domingo, 24 de octubre de 2021

AZARES DURANTE EL OCHO DE MARZO / Raúl Mejía


 

AZARES DURANTE EL OCHO DE MARZO …

Raúl Mejía

¡Demonios!, ¿por qué se me ocurrió salir durante este “8M”? Despistado que es uno, afanes de abandonar excesivas aprehensiones. Temprano cumplí con inveteradas rutinas: café, cápsula de omeprazol, salida con la mascota, otear contaminado valle. Vistazos morbosos a mi(s) páginas(s) de Facebook: nada notable, excesiva basura mediática. Obvio que en la mayoría de titulares de periódicos se recalcaba la impronta de dicha fecha: el 8M, sí, quedaron en mi retentiva feos rostros de brujas representativas. Ducha, disculpa en casa con respecto a “casi olvidada cita” y soy quien sale de la unidad residencial sin rumbo fijo.

Caminé con fruición, suave clima, dádivas del invierno acentuaban frescuras. Usuales vendedores de frutas, en pro de no desgastarse oralmente, optan por grabar sus ofertas. Recién abren negocios; todavía barbijos, escasos transportes escolares, madres voluptuosas llevando a infantes: descripción de cualquier paraje medio burgués. Nada presagiaba motín feminista horas más tarde. Seducido por recuperado placer de la caminata, me allegué a predios de la biblioteca Piloto; antes, sí, recorrido a través de corredor afín al encuentro de universitarios y otros vagos, sumidos entre licor barato, marihuana, amén de pésima música. Lucía, por lo temprano del día, desolado. Mi interés hacia la biblioteca no se centraba en prestar material de lectura: ha poco había comprado tres novelas y ante apabullante abulia, medianamente concluí la más corta. No, deseaba acceder al pabellón que ofrece fotografías del antiguo Medellín (habita en mí voyerista anacrónico). Mala suerte, resulta que se debe solicitar “cita”: ¡vaya idiotez! Sin otro anhelo, acudo a decente cafetería, solicito tinto, mientras lo traen, tomo ejemplar de pasquín gratuito que circula mensual. Aun sol; empero, frígida brisa preconiza, de seguro, lluvias vespertinas. Traen el tinto, carrizo y alarma: seis complejas “señoritas” (supongo) abandonan lentamente la biblioteca -no las vi allí-. Visten de negro, cabello corto, tatuadas, cada una con sucias mochilas y chamarras (palabra que le agrada a Ben Hur) atropelladas por el mal gusto. Estaba centrado en sorber el cálido líquido, pero aquel cortejo me instó a colocar con cautela el pocillo. Caminaban por parejas, quienes estaban a la derecha voltearon a mirarme con ferocidad, deteniéndose intempestivamente. Sospecho que al unísono les avisaron a las siniestras, pues el sexteto completo optó por mostrarme erguidos dedos anulares, sumando el gesto de esputar. “¡Ve estas malparidas!”, pensé, quise decirles, pero rápidamente salieron. “¿Será que me conocen?”, barrunté, mientras apuraba lo restante del tinto. Solicité adicional taza, empezaba a sentir frío. Tomé el periódico e inicié acto de hojearlo. Este rotativo, el mismo que puede leerse en formato digital, trata asuntos citadinos, culturales, omitiendo temas escabrosos. Nada mal, paso sin afán sus hojas. Ya bebo segunda porción de aromático café, prosiguen vientos gélidos, pero no hay indicios inminentes de lluvia. En la penúltima página se avizora extensa entrevista, quise centrarme en ella, pero he que suena mi celular. Es la esposa: “que si pasé por alguna ferretería”, me dice. Le respondo que “no”; “ok”, responde con resignación. Con la certeza de reconocer al entrevistador y al entrevistado, doblo el folleto, saco billete, cancelo, salgo. Bullicio creciente, infaltable el de la avenida Colombia. Avanzo sobre temerario puente, el mismo que pronto te adentra en inmediaciones del centro de la ciudad. Tomo acera derecha, va de occidente a oriente por la calzada sur. Metros adelante se prefiguran la universidad Autónoma y lúgubre centro de acopio de bandidos, quizás el sitio más tenebroso de esta cruel metrópoli. Personas con tapabocas, otros no. Ingentes cantidades de vendedores ambulantes en profusión de rosas para ambientar el “día de la mujer”. Camino sin prisa, estúpidamente temerario. Supongo que en cada esquina han de ubicarse policías, la mayoría bachilleres, mirando celulares, escuchando asqueante reguetón. Compro trozo de sandía: roja miel, carne esplendente. Mastico, arrojo semillas. Parque de Berrio, infaltable grupúsculo de ociosos observan a hambrientos indios tocar flautas, ocarinas. ¡Cuánto potencial ladrón se escurre a lo largo del cementado espacio de este sitio tradicional! Bajo frontispicios de edificios se ubican intensos sujetos ofreciendo volantes en aras de consultar a brujas, salas de masajes o préstamos. Los recibo, los arrojo. Involuntariamente paso ante umbral de residencia de mala muerte, minutos antes vi salir al tontarrón Afrecho Yardas con su sombrero de arriero, abrazando a Ana Pachita, la mofletuda, rolliza poetisa de cabello enmarañado.

-“Eres más profunda que todos los manifiestos de Breton”, le decía el andariego.

-“¡Oh mi Afrecho! Y tú, sí que sabes de rutas”, respondió Ana Pachita.

De reojo me observaron. El idiota se sintió víctima de sus “fechorías” intelectuales, congelado rictus se eternizó en su rostro. Los vi andar de prisa: artrítico balanceo de Anita e indómito cabello semejaban escape de algún edén. Sonreí, cada quien es dueño de su mal gusto. No consideraba quedarme mucho tiempo por aquellos ámbitos, estos recovecos sólo excitan a obsesivos de escombros finiseculares. Un tris desubicado, atravieso centro comercial que me allega a la avenida Oriental, percibía urgencias de cafeína. Pese a fragores impertinentes de autos, peatones, vocingleríos varios, alcancé a escuchar mi celular. Reiteración desde la esposa con necesitada ferretería. “Estoy en el centro, no hay por aquí”, le contesto. “Vale”, susurra.

A ver, tengo enfrente edificio de Comfenalco, pero esta vez no me seduce; igual, paso ante vitrinas exteriores: nada interesante. Llego al “Palo”, aguardo cambio de luz del semáforo, paso. Ya pronto en cafetería y enorme sala de billar; en su interior, bastantes desocupados. “Tinto doble”, le solicito a avejentada dama. En la pantalla de televisión noticias: se aprecian prematuras marchas feministas, amén de cansina parafernalia publicitaria sobre lo que se celebra hoy. Respiro, mente en blanco. Voy al orinal, regreso. Exquisita penumbra donde me he ubicado, pero se dificulta leer aquel panfleto que cargo desde la Piloto, a medias aprecio fotos de los actuantes en extensa entrevista, pero sigo sin identificarlos. “¿Qué te pago?”, inquirí a la señora. Con los dedos señala “cuatro”, le doy cinco. Se acerca el mediodía, tengo hambre. “¿Hora de volver?”, sonso soliloquio. Le respondo: “¡Ah, qué pereza, comeré algo por ahí!”

En vista de contar con escaso dinero, procedo a ubicar modesto restaurante. Justo al lado del Colombo Americano hay uno que conozco, voy allí. Mesas ocupadas, pero no ancha barra de madera que amplifica el modesto espacio: la prefiero, permite darles la espalda a seres que no me interesan ; además, se pueden observar paseantes a través de grueso cristal. Solicito menú del día, inicialmente traen guarapo, bebo breves sorbos. Mesa que desocupan, mesa que de inmediato ocupan, “les va bien”, barrunto. Cruza consuetudinaria ruta de buses Coonatra, inevitable nostalgia: recuerdo cuando estudiaba inglés aquí enseguida, hace muchos años. Distraído, no me doy cuenta de que a mis espaldas se acomodan par sujetos, uno narigón, fofo, perfecta cara de idiota. El compañero es viejo, destartalado, canoso, con incipiente chivera. Surrealista chillido de sus sillas me motivó a vistazo de soslayo. “¡Marica, miren quiénes están aquí!”, pensé en voz muy alta, tanto que juraría que me escucharon pues, intempestivamente, fijaron mirada estupefacta sobre mí. Traen sopa, seco, cubiertos. El narigón empalagoso, ubicado detrás, solicita con vocecilla destemplada:

-Joven, nos trae dos platos grandes de fríjol. Para mi invitado, mitad caleño, mitad antioqueño, mayor poeta de Colombia, le añade buen hogado.

A lo que el dependiente, de aspecto oriental, cansado y malhumorado, responde:

-¿Qué lo quiere recalentado?

-¡No, con hogado!, farfulla el vejete, cual condenao.

Esta vez sí reí con fuerza, silencio ominoso, murmullos. Como sin afán, intento disimular. Al cabo de minutos se desovilla diálogo desopilante entre ambos. Es confuso, como llenar una alberca con haikús gelatinosos. El viejo expresa disgusto con  documental sobre sí, arguyendo que lo describieron cual pelele sin orientación. Cita dificultades con respecto a aplazada tertulia, falta de vino, galletas, loas. Su heraldo Fabio escucha, parte aguacate y frase tras frase espeta el calificativo “maestro”, preguntándole:

-Maestro, veo que has traído dos ejemplares de tu última obra maestra, ¿vas a donarlos?

-¿Donar?, ja, mis gónadas. No, se los voy a vender a Víctor R., ahora más tarde.

Maestro, no se enoje conmigo -que tanto lo idolatro-, pero, lo leí y no entendí.

-Tranquilo, ja, yo tampoco. Son  vejeces pos surrealistas …

Entre tanto concluyo, estiro manos, piernas, tomo recibo, cancelo. Ante la caja registradora volteo con evidente sesgo de burla hacia ellos. El carcamal se me queda mirando, mientras moscas se posan sobre grasientas tajadas de plátano maduro. “¡Poetastros de mierda!”, quise decirles, pero lo evité esta vez.

En la calle, muelle, vuelvo a reír. “Raúl H. y pedante Fabio, hartándose de fríjol como en aquella grabación, jajaja”. Arribo al parque del periodista. Distraído, mientras oteo puesto de revistas, casi a empujones me tumban otras seis mujeres, no las mismas pero parecidas: igual  vestimenta, actitud. Se han apeado de bus de Aranjuez Santacruz, huelen mal, a grajo, supongo llevan meses sin bañarse, depilarse, con sólo medio hablar se les deslíe comunal halitosis:

-¿Por qué nos bajamos aquí?, consulta alguna.

-¡Qué importa!, espeta la que supongo líder.

Este grupo carga pendones, no distingo lo escrito entre predominante color negro. Antes de que vuelvan a rozarme, hurgo ruta de escape con presteza; aun así, las veo ejecutar no dedos anulares erguidos, sino cruce de izquierda a derecha -con dedo índice- sobre su cuellos tatuados. “¿Otro gesto para mí?”, pienso. Felizmente se dispersaron aprisa hacia las torres de Bomboná. “¡Qué asco de viejas!”, le expreso a casual vendedor de cigarrillos: solo me mira, displicente. Deambulo apático, enajenado. Alud de conjeturas y “déjá vús” cae con inusitado peso: “¿qué hago por estos lares?, esto ya lo viví, lo escribí”. (Es cierto; empero, cuando retomas relato al azar de libro supuestamente leído, aquellos escasos dicen no conocerlo, los mismos escasos que lo tienen). “Si, escribí sobre cómica confusión afuera de …” ¿Es prudente arriesgar mi condición de preso domiciliario? ¿Tienen que ser los mismos con los que cínicamente me topo? ¡Vale, vale!, reacciono manierista, al igual que surrealista tropical: admito total pobreza narrativa, repetición de clichés, lugares comunes. “By the way of” lugares comunes, para variar, heme bajo parapeto salvador de local donde funcionan imprenta, fotocopiadora, venta de artículos de oficina. Ocurrió que, tras cruzar feroz calle, tres cuadras abajo del teatro Pablo Tobón, se desencadenó agresivo chaparrón, refugiándome bajo esos aleros tras voluminosos goterones. Otros no, vaya empapada de no pocos incautos. Esta escena, abastecida de gotas, aires irrefrenables, alejó preguntas, incriminaciones. Consulto hora en mi celular: 3 pm. El sitio en que procedí a escamparme disponía -también- de resquicios, confluyendo hacia vasta puerta de acceso. Enormes ventanas, atiborradas de oxidados barrotes, dosificaban el interior. Ah sí, ya había estado en este negocio, rememoro ocasión en que mandé a imprimir estúpido libelo escolar, todo en pro de complacer al cerdo rector de entonces: “don Yugo”. Llueve con ínfulas de desastre, ateridos transeúntes, frío y deseos espantosos de tinto. A dos pasos adquiero uno, bebo con placer. Incisiva luz, consecuente trueno me hicieron virar hacia el interior del enorme local. “¡Diablos, tiene que ser una broma!”, gluturo con saliva dulcificada. “¡No puede ser, lo que puede la edición!”. Al fondo, paseando su trasero de boba, seduciendo detritus, se contonea sonsa modelito/poetisa, embajadora del festival del cerro fredoniano. Al parecer se encontraba mirando bocetos para su quinto orinal lírico en ciernes, tras recorrido por México. Entre mirar, criticar, se alisa el cabello, saca espejo, se retoca maquillaje, agarra celular y se toma selfies: ora de pie, agachada, mostrando culo hasta donde le sea posible. “¡Sonsa!”, susurro y pareciera que hubiesen oído pareja de sujetos que se acodaban tras ventana que daba hacia la avenida Girardot. Estoy seguro de que se detuvieron en mí, mas, al no reconocerme, suponiendo que soy cualquier imbécil, retomaron (supongo) discreto diálogo, embebidos en la contemplación de la modelito quien, para sorpresa de la inteligencia, la tildan de poetisa. Chismoso, me apresté a seguirles la charla:

“-{…} mira que está como buena”, dijo el más bajo, desagradable tipo regordete, semi calvo, con chivera hirsuta, derrumbando con aliento a whiskey.

-“Si, lo está”, respondió el otro, señor de aspecto gris, truculento.

-“Casi me la echo al pico”, expresa el regordete, acudiendo a gesto libidinoso que llevó a que su abdomen sobresaliera de ceñida camiseta.

-¿Sí? ¡Qué rico!, ¿la invitaste al festival?

-¡Obvio!, hizo parte de selecto grupo de carnaditas, pero se emputó cuando se lo pedimos.

-Pienso traducirle al francés una pendejada en prosa que escribió.

-¿En serio Rafa? No jodás …

-¡Ah hombre Nando!, cada quien se las ingenia.

-“Mmm …”, farfulló el obeso lujurioso, agregando: “esa no da la talla”.

Asqueado, me moví hacia la otra ventana. Había optado por alejarme, pero proseguía con ímpetu aquella tormenta. Observé al par de viejos ir y darle sendos picos a la modelito/poetisa. Ella les propuso posar al lado de sus afiches. ¡Mala peste lo coma! Bajo aquella segunda ventana, escondido, en perfecta sincronía con su devenir de cobarde, se prefiguraba figura del estafador, acosador sexual de Fallidos … “¡Marica!”, modulé, “¿quién falta, Pedrito?” Amainaba la lluvia, arreciaban delirantes avanzadas de peatones en todas direcciones. Enceguecedor haz de luz y luego colosal trueno nos hizo, literalmente, saltar, expresar unificado ¡Hijueputa!. Al instante del fogonazo, por sortilegio narrativo, los del interior del local miraron hacia afuera, topándose nuestras miradas matizadas de fobias. El tramacazo sonoro provocó que rasgase el periódico, en particular la portada, alejándose al ritmo de zigzagueantes ráfagas, a duras penas leí parte del título: “pel”. Protegiendo la sección de la entrevista, doblé lo restante, usándolo como modesto paraguas. Iba en dirección de Junín, al cabo de varias cuadras cesó el diluvio. Persistente humedad, la misma que ante el caos vehicular se dispersó como grasa sobre parrilla al rojo profundo. Me dejé desplazar, aproximándome hacia el sector de la Alpujarra. Nada me esperaba allí, pero una vez en esas inmediaciones, tomaría con facilidad transporte. Justo donde vira el tranvía, metros abajo del edificio de la Beneficencia, sector proclive a ópticas, he que por poco me topo con personaje faltante en este bestiario, el adalid de ruinas paisas, Víctor B. No me reconoció (sólo reconoce lo Nada …), yo sí; sin embargo, evitaría cualquier coloquio. Le escuché con parla modosa, intrusiva, despedirse de regordeta dependiente:

-“Mija, agradecido pues, veo mejor: lo nuevo, bonito; lo viejo, espectacular. Me cuenta si vienen los de espacio público o cualquier zángano del municipio con amenazas de querer tumbarles el negocio: sigue preciosa esta armazón centenaria. Lo que sea me avisa, vengo con novia, cámara y dúo de poetisas (entre nos, horrorosas), Ángela y Devora, para defenderlos.”

Se despide, prolongando pegajoso beso, yéndose -seguramente- hacia el salón Versalles o parque de Bolívar a fantasear con actriz viuda del agraz Bernardo. Sigo, se renueva  tonta llovizna. Llego a la calle san Juan y helas que empieza a agigantarse aglomeración de variopintos entes, mujeres la mayoría, en son de protesta anti patriarcal con motivo del 8M. “¡Ay!”, profiero fastidiado. “No puede ser”, expiro, como si soltasen sobre mi cuello cuchilla de guillotina. No me provoca regresar, se tornan invisibles los taxis. Tacos espantosos de rutas que viran en dirección hacia esta ancha calle, en sentido oriente a occidente. Se prefigura única alternativa: escurrirme hasta la avenida del Ferrocarril o cercanías del edificio inteligente y una vez allí, lanzarme al primer bus o colectivo. Este mitin adquiere connotaciones espantosas, se extiende como herida ávida de tendones. Sobre escalinatas del centro administrativo se apostaba grupo del Esmad. Coléricos gritos, tambores, estallidos de pólvora gestaban peligroso pandemónium. Supongo que llevaba rato sonando el celular. “¡No lo escuchaba”!, le dije a gritos a mi esposa. “¿Qué quieres?”, pregunto. A medias le entiendo la palabra “ferretería”… “¡No, no hay!, ¿qué es lo tan urgente?”, le inquiero. Ella grita con enfado: “¡necesito una hija de puta bomba para destaquear el inodoro”. “¿Una qué?”, hasta ahí llegó la batería del adminículo. No veo teléfono público bueno, los vendedores de minutos se esfumaron. En medio de empujones acaso si he avanzado veinte metros. Los del Esmad empiezan a lucir nerviosos: viejas horrísonas, travestis, machorras y gama indescriptible de maricas, drogos, amantes del reguetón oficiaban un aquelarre de estupideces. Adyacentes a primeros pilares del parque de las luces, he que se ubican las primeras seis femininazis de la Piloto, a un costado las seis del parque del periodista, esta vez con sus pancartas festoneadas con versos de la Pizarnik. Y que se les unen adicionales seis macabras, mostrando su lema de las SS PIZARNIKIANAS, entre espeluznantes tatuajes. “¡Me llevó el putas!”, modulé, si son las sumisas sacerdotisas de la grotesca Alejandra. Si me descubren, adiós testículos. Esos tres sextetos, en bíblica fusión del 666, empezaron a canturrear: “Poeta machista que veamos, lo quemamos”; también, lo que el juvenil Pedrito escribió (tal vez bajo efectos de primer guayabo): “¡Alejandra, Alejandra!, mueran los hombres, no los necesitamos.” Y que dicen a fumar, propagar melodías del infumable Maluma (¿y su anti machismo?), depresivo Balvín. Millares de depresivas, con aspecto de cuchillos mellados, se unieron a aquel delirio.

Pésima suerte la de un pobre diablo que se atrevió a injuriarlas: lo agarran, pellizcan, arañan. Se arma trifulca, usuales pillos se meten, vuelan pendones, rímeles baratos. Ante esto, se involucran los del Esmad, disparan granadas explosivas, lanzan gas lacrimógeno. Vaya pelotera, Evas y Adanes dándose manazos. Lluvia, truenos, pitos cacofónicos de autos estancados, las SS PIZARNIKIANAS en desbandada, periodistas hostigando, ojos llorosos. Casi me gano garrotazo, pero el policía alcanzó a diferenciarme. No tengo pañuelo, como puedo calmo ojos ardiendo. Bastante mal me arrojo al interior de un carro particular que se ofreció como colectivo. Vamos, comentan eventos, se aplacan mis sentidos. Voy adelante, no me incomoda recibir de costado llovizna. Desovillo el maltrecho amasijo de hojas impresas, reconozco al entrevistador, es conocido docente de la U de M, entrevistando a un supuesto filósofo, historiador y, claro, poeta con  lograda cara de imbécil. Mientras que, para variar, suena asquerosa canción de operada bichota, siento que se entremezclan gastritis ulcerosas al leer las petulantes respuestas de ese “Innombrable”. Al detenernos, aprovecho pote de basura, lanzando aquellos papeles. “Prefiero dejarme castrar por las SS PIZARNIKIANAS, que leer lo que responde semejante orate.

 

7 comentarios:

Isa... dijo...

Qué insultos machistas se reciben, pero no es tan obvio. Este bicho, tan bobito, no es ni original, reproduce tópicos perpetuos. Uno que me llamó mucho la atención fue, femininazis: No pienso repetir otros comentarios que forman parte de este discurso retrógrado, ni siquiera soy capaz, se me atraviesa en la garganta y me dan ganas de vomitar. Puedo asegurar que, si dedico mi tiempo a esta página, es hasta que consigamos que a una persona se le trate con respeto sin mirar primero qué piensa de la futura mujer. Me encantaría pensar, modestia aparte, que colaboro para abrir grietas en el maldito techo de cristal.

Raúl >Mejía dijo...

Mmm... Si así lee, si así piensa y si así escribe, pues, "así" debe ser: analfabeta, bruta e incapaz, jajajaja

Mechas dijo...

Las mujeres libres son llamadas locas. Las inteligentes, feas. Las bonitas, fáciles. Las lesbianas, traidoras. Los hombres libres son llamados locos, los bonitos, vividores. Y quienes escriben así, mero marica
El impulso de cambiar esta sociedad debe ser de todos, de aquellos que tienen hijas, hermanas, madres, esposas, amigas o cualquier mujer en su vida. El mensaje de liberación debe ser para todos, sin importar su edad o sus creencias. Pero esta sabandija con que escribe debe de ser una lagañoso, un resentido y mal amante.
Antes se les ensalzaba a las mujeres la virginidad, la castidad, el respeto, y la sumisión. Pero, irónicamente a los hombres se les enaltece todo lo contrario, ser fuertes, dominantes, hasta violentos como este que se firma Raúl Mejía. A ellas jamás se les habló de su cuerpo, de la planificación y de los derechos que tenían.

Anónimo dijo...

Jajajajajaja Muchas mechas, mechas muchas. Tal vez tengas razón o sólo delires. Como sea, al asumirte anónima, cobarde, tu comentario adolece de peso. Ni siquiera has de ser mujer, a lo sumo una abominación más de las que sobran y estorban. ¡Gas!
Raúl Mejía

Anónimo dijo...

Nota: me puse anónimo pues un primer comentario me envió a otra parte. A fin de cuentas todos lo somos, hasta una execrable que firma como mechas...
Atte:
Raúl Mejía.

Sara dijo...

Pienso que algo no hemos de estar haciendo bien las feministas si hay demasiada necesidad de salir a “explicarnos” lo que hay que hacer. Pienso que algo debemos estar demandando. A alguien debemos estar molestando, ¿no? Después de todo, sin molestar no se cambian las cosas. Ningún cambio social profundo se hace sin desafiar una situación de hecho injusta. Eso molesta. Siempre. Lo que si es muy valorable es que un gran poeta como Raúl Mejía desnude a ciertas mujeres con su comportamiento tribal. LO APOYO

Anónimo dijo...

Gracias Sara. Yo, en este relato -nada del otro mundo- (y no debería hablar de él) busco más el sarcasmo contra ciertas figuritas del panorama literario local, realmente -salvo aquella poetisa- me burlo más de hombres, de sus poses intelectuales. El recurso de las SS PIZARNIKIANAS es para criticar ese odio visceral que sienten ciertas mujeres por los hombres, por el sólo hecho de serlo. Veo que leíste bien, muy amable.
Atte:
Raúl Mejía.