DIARIO
DEL MAESTRO
MH Muñoz
VíctorBustamante, escritor y reportero de la poesía medellinense, ha publicado otro
libro clandestinamente (Babel,2022), Diario del maestro.
En
él se desahoga con las experiencias de un profesor de sociales en un colegio
público llamado Villas del Sol, en el barrio Pachelly, de Bello (1992-2002), en
las faldas del cerro Quitasol.
Es
un diario de campo sobre la pantomima de la educación en un barrio popular
donde las instituciones parecen haber fracasado ante el auge de las bandas y la
hegemonía de la contracultura narcotraficante. Temo que las cosas no han
cambiado gran cosa hoy día, veinte años después.
Pachelly
es un barrio popular de Bello. Allí gobierna una de las bandas más poderosas de
la región.
EL
ENGAÑO DE LA EDUCACIÓN
Todos
los días el profesor madruga hacia Pachelly, con vagabundos de la noche,
vendedoras de tinto, ladrones, prostitutas, coperas, bailarinas, celadores y
demás trabajadores nocturnos que duermen de día en el barrio y vuelven a
descansar y a despachar a sus hijos para el colegio.
En
el aula (o la jaula de clase, para ser siniestros) las cosas son siniestras
para el profesor. Intenta sembrar algo en esos cerebros de roca. Cada día
fracasa un poco más en su intento, aumentando su desasosiego.
Los
estudiantes de los barrios populares como este, cuando no son genios o
juiciosos por alguna razón sobrenatural, ven en el colegio su primera
experiencia carcelaria (11 años obligatorios). Para sobrellevarlo, se desquitan
con otros estudiantes, con los profesores, directivas, y siguen con la
infraestructura, que a veces termina incendiada. Recuerdo, con cierta
fascinación, la vez que en mi salón de clase alguien comenzó por incendiar el
basurero y al rato ya estábamos quebrando los vidrios de las ventanas.
Algunos
entran trabados. A dormir o joder. Se sientan, pero no se callan. Se callan,
pero no ponen atención. Ponen atención, pero del chiste más insignificante.
Siempre alertas para burlarse. Siempre prestos para el apodo, la burla, el
sarcasmo, el buling -término que no se empleaba en los noventas-. A veces, si el profe es muy estricto, lo
amenazan de muerte.
El
profe anota frases de grandes poetas en el pizarrón, grandes nombres de la
historia de las letras. Pero eso no les dice nada. La literatura es una lengua
muerta para los niños de nadie. Pero una
estudiante le reclama: profe no queremos poesía, eso para qué. Tampoco quieren
saber de ciencias sociales, literatura, artes. Y en el fondo saben que en
nuestra sociedad fallida esas cosas no dan plata, salvo cerrando el círculo y
convirtiéndose uno mismo en profesor de muchachos que no quieren aprender y
están eternamente aburridos, con ganas de irse a dormir, a ver televisión, a
masturbarse, reproducirse con la primera chica, a pararse en una esquina, a
patear un balón o peinarse le copete o, ahora, a bailar frente a una cámara de
celular para obtener likes y, depronto, la celebridad, tan rentable.
Durante
esos años, no sé hoy día, algunos profesores en la ciudad estaban siendo
asesinados por estudiantes que perdieron una clase o sacaron una mala nota o
les calló mal el profesor, a quien no respetan, sino que ponen un apodo y tratan
de sacar de sus cabales hasta que lo logran. Y al profe le estalla la cabeza
dejando un polvo blanco en el tablero. El sicario no tolera perder la clase de
sociales. Y para no perder, amenaza al profesor con el dedo o verbalmente.
Se
necesita nobleza de carácter para ser profe. Hay que, como quería San Pablo,
soportarlo todo. 500 estudiantes en un mismo establecimiento, después del
descanso se distribuyen los miasmas del baño por los salones cercanos. Y así
hay que dar clase.
Recuerdo
mis jornadas de colegial, las rejas, las ventanas. La disciplina, firmar el
libro de la coordinadora por cualquier estupidez, media camiseta fuera de la
pretina. Las horas largas, esperar que terminara aquello para irme, creía yo, a
hacer algo productivo.
Para
soportarlo, algunos profes se entregan al alcohol a la salida de clase. Así
toleran madrugar día a día a cuidar esos muchachos esa cárcel.
"Eso
para qué nos sirve", preguntan todo el tiempo los más despiertos, los que
de todas formas saben que hay que interpelar al carcelero. Después se lo
encontrarán en la calle, al profesor, algunos pasarán de largo. Uno pasa en su
carro, a qué se dedica, pregunta el profe, a robar, le responden. El profesor
se siente como si los hubiera engañado.
Una
muchacha le ofrece al profesor su virginidad para que la deje pasar la materia.
Otra, le pela las nalgas. Ganan la materia.
EL
CRONISTA NADAISTA
Víctor
Bustamante es uno de los cronistas de la ciudad profunda, nocturna. Un cronista
no oficial.
La
ciudad que narra en sus libros (Luis Tejada, Amábamos tanto la revolución,
Darío Lemos: cuando el poeta muere, Los malditos, Películas rigurosamente
editadas a mano, entre otros) muestra una realidad ruda y cruda, en los bordes, una ciudad de soñadores
fracasados, donde a veces alguno triunfa, en el delito. Y después muere
violentamente. Pero viven en ella los que aman la literatura. Los que circulan,
por ejemplo, alrededor de la librería Este lugar de la noche de Gustavo
Zuluaga, los jóvenes perdidos, suicidas, los desheredados.
Por
no creer en las instituciones, este libro pasará desapercibido y no será
recomendando, es un libro maldito.
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