PREMODERNIDAD Y MODERNIDAD
Darío Ruiz Gómez
El Presidente electo ha
insistido en que su tarea consiste en pasar del país premoderno al país
moderno. Y el propósito parece más que respetable solamente que exige al
respecto mucha claridad para no perecer enredado en la maraña de clichés
desgastados en que este propósito
político se ha venido caricaturizando. El mapa electoral hace un llamado de
atención pues el país que votó por Petro es curiosamente el país premoderno, el
de los grandes territorios cuya población permanece dominada por estructuras
económicas y sociales que desconocen el impacto del progreso y sobre todo del
reconocimiento del individuo como ciudadano(a). Al lograr que la Iglesia
católica reconociera que los indígenas tenían alma como lo hizo el Padre de las
Casas fue reconocer que cada indígena es un individuo, un ser que piensa. Somos católicos y universales y sobre todo
contamos con el libre albedrío que reconoce nuestra libertad de decidir. A las sociedades que permanecieron al margen
de las estructuras capitalistas las llamó Marx formas de producción precapitalista.
El país que votó por Petro es el país que en las grandes llanuras, en las
selvas, en las altas montañas vive aún bajo narrativas ancestrales. Regiones y culturas agredidas no
por “feroces” colonialistas españoles sino por las guerrillas, el narcotráfico
que han destruido sin contemplación algunas sus territorios sagrados, sus
culturas. El país moderno se inicia en
Colombia con la aparición de la
República y en Antioquia cuando en el
siglo XIX se industrializa la producción del café, la explotación de las minas
y se establece un notable comercio hacia y desde Jamaica, Londres, París, Nueva
York, la modernidad nace con el concepto de una Democracia liberal
robustecida por el juego de los Partidos, la incorporación de las regiones, de las etnias tal como se
logró en 1939. Modelos de producción capitalistas. Recordemos que el populismo
supone un modelo de regresismo a lo premoderno tal como lo ilustra el deplorable caso de Argentina y lo vive hoy
el Chile moderno ante la agresión de la inventada guerrilla Mapuche, la
negación de un modelo de producción agraria con la tecnología moderna para
regresar a la agricultura del llamado pan coger.
¿Deben las comunidades ancestrales conservar
el derecho a aceptar los retos que suponen las conquistas del progreso
industrial, tecnológico creando nuevos empleos que es lo que están haciendo
los grandes empresarios, o, seguir impidiendo
que las nuevas generaciones se integren a una sociedad moderna? Es aquí donde
el populismo comienza su tarea de falsificación de los valores de las culturas
ancestrales atomizándolas en un multiculturalismo que les sirva para sus fines
políticos pero dejándolas abandonadas en una aculturación vertiginosa ya que
después de ser sacados de sus territorios sagrados – el ELN es especialista
hoy en estos desafueros- para convertirlos en invasores de haciendas, fincas o
sea en terroristas lo que verán de sus
territorios “cuando llegue la paz total” serán las ruinas de los laboratorios de coca,
la farsa de la justicia “ancestral”. Y aquí viene otro malsano ingrediente: el
igualitarismo por lo bajo y no bajo el rasero de la igualdad de oportunidades
para todos. ¿Cómo dar paso entonces a una sociedad del disenso y de la diversidad?
El CRIC es un ofensivo anacronismo, un campo de concentración disfrazado de
“derechos indígenas”, lo es el nombramiento para hablar en la Sociedad de las
Naciones del Mundo, de una supuesta arhuaca que solamente habla arhuaco y lo es de
un terrorista reconocido como Giovanni Lule experto en invasiones violentas de haciendas y fincas “de los blancos”.
Demagogia oportunista ya que este es por
excelencia un país mestizo y una cultura
mestiza. Porque como recuerda Kant el verdadero progreso consiste en liberarse
de la superchería y la ignorancia y en aceptar los retos de la Razón
civilizadora.
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