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51.
Patrimonio Recuperado, El Jordán
El
Jordán
Víctor
Bustamante
Día
4 de julio de 2017, El Jordán revive, ha sido restaurado, y esa es una gran
noticia para la ciudad. Para esa ciudad que ha destruido el 99 % de su
patrimonio y solo conserva el resto, y que no ve la posibilidad de acabarlo con
cualquier excusa. Por esa razón celebramos la reapertura de este lugar de cierto
reconocimiento y tradición, que haya sido recuperado y se la haya dado un nuevo
uso, que con los años será una presencia en la actividad musical para que los
habitantes de Robledo se apropien de él.
Ahora
leo el texto de Luis Fernando Gonzáles, El
Jordán y la Casa Zea en la historia urbana de Medellín de la Colección
Memoria y Patrimonio, 2016 del municipio de Medellín, que ha recuperado parte
de su historia, del devenir, de la conformación del ámbito citadino que tuvo
este lugar en su momento de esplendor, hasta que poco a poco fue abandonado por
sus habitués que alguna vez lo hicieron grande, debido al cambio de gustos
musicales, a la apertura de otros centros de diversión, a los presión de los
urbanizadores que no tienen corazón con la ciudad y que como aporte llegan con
sus ridículos nombres a denominar lugares.
Seguir
la lectura del este texto, que ya forma parte de la historia de la ciudad,
significa ponerse en el umbral del rescate, de quedarse sorprendido para
establecer lo valioso que ha sido Medellín, lejos del exterminio y abandono de
su riqueza cultural, como si dijéramos que en esta investigación ha quedado lo
que fue del Jordán, lo cual da pie para otra pregunta, las continuas
transformaciones que aún la mantienen inacabada y con causas complejas, donde
es notoria la radicalización y el servilismo para desconocer sus lugares valiosos
que como consecuencia, ha traído la quiebra del modelo de planificación y por
el otro la insoportable doble moral de una sociedad jerárquica que condena al
olvido su patrimonio, así como la repercusión de este en los diversos órdenes de la cultura, sobre
todo en esa arquitectura de los años posteriores a la consolidación de la ciudad
con sus emblemas, así como aquellos edificios y lugares perdidos en la época de
su mayor capacidad industrial.
Todas
las piezas de esta investigación llevan, restauran al Jordán, coinciden en este
rompecabezas armado con mucha integridad. Por una vía o por otra, en ocasiones
contradictorias, vamos llegando a Anapolis, hemos cruzado el río de la ciudad
histórica para apuntar lo que ha ocurrido allá, en Robledo, donde lo visitamos
inmediatamente con su marco propicio en esta reconstrucción de su ambiente que
consigue hacerle justicia. Luis Fernando no conjetura, persigue como un
investigador acucioso lo que se halla oculto en cada uno de los detritos que
aguijonean la sensibilidad de quienes aún lamentamos la pérdida de lugares caros
a la memoria. Por esa razón se toma la molestia de hacer coincidir punto por
punto las piezas de su investigación para entregarnos el esplendor de ese
lugar, pero de igual manera suministra la materia y la forma de que éstas están
hechas en una cultura inmensa como la nuestra, que también es la única
responsable de destrucciones atroces, donde nada se ha dejado al azar, pero
este rescate la nombra, la recobra.
Su
autor aporta claves fundamentales para la reconstrucción histórica del Jordán, desde
diversas disciplinas, con un grado tal de aproximación que el lector se siente
incluido, inmerso en ese rescate. En una de las páginas medulares de su libro,
Luis Fernando indaga en el inicio, en la fundación de esa suerte de poblado más
allá del río, sumergido en ese gran tapiz de verdes con una larga historia por
descubrir.
Se abren tantas preguntas: ¿Cuáles eran los objetos
que componían el mobiliario en las etapas sucesivas del Jordán? ¿Dónde están las
fotos interiores de sus fiestas? ¿Yacen en álbumes familiares? ¿Cuáles eran los
discos que reposaban en los pianos, en los estantes de sus cantineros? Así como
el periplo de aquellos melómanos que iban de estadero en estadero con sus
discos de 78 para escuchar la música que solo ellos poseían en la voz de sus
cantantes preferidos. También se ha perdido el relato de las barras de amigos
que asistían al Jordán acompañados de sus mujeres, oasis citadino, lejos de la
rumia del hogar. De todas maneras Luis Fernando no ha pasado por alto uno solo
de estos detalles a la hora de emprender su exégesis creativa sobre este estadero.
En el inicio, persiste ese deseo de ubicarlo, de
establecer la topografía de Otrabanda que despunta, y se cristaliza en Robledo donde
se da un núcleo industrial. De su autor me gusta su temperamento investigativo,
su estirpe enciclopédica que va consolidando diversos puntos a medida que avanza
la investigación, ante las situaciones que de repente aparecen y se revelan
cuando cobre algún dato que no conocemos. Luis Fernando ausculta, quiere
saberlo todo acerca del Jordán. Por esa razón en el texto interactúan:
narración, ensayo, análisis histórico, vida cotidiana, para establecer lo
preciado: el contexto.
Existen
tantas historias sobre el lugar que se han perdido. Una de ellas, el viaje de
los caminantes desde Bello por el camino que salía de esa población, cruzaba
por las fincas de recreo de lo que ahora son Las Cabañitas, pasaba la parte
baja hasta llegar a Robledo. Esa suerte de peregrinación desde las 2 de la
tarde era para llegar en la tarde al Jordán y allí encontrar un ambiente
diferente, no solo de la tertulia del renombrado lugar sino del ambiente
lejano, separado del límite de la ciudad.
Hay
otra historia muy anterior sobre El Jordán, donde se afirma que en el momento
de esplendor de sus baños, aparecía el fantasma de una bella mujer que también
se bañaba con los nadadores desconcertados. Mentira o pasión, El Jordán ha
tejido sus leyendas, muchas de ellas perdidas ante el llamado “progreso”, o
mejor, lo que la habladuría popular llama “el ensanche” que se lo lleva todo,
hasta la memoria más sublime.
Días
del 80, desde el Centro, más precisamente desde el Bar Jurídico, donde nunca iban
jueces ni abogados, menos fiscales, ahí en Córdoba con La Playa, alguien, creo
que Guillermo Álvarez o José Martínez llegó con la noticia de un evento allá en
el Jordán, donde se celebraría algo con Darío Ruíz, ah, y por supuesto, allá
nos fuimos en taxi en plena noche a esa reunión, a ese homenaje. Llegamos al mítico
Jordán, sedientos pero de más ron, ávidos de proseguir la noche. En el
mostrador algunos de sus habitués delataban su soledad ocasional. Preguntamos
por el homenajeado, y preciso, adentro, en el patio, estaban ellos: sí, los escritores
de renombre encabezados por Darío Ruiz, por Mejía Vallejo, por el visitante de
Cali, Cruz Kronfly, Collazos, Billy. El fotógrafo Melo no gastó placas fotográficas
en nosotros por una razón de peso, no éramos invitados.
La
presencia de otras personas se diluye, ya el lugar comenzaba esa síntesis del
abandono, los nuevos vecinos, rebeldes y tácitos, buscaban otros sitios; querían
algo más movido, de ambiente, donde la curiosidad, la música y otros trucos comenzaban
a llevárselos a otros lugares, mientras su dueño caprichoso envejecía con su
música y con sus gustos, y el lugar se convertía en su propia leyenda.
Algo
es cierto, estamos ya recostados a la historia de la ciudad que pasa de lado ante
la mayoría de los habitantes enfrascados en ese eterno presente sin preguntas que
da el perfume narcótico de la cultura del entretenimiento. También ha cambiado
la conformación de su ámbito, así como se erigen las torres frías de
apartamentos donde sus inquilinos no tiene tiempo de vivir o visitar el alrededor
sino de llegar a encerrarse a sus casas.
Es
cierto al volver al Jordán ya no beberemos con los dioses.
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