VIAJE AL INFIERNO
(La novela Satanás, del escritor
Mario Mendoza)
Antonio Arenas Berrío
La bruja Ana María de Georgel lo había enunciado de manera punzante
cuando fue interrogada, torturada y se le preguntó dónde quedaba el infierno. La tierra y el infierno son la misma cosa dijo.
La tierra no es más que el territorio del dolor, el rincón de la desdicha y la
miseria, pasaje del infortunio y recinto de la desgracia. La novela Satanás
describe los ambientes infernales y hace ver que el clérigo, un representante de
Dios en la tierra ya no consigue profesar y se acuerde de los archivos ocultos en su época juvenil y
aflore la secuencia maldita y nefasta sobre la descomposición gradual del
mundo. Nietzsche, atinado en su visión del mal expresó:” En la medida en que el
cristianismo todavía hoy aparece necesario, el hombre sigue frustrado y
fatalmente destrozado…”. La ficción Satanás, narra el triunfo del mal. Si nada
existe todo está permitido. La atractiva narración social está asociada a lo
perverso. El escenario donde todo sucede es una plaza de mercado, una ciudad,
las calles, un restaurante; las travesías son los lugares donde van y vienen
los condenados. La dramática donde ocurre lo inseparable, es la ciudad de
Bogotá. La intención del artista es evidente, la glorificación de un mundo
donde la moral, la ley, el estado, el orden ya no existen. La fábula describe
el poder del maligno que todo lo autoriza, hasta les hace decir a los
criminales: “yo soy legión”. Es la gran fascinación por lo diabólico y el
ritual de los muertos. Los relatos en la leyenda no son sencillos, ni ingenuos y
la historia se va rehilando y surgiendo de una realidad trivial y cotidiana que
cruza la vida de seres de carne y hueso que están sufriendo la desdicha y el
dolor en sus cuerpos. El secreto diabólico de la ficción consiste en encadenar los
personajes a los círculos infernales, hacer que padezcan, hablen o mueran. Lo
bello de la narración ésta atado a una mujer joven y hermosa, pobre e ingenua que
se convierte en una delincuente, en su afán por salir adelante y dejar de ser
un objeto sexual deseado por los vendedores de la plaza de mercado. Es violada
y manda matar a sus transgresores; cae en su última etapa víctima de los
encantos sexuales de una joven estudiante lesbiana. Hay un pintor iluminado y
su novia con Sida. Una niña con una posesión diabólica, un sacerdote que
prefiere los placeres de la carne a su vocación. Y el patético personaje del
sargento Campo Elías, héroe de la guerra del Vietnam. Loco y obsesivo con la
limpieza que termina matando a su madre, sus vecinos y realiza la masacre del
restaurante el Pozzetto; para luego darles la bienvenida al infierno a todos
los protagonistas y matarse, gritando desesperadamente: “yo soy legión”. Entre
los límites de la injusticia, el robo, la miseria, la violación, la lascivia,
la posesión diabólica, se inscribe la novela, marcando el paso macabro de la
muerte. ¿Escandalosa narrativa? Seguramente, pero la verdad reside en colisionarnos
con el escándalo, que a diario se vive en las calles de nuestras ciudades, y
sin embargo, lo encubrimos creyendo que nada es verdad. Cabe preguntarnos: ¿Por
qué una novela diabólica precisamente acaece en la ciudad de Bogotá? En la aventura
todo es inseparable, un movimiento infernal, lucha inútil, pliegues y
repliegues, sinuosidad diabólica y perversa. Arte que descifra el mal; mal que
es la clave de los relatos y lo recóndito. El infierno en su semejanza con la tierra
es la idea que corroe a las otras. La patraña expresa el horror humano; la
maldad de nuestra sociedad. La muerte es el canto fúnebre. El réquiem que nos
invita a forzar las puertas del terror. Quién reconoce las fuerzas de las
órbitas diabólicas no cesa de temerles, pues conducen a una muerte segura. Lo
perverso es rico en su retorno y su acontecimiento decisivo; no por las
tinieblas pasivas de lo humano y la tempestuosa pasión del mal y lo dañino, sino
por su círculo vicioso. Satanás, es una novela maravillosa porque nos demuestra
la magnificencia de lo siniestro. El poder demoniaco. El abismo. Mario Mendoza hizo lo que un narrador realista,
debió haber hecho antes, se enfrentó a la noche y rompió los límites del mal.
Se arrojó al infierno. Satanás como
termómetro social es una descarnada narración de situaciones habituales,
extremas y delirantes. Es la pérdida de la fe, si es que alguna vez la hubo
sobre la tierra. El demonio recorriendo las calles de la ciudad de Bogotá. Listado
de horrores en un país sumido en violencias crueles. Mario Mendoza nos dejó una ficción
patibularia; una obra para vernos en el espejo y la otra cara del retrato. La
literatura no es un engaño. Es el peligroso poder de ir más allá; atraer las
diferencias entre bien y mal. Lo irreal y lo real, el inestable privilegio de
lo real. La ficción no niega. La negación aquí no es parte del trabajo del
artista. El arte de Mario Mendoza se muestra en su novela como es: frio y
cruel.
No es algo abstracto e incorporado a las landas del infierno. ¿Pero qué
sabe un novelista del infierno cuando va a tomar su pluma y empezar a escribir?
Cuán difícil le será transformar la realidad, esto o aquello, cuando la
realidad es una sola cosa y la tierra se ha convertido en un infierno.
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