domingo, 23 de junio de 2019

PAÍS INEXISTENTE, DIÁLOGO INEXISTENTE, IMPOSIBLE / Darío Ruiz Gómez

Paul Kuczynski


PAÍS INEXISTENTE, DIÁLOGO INEXISTENTE, IMPOSIBLE
Darío Ruiz Gómez

El bello poema de Ungaretti que termina reclamando: “Busco un país inocente” tiene una invisible relación con el reclamo de Hanna Arendt cuando nos dice que son dichosos aquellos que no tienen patria porque aún pueden buscarla. La idea de patria ha respondido  desde su aparición  a un concepto que se ha movido entre la demagogia  y la ilusión de las gentes de reconocerse  en un  horizonte común,  sueño acompañado  de una larga historia  de violencia  contra comunidades  pacíficas sobre las cuales se han desplegado  persecuciones  racistas, desplazamientos, matanzas  o sea el dolor del exilio, la comprobación de que solamente la confianza en Dios permite no desfallecer ante la inhumanidad  de  cada nuevo poder. “Darío- me dijo mi papá antes de morir-  en toda mi vida- él murió a los 90 años- en Colombia no he visto sino matar gente” La idea de Patria que nos daban los textos de escuela, aquella inolvidable “Alegría de leer” era la de un cándido  patriotismo  que como lo comprobé rápidamente carecía de fundamentación  porque quienes debían afirmarla  prontamente  se dedicaron  a  mantener al país bajo los desafueros del miedo, lo que  permitió que las gentes modestas fueran convertidas en  “carne de guerra” precisamente por el hecho de ser modestas, que cada rostro familiar  desapareciera en la abstracción monstruosa del centralismo político. Ningún pensador con una mayor clarividencia  que  Fernando González hizo  gala  de su cólera moral para fustigar  las  lacras de una sociedad hipócrita que recurría al patriotismo cuando le convenía a sus intereses  pero se olvidaba de  quienes  desde la dificultad, desde la pobreza habían sido capaces de darle dimensión  histórica  a ese territorio sin palabras  que se va desplazando con nosotros buscando rescatar a los perdidos, huyendo de la falsedad de políticos y legisladores. ¿Qué hicieron de esta patria, se decía, los mercaderes del templo? La patria, lo saben millones y millones de desplazados, es un anhelo sin palabras, una luz que misteriosamente nos guía en la confusión. El problema del Partido ComunistaFarc  fue, debo recordarlo, que para su concepción  leninista la única patria posible era la “patria proletaria” o sea una entelequia,   mientras  el país real al  cual sometieron  bajo su infame  violencia  nunca cobró realidad   en su lenguaje  como lo compruébala retórica vacía  de sus amnistiados comandantes, de los miembros del PC a quien tendríamos qué preguntarle sobre la Colombia campesina, la Colombia profunda  que nunca vieron ni intentaron comprender. ¿Para quién luchaban entonces? ¿Sobre qué gentes o qué regiones escriben los intelectuales de la “extrema izquierda”? ¿Sobre qué bases, vuelvo y me pregunto,  se basa su discurso sobre la paz y la desigualdad? ¿Qué es hoy, por ejemplo,  el Chocó  después del Acuerdo de la Habana y porqué ha desaparecido de los medios de comunicación,  de las discusiones parlamentarias? ¿Acaso Chocó es solamente un problema lejano de orden público?  Es necesario  recordar  que  todo documento que se expone a la opinión pública,  como no es un dogma intocable,  terminará   sometido inevitablemente  al juicio de la ciudadanía y   los colombianos que asistimos a las sesiones del Congreso sobre la JEP  nos vivimos preguntando cuál fue la patria sobre la cual se fundamentaron esos acuerdos , cuál es, incluso,  la patria que  dicen representar los distintos parlamentarios nombrados por Partidos políticos que hace tiempos perdieron su representatividad  ya que no son portavoces  de ninguna  comunidad. ¿Por qué la férrea negativa a reconocer las verdaderas víctimas y a aceptar su presencia activa en estas conversaciones?  Si acepto esa retórica de mentiras estoy muerto como un escritor que busca la libertad de la palabra. Yo puedo hacerme estos cuestionamientos desde mi libertad intelectual, libertad que me concede la ejemplaridad de los grandes maestros del pensamiento a través de los cuales aprendí a preguntarme sobre la necesidad de evitar que un vulgar  revolucionarismo  arrase con las conquistas de la civilización y  la libertad   ¿A nombre de qué país, entonces, después de cuatro años de charlas, siestas y wisky se llegó a un acuerdo de  Paz entre Enrique Santiago y Santos? Un poder habla con otro poder que son dos abstracciones y no las realidades específicas que distinguen a los pueblos. Yo también “busco un país inocente”.

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