LA CIUDAD QUE SE FUE
Darío Ruiz Gómez
Cuando hace treinta años la
ciudad comenzó a ser el escenario de esa mayúscula pesadilla que fue la
violencia del narcotráfico, las autoridades de entonces al inicio de esta
violencia recurrieron al fácil sofisma de que “no había de qué preocuparse ya
que esos crímenes eran entre bandas
rivales y por consiguiente el ciudadano
nada tenía que temer”. Rápidamente la
espiral de crueldad y sevicia nos comprobó que no era cierta esa disculpa ya que
rápidamente los derechos del ciudadano
fueron descaradamente atropellados. Me refiero al derecho a circular
libremente, al derecho inalienable a vivir sin temor, al derecho a la vida
comunitaria. El ciudadano fue abandonado a su suerte ante la desmedida capacidad de intimidación de las fuerzas del mal, desaparecieron el espacio público, la cultura de la noche, en una medida tan
trágica que nunca, en la aparente paz
que siguió, fuimos capaces de hacer
la crítica sobre el significado
de ciudad, sobre lo que el sufrimiento de las familias destrozadas
supuso hasta convertirse en cicatrices que cada ofendido disimula con ese pudor
que caracteriza al justo. La mayor tarea
a cumplir por parte del Gobernante de una ciudad no es otra que la
recuperación de los espacios para la
vida cotidiana pues es desde la vigencia del intercambio social desde donde podrán cobrar significado los planteamientos sobre planificación, esparcimiento, educación ya que solamente así tendrán justificación también
las obras públicas y podrá
pensarse en enfrentar debidamente a la
nueva patología social. Esto supone la tarea de derribar las murallas que se
oponen a la pluralidad social, a la existencia de una ciudad mestiza, recuperando la intensidad cívica de la vida agredida de la
comunidad y oponiéndose al terror que se ejerce contra la ciudadanía. Es lo que llamamos un
proyecto urgente para una ciudad más compleja, más desgarrada,
brotada de la presencia de distintos
actores ya que lo que puede venir con las nuevas agresiones al
territorio urbano es lo que Loic Wacquant señaló en sus extraordinarios
estudios sobre el gueto o sea el hecho palpable de que los guetos se han
consolidado como “otras ciudades” respecto a la
llamada ciudad del progreso y de este modo muchos de estos
territorios permanecen bajo la autoridad impuesta por las
organizaciones criminales e incluso puede hablarse hoy de que esas otras ciudades dentro de la ciudad están en guerra abierta contra
la ciudad como lo comprueba la
inseguridad creciente. ¿Qué podría suceder en una tierra de nadie determinada
por las fronteras invisibles y bajo la economía impuesta por estas
organizaciones? Es lo que Bernardo
Cechi califica como la “injusticia espacial” que en nuestro caso se expande,
además, por las terribles desigualdades que
crean las alianzas del dinero del narcotráfico con la nueva especulación
inmobiliaria, lo cual supone la fatal desaparición de la posibilidad de controlar y
racionalizar el crecimiento desmedido,
las invasiones dirigidas, mientras silenciosamente se tugurizan calles y espacios de la ciudad tradicional que
al carecer de protección son infiltrados por estos nuevos y desafiantes poderes. ¿Han visto desde el aire el anillo de
miseria que rodea a la Cartagena turística? ¿Han visto la miseria y la
exclusión de Ciudad Bolívar? ¿Han visto la apabullante miseria del Terrón Colorado caleño?
Bajen la mirada porque todo lo
que rodea a Medellín son estas ciudades secuestradas y para siempre en obra negra. Por esto las publicitadas “obras de progreso” no pasan de ser maquillajes puntuales.
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