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Diana Isabel Pizarro
Víctor Bustamante
Días de septiembre en el
Paraninfo de la U. de A., para una conversación con Diana, sí, la poeta de San
Antonio de Prado. Siempre es grato leer a quien escribe y compartir, y, además,
preguntarle sobre las inquietudes que suscitan sus textos. Ella ya ha escrito
dos libros de poesía Ojos de gata y Trashumante. Buscar a algunos poetas es
saber que la memoria no puede perderse, un texto, una conversación es no dejar
de lado su presencia. No ser excluyente desde la lejanía sino la aceptación de
saber reconocerse en quien escribe, porque escribir es un atrevimiento. Es
además, una manera de establecer una escritura posible. Y de esta manera
alejarse del silencio. Un libro establece el deseo de una lectura que es sospechar
que quien escribe cuenta su percepción y la naturaleza de sus desafíos. Cierto,
quien escribe deja el sosiego del silencio y quiere establecer un diálogo, ese diálogo
que contiene dentro de sus poemas.
En diversos recitales, Diana
Isabel, se siente orgullosa de un poema; “Las dos fieras que soy”. Tenemos la
certeza de que casi se lo sabe de memoria, lo deletrea y lo pronuncia con la
fluidez de quien sabe es su poema predilecto, ya que resume su carácter de
guerrera como le gusta afirmarse. Ya veremos como en sus diversos cambios de piel
se asocia con una gata, con una bruja, con una mariposa, con una loba, como si
ella escribiera a partir de estados de ánimo y los quisiera expresar, pero
también en sus poemas transita la serenidad y la reflexión que la acompaña. En
sus poemas la encontramos, y dice que escribe poemas rosa como una fatal
alusión al olvido o como una autocrítica que hace de una manera velada. Y ese
carácter de dureza se pierde en uno de sus mejores poemas “Llueve en Istmina”
donde la selva impenetrable, la lejanía, le hace tener presente a alguien que a
lo mejor anda en el exilio. Aquí en este poema se le cae su otro rostro, iba a
decir máscara, porque al cambiar de estado de ánimo transita hacia otro de los
seres que es. Así como cada poeta deja caer su otro yo, cargado de ciertos
reclamos, aquel que sabe que por mucho que se muestre hay otros poemas escondidos
que la expresan. De ahí que la poesía se convierta en una solita confesión que sopesa.
De ahí que al escribirle a Scarlett O’hara se personifica en ella. Pero, ¿por
qué razón lo hace? ¿Por su egoísmo, su altanería, su vanidad o su poder de
atracción? Ella lo confiesa y lo recaba y lo personifica como una mujer
guerrera solitaria saqueadora de ilusiones. Es decir, la que todo lo logra que
deja a su paso la desesperanza de alguien. Pero, y ese pero, es un largo camino
donde su escritura demostrará sus devaneos, su simbiosis, su carnadura.
La poesía posee ese carácter
de ser un palimpsesto ya que ahí, donde digamos algo con fuerza, existe una inusitada
pasión de expresar solo una parte de lo que es perteneciente a esa zona oscura,
ya que por ahí en una frase escondida, en algún texto, en algún poema resida la
continuación de ese gran poema que uno piensa escribir, pero del cual su autor
solo muestre fragmentos. Sí, poesía palimpsesto y memoria, ensoñación y
presencia, pero también, al otro lado de ese lago que se cruza, los rasgos de
la ausencias presiden el rito de la escritura.
A veces la asedian ciertos toques
de un erotismo medido, donde la circunstancia la ha tocado y, aun en ella, esa presencia
pervive, pero hay un verso que la define, y la regresa al mundo de los
mortales, despiadada y cuidadosa, “El hogar de mi paz está en tu pecho”.
Ya en Trashumante aparecen los viajes, las presencias extrajeras y un
poema que abre el libro, como si se tratara del manual de la viajante, “Mujer Habana”,
donde ella se confunde y se sitúa con la ciudad. Además, en los poemas sobre
sus viajes, esa lejana ciudad la ha poseído. Ha existido allí algo que la ha
tocado, y es de sus lugares visitados y poetizados, el poema de más presencia que
preside ese retorno a ningún lugar porque cuando uno viaja uno siempre es el
mismo. Lima, Machu Pichu, Buenos Aires, y sobre todo México que es esencial en
algunos de sus poemas merece que los nombre, Al nombrarlos algo se tatuó en
ella.
En la carátula de Trashumante, una mujer sentada sobre un
baúl espera salir de viaje como una Penélope escindida en su elegancia y a la
espera de nadie, porque quien sale de viaje va a la deriva. De ahí la desconfianza
de Pavese con los viajes. Ella ya ha definido lo qué entiende por trashumante
en un poema con el mismo nombre de su libro anterior: “Ardo en el magma/ de una
boca cerrada/ que me devora/ a dentelladas/ cuando no me nombra./ Mujer
deshabitada/ ¿Quién no la nombra y al no nombrarla, es decir llamarla la hace
sentir deshabitada? De ahí sus viajes no como fantasía, no como huida sino como
una suerte de regreso constante a cualquier lugar. De esa manera mientras ella
viaja y reflexiona, en este segundo libro, también se da un viaje de regreso a
su interior, al recodo de su camino, de su vida. De ahí la presencia de las
nostalgias, las excoriaciones de los recuerdos, la desazón misma que bulle al
nombrar estas palabras. Luego, en el poema, “Rostros”, la poeta confiesa que la
poesía es su diálogo interior que ya habíamos avizorado junto a su libreta que
le sirve para que inicie los diversos caminos de algunos poemas, y así dice:
/“Sobre rostros de otros/me rescata el rostro tuyo/ agazapado entre mis letras/.
Nada más cierto, a la mujer
guerrera que ha transitado y ha viajado y ha sentido los rostros de su viajes
se antepone ese rostro suyo, el verdadero, aquel que ha buscado en su mejor
viaje, que es al interior de ella misma, con la libreta que la guarda y le
sirve de guía, para escribir y pulir, y darnos sus poemas, y así los lejanos
lectores busquen en cada poema ese eterno palimpsesto que es la vida misma. O
como diría el gran León de Greiff: todos mis viajes con viajes al regreso.
La ciudad no solo es la
imagen paranoica de los diarios, con su imagen desazonada en los titulares. Hay
otro Medellín latente que se mantiene en lisa y bulle con sus escritores. Es
decir, a pesar de la mala imagen y el deterioro moral en muchas esferas, la
otra cara de la poesía hace recobrar lo que lamamos el principio de esperanza, así
en cada momento se apague. De ahí que la poesía llene el suplicio de la mediocridad
en esas largas calles. De ahí que los libros aguarden a que iniciemos un diálogo.
Por ese motivo a la ciudad hay que buscarla en sus escritores; ellos entregan
la otra posibilidad de las palabras que ni los diarios ni las emisoras o la
tele, dopadas y definidas por lo bajo, tratan de imprimir un carácter al hablar
solo de lo mismo: política y futbol, la banalidad que preside lo cotidiano. De
ahí que la poesía nos haga recobrar a las personas que han buscado en derredor
una manera de salir de ese esperpento que es la normalidad. Mientras afuera el crimen
decore los diarios como las noticias, mientras la corrupción se coma la capacidad
ética, solo la poesía es la ofensiva, la contraparte a ese estado de cosas.
Poesía refugio a la impiedad, poesía don de la palabra. Así Diana Isabel
Pizarro.
1 comentario:
Gracias Maestro Víctor por tan bella descripción de una de mis favoritas en el mundo de nuestra Poesía. Delicioso además escuchar a Diana Isabel hablando de su poesía.
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