Orlando Mora |
Víctor Bustamante
Para Luz Esther Castañeda
La
música se instala sin ser invitada, simplemente al escucharla nos atrapa y al
atraparnos y volver a ella, nos cuenta no solo su historia, la de sus músicos
como intérpretes, sino que nos lleva de su mano a sus autores, también nos
cuentan de donde vino. Cuantas veces caminando por las calles, nos atrapa una
melodía casi inaudible, y la cual se nos queda todo el día, hasta que
averiguamos su nombre, y desde ese instante en que la reencontramos, sabemos
que se instala en nosotros, casi como una maldición porque ya ahora es parte de
nosotros mismos. Otras veces la encontramos, hallazgo imprevisto, en algún bar
cuando en una conversación o en nuestro profundo silencio llega esa que no es
invitada y de inmediato necesitamos averiguar con el barman o el mesero que cómo
se llama esa canción. Así el azar se
convierte en una celestina que nos entra en el mundo desconocido y profundo de
esa música que nos llega. Otras veces es una recomendación de algún amigo,
otras la publicidad que exhibe sus garras comerciales.
Es
vasto el mundo de la música, y aun así es más misterioso y lleno de momentos
abruptos y dulces. La música tiene tantas aristas para indagar, la música posee
tantas significaciones, tanta presencia en cada uno, que nos remite a esa
palabra y actitud que parece ser avasallada por lo fugaz sin retorno del
momento en que vivimos. y es que la música se instala en nosotros, y en
definitiva nos acompaña, nos alerta, nos altera los sentidos, ante un estado de
cambio repentino de ánimo. Quien no haya vivido es que no tiene la música como
un punto de referencia, así la música nos remite a cada uno a una época
personal de brillo, de indagaciones, la música abre sus caminos, hacia la sensibilidad, la música nos trae presencias
de personas, momentos, estados de ánimo, y como no tiene imagen, la música no
envejece, siempre está presente y nos cala y nos aclama ya que la música es el único
arte que nos acompaña cuando estamos en alguna desazón o la inicua melancolía
nos arredra.
Todo
lo anterior para referirme a esa sensación que advierto al leer, La música que es como la vida de Orlando
Mora (UNAULA, 2023). Orlando nunca ha caído en el vicio del coleccionista que
refiere su catálogo de discos de 78 o de elepés, que nos hacen sentir desamparados
porque posee un único ejemplar de determinada canción, él la comparte en su
estudio, pero nunca da una copia.
Por
el contrario, Mora reflexiona sobre la música que lo ha acerado y nos da su apreciación
sobre el sentir y lo que le inspira cada uno esas canciones que lo arredran,
que lo acompañan. De ahí que sea tan personal este libro, en sus apreciaciones,
en sus disquisiciones, en su dureza cuando advierte el caso de Goyeneche, que así
da la medida del autor, ya que este libro ha sido reflexionado, escrito de una manera
lenta, precisa, lo cual permite al lector que, al leerlo, es como si estuviera con
su autor, siempre tan fugaz cuando se quiere conversar con él.
Así,
con sus códigos de interceptaciones, testigo de primera línea, Orlando, detecta
y nos acerca a esa diferencia entre el café y las
heladerías. Y a medida que reflexiona sobre la música y sobre la ciudad y sus adláteres,
sus testigos, da la medida de sus gustos, el cual nos lleva de su mano a
indagar sobre esos cantantes y canciones que lo embargan, cuando por consejo de René Cabel le habla de Elena Burke.
Entonces debemos indagar sobre ella, como si remontáramos el rio de la memoria
que crecido y violento se lleva de paso lo que encuentra, para destrozarlo,
pero así mismo arrastra, contradictorio, esa memoria, la música que hemos
escuchado y nos ha formado, música que alerta y disputa y lleva esos cajones de
la memoria y que por supuesto permanece intacta en nosotros. Así Orlando nos
desafía a buscarla, a escucharla para comprobar como la historia de la música y
otras historias mantienen su catálogo de olvidos y desalojos. Lino Borges
también llega con su voz pausada, Esther Borja, de ese recuento, al mencionarla
Orlando, y también debemos buscarla para saber y comprobar que la historia de
la música posee sus secretos y aun mal, olvidos y desalojos
Lo
mismo le digo a Orlando cuando refiere y conoce un poeta en la cita de Thomas
Elliot, cuando refiere un músico, un cantante, una canción se ensancha la vida,
así como otras presencias, una de ellas la de esa voz cálida de Raúl Shaw
Moreno, y en el tango, caro y presente, cuando nos entrega la presencia de
Roberto Rufino en la Gardeliana, y una frase que es un reto. “Nunca podremos
decir con certeza y de manera irrevocable quien ocupa la segunda línea después
de Gardel”, lo que daría motivo para escribir un tratado sobre el tango.
Así
en este reencuentro con la música, digo reencuentro porque este libro es una cara
reminiscencia que nos lleva a indagar sobre el bolero y el tango, y algunas
baladas y así, es una summa de la música popular, aquella que se establece en
el tiempo y la memoria recuperada y se convierte en algo indeleble, los caminos
tortuosos e irredentos de la vida.
Así,
este hermoso y aún más grato libro facilita, así, un auténtico acercamiento con
su autor, ya que en él deja e imprime su huella, es decir sus reflexiones y de
una manera total y afectuosa su sentimiento, con esas músicas cercanas que
perduran en su memoria, y que él nos comparte. Así en la música las fechas, aunque
bastante cercanas, con los días se vuelven indeterminadas, ya que la música,
nuestras músicas violan el tiempo, incluso cuando parece que sean próximas aún más
y así, caemos en cuenta que es algo cierto, la música aún posee ese carácter de
ese encuentro aun en su lejanía. Esa lejanía que nos atrapa a pesar de ser
algunas de esas músicas creadas en la extraterritorialidad que sucumbe y nos
hace sucumbir a su encanto, siempre las sirenas y su canto regresan cuando
viajamos en esa nave de olvidos y presencias que es la vida.
Algo es cierto, la música crea verdaderamente una sensación de proximidad. Más bien de presencia o, más precisamente, de aparición. Antes que esas obras, por el movimiento despiadado del olvido, ya que la música en ese movimiento sin fin, casi perpetuo que arrastra su perdición, hace dejar de lado lo que ayer fue un éxito, eso sí digo éxito, no obra maestra. Así Mora, que ha sacado a la luz, sus gustos musicales, no deja que se borren de la historia de la música, porque es quizá necesario precisar que al mencionarlas las justifica y las coloca cerca, dándonos esa impresión de cautivarnos, de estar cerca, de que esa música aparezca, llegue, perdure ,en un interregno, puede ser de casualidad, trazado sin primera por un instante, ese instante trazado de encuentros con amigos, y para ese instante, amigos nocturnos, vueltos visibles por la apertura instantánea de la música en esa noche perpetua que es la vida misma. Ya que la noche y la música se conjugan para ese canto a la amistad o a la casualidad de un encuentro que llega y se torna memorable.
Luego
desfilan y nos hablan: Álvaro Dalmar, Lucho Bermúdez, Esthercita Forero, Frank
Domínguez, Armando Manzanero, Susana Rinaldi, Mario Clavell.
Entrevistas,
conversaciones, encuentros que nos dan la medida de cada uno de ellos, como si
en un amplio salón estuvieran cada uno de ellos, relatándonos sus experiencias
no solo de vida, sino su acercamiento con la música y que Orlando mora los
lleva de la mano para saber mas de ellos, ya que cada compositor, cada artista
posee detrás de su talento, una historia que lo ha llevado a crear un
personaje, eso sí sin la máscara que los adula sino en la certeza de su arte.
De
ahí esa sensación de esas presencias, hechas de convicción, de equilibrio, y
que resplandece lejos de las apariencias, mucho más evidentes que cualquier personaje,
un autor, que lleva a vivir en una zona invisible. De ahí que aparece esa
impresión que entrega su arte elaborado con un fervor inusitado. Ya que su
música, esas músicas se reafirman, y como ciertas músicas, ya sean boleros,
sones, tangos o baladas, que nos fascinan en la medida que nos dicen algo ya
que además nos han acompañado desde hace tiempos, ya sea en nuestra ambición de
la soledad o en la compañía de los caros amigos que se cultivan con el tiempo.
La música que es como la vida de Orlando Mora, enciende de golpe la luz de los cafés, con largas conversaciones o acentúa los lánguidos intersticios del silencio, evocando la oscuridad momentánea de las heladerías. A veces nos trae a Obdulio y Julián, y eso sí afirma la música con su autoridad y permanencia, ya que no da sitio a la duda ni a las correcciones. Simplemente está ahí para acompañarnos desde latitudes lejanas. Y, sin embargo, sabemos, e incluso sentimos, que este arte, la música, no se detiene, que Orlando Mora nos susurra que este arte ha comenzado desde hace mucho tiempo y llega muchas veces a nuestros oídos y se empoza para siempre sin ser invitada. Música que es única, pero no está sola porque también acompañan a los solitarios en la mesa del café, o en lo trepidante de los conciertos, o los que se encapsulan en sus cuartos. Hace tanto tiempo que el hombre compone, escribe, graba, traza historias, colorea partituras, frota melodías, todo para representar el sentimiento, tan humano, que nos da un violín en la noche en una plena calle, o cuando se cuela un leitmotiv de un tango desde una cantina y el cual nos obliga a detenernos para escucharlo, o cuando un bolero nos araña o aún más cuando leemos este libro y Orlando, nunca furioso, nos dice con rigor y con sorpresa, yo estuve ahí para contarlo.
Adenda: Orlando Mora nos debe un libro sobre la música de sus películas favoritas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario