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John Harold Dávila en El
Ateneo Porfirio Barba Jacob / 2018
Víctor Bustamante
La diferencia entre la
mayoría de los cantantes de la ciudad y del país con Harold Dávila es
muchísima, años luz. Mientras los que están al frente de la tribuna repiten las
mismas cancioncitas tópicas de amor con diferente empaque a la tribu, a la manada,
al rebaño, y son considerados stars, eso sí sin fuste, pura risa y melocotón,
con unas letras pueriles de canciones que parecen escritas para adolescentes
adocenados con la profundidad del mismo chicle que mastican hace años, con una
falta de rectitud crasa, prevista en las páginas de farándula de los medios,
que piensan que ahí exhiben lo que resume a y resuma la canción en el país de
las contradicciones, cuando en realidad solo exhiben ese circo pobre y
mediático que es lo que le tiran a esa multitud bañada e impregnada con el sonsonete
de un erotismo de risa que lo iguala en el otro extremo a la música campesina,
guasca pero con otro empaque. Pero olvidaba que estamos en la Medellín del
entreteniendo, en el país del entretenimiento, en el país donde el presidente
parece que toca guitarra y piensa que canta. Es decir, el país donde el
concepto de democracia y de respeto a las personas puede considerar otra
“instalación” más, así como el llamado post conflicto ya que la ciudad y el
país continúa igual que antes, así se maquilen las primeras páginas de los
diarios. Por eso ese ambiente de la canción en el país con el éxito intelectual
del tamaño de un bonzai, mucha
peluquería barata y poco contenido.
Por esa razón a una
ciudad como Medellín. Me refiero a la Medellín de la autoestima comprada con
los eslóganes y el reconocimiento exterior y de la invasión de turista y de la mala
fama, posee en su interior a una persona, a un compositor y a un cantante que
dice lo que en realidad somos: una ciudad enferma, un país enfermo al que se
sucede en los titulares más graves y a otro
titular que borra una pésima noticia, lo sigue otra aun peor en este espiral de
iniquidades, por esa razón cantar en el circo de los likes y con las letras
para niños que es casi toda la música en el país, es grato saber que Harold Dávila
está ahí al frente, por eso lo considero un compañero de viaje, pero no de
turismo sino como el cantante de mas relevancia y pero en el país de quien
sabemos que posee la inteligencia y el lomo duro para contarnos y cantarnos lo
que somos: el país de las mentiras que comienzan desde arriba y ha permeado
todo el cuerpo social, enfermo, nauseabundo y cubierto con los falsos prestigios
y las compradas aureolas mientras el país se desangra.
La música de Harold es un
oasis en medio de la nada, en ese desierto de una esterilidad terrible donde
muchos artistas y poetas de medio pelo van en pos de lo que ellos llaman la consagración,
como un espejismo de color negro que cuando sabemos que eso se consigue algo, no deja de ser un tarareo intrascendente
y pegajoso, para dormir tranquilos. De ahí que las canciones de Harold nos inquietan
nos llenen de rabia, nos llamen la atención porque el sabemos que cuando dice
algo es porque es necesario decirlo, no merodear por ahí con metáforas de
soslayo o anestesias de momento; no, sus canciones son contundentes expresan el
momento de lo que somos.
Harold no está solo, de
ninguna manera en su evento del 10 de diciembre en memoria de los desaparecidos,
donde han participado personas valiosas de la comuna 13, él les dice que no están
solo, que los acompaña pero no en la distancia sino con su ineludible presencia
de su ser, impreso en sus canciones. Cada una de sus canciones que es un
reclamo, que es nunca un giro para disimular sino una presencia, una estación
de donde miramos como es necesario mantener ese carácter solidario como el lo
hace, como el persiste para soñar al menos una ciudad mejor, un país más certero
y más cercano en su tolerancia y en su solidaridad.
Harold, este día, nos ha recordado
que las canciones no pueden convertirse en lo que muchos consideran una necesaria
y pegajosa con la banalidad posible; no, él es de otra piel, de una cerviz
dura, latente, crítica, pero llena de la poesía del reclamo, de la poesía de
ese país desolado, de esa ciudad sin norte que se refugia en las montañas, en
las cañadas en las calles, esa ciudad que sueña desde otras opciones, por esa razón
Harold la recobra y la canta nos dice ahí estamos en su valentía, en su poesía.
Este 31 de diciembre
huyendo a las lágrimas del final de año y a los escribas de los calendarios y
del ajetreo de las consolaciones debido al cúmulo personal, escucho “Humeante
el café”, su voz, la de Harold Dávila, entrega esta letra memorable debido a la
cotidianidad en la que es buscada en su efímero incumplimiento. William le da
toda su persistencia a la batería. Pausado, David deletrea las teclas del piano.
El bajista, Usuga, lento y preciso marca
el ritmo de esta balada, mientras Carlos con sus dedos le arranca a la guitarra
diversas sonoridades para que sus cuerdas se arrimen al blues.
Cierto, Harold Dávila le
canta a lo relegado a lo que pocos miran, descubre en los sótanos de la intolerancia
y de la poca solidaridad, ese país escondido allí en esos lugares sombríos, por
esa razón su voz, sus canciones, nos sobresaltan. Además es un músico libre que
no tiene que lidiar con la presión de las disqueras y sus motivaciones
recreacionales. Así Harold Dávila.
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