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Horacio Marino Rodríguez en el Paraninfo de la
Universidad de
Antioquia
Víctor Bustamante
Poco sabemos de la vida
cotidiana, durante su proceso de aprendizaje, de Horacio Marino Rodríguez
cuando ya había dejado su formación, porque así es, básica de su bachillerato,
y ya se disponía a iniciar el camino hacia la ruptura de un momento relevante
en su vida. Acaso impulsado por la curiosidad, luego de trabajar en la talla de
lápidas. Su estro creativo, lo conduce por el camino de indagar para ilustrarse en la fotografía,
en ese aprendizaje arduo y severo con una metodología muy particular. HMR
realiza un acto impensable, en un momento donde el conocimiento factura, escribir
un libro sobre este arte, su hermano que había llegado de París le ha enseñado
los rudimentos que luego de su experiencia le sirven para escribir las 18 lecciones de fotografía. Nada sabemos
si tradujo de libros franceses, nada sabemos cómo, de una forma inesperada,
daba a conocer la experiencia para teorizarla en ese apretado proceso de
aprendizaje sobre una forma artística que ya llevaba unos 60 años de
consolidada, pero que aquí en el trópico de montañas, en el interior de una
ciudad ya conectada con los movimientos del exterior en sus diversos ordenes,
daba la posibilidad de escribir y publicar un texto sobre la fotografía en un
momento en que la ciudad configuraba un determinado paisaje y, sobre todo,
cuando los comerciantes indagaban por el mundo sobre las diversas mercaderías a
importar y, además, con el empuje de la minería y la ascesis por el oro,
consolidaba esa ciudad conectada por el mundo con lo esencial: el comercio. Entre
ellos, los mencionados pioneros del comercio, luego de la industria, HMR
ocupaba un lugar que nuestro mutuo olvido no ha podido relegar.
En esa ciudad solo mirada
en ese momento a través de fotografías en blanco y negro, que es nuestro
pasado. Imagino a HMR en su gabinete de trabajo, ahí en Palacé con La Playa inmerso en algo que
lo consolidaría como un pionero, inicialmente el de ser un autodidacta movido
por la curiosidad, por discernir un camino básico con sus materias necesarias
para indagar en el proceso de fotografía, acaso maravillado por ese misterio de
que en un proceso de luz y papel, de químicos y de un cuarto oscuro, apareciera
la imagen fotografiada como una manera de aprehender ese paisaje, esos rostros,
esos grupos familiares, como un modo de comenzar a vencer el tiempo de una
manera teórica, y lo digo por una razón, en sus fotografías reside aun un
espíritu tierno al fotografiar a esas personas, esos grupos, sin ningún alarde
de intelectualismo, como la fotografía de Los
zapateros (1895), ellos tan inmersos en su labor, que a pesar de realizarla
en La Playa, lugar público para transeúntes, se hayan tan inmersos en sí
mismos, es decir, en su labor, que olvidan el mundo que pasa frente a ellos,
encabezados por una persona mayor, que es el de la experiencia, el maestro
artesano, quien preside este momento
cenital, su fotografía, que lo define, ya que la persona mayor, el zapatero no
en un lunes, su día, sino en la posteridad, a lo mejor le ha llamado la
atención a HMR, y por esa razón ha ido a
su gabinete por su pesado equipo fotográfico y se ha detenido a plasmar este
grupo de personas.
Cierto, él quiere dejar
para esa posteridad que, ahora lo recobra, ese frágil momento en que unas
personas o una persona o un grupo de familia miran a la cámara o evaden la
lente de una manera coqueta, furtiva como si al no mirar al lente no nos dejará
a esa persona, a esas personas, mirándonos a los ojos en esa postura, nunca el
punctun como diría Barthes, sino en la fidelidad de mirarnos a los ojos cada
que reparamos en sus fotografías, como ese acto milagroso cuando HMR se
encerraba en el cuarto oscuro a revelar, a prestigiar la magia que le entregaba
ese proceso químico que disuelve de las sombras esas fotografías para conceder ese
momento pleno y justo.
De ahí que en este libro,
con esa experiencia en lectura de libros en otros idiomas, HMR, a lo mejor haya
reflexionado y se haya dicho que ese arte merecía la pena en ser divulgado, y
al escribir este libro, desde ahí comienza su labor de ser maestro, de enseñar
el conocimiento adquirido o de guardarlo de una manera total sino darlo a
conocer, que a lo mejor será una manera de sembrar una semilla, ese protocolo
sin preámbulos para que alguien también se decida a advertir y, sobre todo, a
darle un nuevo aire a ese arte aún en proceso que poco a poco con la evolución
técnica abrirá otras fronteras. Al titularlo 18 lecciones de fotografía, publicado en 1897, ya estaba inmerso dentro de sí mismo ese
deseo de ensañar, de compartir lo aprendido, de dar a conocer lo que él mismo
había aprendido en su arduas noches de sus desvelos, de su curiosidad, que le
insuflaba ese deseo de escudriñar, de saber.
Horacio Marino se
mantiene firme, es tanto su poder de concentración, de indagación, de
reflexión, y, sobre todo, de estudio, en solitario, eso sí con un alto nivel de
confianza en esos caminos y en sus conclusiones que lo llevaron en un momento
determinado a abandonar la fotografía debido a que el gabinete fotográfico no
daba para Melitón y para él, y ya casados el sostenimiento de una familia es
cosa seria.
Hay una fotografía donde
ambos, Melitón y HMR posan para esa posteridad de este momento en que miramos
esa placa en definitivo blanco y negro, Melitón sostiene un libro, y sus ojos
están fijos en las páginas del libro abierto, algo displicente, HMR posa la
mano en el libro, como vínculo de unión entre ambos, pero así mismo se aleja de
él, no es que lo deje o denigre de él de una manera visual sino que mira al
horizonte cercano a las paredes del cuarto pero que en la fotografía revelan la
mirada de HMR al horizonte al exterior como si nos indicara con ese gesto que
el necesita el saber indagar en otras disciplinas como motivo de sus
circunstancias, de su curiosidad.
A lo mejor HMR ya quería
salir del cuarto oscuro, de fotografías de paisajes y personas quería algo mas
palpable y así, inmerso en su autodidactismo, ese proceso de ruptura seguro lo
ha llevado a indagar en sus diversos libros sobre la construcción, no sabemos
que lo ha llevado a apersonarse y mucho más tarde a aprestigiarse como querer
convertirse en un maestro nato. Mientras la mayoría, nunca voy a decir el
rebaño en los términos despectivos de ese filosofo que quería ser profeta Nietzsche, él se sumió de nuevo en su
cuarto no sabemos cómo se aprovisiono de libros sobre el tema y se dispuso a
construir edificios con lo cual se motivó a publicar su libro sobre arquitectura.
Ya había construido.
HMR enseñó dibujo en la
Escuela Normal de Varones, en la Normal de Señoritas, en la Escuela de Minas y
en la Escuela de Artes y Maquinaria, que le dan peso para publicar El libro del constructor de 1919, entre
ambos libros hay 23 años, los suficientes, para que Horacio Marino aprendiera
de sus maestros, y en solitario, ese oficio ser arquitecto. Dos de sus maestros
en este campo fueron Enrique Haeusler como su maestro en las aulas y Carlos
Carré, con quien trabajó como asistente en la construcción de la catedral
Metropolitana. También antes se había
iniciado en la labor de enseñar por otro medio, las revistas literarias donde
participó, lo que da la medida de que HMR era un ser extraordinario y, además,
contemporáneo en esa labor de saber para divulgar; o sea dar a conocer, crear
curiosidad.
En este recinto, en el
Paraninfo de la Universidad de Antioquia, ha sido presentada la exposición de
HMR, donde se valora su oficio como maestro en las diversas instituciones donde
el dictó clases; él que se había labrado en sus saberes a partir de las
semillas que le otorgaron algunos de su maestros, pero que él prosiguió con su
curiosidad. Llegó a dictar clases de la Escuela de artes y oficios al ser un buen
aprendiz de Enrique Haeusler, su suegro, que lo valoraba, debido a su firmeza y
a sus deseos de ser un alumno meticuloso, que no superaría a sus maestros sino
que buscaría sus caminos propios.
En esta exposición
notamos el inicio y consolidación de diversas instituciones pero también como
se comienza a crear la Escuela de Artes y Maquinaria de la mano de HMR. En una
fotografía grande, del tamaño de personas, es posible observar la llegada y
utilización de los pequeños motores para aligerar el oficio de los artesanos.
Aquí en, otras fotografías notamos el paso del artesano a lo que sería el
obrero, solo faltarán algunos años.
Aquí, en este recinto, que fue testigo y
lugar como aulas de clase, pero además cárcel para prisioneros, en tiempos de
las guerras civiles, sufrió toda variedad de deterioros en los años finales de
1800, luego se dio paso para la consolidación de la Universidad de Antioquia, y
HMR tuvo un papel preponderante, al reformar una suerte de convento de
franciscanos para adaptarlo a una verdadera universidad. El Paraninfo ha estado
siempre presente en la vida de la ciudad, y es parte inalienable de la ciudad.
Por esos pasillos y
zaguanes, por esas escalas y sus diversos pisos, por los patios y salones, en
esos días de 1910, Horacio Marino caminó, indagó sobre materiales, la
disposición de planos, conversó con oficiales y artesanos, dio instrucciones;
en síntesis, supervisaba su obra, y por esa razón esta búsqueda de sus pasos,
de su labor como arquitecto que ha llegado aquí, a ubicarlo, a saber de ese
trasiego de su vida como uno de los medellinenses de mucha presencia,
inobjetable.
Sí, aquí al lado de Juan Camilo
Escobar, de Maribel Tabares, de Juan Carlos Buriticá, de Blas Navarro, y la
ausencia de Luis Fernando González, que nos debe una charla sobre la disposición
espacial de este edificio; con todos ellos responsables de este gran proyecto,
hemos regresado al Paraninfo a recuperar la memoria de Horacio Marino. Incluso los
investigadores han recobrado de él un manuscrito que se creía perdido sobre la
Historia de Medellín.
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