LA CIUDAD FEA
Darío Ruiz Gómez
De no ser por
quienes diariamente certifican el axioma
de que la ciudad no existe sino para quien la recorre Medellín no existiría hoy
tal como llegamos a comprobarlo en la más inclemente de las épocas de la violencia
urbana, sino fuera por quienes cada día se inventan nuevos recorridos. La
aparición de las Fronteras Invisibles
supuso la atomización del espacio público
y el confinamiento de sectores barriales. El concepto de barrio se
esfumó como estructura fundamental de la definición de ciudad. Vino entonces un choque callado entre los
antiguos habitantes-fundadores y los grupos de desplazados ya que no se planteó
por parte de la Oficina de Planeación y del Área Metropolitana unos planes de integración de territorios que
permitiera mediante nuevas vías el intercambio social sin el cual
no podríamos hablar de que existe una
ciudad, de que se planteará una ciudad equilibrada capaz de la recuperación del
espacio público, de integrar las arquitecturas y los espacios simbólicos de la
antigua trama urbana fragmentada por los violentos. La palmaria ignorancia de
los nuevos funcionarios condujo a la problemática que hoy vive Medellín y que debe estar en primer plano de los objetivos a
cumplir por parte de la Alcaldía: la
llamada “Otra ciudad” construida por sus habitantes a través de diferentes formas de ocupación espontánea o sea la legitimación del tugurio, la afirmación
de la no ciudad frente a la abandonada
ciudad tradicional. Lo que a simple
vista llamamos una ciudad “en obra” que
se ha legitimado a sí misma ajena a las
teorías de los urbanistas que no existen y de cualquier proyecto de racionalidad que tampoco ha existido
porque igualmente los urbanistas de oficina universitaria o comercial han
carecido de un conocimiento cercano de lo que estos inéditos procesos de construcción de ciudad han
supuesto.
Cumplir contratos de
“análisis” sobre la pobreza de una Comuna, sobre la construcción de vivienda en espacios sometidos al
despotismo de un criminal constituyen lo que hace más de diez años se debatió en
Congresos, en debates locales que forrarse de dinero haciendo diagnósticos de
ocasión es algo completamente diferente a adentrarse en conceptos como los
nuevos vecinazgos, las nuevas formas de apropiación del comercio barrial, de
los impuestos de seguridad que hoy llamamos
extorsión devenidos en
estructuras de dominio a las cuales es necesario detectar si se quiere rescatar la libertad de los
vecinos. Y en este mismo sentido tenemos que referirnos a lo que significan hoy
las redes de comunicación. ¿Qué sería desde estas perspectivas el plantear una
idea o un proyecto de ciudad? ¿Cuál sería la metodología para un Plan de
Desarrrollo o de Ordenamiento Territorial que desconozca lo que hoy son las
redes en estos territorios que el
urbanismo convencional desconoce, que desconoce la gobernanza de los grupos
políticos, esta presencia de las muchedumbres, esta innúmera visualización de
las calles, estas nomenclaturas como señales secretas de grupos sociales que necesitan defenderse en invasiones
donde nunca llegara la ley? Aquí se ha cumplido a cabalidad la
globalización de lo local y la localización de lo global y por lo tanto ante su
complejidad fracasa el sociologismo, la antropología de los marxólogos silvestres incapacitados para percibir
siquiera estos intangibles de lo que es la nueva cultura urbana. Y sin un solo plan de renovación urbana, de tener en cuenta aquello que la gran Jane
Jacobs llama Graseroots –antiguos vecindarios- , asociaciones espontáneas y
materiales a las cuales es necesario proteger y asimilar a las áreas de grandes edificaciones ningún
proyecto es legitimo. Que no nos vayan entonces a salir con cualquier bobada ya
que es desde estas lecturas desde donde puede hablarse de una ciudad para los
ciudadanos.
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