martes, 8 de enero de 2019

Horacio Marino Rodríguez en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia




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Horacio Marino Rodríguez en el Paraninfo de la Universidad de 

Antioquia

Víctor Bustamante

Poco sabemos de la vida cotidiana, durante su proceso de aprendizaje, de Horacio Marino Rodríguez cuando ya había dejado su formación, porque así es, básica de su bachillerato, y ya se disponía a iniciar el camino hacia la ruptura de un momento relevante en su vida. Acaso impulsado por la curiosidad, luego de trabajar en la talla de lápidas. Su estro creativo, lo conduce por el camino  de indagar para ilustrarse en la fotografía, en ese aprendizaje arduo y severo con una metodología muy particular. HMR realiza un acto impensable, en un momento donde el conocimiento factura, escribir un libro sobre este arte, su hermano que había llegado de París le ha enseñado los rudimentos que luego de su experiencia le sirven para escribir las 18 lecciones de fotografía. Nada sabemos si tradujo de libros franceses, nada sabemos cómo, de una forma inesperada, daba a conocer la experiencia para teorizarla en ese apretado proceso de aprendizaje sobre una forma artística que ya llevaba unos 60 años de consolidada, pero que aquí en el trópico de montañas, en el interior de una ciudad ya conectada con los movimientos del exterior en sus diversos ordenes, daba la posibilidad de escribir y publicar un texto sobre la fotografía en un momento en que la ciudad configuraba un determinado paisaje y, sobre todo, cuando los comerciantes indagaban por el mundo sobre las diversas mercaderías a importar y, además, con el empuje de la minería y la ascesis por el oro, consolidaba esa ciudad conectada por el mundo con lo esencial: el comercio. Entre ellos, los mencionados pioneros del comercio, luego de la industria, HMR ocupaba un lugar que nuestro mutuo olvido no ha podido relegar.

En esa ciudad solo mirada en ese momento a través de fotografías en blanco y negro, que es nuestro pasado. Imagino a HMR en su gabinete de trabajo, ahí en Palacé con La Playa inmerso en algo que lo consolidaría como un pionero, inicialmente el de ser un autodidacta movido por la curiosidad, por discernir un camino básico con sus materias necesarias para indagar en el proceso de fotografía, acaso maravillado por ese misterio de que en un proceso de luz y papel, de químicos y de un cuarto oscuro, apareciera la imagen fotografiada como una manera de aprehender ese paisaje, esos rostros, esos grupos familiares, como un modo de comenzar a vencer el tiempo de una manera teórica, y lo digo por una razón, en sus fotografías reside aun un espíritu tierno al fotografiar a esas personas, esos grupos, sin ningún alarde de intelectualismo, como la fotografía de Los zapateros (1895), ellos tan inmersos en su labor, que a pesar de realizarla en La Playa, lugar público para transeúntes, se hayan tan inmersos en sí mismos, es decir, en su labor, que olvidan el mundo que pasa frente a ellos, encabezados por una persona mayor, que es el de la experiencia, el maestro artesano, quien  preside este momento cenital, su fotografía, que lo define, ya que la persona mayor, el zapatero no en un lunes, su día, sino en la posteridad, a lo mejor le ha llamado la atención a HMR, y por esa razón  ha ido a su gabinete por su pesado equipo fotográfico y se ha detenido a plasmar este grupo de personas.

Cierto, él quiere dejar para esa posteridad que, ahora lo recobra, ese frágil momento en que unas personas o una persona o un grupo de familia miran a la cámara o evaden la lente de una manera coqueta, furtiva como si al no mirar al lente no nos dejará a esa persona, a esas personas, mirándonos a los ojos en esa postura, nunca el punctun como diría Barthes, sino en la fidelidad de mirarnos a los ojos cada que reparamos en sus fotografías, como ese acto milagroso cuando HMR se encerraba en el cuarto oscuro a revelar, a prestigiar la magia que le entregaba ese proceso químico que disuelve de las sombras esas fotografías para conceder ese momento pleno y justo.

De ahí que en este libro, con esa experiencia en lectura de libros en otros idiomas, HMR, a lo mejor haya reflexionado y se haya dicho que ese arte merecía la pena en ser divulgado, y al escribir este libro, desde ahí comienza su labor de ser maestro, de enseñar el conocimiento adquirido o de guardarlo de una manera total sino darlo a conocer, que a lo mejor será una manera de sembrar una semilla, ese protocolo sin preámbulos para que alguien también se decida a advertir y, sobre todo, a darle un nuevo aire a ese arte aún en proceso que poco a poco con la evolución técnica abrirá otras fronteras. Al titularlo 18 lecciones de fotografía, publicado en 1897,  ya estaba inmerso dentro de sí mismo ese deseo de ensañar, de compartir lo aprendido, de dar a conocer lo que él mismo había aprendido en su arduas noches de sus desvelos, de su curiosidad, que le insuflaba ese deseo de escudriñar, de saber.

Horacio Marino se mantiene firme, es tanto su poder de concentración, de indagación, de reflexión, y, sobre todo, de estudio, en solitario, eso sí con un alto nivel de confianza en esos caminos y en sus conclusiones que lo llevaron en un momento determinado a abandonar la fotografía debido a que el gabinete fotográfico no daba para Melitón y para él, y ya casados el sostenimiento de una familia es cosa seria.

Hay una fotografía donde ambos, Melitón y HMR posan para esa posteridad de este momento en que miramos esa placa en definitivo blanco y negro, Melitón sostiene un libro, y sus ojos están fijos en las páginas del libro abierto, algo displicente, HMR posa la mano en el libro, como vínculo de unión entre ambos, pero así mismo se aleja de él, no es que lo deje o denigre de él de una manera visual sino que mira al horizonte cercano a las paredes del cuarto pero que en la fotografía revelan la mirada de HMR al horizonte al exterior como si nos indicara con ese gesto que el necesita el saber indagar en otras disciplinas como motivo de sus circunstancias, de su curiosidad.

A lo mejor HMR ya quería salir del cuarto oscuro, de fotografías de paisajes y personas quería algo mas palpable y así, inmerso en su autodidactismo, ese proceso de ruptura seguro lo ha llevado a indagar en sus diversos libros sobre la construcción, no sabemos que lo ha llevado a apersonarse y mucho más tarde a aprestigiarse como querer convertirse en un maestro nato. Mientras la mayoría, nunca voy a decir el rebaño en los términos despectivos de ese filosofo que quería ser  profeta Nietzsche, él se sumió de nuevo en su cuarto no sabemos cómo se aprovisiono de libros sobre el tema y se dispuso a construir edificios con lo cual se motivó a publicar su libro sobre arquitectura. Ya había construido.

HMR enseñó dibujo en la Escuela Normal de Varones, en la Normal de Señoritas, en la Escuela de Minas y en la Escuela de Artes y Maquinaria, que le dan peso para publicar El libro del constructor de 1919, entre ambos libros hay 23 años, los suficientes, para que Horacio Marino aprendiera de sus maestros, y en solitario, ese oficio ser arquitecto. Dos de sus maestros en este campo fueron Enrique Haeusler como su maestro en las aulas y Carlos Carré, con quien trabajó como asistente en la construcción de la catedral Metropolitana. También antes se  había iniciado en la labor de enseñar por otro medio, las revistas literarias donde participó, lo que da la medida de que HMR era un ser extraordinario y, además, contemporáneo en esa labor de saber para divulgar; o sea dar a conocer, crear curiosidad.

En este recinto, en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, ha sido presentada la exposición de HMR, donde se valora su oficio como maestro en las diversas instituciones donde el dictó clases; él que se había labrado en sus saberes a partir de las semillas que le otorgaron algunos de su maestros, pero que él prosiguió con su curiosidad. Llegó a dictar clases de la Escuela de artes y oficios al ser un buen aprendiz de Enrique Haeusler, su suegro, que lo valoraba, debido a su firmeza y a sus deseos de ser un alumno meticuloso, que no superaría a sus maestros sino que buscaría sus caminos propios.

En esta exposición notamos el inicio y consolidación de diversas instituciones pero también como se comienza a crear la Escuela de Artes y Maquinaria de la mano de HMR. En una fotografía grande, del tamaño de personas, es posible observar la llegada y utilización de los pequeños motores para aligerar el oficio de los artesanos. Aquí en, otras fotografías notamos el paso del artesano a lo que sería el obrero, solo faltarán algunos años.

Aquí, en este recinto, que fue testigo y lugar como aulas de clase, pero además cárcel para prisioneros, en tiempos de las guerras civiles, sufrió toda variedad de deterioros en los años finales de 1800, luego se dio paso para la consolidación de la Universidad de Antioquia, y HMR tuvo un papel preponderante, al reformar una suerte de convento de franciscanos para adaptarlo a una verdadera universidad. El Paraninfo ha estado siempre presente en la vida de la ciudad, y es parte inalienable de la ciudad.

Por esos pasillos y zaguanes, por esas escalas y sus diversos pisos, por los patios y salones, en esos días de 1910, Horacio Marino caminó, indagó sobre materiales, la disposición de planos, conversó con oficiales y artesanos, dio instrucciones; en síntesis, supervisaba su obra, y por esa razón esta búsqueda de sus pasos, de su labor como arquitecto que ha llegado aquí, a ubicarlo, a saber de ese trasiego de su vida como uno de los medellinenses de mucha presencia, inobjetable.

Sí, aquí al lado de Juan Camilo Escobar, de Maribel Tabares, de Juan Carlos Buriticá, de Blas Navarro, y la ausencia de Luis Fernando González, que nos debe una charla sobre la disposición espacial de este edificio; con todos ellos responsables de este gran proyecto, hemos regresado al Paraninfo a recuperar la memoria de Horacio Marino. Incluso los investigadores han recobrado de él un manuscrito que se creía perdido sobre la Historia de Medellín.



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