SIN
DEBATES Y SIN CRÍTICA
Darío
Ruiz Gómez
Atento lector de la realidad a todos los niveles, Emilio Lledó el más importante pensador
español actual ha hecho de la crítica del lenguaje uno de sus objetivos al comprobar que sin el esfuerzo intelectual de salirse de las frases hechas, de los clichés políticos
que sólo ponen de presente una angosta
imaginación moral, cualquier disciplina, como lo repite, incapaz de acceder a
la reflexión analítica, termina por
convertirse en la guarida de la pereza intelectual y tal como lo podemos observar todos los días, en el arma afilada de los fanáticos que incapaces de admitir que una sociedad
cambia, modifica secretamente sus objetivos,
se dedican a obstaculizar
la discusión, las necesarias discrepancia de opinión acerca del país que vivimos. Ante nuestros ojos entristecidos hemos sido testigos del caricaturesco derrumbe
final de lo que llegamos a llamar Partido Liberal y de cómo los principios que lo fundamentaron, devorados por
las ambiciones de caudillos parroquiales, carcomido por una
burocracia insaciable, terminó por
olvidarse de lo que significaron sus
grandes luchas por la libertad, por la tolerancia y sobre todo por la presencia
necesaria de una vigorosa opinión pública ¿Habíamos imaginado en pleno siglo XXI una
demostración de tan feroz misoginia como la que nos dieron estos llamados
dirigentes liberales? Un aparato totalitario manipulado por unos dictadores
negados a admitir el aporte de las bases
populares del Partido, de las mujeres. ¿Entonces
de qué liberalismo hablamos, de cual democracia hablamos si la opinión del
ciudadano no es tenida en cuenta? Este
espectáculo de farsa frívola en momentos en que el destino de la Democracia
está en juego ante las estrategias soterradas de los enemigos de la libertad tratando de manejar los hilos del poder contando con el
relajamiento moral de la llamada clase
política. Pero ¿Cuándo en realidad hemos tenido debates en la reciente historia de Colombia? ¿Partidos únicos con jefes únicos que nombran
a dedo sus candidatos? Y entonces el
debate, la discrepancia que se supone están en la raíz misma de la racionalidad
que exige la política en momentos de desestabilización de las Instituciones?
¿Podemos
pensar dentro de los proyectos para el postconflicto en
tener una pomposa Casa del Pensamiento
sin abrir antes la realidad del país al debate de ideas, a la necesaria discusión pública ante un país cuya
complejidad – lo está poniendo de
presente el caso de Tumaco- excede ya los maniqueos conceptos de lucha de
clases, donde el llamado identatarismo se ha terminado por asimilar a un
peligroso populismo o sea donde la tarea liberadora del pensamiento ha sido sustituida por un maniqueísmo tercermundista? Aletargados en la comodidad de un dogmatismo totalitario que
únicamente ha dado para trifulcas,
para riñas folclóricas entre supuestos
“salvadores de pueblos oprimidos”, mientras los verdaderos debates continúan
ausentes de nuestro precario “pensamiento
político” ¿Cómo acceder a la amistad y a la solidaridad cuando la llamada policía del lenguaje está violando permanentemente nuestro derecho a la
libertad de pensar, olvidando el reclamo
de las víctimas? Recordemos a Aristóteles : a la libertad por la razón para entender la magnitud de una tarea que exige plantear
una nueva forma de representatividad que
no sea la de los caciques políticos ni la de los
clichés trasnochados de una izquierda anquilosada.
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