lunes, 3 de diciembre de 2018

EL REGRESO DE LA PATOTA / Darío Ruiz Gómez





EL REGRESO DE LA PATOTA

Darío Ruiz Gómez

Le decían El Flaco y era de profesión albañil y alcohólico como casi todos sus colegas  de profesión.  Bebían en alguna esquina de la calle Vélez y cuando ya andaba perdido en la borrachera comenzaba a decir palabrotas lo cual le valía que alguna señora le llamara la atención por boquisucio.”Señora, replicaba, no se le olvide que la vulgaridad es la poesía del pueblo” Respuesta que desde niño se me grabó para siempre. Y eso que mi  barra de amigos estaba compuesta por muchachos muy serios, estudiosos que nos asomábamos al conocimiento  del  lenguaje  comprobando en la diaria realidad  la injusta  separación de las clases sociales. “Dime  como hablas y te diré quién eres” Quien hablaba en vulgata estaba condenado inevitablemente a mantenerse en esos modestos  oficios. Pero el pueblo al cual se refería El Flaco era el pueblo de Francisco de Quevedo, el de Lope de Vega y desde luego el de Cervantes, el de Carrasquilla: palabra   en el tiempo de ese venerable maestro Don Antonio Machado  quién  bebió en las fuentes de la parla  viva de los desarrapados  en los caminos y fondas, el ilimitado saber de la palabra pura que  Baltasar Gracián  abrevó  en estas fuentes para su filosofía. Yo podría hablar del pueblo desde la hondura del parco campesino hasta el estoico sentido de la libertad de nuestros llamados maestros de obra, de nuestros obreros. La traición al  pueblo señala en Colombia por un lado la más  grande traición a nuestros valores por parte de  la  clase política y por otro la entrada en escena del demagogo, del político  mentiroso. Los caudillismos latinoamericanos  recurrieron siempre a la palabra pueblo para  falsificarla. Y hoy el populismo recurre a la perversión demagógica  de utilizarla  para supuestamente devolverle sus valores  agredidos, tal como lo vimos en el peronismo en manos de los grupos de matones conformado por verdaderos delincuentes, por  ampulosos  líderes sindicales. Y como lo vemos aún en la patética demagogia de Chávez  bajo la cual el ciudadano es  mantenido en la plaza pública para que no piense .Es aquí donde comienza una sociedad a enfermarse  al  ser despojada de su capacidad de elección, sometido el ciudadano a la intimidación de las brigadas de asesinos que castigan al opositor, al sustituir sus valores verdaderos por una ideología de ocasión. Si la amistad es una elección íntima en este caso se la sustituye por la helada camaradería de una  militancia ciega. ¿Qué otra cosa comprueba la violenta agitación de las patotas argentinas,  excrecencia  de los llamados montoneros  y que hoy  mantienen el terror en los campos de fútbol?  Ya no es la vulgata del Flaco  la que habla sino el improperio canalla del  matón  en ciernes la que explota socialmente para convertir un espectáculo fraterno en delirio de caos y bajeza  pues lo que busca este fascismo –tan presente hoy en el petrismo- es rebajar  la condición humana  a lo peor intentando demostrarnos que no es posible el individuo ni la libertad ni la alegría.

Mucho va de las dolidas  vulgatas del tango y la milonga a los improperios  de los gorilas descamisados que hacen alarde de sus fechorías, mucho va de las tristuras del Flaco  en los arrabales  de la Estación Villa  a las patotas que hoy  con el rostro encubierto  enlodan  el derecho consagrado a la genuina protesta social. La patota tal como lo demostró Juan José Sebreli representa el triunfo de la violencia  tribal sobre los valores de la vida democrática.  

No hay comentarios: