Julio Cortázar |
De cinco poemas para Cris
Nunca
sabré por qué tu lengua entró en mi boca
cuando
nos despedimos en tu hotel
después
de un amistoso recorrer la ciudad
y un
ajuste preciso de distancias.
Creí
por un momento que me dabas
una
cita futura,
que
abrías una tierra de nadie, un interregno
donde
alcanzar tu minucioso musgo.
Circundada
de amigas me besaste,
yo la
excepción, el monstruo,
y tú la
transgresora murmurante.
Vaya a
saber a quién besabas,
de
quién te despedías.
Fui el
vicario feliz de un solo instante,
el que
a veces encuentra en su saliva
un
breve gusto a madreselva
bajo
cielos australes.
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