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Librería
Grammata
Víctor
Bustamante
En
la librería los libros no tienen dueño, se exhiben y se hojean, se palpan, se acaricia
su lomo. Desde los estantes los diversos autores nos llaman para que llevemos y
leamos sus libros. Una librería es un puerto; es decir, allí los libros están
de paso. Pero no pueden existir las despedidas, cuando se va un libro, cuando
se lo lleva, es porque ese es su destino: estar ahí de paso, luego el lector se
apropia de él, se lo llevará; lo hará suyo. De ahí que el librero, en cierta
medida es un ser sin sentimientos, ya que un libro que lo ha acompañado varios días
o meses se irá con su consentimiento. De ahí que el librero no puede enamorarse
de sus libros ya que se perdería de una parte la razón de ser de su
subsistencia y de otra nos reafirmaría la frase que refiere como los libros no
son de la librería sino que esperan pasivos a sus futuros dueños para que se
los lleven y así les sirva, no solo de compañía sino de remedio para sus sueños,
o de afán de conocimiento según el caso. De ahí que un libro y su culto da
muchas posibilidades, muchas significaciones.
En
la librería los libros se disponen en los estantes para que el hipócrita
lector, o el investigador, o el curioso lector se lo lleve. Ahí nace una
relación familiar entre lector y libro, desde ese momento, el alejamiento del
libro de la librería pasa a ser parte de alguien, parte de su vida. Desde allí
se inicia una cohabitación ya que el libro pasa a ser parte del mundo personal
de quien se lo lleve y presiente que ha conseguido un tesoro que lo lleva a reafirmar
el poder de la lectura, ya que a través de esta se viaje a un país determinado,
se adentra en la vida si es una biografía, se llene de poesía o en muchos caos
se busque el escritor de moda, o el escritor amado, o también se encuentra un
libro encargado que no se encuentre en la ciudad. Allí en la Liberia se da una
suerte de amor, muchas veces a primera vista o muchas veces por recomendación.
En la librería el silencio es determinante, en la librería a pesar de que es un
negocio esta palabra no se menciona, allí el conocimiento es el imperio, ya desde
alguno de sus vértices, y desde el deseo de quien lo busca.
De
ahí que la librería también es un puto de encuentro ya que allí, van los
lectores muchas a veces buscando un autor determinado, un libro soñado, pero también
muchas veces se va a una librería a merodear ante los estantes y, de repente, se
encuentra un libro que se ha buscado con ahínco, y desde ahí, desde la sorpresa
de ese espejismo que es real, espera para ser llevado.
Poco
ha variado la presentación del libro desde aquel día en que Gutenberg democratizó
la lectura a través de la posibilidad de la tirada en serie de libros en la
imprenta, así la haya mantenido oculta para falsificar libros manuscritos. El libro
nos llega en el mismo formato con su contenido de letras desde su intención hace
unos quinientos años, de ahí que a través de él se generalice el conocimiento. En
su formato actual con pocos cambios fue arrojado desde esa época al mar del tiempo
y así nos ha llegado y se mantiene como la forma más fácil y económica de conocimiento.
El
libro nunca ha sido popular porque merece personas que tenga sed de aprender,
no técnicos con títulos y honores de un saber, sino que el libro nos da la
posibilidad del libre albedrio. Solo a
través de la lectura seremos personas libres. En el libro reside el conocimiento,
y desde ahí los lectores se transforman en otros seres, no los muertos vivientes
de la tecnología con su iPod o su whatsApp, sino que se vuelven en sabedores de
ser exclusivos en su aprendizaje. Un libro abre caminos hacia lugares ignorados
por su lector, en un libro se reflexiona y se viaja. De ahí que los lectores sean
personas refinadas que son capaces de sentarse a leer y a reflexiona en una
noche o al alba cuando los despierta la necesidad de continuar una lectura, o que
los embargue la prosa de un autor, la sensibilidad para describir o también los
aniquile la poesía más dulce que se ha escrito.
Para
el territorio para le país de los lectores, la sigla del negociante: el tiempo
es oro, no cuenta. Muchas veces algunos desapasionados afirman que no tiene
tiempo de leer, ya que los afana solo el tráfago cotidiano de una vida sin riesgos
y cuadriculados olvidan el saber de un libro con el infinito diálogo que espera.
De
ahí que el libro nunca haya sido popular, el libro, cosa extraña, pertenece a
una suerte de secta de lectores, una mínima parte de los habitantes de una ciudad
cualquiera, que necesitan aprender me algo en un ramo determinado o simplemente
posee en placer de leer.
La
librería Grammata es parte de ese sueño, es un puerto donde los libros llegan
algunas veces por encargo y se convierten en un puente entre quien lo busca y
este lugar de paso, a veces en punto de coincidencia, ya que no hay nada mejor énfasis
que perderse en las librerías lugar donde puedes hacer tuyo cualquier libro.
Wilson
Mendoza, aquí, en esta pequeña entrevista nos da la razón de ser de su vida
como librero, nos dice la probabilidad de coexistir en medio de la banalidad y
poca ilustración, pero también refiere sus sueños y el camino y vida de los libros
precisamente en un momento álgido donde la
lectura baja sus niveles, en el país, Colombia, donde se lee medio libro al
año, o sea que somos un país analfabeta culturalmente, donde sus habitantes se
nutren de la hojarasca televisa o de la acedia mental que los mantiene pendientes
del futuro.
Y
así, este conformismo como producto de erradas políticas educativas y culturales,
donde solo desde lo oficial se busca el entretenimiento, como norma, como pócima
para calmar cualquier pregunta o duda. De ahí que sea prioritario proteger,
ayudar a las librerías, es una parte sensible de la cadena del libro, un punto
de la distribución. Sin las librerías, Medellín en este caso se convierte en
una ciudad de caferías, de asaderos de pollos, de centros comerciales donde van
las chicas a medirse blusas, jeans y a preguntar por todo, a medirse todo y a
no comprar nada, porque las aflige el consumismo más descarado o los chicos van
a abrir la boca porque piensan que allí son modernos cuando todos en general
tiene la cáscara de su cerebro llena de trivialidad, lo cual es la síntesis de un
fracaso en su educación y en las políticas culturales para aumentar el nivel de
lectura.
Hay
ver las recuas de personas en el centro, o en los centros comerciales ahítos de
tecnología, jugando uno de los juegos predilectos donde el tiempo ya no es oro
sino que no existe, la pasividad los embarga es su norma de vida.
De
ahí que en la librería, en este caso Grammata, se convierte en un oasis en
medio de la crueldad, en medio de la anomia. Aquí en la librería comienza otro mundo,
el del conocimiento, el de la sensibilidad, he dicho el de la sensibilidad.
Nov
10 el 2015
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