viernes, 22 de diciembre de 2017

“LOS MALDITOS”, DE VÍCTOR BUSTAMANTE / Jairo Ruiz Sanabria




“LOS MALDITOS”, DE VÍCTOR BUSTAMANTE

Jairo Ruiz Sanabria

Nadie ha dicho que El Hamaquero no sea el mismísimo Judío Errante. Como el personaje de “Simpatía por el Diablo” de los Rolling Stones, ha estado en el centro de muchos acontecimientos, logrando pasar desapercibido con su disfraz de barbas, mochila y alpargatas. Cuando los poetas empezaron a escribir haikús y a enrolarse en el budismo Zen, el barbuchas ya estaba allí; cuando Castaneda, los hongos y el yagé se pusieron de moda, El Hamaquero ya estaba allí.

Estas características convierten al Barbuchas en un apetitoso banquete para biógrafos, que más de una vez le han metido el diente. No hay estudiante de periodismo de la Universidad de Antioquia que no haya hecho sus primeros pinitos escribiendo un perfil o una crónica sobre el extraño personaje con aspecto de hippie o de santón que regenta una librería en la calle Barranquilla, cuya puerta por muchos años estuvo flanqueada por la pintura de un burro leyendo. A todos los ha atendido, contestando sin menosprecio sus preguntas, y todos se han ido contentos con el saco lleno de mentiras y verdades, como si llevaran un tesoro a casa.

Pero como todo gavilán tiene su Cirirí, al Hamaquero por fin le ha salido su biógrafo. Víctor Bustamante llevaba años espiándolo con el pretexto de la amistad (todo amigo es un espía, no lo olviden, al que dejamos deambular confiados por nuestra intimidad, sin advertir que lo está registrando todo) y cuando ha sentido que tenía la hucha llena, se ha sentado a escribir jugosas historias donde da cuenta de las aventuras y desventuras del librero errante.

Estoy convencido que Gustavo El Hamaquero no es una mera persona, sino un ecosistema cultural. Vende libros para vivir, pero también podría vender cualquier otra chuchería a manera de ganapán. Ha establecido un circuito como Librero, Editor y Gestor cultural, que realmente es un campo dinámico en el que circulan ideas contraculturales. Ha fundado en Medellín el Club del suicida, apadrinado por Ciorán y Alejandra Pizarnik, a quienes ha editado profusamente sus libros, y en ese pozo de pesimismo han bebido poetas y escritores que no pocas veces han decidido cerrar la puerta de forma definitiva.

Siempre me he preguntado por qué es tan importante el suicidio en el ideario del Hamaquero, y creo que el libro de Víctor ayuda un poco a desentrañarlo. El Hamaco adora todo lo underground y lo periférico, todo lo que rechaza el poder y el éxito, de ahí que muchos de sus antiguos amigos, al cambiar de estatus, filan en campos opuestos, desde donde le hacen feroces carantoñas. Yo le he dicho a Gustavo: “Hamaquero, no te compro los enemigos. Los que tengo me los he ganado a pulso y son más bien pocos. Los tuyos son un lote muy grande y adquirirlos en masa me crearía un problema inflacionario. No los merezco. No me los he ganado.” Por eso, en el Club del Suicida el máximo logro es darse de baja, despedirse del mundo antes que sucumbir a las tentaciones de gloria, poder y dinero.


Me he reído cantidades leyendo el libro de Víctor, que acierta al describir la vida intelectual de Medellín en clave de farsa. Cada personaje es una burbuja con vuelo propio y me gustó tanto el primer capítulo que describe la convivencia de un gran número de intelectuales en la casa de El Picacho, al modo de una gran comuna, que pienso que en ese sólo capítulo hay material para hacer una novela. La del Village medellinita, donde cada loco tiene su discurso y cree en él, así lo haya ensamblado con refritos y desechos de ese inmenso basural que es la cultura.

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