QUEMANDO
LIBROS
Darío
Ruiz Gómez
Recordemos
que en el siglo XVIII a quien leía
retirado de los demás se lo llamaba “librepensador” y que el calificativo que
ya había sido aplicado a Giordano Bruno y a Rabelais , con Voltaire y Diderot
alcanza dimensiones que sacuden la
conducta pública, ya que responder con
la lógica y la razón a la ignorancia del vulgo, al fanatismo, supuso la
reacción violenta del retardatarismo político y religioso que condenaba la libertad del lector para, con la reflexión y sin imposiciones, responder a “verdades” impuestas por una falsa
tradición. La quema pública de libros ha sido una constante en la historia de
Occidente y la represión contra el librepensador ha conducido en la era
moderna tal como lo recuerda Bertrand Rusell a las más despiadadas “Quemas de
herejes” y quemas de libros. La Iglesia
Católica debió rechazar el llamado Índice de Libros Prohibidos. A las piras de
libros ardiendo de los nazis se suma la persecución de todos los
regímenes comunistas a toda lectura
libre que pudiera conducir a los
lectores “ a la infelicidad” o sea a la
toma de conciencia frente a una sociedad mediocre y totalitaria. ¿Por cuántas
décadas se prohibió en la Unión
Soviética los libros de Nabokov y en
Cuba los de Cabera Infante? ¿No ha decretado la extrema izquierda en Colombia
el veto al más importante pensador nuestro, Nicolás Gómez Dávila? Lo primero que hizo
Chávez fue acabar con Monte Ávila la más
importante conquista cultural que logró conectar a Venezuela con la
cultura universal. Lo que en su distopía clásica “Farenheit 451” señala Bradbury , en un año 2010 que como el “1984”
de Orwell, ya se cumplió, es la
perturbadora imagen de una sociedad, volvamos a recordar, donde el oficio de los bomberos consiste no en
apagar incendios sino en quemar
bibliotecas . El film maravilloso de
Truffaut se queda en la memoria cuando Guy el exbombero huye y encuentra a
Clarisse a orillas del río en compañía
de quienes se han aprendido cada uno de
ellos de memoria una gran obra de la literatura para que esta no desaparezca.
Ser
tachado de “antisocial” por escapar de la sociedad del espectáculo donde la
lectura se ha banalizado recurriendo subliminalmente a la publicidad es
un shock que vivimos plenamente.
Recuerdo que al entrar al espacio de un Outlet en la vasta pradera de Texas, en aquellas
calles vacías había una inmensa librería a la cual entramos con la
esperanza de encontrar algo valioso, una nueva novela de Don de Lillo, un nuevo ensayo de Steiner,
una nueva colección de poesía , cientos de libros se arrumaban en las mesas, en las estanterías que recorrimos una a una sintiendo el más
bochornoso estupor al comprobar que el
despliegue editorial sólo contenía títulos
de la más pérfida basura. El último brillo de sol restallaba sobre las vitrinas
vacías de los locales comerciales.
Recordé de inmediato la novela de Jim Thompson. “El asesino dentro de mí” abrumado
por la molesta comprobación de estar en un territorio construido mediante la más avanzada tecnología pero capaz de generar a nivel de población los más siniestros criminales.
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