ANTONIO MACHADO: ELOGIO DEL MAESTRO
Darío Ruiz Gómez
Juan de Mairena el
heterónimo de Antonio Machado reconoce que uno de sus alumnos está “especializado en la función de oír” Aquel a quien un día al preguntarle su nombre
contesta. “Joaquín García, oyente” Ante lo cual Mairena aclara: “Es cierto que no distingo
entre alumnos oficiales y libres, matriculados y no matriculados; cierto es
también que en esta clase, sin tarima para el profesor ni cátedra propiamente
dicha – Mairena no solía sentarse o lo hacía sobre la mesa -, todos dialogamos
a la manera socrática; que muchas veces charlamos como buenos amigos, y hasta
alguna vez discutimos acaloradamente. Todo esto está muy bien.
Conviene, sin embargo, que alguien escuche. Continúe usted, señor García
cultivando esa especialidad” Escuchar es poner
atención a lo que no sabemos. La tarea del maestro era
para Mairena este saber escuchar a medida que se adentra con infinito amor en
la humillada tierra de España. “Mairena hacía advertencias demasiado elementales a sus alumnos. No olvidemos que éstos eran
muy jóvenes, casi niños, apenas bachilleres, que Mairena colocaba en el primer
banco de su clase a los más torpes, y casi siempre se dirigía a ellos” El pueblo no es una abstracción al uso
retórico de demagogos sino la dura
infancia de la verdad. En el niño que escucha están las preguntas.
Maestro es quien se abre a los ojos de la
párvula que escucha desde el fondo de las agonías y se hace solidario de
éstas. Porque el maestro que fue Machado
es aquel que busca descifrar el alfabeto
inicial de sus alumnos para así establecer el diálogo. Machado sabe que su
pedagogía debe partir de este intercambio de experiencias, las auroras de las tierras
sembradas, los espacios de vida
anteriores a la gramática, la perplejidad
de toda inocencia preservada y la experiencia del dolor que él, como
adulto, lleva en sí, ilusiones fieramente guardadas, y las estrategias que un
espíritu libre ha desarrollado para defender las necesarias herencias del espíritu, el legado de los
grandes maestros que reclaman un diálogo socrático maestro-alumno sobre temas eternos como la verdad y la mentira, la
caducidad y la eternidad y sobre aquello que periódicamente ha llevado a España a entregarse –como hoy lo
hace - al cainismo, a la deslealtad, a
la anarquía: la libertad como tarea de
emancipación frente al fatalismo de los populismos . Por
esta razón la libertad es una premisa de la política y confundir la
educación, que debe ser el permanente espacio del diálogo, con el adoctrinamiento político, equivale moralmente a la violación mental de un párvulo, a la
pérdida de su inocencia a manos de torcidos personajes disfrazados de maestros.
Machado se refería a la juventud y con ésta establecía el diálogo buscando
encontrar a través de sus voces la España que la política había traicionado.
Hemos visto en Colombia el ejemplo del joven capaz de recorrer en
canoa siete horas para dar clase a un grupo de niños en medio de la selva,
hemos visto a maestras capaces de hacer largos recorridos a pié para dar clase a un grupo de niñas campesinas, vemos niños que diariamente realizan peligrosos recorridos para ir a la escuela, el amor a la enseñanza, el respeto a los
principios éticos de la educación establecen en Colombia el contraste radical con
esa parodia de supuestos educadores que nunca dieron una clase y aspiran a “tener
un país como Cuba o Nicaragua”. Destruir la noble imaginación de un niño con
atroces consignas “revolucionarias” es equivalente al delito de lesa humanidad
que supone el reclutamiento de niños para la guerra. P.D Hace 80 años murió Machado en Colliure después de cruzar la frontera junto al derrotado pueblo republicano. Como ha dicho Ian Gibson todavía España no
está preparada para recibir sus restos.
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