado a claudicar, por el contrario, al abandonar un oficio recala en otro con
la misma fruición y valor de quien empieza a conocer el mundo que nunca es enseñado
en ninguna institución, sino que él lo ha aprendido y aprehendido bajo la dura
ley de la calle como nunca lo hubiera presentido si tuviera a la mano un
catálogo de iniquidades. En su carácter se percibe como un ser libre, porque lo
fue, París Trejos solo tuvo cuidado al comienzo para no ser detectado en su
multiplicidad de oficios por su madre, Carmela, aunque después fue sorprendido por un
paisano en Bogotá, disfrazado de hombre primitivo comiendo carne cruda, en un
momento de un desespero absoluto para no dejar que la clientela se le fuera;
había que mantenerla atenta, conmoverla a cualquier precio.
Entre sus oficios, con los
cuales vivió en el rebusque y con ganancias no fáciles están: sangrero, jugador
de dados, recogedor de café, vendedor de retales. También trabajó con Bruno y su mujer
André, franceses elegantes, dueños de una máquina de copiar billetes, así mismo
este francés le enseñó su Decálogo del estafador. Luego conoce en Barranquilla
al indio Jerónimo que no es de la Amazonía, sino de un pueblo de Antioquia,
hasta llegar al exclérigo Arenas más acendrado en sus fechorías. En síntesis,
fueron sus primeros maestros, porque hasta en esta actitud París Trejos supo
aprovechar, es decir, sustraer la experiencia de estos tutores, y eso sí
aprovechar desde otro punto de vista esa maestría ajena, aquella que se aprende
solo en la práctica sin manuales o instituciones mediadoras, ya que no está
escrita en alguna parte, sino que se debe aprehender de cada uno de esos personajes que la llevan impresa en su piel. París, de esa manera, habría presentido
el saqueo constante a sus maestros, ni ellos se dieron cuenta del alumno que
tenían al frente al exponer los proyectos de sus travesuras, que son su obra, y
que luego quedaban expuestos a ser superados, y es por eso, por su apropiación,
que París supo vivir entre esa eterna cáfila de vividores. De tal manera Bruno
en su lejanía, en la perseverancia de cierta distinción, debía mantenerse en su
apartamiento y huir. En cambio, el indio Jerónimo tenía más contacto con las
personas en sus corrillos de las plazuelas ante la llegada de espontáneos que
de repente se acuerdan de un mal que los aqueja, muchas veces incurables o que,
además, acuden a sus citas médicas en los hoteles de paso donde receta sus
específicos, apoyado con sus consejos espurios, sus libros de medicinas
vegetales, sus brebajes y oraciones, en ese querer enseñar sus misterios, que
son solo ese disfraz personal, y su palabra que nunca zahiere, sino ahíta de
conocimiento en esa zona relegada, la homeopatía, con dos preceptos, la
autogestión y la fe, y eso sí su culebra también parte fundamental de esa
puesta en escena. Con este maestro el indio Jerónimo, Lizandro Vélez, que
esconde su nombre viajó a Bogotá, así se abría a la capital y a otro mundo.
Allí París debió plantearse
la cuestión de su oficio al transcurrir años llenos de novedades, ya que en
Bogotá podía hacerse un nombre entre los culebreros. Eso sí nunca le atormentaba
la fama alcanzada entre sus clientes, así como en los productos que vendía. Lo
que si debía preservar era la discreción para poder huir cuando los brebajes y
sus remedios no obraran como hubiera querido, cuando con su labia, en los
corrillos de las plazuelas, ordenaba el mundo a su manera y así daba su
percepción de que podía curar esas enfermedades populares que nadie cura, y que
él había podido desear curar al decir, presuntamente, que poseía la solución con
sus secretos descabellados. Eso sí estaba listo para cuando la clientela dejara
de llegar a sus diversos lugares, nunca al mismo, para poder irse de una vez cuando
aparecieran aquellos pacientes impacientes a quienes las medicinas nunca les sirvieron.
Entonces, ahí surgió su primera creación, un ser de la estatura de ese conocimiento
que era el legado del indio Jerónimo que ya se había ido, su nombre, el profesor
Pachirri, con su producto estrella: la Cosmoglobina. Entonces ya había
perfeccionado su atuendo, así como la escenografía de la Casa del terror, como
la obra más acabada de su estética del rebusque.
París y su hermano Guillermo (1970)
Para ese instante ya había
trasegado por otros oficios que le abrían el mundo, a otra vida y al vivir de
una manera holgada, traficar con dinero falso que le valió un tiempo en La Picota,
tumbar curas ávidos de oro, o sacar otro personaje, el profesor Juan Bautista, y
mucho más tarde, como una idea solo suya, vestirse de jeque en Urabá. Además, ya
había conocido a su otro maestro: el exclérigo Arenas en Bogotá que se
convertiría, a pesar de sus viajes por el sur del país, en un experto en el
engaño. Luego de un tour del rebusque por Cali y algunas ciudades cercanas,
siempre regresaba a la capital que no solo era la capital del país, sino su
centro de operaciones.
Pero, desde el origen de sus
viajes, de ese ubicar las diversas ciudades en su topografía esencial, entendemos ese ámbito en que París Trejos vivió una vida disoluta con algunas
señas de esplendor. ¿Sufría París Trejos de nostalgia por regresar a Riosucio?
Por supuesto que sí, ya que cuando una persona se va de su lugar de origen
desea regresar cargado de muy buena fama y con sus baúles repletos de la buena
nueva: el dinero. Y sin duda con sus personajes más relevantes para su
escenografía. No la del profesor Pachirri, sino la del político agenciado a la Anapo,
el doctor París Trejos con unas palabras muy del gatopardismo: “cambiar todo
para que nada cambie”, y luego, como si nada, taimado e interesado, regresa por el vil dinero al partido conservador.
En ambos oficios de taumaturgo, por supuesto, brilla Trejos con sus trebejos.
Toda esa experiencia adquirida en el país con esas labores non sanctas le
sirvieron para recalar a la Asamblea de Caldas y luego, aún más demagogo, en el
Concejo Municipal de Riosucio. Además, se consolida como un gallero pertinaz.
Desde los primeros capítulos,
París Trejos, también inicia sus escarceos eróticos en ese tema que es una sensación
y todo un concepto, lo cual da la idea de que no solo busca dinero, sino una
mujer, muchas mujeres que pueblan su trascurso vital, desde Matilde, Margot,
Lucia, Gertrudis, la gitana Soledad, hasta Rosmira la mujer más duradera en su vida. En
cada capítulo una mujer lo acompaña, como si dijera a cada una de ellas, “Más
allá del oficio siempre al borde de ser sorprendido nadie me comprenderá como
cada una de ellas”. Lo cierto es que en cada una de ellas reconoció una parte
de sí mismo como una alegoría de sus triunfos; éxito del cual nunca se
vanaglorió, o de sus derrotas de las que nunca se lamentaba; todo su transcurso
era también a su medida. A su imagen, a su semejanza construye su mundo sin
reservas, pero sí con presteza en sus actuaciones, y que, a pesar de su
posible caída, siempre estaba cercano a su optimismo, a esa certeza improvisada
que resolvía su oficio. Además, es preciso que existieran sus compinches,
sus amigos díscolos, como Antonio Posada, el culebrero, y cantante de música parrandera, amigo de andanzas y de estafas, para que así París superara la
incomodidad de caerse solo; lo cual tampoco le impediría emprender otra tumbada.
Las estafas que realiza en colaboración son un signo de ese destino de solitarios, siempre al margen, entre aquellas personas al borde de los códigos que le huyen a
ese malestar que los compromete en cada acto, en cada concesión con las que temen
ser sorprendidos. Esta colaboración, no
solo con sus maestros, con sus colaboradores, no cesa inmediatamente, sino
que prosigue en el tiempo y en diversas circunstancias y se reanudan de una manera más estrecha a
medida que perfecciona sus artimañas, que nunca se dejan de lado, así sean dudosas, y que sirven como un atajo para seguir
con esos amigos, uno de ellos Luis Betancur, que se ha consagrado con una fe
extraordinaria a la puesta en escena de sus fechorías como un modo de vida en apariencia
de la exclusión, pero que produce su encanto en el actuar en las sombras, con
mentiras y engaños, actitud que sorprende desde la vileza al otro, a la víctima.
Igual ocurre con el más fiel, el siempre presente Ruperto que se desvanece en algunos momentos, pero
que siempre está presto cuando lo llama París Trejos para algún “trabajo”.
Siempre los tangos
reaparecen en las diversas ciudades que visita París Trejos, y no es para menos, en una vida abocada a la desaparición sería injusto — y baladí — decir que hay,
en cada acto de Trejos no una negligencia en huir del bien en la medida que lo hacemos,
sino que en ese enorme tango que es su vida, queda un rincón de música para
regodearse como su oasis personal, así sea como una manera de evadir la agitación
de una vida en la sombras, en constante huida o para reverdecer sus triunfos
que vivió y que luego Aricapa lo saca de la extrañeza de ese cajón de las habladurías
que le entregan una faceta determinada y precisa. Así, hace justicia con ese personaje tan presente en Riosucio que llega a ser una celebridad en un momento preciso
cuando nos entregamos en cuerpo y alma a explorar este hermoso libro, luego que
una noche Luis Fernando González hablara maravillado de esa narración
que leía con perplejidad.
La injusticia consistiría en
olvidar a Trejos, y, por supuesto, ese mérito total pertenece a Ricardo Aricapa que en
su entereza literaria no vaciló ante su indagación para reconstruir el periplo
de este personaje de una manera total en su desparpajo, sin tener en cuenta
esos avatares negativos y así publicar este libro, con la decisión de no destruir
ni relegar esa vida con una negligencia
pertinaz— y en atreverse en contar su historia; esa historia de ese eterno solitario que siempre huye en ese territorio de su discordia, husmeando con sus ingeniosos amigos, sin ninguna responsabilidad, salvo las que están
ligadas a la consecución de sus propósitos. Pero algo es cierto y sorpresivo, París Trejos, muere asesinado en un ajuste de cuentas, y no de una manera afortunada, ya que su
vida y su familia sufren el coletazo primero de las mafias del narcotráfico, siendo esta y la sombra anónima del Guajiro la que puebla los días del Carnaval
del Diablo en 1997, junto a sus amigos íntimamente responsables de cuidar la
supervivencia de su familia, cuyo instigador obstinado ha sido el narcotráfico con sus
ganancias desbordadas. ¿Por qué habrían
cometido este asesinato? ¿Por qué cae Trejos sin trebejos cuando era ya un
hombre mayor casi retirado de sus andanzas como si hubieran querido hacerlo
desaparecer, destruirlo? ¿Por qué fue asesinado tan fácilmente en una novela
llena de tantas andanzas y anécdotas? Uno no hubiera querido que Trejos hubiera
muerto. No creo que haya sido por vanidad literaria, sino para que su autor
expusiera y cerrara su ciclo precisamente en esas zonas sombrías donde se
amontona su catálogo de acechanzas y de tumbadas.
La muerte de París es
igualmente patética y liberadora. En principio, obsesionado por este personaje
admirado en ese territorio de la especulación y de la maldad, Aricapa, hace de
él el héroe de su novela o crónica como prefiere llamarla; liberadora porque en
ese lapso de tiempo, de su vida, París vivió continuas y extrañas metamorfosis,
signo de que se siente ligado por seguridad a un mundo lejano, es decir, el anonimato, es su protección, es su dura ley. Entonces Aricapa emprende la publicación de
una obra de la que durante mucho tiempo fue el único en registrar ese valor insólito
de un triunfador al margen de lo establecido, pero siempre cubierto por la
certeza de su estatus, ser un fuera de serie, un outsider, un señor del engaño,
de la burla, porque esa reacción es la que al final de cuentas produce su actuación,
porque al final lo es, un artista del engaño, todo un estafador. Aricapa en
esta prolijidad y en el detalle que es lo que hace valioso un texto, le es
preciso encontrar testigos, personas, espías, mujeres, entrevistas que sitúan a
París Trejos, bajo muchos aspectos, desde el aventurero pertinaz, pasando por
el proceso de convertirse un estafador de postín, hasta llegar a ser un político
sin prontuario, y eso sí sin zafarlo de su papel de mujeriego contumaz. También,
para esta indagación en tantos años de una vida al desgaire, a su autor le es
preciso reunir textos, grabaciones, papeles, titulares, diarios que no se alejan
ni zafan, para reafirmar su coherencia, así como descubrir en sus actividades
tan dispersas en tantos lugares a lo largo y ancho de un país que permiten
aproximarse a la circunstancia de una existencia llena de matices, a veces
estridentes, otras tan oscuros que estoy casi seguro que esta vida tan
dislocada, pero uncida por su autor, en tan diversos paisajes tanto exteriores como
interiores de París Trejos está ya escudriñada y concluida, que en ella ya poco
se oculta.
Así todos esos fragmentos, algunos
capítulos, se revelan, sin reservas, aunados en lo que Ricardo denomina
temporadas. A veces sorprende con la aparición de detalles como el de los
conjurados contra Mamatoco, pero sobre todo sobrecoge ese trasegar del músico y
culebrero Antonio Posada, del cual había escuchado sus canciones, pero no sabía
de su trasegar y de su talento. De aquí y de allá, de ese fondo oscuro de la
historia de un país cubierto de cenizas y olvidos que no ha sido narrado como
se merece, Aricapa sorprende, a esos lectores aun entretenidos en las mediocres y pésimas novelas sobre el narcotráfico
o en la pornomiseria como rentabilidad. Asi emerge este libro con esa riqueza narrativa por la manera como las entrelaza
Aricapa que le da su peso determinado a lo que podríamos llamar las locaciones
donde París Trejos desempeñó su oficio de taumaturgo, eso sí con una seriedad
que nos reta. De tal manera emergen esos detalles, sacados de la oscuridad de
esas páginas desgajadas del conjunto de esa historia nacional oculta, casi secreta.
Aricapa no abusa de los excesos en la vida de Trejos, menos en la de los otros
personajes, tampoco excluye los eventos sucedidos en el delirio de irse a
buscar una guaca o el más atrevido de aullar en una jaula para que lo la
alimenten. En el fondo es toda una puesta en escena en cada evento donde el
estafador triunfa, pero es como un destello, ya que en el momento en que triunfa
debe estar preparando su huida. En este libro no hay nada insignificante. Eso
sí Aricapa nos da a entender que es lo esencial para mantener su ritmo
narrativo, esencialidad que es apreciable en su trasparencia y claridad en el
contar una historia.
¿Dónde está lo esencial en
Aricapa? Es sencillo y soluble decirlo, en la manera como entrelaza la historia
y el devenir de una persona al margen de la óptica moralista del lector, pero
seguro en la vida del mismo protagonista que entrega sus aires de libertad, eso
sí sumido en la oscuridad para no ser detectado en sus ambiciones. De ahí que a
medida que leemos cada temporada, nunca a lo Netflix, sino del pulso de su
autor, de Aricapa, por supuesto, encontramos
como esa narración se hace poderosa, ya que al auscultar el trascurrir de
este personaje, caemos en cuenta que por ninguna razón París Trejos deba
permanecer inédito, flotando en la mente de los chismes de los patos bravos
de La Cigarra, ya que esta fuerza narrativa ávida, irresistible, va a hurgar en
las profundidades mejor protegidas, y poco a poco sale a flote, y nos trastorna, todo lo que París
Trejos tejió en su vida disoluta. Acaso por ese desparpajo de su existencia,
esa con la cual simpatizamos, cuando reímos por sus ocurrencias, cuando viaja a
lo largo de la geografía de un país casi anodino, cubierto de la mentira de los
titulares de los diarios, aquellos diarios que París siempre leía, a veces para idear una de sus travesuras, entregado
con el mayor desenfado y desorden a una abundancia de proyectos, de estafas
retocadas con maestría, y junto a él, esos compinches igual de despreocupados en apariencia, pero
ahítos de las ganancias fáciles, y eso sí en esas metamorfosis continuas como
seres contradictorios para alegrar sus víctimas con las ganancias posibles. Eso sí, respetuosos y caballeros con los demás mientras les tienden una trampa, y desvergonzados
cuando obtienen el botín, salen despavoridos para que nadie los reconozca. Eso sí manteniendo el colmo de ser obstinados, porque de no serlo fracasarían de
una en el primer intento.
Hay un coro que señala, hay
un coro que habla, hay un coro que fustiga con sus chismes, un coro nunca
simbólico, el de los patos bravos de La Cigarra, donde ejercen un control
social, pero no solo eso, le dan a los cuentos, a los chismes, ese peso que se
merecen como las habladurías que aparecen cada que se encuentran a departir
entre ellos, aceitando sus lenguas viperinas con algunos tragos. Seguro que por
sus consejas y sus lenguas aún más bravas pasó la vida de París Trejos.