UN OMBLIGO A PLENO SOL
Antonio Arenas
Hablar del ombligo es meterse en el ámbito del
cuerpo, del silencio y la indeterminación. El ombligo se conecta con los músculos y la piel que los rodea, y esto
es lo que determina la forma y tamaño de dicha cicatriz. Tal es el espacio
propio en el cuerpo que difiere en cada mujer. Un ombligo es una morada de
silencio cerca del plexo solar y sin embargo allí la vida y el deseo cobran
esencial plenitud. El ombligo es producto de una inclinación circular, que
carece de forma, pero es el cuerpo y la vida los que hablan. “El simbolismo dado
en todos los tiempos y culturas al ombligo de signo de unión de la mujer y
el hombre con un pasado y por extensión con un poder y una sabiduría que nos
son transmitidos físicamente nos lleva de la mano a la figura impulsora del
nacimiento”. La mirada al ombligo de una mujer seria entonces el resultado de
una acción subjetiva, pero realmente no es así, quien habla es el cuerpo en un
lenguaje que brota desde las entrañas de un mundo llamado mujer. Algunos dirán:
“Lo que se observa depende de quién lo esté mirando”. Hablar en un sentido
óptico como si en su decir se agotara la potencia de un cuerpo. Todo ombligo
muere para dar paso a una nueva vida y después a un cuerpo esbelto de mujer o
hombre y tan frágil como la debilidad humana. Ahora bien, fue una tarde del mes
de enero del año 23 en una comunidad de apartamentos, había una piscina ovalada
forrada de baldosas azules y negras en sus bordes que permitían ver el agua
cristalina. El piso a su alrededor era de unas tabletas de color arenoso. Dos
mujeres habían acabado de salir de la piscina. Una de ellas estaba sentada
mostrando su brazo derecho tendido y es posible que tomara una foto con su
cámara de su celular, tenía un rostro fresco y sobresalía su cabello largo y
negro que caía a sus espaldas y su pecho, simulaba además una sonrisa juguetona, y miraba con sus grandes ojos negros el horizonte y dejaba ver en su rostro,
unos labios gruesos y carnosos, no era fea y tenía sus propios atributos. La
otra mujer estaba de pie, a sus espaldas como queriendo encubrir algo con el
cuerpo de la mujer sentada. Tenía un pequeño “bikini” negro ajustado a su
cintura y dejaba ver su ombligo y el plexo solar. Las dos mujeres llevaban
vestidos de baño negro ajustados a sus cuerpos que hacían resaltar sus líneas
corporales. Una era más robusta que la otra, pero sobresalía en ellas sus
cabelleras y el color de su pelo, sus vestidos y la forma en que estaba la una
junto a la otra, queriendo ocultar sus pies. La tarde tenía un aleteo de viento
y calor y se veía un cielo limpio y sin amagues de luvia. El sol abrazaba con
cierta ternura sus cuerpos. Un raro movimiento de una de las mujeres hizo que
mis ojos se posaran en ellas y en especial la mujer que mostraba el ombligo y el
plexo solar. Era de mediana estatura y de rostro serio, una mirada escrutadora,
sus labios cerrados simulaba una sonrisa maliciosa. La imagen del ombligo que
se mostraba profunda y circular, tenía una raya invisible que llegaba a su ser íntimo,
no había vellos púbicos y todo encajaba con su postura corporal. El ombligo estaba
sonrosado por el calor y el agua, su forma profunda insinuaba algo de erotismo
y levedad. Se llama conjetura al fruto de la imaginación de todos los sentidos,
llamamos piel a una piel y al contraste de la mirada que escruta y soslaya el
deseo o la pasión. Toda piel sabe cuándo sí y con quien sí. Toda mujer sabe que
no hay nada más halagador que se le eche una mirada descarriada de pies a
cabeza. Un hombre no puede negarse a participar en ese juego. Hay ojos que le arrojan
a una mujer encima toda la oscuridad de su deseo y más si es bella y su piel es
tersa y suave. El cuerpo de una mujer es ondulado, se desliza subrepticiamente y
con sigilo. Basta una mirada no hay necesidad de fuerzas, alcanza una mirada
que ronde, controle e imagine. Es en el cuerpo de la mujer donde el alma busca
su teatro. El ombligo y el plexo solar se convertirán en su centro, las llamas
y la corriente sanguínea de cualquier hombre mortal fluirá en esas aguas. Hay
que decir que el ombligo seduce porque está donde se piensa, siempre estará en
una mujer como una aventura o un viaje a realizar. Algo parece decir. “Mírame
aquí estoy”. La mirada es dolorosa porque quien observa padece la propia
ausencia del otro. El cuerpo de una mujer y sobre todo el ombligo es esa obra
de la que nunca se es dueño ni se está seguro, que no responde a nada sino a sí
misma y solo se hace presente en el cuerpo de una mujer. “El ombligo es la herida
que queda tras la rotura del cordón umbilical en el recién nacido. Suele ser
una depresión en la piel”. Los hay de todos los tamaños, formas y colores,
algunos dirán que es el escenario preciso para pensar en la mujer…
antonioarebe1@hotmail.com
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