Fotografía de Napoleón Velásquez G. |
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AL FILO DEL OJO de Omar Castillo
Víctor
Bustamante
Hay varias formas de abordar la realidad poética
en un momento determinado. Una de ellas enfundado y buscando brillo al hablar
solo de escritores importantes, entre comillas, muchos de ellos impuestos por
el marketing y el insidioso mundo editorial, donde se confunde literatura y
negocios. Esto trae como retaliación una manera de escudarse y vivir del brillo
de los poetas de relieve. Otra es la comodidad del mundillo académico
pervertido y cifrado solo en escudarse tras el prestigio del legado de escritores
muertos, impidiendo que haya una reflexión sobre el presente, lo cual excluye,
y deja de lado a los escritores actuales, hasta que un remoto historiador los
recobre. Todo lo anterior por pereza de buscar aspectos diferentes, como si nos
señalaran para decir que esos escritores fueron de mayor fuste. Todo esto
debido a ese lastre borgiano, admitido como mandamiento, cuando añadió que el
antólogo verdadero es el tiempo, y esa cuasi sentencia mal entendida trajo como
seña y saña olvidar las escrituras actuales. De tal manera añaden algo en este
desalojo, que siempre la literatura está en otra parte; entre más lejos mejor.
Ambas decisiones juegan con las cartas marcadas. Además, en esta revisión, en
esta exacerbación por la pos eternidad, por la posteridad, perdura cierto
atisbo de retaliación en quienes escriben sin su aquiescencia y sin sus
permisos y entelequias. Aunque aclaro que muchos escritores que nos
antecedieron son nuestro legado y nuestro refugio.
Pero hay otra manera de abordar la escritura y su
reflexión y es no mirando atrás, ya sabemos que nuestros maestros tutelares
están con nosotros, nos influyen, mirando a cada lado donde caminan y escriben personas
que son cercanas, creadores que, al igual que nosotros, van de la mano, en la
ensoñación de la escritura o en la difícil tarea de reflexionar, en la ardua y
aun conciliada manera de indagar por la poesía; en síntesis reflexionarnos. Lo
que lleva a decir que cuando se escribe sobre nosotros es amainar en un campo
nunca minado sino en reconocer al otro, en tenerlo presente, en entablar ese diálogo
casi imposible pero abierto de una manera actual, presente. Ese tipo de
diálogos es necesario.
De ahí que cuando leo Al filo del ojo de Omar castillo (Colección Otras Palabras, Fondo
Editorial Ateneo, 2018), es saber que él reflexiona esas otras palabras que
merodean y se escriben ahí justo ante nosotros, esas otras palabras que
aciertan e indagan, que se atreven a equivocar, que abren brechas, que asedian
a veces, lejos de los circuitos de la comodidad donde se mira la literatura, no
solo de soslayo, sino como un infatuado camino nunca brumoso sino lleno de la molicie
de versos y de aquellas historias que no requieren una confrontación donde no
existen preguntas y menos respuesta a lo que somos, lo mismo para responder
preguntas fundamentales, sobre el papel de la literatura como la decisión del
ser en no pasar desapercibido en la medida en que requiere no solo dejar una
huella sino pensarse.
Al principio una reflexión, “Sobre poesía”,
donde el autor, en una suerte de proemio, reflexiona sobre su quehacer poético al
cual le deja de lado la nostalgia, como algo corrosivo. Ante ello añade: “No
debemos olvidar que la poesía es un riesgo de integridad llevado hasta sus últimas
consecuencias y no un pasatiempo para mentes correctas y con buen ánimo social”.
Y después prefiere el silencio como escudo ante la banalidad. Para ser exactos ahí
reside el espíritu de su poesía. Aunado a un aspecto fundamental en Omar, y es
que ha sido un autodidacta, lo cual lo hace un poeta libre de ataduras, lo que se
traduce en buscar sus caminos, en inferir sus indagaciones, en construir el quehacer
notorio en su poesía donde fluye un destino, seguir la propia construcción de
esa poética con sus presupuestos, hasta encontrar sus definiciones tan suyas,
lejos de la tenue ambientación nunca poética de lo que llamaría León de Greiff
las greyes planas.
Pero también en la medida en que leemos esta síntesis,
Omar Castillo, reflexiona sobre diversos autores, y es que ahí mismo en su
escritura va dejando el rastro de lo que se constituye en su concepción sobre la poesía o sobre la
narrativa. Ahí va abriendo ese camino que en cada texto terminado se convierte
en la summa de su obra. Es decir, en cada texto que uno escribe va dejando sus
huellas, que son sus reflexiones así, como esas palabras que asedian y conjuran.
Miremos en este libro, el texto “Palabras en el Laberinto de la infancia”. Allí
Omar deja su inicio en los caminos de la escritura al leer y evidenciar su
cercanía con tres poetas fundamentales, Porfirio, León de Greiff y José
Asunción Silva. De cada uno de ellos recobra sin definirlo aun sino más tarde,
como si esas voces le abrieran el camino a la escritura, como si esas voces confluyeran
para el inicio de una formación sentimental en la poesía. De ahí que Omar en
cada uno de ellos recobrara aspectos
fundamentales como en Silva, sopesar las palabras y darle su medida justa. En
de Greiff ritmo y sonoridad de las palabras, y en Porfirio el desgarramiento y
la orfandad. Ahí en la infancia ya estaba dispuesto Omar para adentrarse en los
caminos de la poesía, en los vericuetos de la creación. Por supuesto, luego llegarán
otros maestros pero ahora vamos a referimos a los otros textos del libro.
En estos textos hay una concepción donde se
avizora el sentido de distanciamiento y desconfianza con el medio literario. De
ahí que él en su escepticismo elabore su mundo poético, al establecer su propia
conciencia y al elegir sus vasos constructores, porque cuando uno escribe sobre
alguien es porque da cierta cercanía. En estas reflexiones, porque lo son,
porque al uno escribir sobre alguien también escribe desde sí y sobre sí mismo
la concepción de su escritura. Al abordar al otro se aborda uno mismo en los
ecos que encontró en ellos, que son esos puntos de contacto para reflexionar
sobre ellos, es decir sobre uno mismo. Es decir,en esta instancia cuando se
piensa en el otro, se reflexiona a partir de la propia experiencia
estableciendo una cercanía a través del habla, a través de pensar lo creativo
del otro. Omar lo hace alertado por su conciencia punzante ante la duda y
deterioro del lenguaje que es la materia que concibe y hace al poeta. No en
vano cuando se refiere a Colinas anota: “El poeta siempre será un invasor
invadido”.
En estos textos hay una visión un poco escéptica
pero apasionada del desafuero de las palabras, que contrasta con la perspectiva
optimista de la realidad de estos textos que al él mirarlos permiten hallar
otra definición, donde el lenguaje, las palabras, apenas son un artificio, ante
la posibilidad del escritor para recuperar lo inexpresable, su vivencia. No en
vano cada escritor de estos con los cuales Omar dialoga, intentan expresar un
mundo que se evade y que las palabras, su lenguaje propio, capta en lo más mínimo,
aunque allí es posible encontrar y definir: razón y caos, sensibilidad y orden,
pasión y desenfreno, creatividad y fracaso.
En este libro de Omar Castillo desfilan de una
manera no blasonada, Alberto Escobar Ángel, Luis Iván Bedoya, Rafael Patiño,
Carlos Enrique Sierra, Pablo Montoya, Helí Ramírez, Mario Ángel Quintero, Oscar
Castro García, León Pizano, Carmenza Arango, Víctor Bustamante… y hago referencia
a ellos por una razón de peso, pensar a los amigos, lejos del acomodo de alguna
lisonja siempre me ha causado curiosidad y entusiasmo, ya que casi siempre nos referimos
al otro, a los lejanos.
Pero aquí no solo hay referencia a poetas o
escritores que trabajan y permean las palabras. Aparece Carlos Puerta con sus fotografías,
Raúl Restrepo con sus telas atiborradas de colores, y la memoria del teatrero,
siempre lamentado, José Manuel Freidel.
Por supuesto ésta Medellín que se presencia en
estos escritores que buscan la ciudad desde diversos ángulos está presente en su
ensayo “Medellín, un grafiti que se abre”. Una reflexión entre los escritores y
poetas anónimos que dejan en sus muros, en sus paredes, en sus tapias, no solo
sus frases sino también sus palabras, aquellas palabras de la ironía, aquellas
reflexiones, aquellos insultos, aquellas diatribas. Es una Medellín donde estos
escritores, los grafiteros, sopesan solo una frase llena de escarnio y de esperpento,
una frase pensada, para escribirla casi siempre en las horas de la noche cuando
la mirada inquisidora del transeúnte no existe y cuando en la eficacia de
un momento la escriben con donosura para
crear desazón y criticar, y además, librarse de cierto estado de cosas y de su
malestar.
En síntesis, a los escritores que el poeta nombra,
se le suman aquellos que con algunas palabras fugaces se les lee, pero estas
palabras son borradas luego, con lo cual siempre sentimos que reescriben su perversidad
y su desventura de una manera momentánea.
Al filo del
ojo, es andar alerta,
buscar la reflexión y la cercanía de otras palabras y otras voces, también es
una autoexploración como en “Visión y prisión de las palabras”. Al filo del ojo también es saber que hay
diálogos diversos con Floriano Martíns y con Alfonso Peña. Es indagar por esos lazos
en apariencia invencibles, pero que están presentes con la poesía y los poetas
que forman al escritor, es la ensoñación nunca perse por las palabras, por
saber que Medellín es de nuevo expresada a partir de otro punto de vista, desde
la mirada de un poeta, que redefine y alindera algunos escritores. Así Omar Castillo.
2 comentarios:
Estamos en esa linde del monte donde el ñeque y el armadillo aun dejan su materia fecal entre el hojarasquín bajo los grandes árboles, mientras uno se alimenta de escarabajos y almendras de choibá y el otro de hormigas y estos que sirven de alimento, son el detritus de la selva.
Así en literatura. Me gusta ese paisaje que desglosas en torno a la obra de Castillo. En nuestro medio aún hay escrúpulo para hablar de los cercanos.
Buen indicio. Ese es el tamaño de tu texto.
Me entusiasma que un escritor le de sus parabienes a un poeta de la talla de Omar castillo, al menos asi recordamos que en Medellin también hay escritores serios y no poetas de versos traviesos y apagados.
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