jueves, 26 de septiembre de 2019

Diana Isabel Pizarro


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Diana Isabel Pizarro

Víctor Bustamante

Días de septiembre en el Paraninfo de la U. de A., para una conversación con Diana, sí, la poeta de San Antonio de Prado. Siempre es grato leer a quien escribe y compartir, y, además, preguntarle sobre las inquietudes que suscitan sus textos. Ella ya ha escrito dos libros de poesía Ojos de gata y Trashumante. Buscar a algunos poetas es saber que la memoria no puede perderse, un texto, una conversación es no dejar de lado su presencia. No ser excluyente desde la lejanía sino la aceptación de saber reconocerse en quien escribe, porque escribir es un atrevimiento. Es además, una manera de establecer una escritura posible. Y de esta manera alejarse del silencio. Un libro establece el deseo de una lectura que es sospechar que quien escribe cuenta su percepción y la naturaleza de sus desafíos. Cierto, quien escribe deja el sosiego del silencio y quiere establecer un diálogo, ese diálogo que contiene dentro de sus poemas.

En diversos recitales, Diana Isabel, se siente orgullosa de un poema; “Las dos fieras que soy”. Tenemos la certeza de que casi se lo sabe de memoria, lo deletrea y lo pronuncia con la fluidez de quien sabe es su poema predilecto, ya que resume su carácter de guerrera como le gusta afirmarse. Ya veremos como en sus diversos cambios de piel se asocia con una gata, con una bruja, con una mariposa, con una loba, como si ella escribiera a partir de estados de ánimo y los quisiera expresar, pero también en sus poemas transita la serenidad y la reflexión que la acompaña. En sus poemas la encontramos, y dice que escribe poemas rosa como una fatal alusión al olvido o como una autocrítica que hace de una manera velada. Y ese carácter de dureza se pierde en uno de sus mejores poemas “Llueve en Istmina” donde la selva impenetrable, la lejanía, le hace tener presente a alguien que a lo mejor anda en el exilio. Aquí en este poema se le cae su otro rostro, iba a decir máscara, porque al cambiar de estado de ánimo transita hacia otro de los seres que es. Así como cada poeta deja caer su otro yo, cargado de ciertos reclamos, aquel que sabe que por mucho que se muestre hay otros poemas escondidos que la expresan. De ahí que la poesía se convierta en una solita confesión que sopesa. De ahí que al escribirle a Scarlett O’hara se personifica en ella. Pero, ¿por qué razón lo hace? ¿Por su egoísmo, su altanería, su vanidad o su poder de atracción? Ella lo confiesa y lo recaba y lo personifica como una mujer guerrera solitaria saqueadora de ilusiones. Es decir, la que todo lo logra que deja a su paso la desesperanza de alguien. Pero, y ese pero, es un largo camino donde su escritura demostrará sus devaneos, su simbiosis, su carnadura.

La poesía posee ese carácter de ser un palimpsesto ya que ahí, donde digamos algo con fuerza, existe una inusitada pasión de expresar solo una parte de lo que es perteneciente a esa zona oscura, ya que por ahí en una frase escondida, en algún texto, en algún poema resida la continuación de ese gran poema que uno piensa escribir, pero del cual su autor solo muestre fragmentos. Sí, poesía palimpsesto y memoria, ensoñación y presencia, pero también, al otro lado de ese lago que se cruza, los rasgos de la ausencias presiden el rito de la escritura.

A veces la asedian ciertos toques de un erotismo medido, donde la circunstancia la ha tocado y, aun en ella, esa presencia pervive, pero hay un verso que la define, y la regresa al mundo de los mortales, despiadada y cuidadosa, “El hogar de mi paz está en tu pecho”.

Ya en Trashumante aparecen los viajes, las presencias extrajeras y un poema que abre el libro, como si se tratara del manual de la viajante, “Mujer Habana”, donde ella se confunde y se sitúa con la ciudad. Además, en los poemas sobre sus viajes, esa lejana ciudad la ha poseído. Ha existido allí algo que la ha tocado, y es de sus lugares visitados y poetizados, el poema de más presencia que preside ese retorno a ningún lugar porque cuando uno viaja uno siempre es el mismo. Lima, Machu Pichu, Buenos Aires, y sobre todo México que es esencial en algunos de sus poemas merece que los nombre, Al nombrarlos algo se tatuó en ella.

En la carátula de Trashumante, una mujer sentada sobre un baúl espera salir de viaje como una Penélope escindida en su elegancia y a la espera de nadie, porque quien sale de viaje va a la deriva. De ahí la desconfianza de Pavese con los viajes. Ella ya ha definido lo qué entiende por trashumante en un poema con el mismo nombre de su libro anterior: “Ardo en el magma/ de una boca cerrada/ que me devora/ a dentelladas/ cuando no me nombra./ Mujer deshabitada/ ¿Quién no la nombra y al no nombrarla, es decir llamarla la hace sentir deshabitada? De ahí sus viajes no como fantasía, no como huida sino como una suerte de regreso constante a cualquier lugar. De esa manera mientras ella viaja y reflexiona, en este segundo libro, también se da un viaje de regreso a su interior, al recodo de su camino, de su vida. De ahí la presencia de las nostalgias, las excoriaciones de los recuerdos, la desazón misma que bulle al nombrar estas palabras. Luego, en el poema, “Rostros”, la poeta confiesa que la poesía es su diálogo interior que ya habíamos avizorado junto a su libreta que le sirve para que inicie los diversos caminos de algunos poemas, y así dice: /“Sobre rostros de otros/me rescata el rostro tuyo/ agazapado entre mis letras/.

Nada más cierto, a la mujer guerrera que ha transitado y ha viajado y ha sentido los rostros de su viajes se antepone ese rostro suyo, el verdadero, aquel que ha buscado en su mejor viaje, que es al interior de ella misma, con la libreta que la guarda y le sirve de guía, para escribir y pulir, y darnos sus poemas, y así los lejanos lectores busquen en cada poema ese eterno palimpsesto que es la vida misma. O como diría el gran León de Greiff: todos mis viajes con viajes al regreso.

La ciudad no solo es la imagen paranoica de los diarios, con su imagen desazonada en los titulares. Hay otro Medellín latente que se mantiene en lisa y bulle con sus escritores. Es decir, a pesar de la mala imagen y el deterioro moral en muchas esferas, la otra cara de la poesía hace recobrar lo que lamamos el principio de esperanza, así en cada momento se apague. De ahí que la poesía llene el suplicio de la mediocridad en esas largas calles. De ahí que los libros aguarden a que iniciemos un diálogo. Por ese motivo a la ciudad hay que buscarla en sus escritores; ellos entregan la otra posibilidad de las palabras que ni los diarios ni las emisoras o la tele, dopadas y definidas por lo bajo, tratan de imprimir un carácter al hablar solo de lo mismo: política y futbol, la banalidad que preside lo cotidiano. De ahí que la poesía nos haga recobrar a las personas que han buscado en derredor una manera de salir de ese esperpento que es la normalidad. Mientras afuera el crimen decore los diarios como las noticias, mientras la corrupción se coma la capacidad ética, solo la poesía es la ofensiva, la contraparte a ese estado de cosas. Poesía refugio a la impiedad, poesía don de la palabra. Así Diana Isabel Pizarro.


1 comentario:

Luis Fernando dijo...

Gracias Maestro Víctor por tan bella descripción de una de mis favoritas en el mundo de nuestra Poesía. Delicioso además escuchar a Diana Isabel hablando de su poesía.