viernes, 29 de septiembre de 2017

QUEMANDO LIBROS Darío Ruiz Gómez



QUEMANDO LIBROS

Darío Ruiz Gómez

Recordemos que  en el siglo XVIII a quien leía retirado de los demás se lo llamaba “librepensador” y que el calificativo que ya había sido aplicado a Giordano Bruno y a Rabelais , con Voltaire y Diderot alcanza dimensiones   que sacuden la conducta pública, ya que responder  con la lógica y la razón a la ignorancia del vulgo, al fanatismo, supuso la reacción violenta del retardatarismo político y religioso que condenaba  la  libertad del lector  para, con la reflexión y sin imposiciones,  responder a “verdades” impuestas por una falsa tradición. La quema pública de libros ha sido una constante en la historia de Occidente y la  represión  contra el librepensador ha conducido en la era moderna tal como lo recuerda Bertrand Rusell a las más despiadadas “Quemas de herejes”  y quemas de libros. La Iglesia Católica debió rechazar el llamado Índice de Libros Prohibidos. A las piras de libros ardiendo  de  los nazis se suma la persecución de todos los regímenes comunistas a toda  lectura libre que pudiera conducir  a los lectores  “ a la infelicidad” o sea a la toma de conciencia frente a una sociedad mediocre y totalitaria. ¿Por cuántas décadas se prohibió  en la Unión Soviética los libros de Nabokov y  en Cuba los de Cabera Infante? ¿No ha decretado la extrema izquierda en Colombia el veto al más importante pensador nuestro,  Nicolás Gómez Dávila? Lo primero que hizo Chávez  fue acabar con Monte  Ávila la más  importante conquista cultural que logró conectar a Venezuela con la cultura universal. Lo que en su distopía  clásica “Farenheit  451” señala  Bradbury , en un año 2010 que como el “1984” de Orwell, ya se cumplió,  es la perturbadora imagen de una sociedad, volvamos a recordar,  donde el oficio de los bomberos consiste no en apagar incendios  sino en quemar bibliotecas .  El film maravilloso de Truffaut se queda en la memoria cuando Guy el exbombero huye y encuentra a Clarisse  a orillas del río en compañía de quienes  se han aprendido cada uno de ellos de memoria una gran obra de la literatura para que esta no desaparezca.

Ser tachado de “antisocial” por escapar de la sociedad del espectáculo donde la lectura se ha banalizado recurriendo subliminalmente a la publicidad   es un  shock que vivimos plenamente. Recuerdo que al entrar al espacio de un Outlet  en la vasta pradera de Texas,  en aquellas  calles vacías había una inmensa librería a la cual entramos con la esperanza de encontrar algo valioso, una nueva novela  de Don de Lillo, un nuevo ensayo  de  Steiner, una nueva colección de poesía , cientos de libros se arrumaban en las mesas,  en las estanterías  que recorrimos una a una sintiendo el más bochornoso estupor  al comprobar que el despliegue  editorial sólo contenía títulos de la más pérfida basura. El último brillo de sol restallaba sobre las vitrinas vacías de los locales  comerciales. Recordé de inmediato la novela de Jim Thompson. “El asesino dentro de mí”  abrumado  por  la molesta comprobación  de estar en un territorio construido  mediante  la más avanzada tecnología  pero capaz  de generar a nivel de población los  más siniestros  criminales.

   

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