martes, 10 de noviembre de 2015

Librería Grammata- Wilson Mendoza


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Librería Grammata

Víctor Bustamante

En la librería los libros no tienen dueño, se exhiben y se hojean, se palpan, se acaricia su lomo. Desde los estantes los diversos autores nos llaman para que llevemos y leamos sus libros. Una librería es un puerto; es decir, allí los libros están de paso. Pero no pueden existir las despedidas, cuando se va un libro, cuando se lo lleva, es porque ese es su destino: estar ahí de paso, luego el lector se apropia de él, se lo llevará; lo hará suyo. De ahí que el librero, en cierta medida es un ser sin sentimientos, ya que un libro que lo ha acompañado varios días o meses se irá con su consentimiento. De ahí que el librero no puede enamorarse de sus libros ya que se perdería de una parte la razón de ser de su subsistencia y de otra nos reafirmaría la frase que refiere como los libros no son de la librería sino que esperan pasivos a sus futuros dueños para que se los lleven y así les sirva, no solo de compañía sino de remedio para sus sueños, o de afán de conocimiento según el caso. De ahí que un libro y su culto da muchas posibilidades, muchas significaciones.

En la librería los libros se disponen en los estantes para que el hipócrita lector, o el investigador, o el curioso lector se lo lleve. Ahí nace una relación familiar entre lector y libro, desde ese momento, el alejamiento del libro de la librería pasa a ser parte de alguien, parte de su vida. Desde allí se inicia una cohabitación ya que el libro pasa a ser parte del mundo personal de quien se lo lleve y presiente que ha conseguido un tesoro que lo lleva a reafirmar el poder de la lectura, ya que a través de esta se viaje a un país determinado, se adentra en la vida si es una biografía, se llene de poesía o en muchos caos se busque el escritor de moda, o el escritor amado, o también se encuentra un libro encargado que no se encuentre en la ciudad. Allí en la Liberia se da una suerte de amor, muchas veces a primera vista o muchas veces por recomendación. En la librería el silencio es determinante, en la librería a pesar de que es un negocio esta palabra no se menciona, allí el conocimiento es el imperio, ya desde alguno de sus vértices, y desde el deseo de quien lo busca.

De ahí que la librería también es un puto de encuentro ya que allí, van los lectores muchas a veces buscando un autor determinado, un libro soñado, pero también muchas veces se va a una librería a merodear ante los estantes y, de repente, se encuentra un libro que se ha buscado con ahínco, y desde ahí, desde la sorpresa de ese espejismo que es real, espera para ser llevado.

Poco ha variado la presentación del libro desde aquel día en que Gutenberg democratizó la lectura a través de la posibilidad de la tirada en serie de libros en la imprenta, así la haya mantenido oculta para falsificar libros manuscritos. El libro nos llega en el mismo formato con su contenido de letras desde su intención hace unos quinientos años, de ahí que a través de él se generalice el conocimiento. En su formato actual con pocos cambios fue arrojado desde esa época al mar del tiempo y así nos ha llegado y se mantiene como la forma más fácil y económica de conocimiento.

El libro nunca ha sido popular porque merece personas que tenga sed de aprender, no técnicos con títulos y honores de un saber, sino que el libro nos da la posibilidad del libre albedrio. Solo a través de la lectura seremos personas libres. En el libro reside el conocimiento, y desde ahí los lectores se transforman en otros seres, no los muertos vivientes de la tecnología con su iPod o su whatsApp, sino que se vuelven en sabedores de ser exclusivos en su aprendizaje. Un libro abre caminos hacia lugares ignorados por su lector, en un libro se reflexiona y se viaja. De ahí que los lectores sean personas refinadas que son capaces de sentarse a leer y a reflexiona en una noche o al alba cuando los despierta la necesidad de continuar una lectura, o que los embargue la prosa de un autor, la sensibilidad para describir o también los aniquile la poesía más dulce que se ha escrito.

Para el territorio para le país de los lectores, la sigla del negociante: el tiempo es oro, no cuenta. Muchas veces algunos desapasionados afirman que no tiene tiempo de leer, ya que los afana solo el tráfago cotidiano de una vida sin riesgos y cuadriculados olvidan el saber de un libro con el infinito diálogo que espera.

De ahí que el libro nunca haya sido popular, el libro, cosa extraña, pertenece a una suerte de secta de lectores, una mínima parte de los habitantes de una ciudad cualquiera, que necesitan aprender me algo en un ramo determinado o simplemente posee en placer de leer.
La librería Grammata es parte de ese sueño, es un puerto donde los libros llegan algunas veces por encargo y se convierten en un puente entre quien lo busca y este lugar de paso, a veces en punto de coincidencia, ya que no hay nada mejor énfasis que perderse en las librerías lugar donde puedes hacer tuyo cualquier libro.
Wilson Mendoza, aquí, en esta pequeña entrevista nos da la razón de ser de su vida como librero, nos dice la probabilidad de coexistir en medio de la banalidad y poca ilustración, pero también refiere sus sueños y el camino y vida de los libros  precisamente en un momento álgido donde la lectura baja sus niveles, en el país, Colombia, donde se lee medio libro al año, o sea que somos un país analfabeta culturalmente, donde sus habitantes se nutren de la hojarasca televisa o de la acedia mental que los mantiene pendientes del futuro.

Y así, este conformismo como producto de erradas políticas educativas y culturales, donde solo desde lo oficial se busca el entretenimiento, como norma, como pócima para calmar cualquier pregunta o duda. De ahí que sea prioritario proteger, ayudar a las librerías, es una parte sensible de la cadena del libro, un punto de la distribución. Sin las librerías, Medellín en este caso se convierte en una ciudad de caferías, de asaderos de pollos, de centros comerciales donde van las chicas a medirse blusas, jeans y a preguntar por todo, a medirse todo y a no comprar nada, porque las aflige el consumismo más descarado o los chicos van a abrir la boca porque piensan que allí son modernos cuando todos en general tiene la cáscara de su cerebro llena de trivialidad, lo cual es la síntesis de un fracaso en su educación y en las políticas culturales para aumentar el nivel de lectura.

Hay ver las recuas de personas en el centro, o en los centros comerciales ahítos de tecnología, jugando uno de los juegos predilectos donde el tiempo ya no es oro sino que no existe, la pasividad los embarga es su norma de vida.

De ahí que en la librería, en este caso Grammata, se convierte en un oasis en medio de la crueldad, en medio de la anomia. Aquí en la librería comienza otro mundo, el del conocimiento, el de la sensibilidad, he dicho el de la sensibilidad.

                                                                                 Nov 10 el 2015





                                                                                                           



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