Puesto
de Combate 84 / Milcíades Arévalo
Víctor
Bustamante
Ante
lo que alguna vez llamaban Deleuze y Guattari, crear “máquinas de guerra”, en
el sentido de existir, pero construyendo y produciendo ante una realidad que no
está aún terminada ni determinada; o sea, ante el derecho a que la existencia
sea digna y vital, apuntan a que es necesario crearla y, sobre todo, mantenerla
a flote para mostrar y compartir su
trabajo literario desde diversas ópticas. En esta dirección, recordemos como
las últimas grandes iniciativas en materia de revistas relevantes de este
género han sido disimiles en Bogotá. Letras
nacionales, en los años 60, dirigida por Manuel Zapata Olivella, daba más
énfasis a escritores nacionales. Le dio cabida a diversos movimientos, y
opciones creativas. Una de ellas, la discusión de Gonzalo Arango con Jorge
Zalamea. Otra donde se le hace un homenaje al gran León de Greiff, y allí mismo
la escritora Fanny Buitrago reniega del nadaísmo. Otra revista, Nadaísmo-70 se publicó unos 8 números, y
era más que un grupo muy unido, muy temido, que abrió las puertas a cómo mirar
la literatura de otra manera, lejos de la comodidad de diván, nunca selecto del
realismo mágico y de la escritura de la tierra. Golpe de Dados muy articulada a su director, con un ego muy grandioso
y de una poseía muy urbana en el sentido estricto del término, como fue Mario
Rivero. Aun, en estas revistas, existía el derecho a la esperanza, es decir a la
utopía, como la manera de una generación a establecer sus preguntas, sus dicterios,
su poesía. Me refiero a estas tres revistas por ser iniciativa de personas que
necesitaban instaurar su presencia en la capital, paradójicamente escritores
llegados de afuera de Bogotá, pero ya establecidos allí. Eco, con Juan Gustavo Cobo Borda como jefe de redacción, conjugaba
escritores extranjeros con algunos del país. Su lectura era, aún es, un
preciado encuentro por la probidad y por los autores que abrían esa ventana
para comprender otras sensibilidades; además era el tesoro publicado por la
Librería Buchholtz. Luego hubo un
intento del inefable Moreno-Duran, con su prolepsis, por establecer un émulo latinoamericano
de Quimera, con licencia de la
edición española, que duró pocos números, ya que, como su nombre lo definía, era
más latinoamericana, es decir pendiente de lo de afuera y no del país, de las
entrañas de la creación colombiana, por una razón de peso, RH quería el
reconocimiento exterior, lo cual no llegó como lo buscaba, y así la revista
naufragó al convertirse en un refrito de su original. No me referiré a El Malpensante, ya que como lo definió
alguno de sus directores, Mario Jursich, el de los Glimpses, durante un encuentro de revistas en Medellín, que ellos
andaban más pendientes y pensantes en la literatura anglosajona, motivo por lo
cual, creo, también deberían buscar sus lectores allá. Prefirieron más al
admirado Wilde que a Gonzalo, o a cualquier narrador de alguna parte del país,
en ese énfasis del arribismo intelectual del acomplejado colombiano. En este
mismo sentido marcha Arcadia produciendo
refritos de afuera, más sintonizada con lo exterior, y eso sí sin ninguna utopía
debido a los negocios y a la manipulación de sus marcas publicitarias, es decir,
el mundo acaramelado del márquetin editorial y del espectáculo, con una
definición muy propia: la cultura del entretenimiento, nunca de la creación
personal. No me referiré a los leídos y extrañados suplementos editoriales de
los diarios porque hace años naufragaron, cuando el periodismo olvidó que venía
y viene de la literatura y dejaron de lado a los creadores, por el servilismo
con las noticias, lejos de la poesía como estremecimiento nacional y cerca al fútbol
como anestésico mundial. Es decir el camino que ha llevado al analfabetismo en
medio de todas las posibilidades de lectura.
Por
esa razón recobro la labor de Milcíades Arévalo lejos de esas disquisiciones.
Él, más práctico, ya se había dedicado a poner a prueba, Puesto de Combate, aquí en el trópico traidor, otorgándole a su
revista un aire diferente, donde caben los escritores del país, ya sea de algún
rango creativo notorio, así como aquellos que comienzan y despunten con su
talento. Por esa razón al leer u último número, el 84, se evidencia aun ese
propósito de Milcíades, apartarse de la élite bogotana que aun piensa que son ellos
quienes deciden en conjunto, añadir quien es el poeta nacional, así en
mayúsculas o el novelista a promover, dejando de lado o que se escribe en el
resto del país, que es una sucesión de ciudades. Total, en esta revista creada
desde 1972, es posible rastrear la literatura que se ha escrito en Colombia. Milcíades
lo ha hecho posible, desde su bonhomía, su magnanimidad, y, sobre todo, al
alejarse de lo establecido porque él ha salido a visitar esas ciudades para escuchar
y leer otras voces.
Este
número trae material de lectura significativo. Material donde se entrelazan
ensayos, conversaciones, poemas, entrevistas. Es decir, una ventana a la creatividad.
A los que en su momento tienen que decir algo y lo dicen porque estas páginas
de Puesto de Combate están abiertas para
el diálogo, para la apertura, para vivir en estas páginas el quehacer literario.
Hay
un texto sobre Luis Vidales escrito por su sobrino poeta donde revindica uno de
los libros de poesía más esenciales y pocos mencionados en la poesía colombiana:
Suenan timbres que es un libro que
deja ver el humor, deja notar la sensibilidad de un poeta que sacude, en su
momento, la forma de escribir en el país. Un país donde Julio Flores-Negras, al
decir de Gonzalo Arango, se había enseñoreado con su poesía mortuoria y
sentimental. Además, cómo olvidar a Luis Vidales, junto a Luis Tejada, a León de
Greiff que formaron ese grupo, Los Nuevos, acaso el grupo poético de más
influjo en el país en la década del 20.
Otro
texto que llama la atención, es el cruce de cartas entre Robinson Quintero y
Jorge García Bustamante. Robinson, lejos de su isla, insiste en contar que lee
una biografía de Esenin, y más aterrizado García Bustamante persiste en recomendar
que lee Arenas movedizas de Henning Mankell.
Este diálogo, aunque Quintero insiste en verse como erudito, a veces se apaga,
otras veces se reactiva, ya que son correos electrónicos, con algo meritorio, nunca
escritos de afán sino regresando al género epistolar, donde García Bustamante
menciona a Porfirio y le da cierto sentido a sus deseos de proporcionar pasión
al intercambio, así critique tanto la llegada del papa, lo cual le molesta que
vaya a México. Prosigue Robinson Quintero mencionando a Isadora, otra vez a
Esenin que parece lo cautiva con un poema normal del ruso, más iluso que
nosotros, “Hombre negro”, donde Quintero trata de encontrar el gran misterio
que no lo tiene en ningún momento, sino de verse descrestado por los atisbos
del suicidio teatral del contemplado Esenin.
Hay
un ensayo de Milcíades Arévalo “El maestro”, sobre el escultor, Emiro Garzón
Triviño. Este texto indaga en la Jagua, donde vive el escultor, y es una manera
de buscar en la Colombia profunda y
olvidada un ser de esos quilates.
Entre
los poetas leo un verso ingenuo, flojísimo, de Armando Orozco cuando añade en
el poema “Carlos Marx”, ¿Dónde pudiste robar encadenado a tu silla tanto amor hacia
el hombre?”. No sé si Orozco no sabía que Marx odiaba a los poetas. No en vano
le dijo a su mujer que no quería que su hija Laura siguiera una relación con el
poeta Paul Lafargue, a quien llamaba
despectivamente el Negro. Este verso diverso de Orozco parece pertenecer a la ingenuidad
neo mística cristiana con la que muchos mamertos en fila india y no india
hablan de esa fraternidad de mentiras que sacan de sus bolsillos de vez en cuando.
Pero
Puesto de Combate es más, leo algunos
poemas muy precisos y preciados de Pedro Arturo Estrada ya muy defindo en su temática.
Leo poemas atinados de Omar Ardila, un sentido poema de Verano Brisas dedicado al
director de teatro Gilberto Martínez, y además, un descubrimiento muy especial una
poeta, Daniela Lesmes. También John Sosa, el poeta, reflexiona sobre su
relación e historia con las cometas que son su halago, su pasión y su ordalía.
En
síntesis, Puesto de Combate, es la meritoria
revista que, desde Bogotá, da la medida de los escritores que a nivel nacional persisten,
aún creativos. Es la revista que expresa una manera de comunicarse desde la
capital, donde Milcíades Arévalo. – de quien es necesario mirar la obra literaria
en conjunto, así como su trabajo fotográfico– le imprime su carácter de ser
abierto, inteligente, sensible y dispuesto a mostrar escritores, ya sean narradores
y poetas, desde su énfasis creativo. Hay tanto esfuerzo y persistencia de su
director, hay tanto de sí por afincar y mantenerse a flote, por buscar los diálogos
casi imposibles en un país tan disperso y diferente.
Allí,
en Puesto de Combate la escrituras no
adquiere la soberbia de algunos escritores afincados en Bogotá, que desprecian
al resto del país, menos prosigue con ese tufillo de chicle de los poetas llamados
jóvenes, sino que se abre y se dispone a permanecer, a indagar, a saber que una
revista permanece viva en la medida y en el buen sentido en que incluya. Donde
solo la buena literatura mantenga ese oasis, donde confluyen las diversas
escrituras, porque leer esta revista es aislarse de la verbosidad y de la pequeñez
que quiere tapar a los otros, es mirarnos a nosotros mismos. Y saber que, en
ese amplio país de espectros diversos,
desde la remota calle de una ciudad, un poeta nos dice algo: su pasión por la
vida.
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