“LOS MALDITOS”, DE VÍCTOR
BUSTAMANTE
Jairo Ruiz Sanabria
Nadie ha dicho que El Hamaquero no sea el mismísimo
Judío Errante. Como el personaje de “Simpatía por el Diablo” de los Rolling
Stones, ha estado en el centro de muchos acontecimientos, logrando pasar
desapercibido con su disfraz de barbas, mochila y alpargatas. Cuando los poetas
empezaron a escribir haikús y a enrolarse en el budismo Zen, el barbuchas ya
estaba allí; cuando Castaneda, los hongos y el yagé se pusieron de moda, El
Hamaquero ya estaba allí.
Estas características convierten al Barbuchas en un apetitoso
banquete para biógrafos, que más de una vez le han metido el diente. No hay
estudiante de periodismo de la Universidad de Antioquia que no haya hecho sus
primeros pinitos escribiendo un perfil o una crónica sobre el extraño personaje
con aspecto de hippie o de santón que regenta una librería en la calle
Barranquilla, cuya puerta por muchos años estuvo flanqueada por la pintura de
un burro leyendo. A todos los ha atendido, contestando sin menosprecio sus
preguntas, y todos se han ido contentos con el saco lleno de mentiras y
verdades, como si llevaran un tesoro a casa.
Pero como todo gavilán tiene su Cirirí, al Hamaquero
por fin le ha salido su biógrafo. Víctor Bustamante llevaba años espiándolo con
el pretexto de la amistad (todo amigo es un espía, no lo olviden, al que
dejamos deambular confiados por nuestra intimidad, sin advertir que lo está
registrando todo) y cuando ha sentido que tenía la hucha llena, se ha sentado a
escribir jugosas historias donde da cuenta de las aventuras y desventuras del
librero errante.
Estoy convencido que Gustavo El Hamaquero no es una
mera persona, sino un ecosistema cultural. Vende libros para vivir, pero
también podría vender cualquier otra chuchería a manera de ganapán. Ha
establecido un circuito como Librero, Editor y Gestor cultural, que realmente
es un campo dinámico en el que circulan ideas contraculturales. Ha fundado en
Medellín el Club del suicida, apadrinado por Ciorán y Alejandra Pizarnik, a
quienes ha editado profusamente sus libros, y en ese pozo de pesimismo han
bebido poetas y escritores que no pocas veces han decidido cerrar la puerta de
forma definitiva.
Siempre me he preguntado por qué es tan importante el
suicidio en el ideario del Hamaquero, y creo que el libro de Víctor ayuda un
poco a desentrañarlo. El Hamaco adora todo lo underground y lo periférico, todo
lo que rechaza el poder y el éxito, de ahí que muchos de sus antiguos amigos,
al cambiar de estatus, filan en campos opuestos, desde donde le hacen feroces
carantoñas. Yo le he dicho a Gustavo: “Hamaquero, no te compro los enemigos.
Los que tengo me los he ganado a pulso y son más bien pocos. Los tuyos son un
lote muy grande y adquirirlos en masa me crearía un problema inflacionario. No
los merezco. No me los he ganado.” Por eso, en el Club del Suicida el máximo
logro es darse de baja, despedirse del mundo antes que sucumbir a las
tentaciones de gloria, poder y dinero.
Me he reído cantidades leyendo el libro de Víctor, que
acierta al describir la vida intelectual de Medellín en clave de farsa. Cada
personaje es una burbuja con vuelo propio y me gustó tanto el primer capítulo
que describe la convivencia de un gran número de intelectuales en la casa de El
Picacho, al modo de una gran comuna, que pienso que en ese sólo capítulo hay
material para hacer una novela. La del Village medellinita, donde cada loco
tiene su discurso y cree en él, así lo haya ensamblado con refritos y desechos
de ese inmenso basural que es la cultura.
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