miércoles, 23 de marzo de 2022

Plena Playa de Víctor Bustamante en el Ateneo

 

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Plena Playa de Víctor Bustamante en el Ateneo




La Playa

Víctor Bustamante 


De esa calle no sé dónde termina

Pero sí las cicatrices que la han castigado:

Guiones blancos y alargados para que crucen los autos

Guiones blancos pisados por los transeúntes que van a cualquier lugar

Ah, y algunas estrellas fijas que cambian intensidad del rojo al licencioso amarillo

Y al permisivo verde

En la mañana veo su cara inocente poblada de un viento que baña

En la tarde se vuelve tierna para encontrar los amigos

Y en la noche se abre aún más generosa para vagar sobre su asfalto,

Asfalto, dura piel de tantos pasos que la han cruzado

Me he sentado en sus bancos a nada que es la certeza del vagabundo

Nada es una palabra vana, pero es todo y es demasiado.

Por esa calle alguien se marchó definitivamente dando a entender que el amor es una ficción

pero viví Medellín


UN PAÍS QUE NO OLVIDA ES UN PAÍS QUE NO OLVIDA / Darío Ruiz Gómez

 


UN PAÍS QUE NO OLVIDA ES UN PAÍS QUE NO OLVIDA

Darío Ruiz Gómez

 Aún es recordado en una población antioqueña el caso de un niño que fue testigo del asesinato de sus padres. La Justicia engavetó el crimen considerando que era un crimen más de los sucedidos durante la llamada violencia “interpartidista” Un eufemismo jurídico que eludía la directa responsabilidad de los jueces ante cada caso personal o sea ante cada particular hecho de violencia. Cuando olvidamos los hechos, recuerda Camus, nos olvidamos de la verdad. El niño ya convertido en un adolescente esperó al asesino, para entonces un respetable ciudadano y lo mató a cuchilladas en la calle mayor del municipio.  La tragedia griega ha ilustrado lo que significa este tipo de venganza como la trágica elección de un ser humano ante la traición de la justicia humana. El llamado Acuerdo de Paz partió de una astuta jugarreta lingüística al englobar el concepto de  “víctima”  bajo una consideración  abstracta  lo cual permitió que los casos  de  crueldad y  tortura  no  hayan podido ser  particularizados y que un crimen como el de Monseñor Duarte Cansino, a manos de las FARC haya sido tácitamente  declarado como un “ caso más de la guerra” ¡Qué tal!  Una perversa noción de justicia  que bajo el rótulo de una Paz retórica  condena  a quiénes recurran al derecho a la defensa propia tal como lo legitima  plenamente  un pensador de la talla de Norberto Bobbio.  Esta manipulación del concepto de Paz, determinó  diabólicamente como si fuera un implícito,   la licencia otorgada a las FARC a matar hasta el día y la hora en que empezara  aquel carnavalesco acuerdo entre Thimochenko y Santos.

Un ejemplo: la emboscada en Doncello, Caquetá, - 14 agosto 2010- en donde quince  policías fueron asesinados por las FARC sus cadáveres  rociados con gasolina   y luego  incinerados. Un brutal crimen  de lesa humanidad, una demostración de la crueldad  y la sevicia del  Secretariado  de las FARC  que en esos momentos se regocijaban alegremente con la “progresía” del Norte de Bogotá. Ni la Fiscalía ni la Procuraduría lograron condenar a los responsables y bajo este pacto habanero la impunidad cerró el caso pero nunca el olvido sobre cada uno de estos héroes de la patria cuyo  sacrificio  seguirá  haciendo un eterno reclamo a los llamados magistrados(as) de la JEP, al periodismo inmoral. Ya me he referido en otras ocasiones al asesinato de Genaro García líder afrodescendiente de la región de Tumaco y a otros líderes de esta región, asesinados  por una orden directa del Secretariado de las FARC  a pocas semanas  de la firma del Acuerdo de la Habana, con el fin de apoderarse de esta región y dedicarla a los cultivos de  coca.

 Después de ver el video en el noticiero de RCN donde aparece la magistrada Lemaitre aconsejando al abogado de las víctimas que la presencia de éstas no es necesaria ya que pueden enviar un papelito vemos  a Piedad Córdoba  mirándose las uñas, con su inmenso turbante, su traje africano, impertérrita, sobrada como si durante semanas enteras hubiera estado  estudiando  la gestualidad,  el histrionismo  teatral, la dirección correcta de la mirada a las cuales recurrió  su admirado Carlos “El Chacal” en el momento de enfrentar los interrogatorios  de la Justicia Internacional. No es necesario saber de antemano que hizo grandes negocios con Saad ni con Chávez ni con Maduro y que habla con melosa familiaridad  de terroristas como Márquez y Santrich  para saber que sí es culpable de todo de lo que se le acusa. Basta con leer a  Le Carré  para enterarnos de la relación directa  que se establece entre este terrorismo y las cloacas de  un gobierno, en este caso entre el poder santista- fariano  al confesar impávidamente que Santos, Iván Cepeda, Samper, Ramiro Bejarano. Cristo, conocieron en su momento el nombre de los asesinos del Dr Gómez Hurtado y los callaron para llevar adelante su perverso proyecto de “Paz”.

     

lunes, 21 de marzo de 2022

ÉPICAS SEDENTARIAS / Raúl Alberto Mejía

 


Raúl Alberto Mejía

 

En efecto, solíamos extendernos tras ausencias,

casa a solas, ventanas atraídas por lo distante.

Toda adultez pretende decantar abismos,

inducir optimismo ante restos adheridos.

Minúsculo patio para tres niños,

-no alcanzaban sábanas, viandas-;

joven salta, nos salva de incipiente incendio …

Segundo café ralentiza memorias, suspendo.

Allí mismo (paráfrasis) verticalizan vuelos,

previo a lentes reducida capacidad visual.

Salen parientes, fastidian bichos: nadie.

De seguro, cada que me citan pesadillas,

arrastran consigo fragmentos de aquellos días.

Habrá que asear pisos curtidos, lodosos,

marzo irrumpe sin consabidas ideologías.

Sin afán se desperezan cortinas;

alguien más centra palabras, se esfuerza.

En edificio abandonado suenan mazas,

delgada mujer, desprovista de atractivos,

flexibiliza huesos en búsqueda de féretro.

Ha poco observé a roedores de frutas:

entornos recuperados abastecen apetitos.

No sé leer aún, pero festejo dibujos,

hay ocre luz, hacinamiento, hermetismo.

Vemos poco al padre; en adelante, será distante,

cual reencuentro tardándose décadas.

Ebrio sedentario recupera movilidad,

al igual que muchos, transita dosis de pesimismo.

Límpidas aguas del estanque solitario,

“mayor tendrá que usar gafas”, es lo que recuerdo;

ostentaba mejores prendas, alucinaciones:

no ubico lo que veo mal o dejé de adivinar,

madre y hermanas observan entre penumbras.

Nociones patrias gravitan torpes durante infancias,

vastas gramas todavía, nadaístas dispersándose.

Quise en verdad aquella medalla, libro de historia,

disociaciones asaltan ingenuidad desesperante.

Elegante cuello de la mascota, estática contempla:

durante minutos se desplazan nubes,

sobre doseles se posan olvidados susurros,

dirimen resentimientos pomposos de lecturas.

Terrible descendía aquel afluente,

llovía cuando íbamos, les llovió a discretos amantes.

Dicha vorágine de aguas supo asustarme:

no habría sabido de celdas si hubiese caído.

Perfectos traseros de incipientes damitas,

erotismo sin asimilar ósmosis de deseos.

También vivenciar pobreza en compañero,

cuartos desprovistos, ojos desnudos.

Permanecen remanentes devastadores,

hienden con el hastío sesiones lúgubres.

Oh sí, ese dios de entonces enarcaba cejas,

displicente a lo que formularan espectros herejes.

Cielos nocturnos; en medio, gatos acechantes,

contrasta luz hacia el ocaso, visibilidad irresistible.

Escapar preconiza tendencias a caminar a solas,

apatía mediaba sobre escasos vigías.

Sedosidades incompletas acariciaban hermanas,

seducción ante lo minúsculo entre vates cobardes.

Regresar una vez tu pánico transfiguró figura indecente,

calles, irse a la escuela, torpezas del desorden.

Enorme casona, techos deshaciendo antigüedades;

dientes podridos, ignorancia de quien resistía sin saberlo.

-Mujer lleva de la mano a niño que asesinarán,

cadencia macabra de pasos, cómplices por doquier.

“Ve allí, regresa, sabrás qué hacer si preguntan”,

órdenes disciplinan a todo desposeído.

No intuía melancolía por celajes, súcubos;

correr sí, correr cuanto pudiera, ir hasta el desmayo.

Noches difíciles al acudir tormentas, alimañas,

ese frío, esa hambre … Dormirse sin cápsulas,

a sabiendas que crujían delirantes penumbras.

Así el hijo en insólita ocasión: llanto sonámbulo,

revives alegorías al auscultar espejos.

Llegas tarde padre, estruendos a hurtadillas;

retumban truenos, fantasías tras cerraduras.

Gota repite tortura precisa, incisiva;

ahora te levantas madre, todavía joven …

Diversas formas de padecer, incluso entonces:

no son coincidencias asedios de cenizas.

(Aquel chico fue espantosamente asesinado.)

Espalda en ascuas, cansancio acumulándose,

extrañísimo sueño al regresar a la lucidez:

poseía respuestas de editora esquiva, por fin,

aduciendo oníricas negativas al envío de libros.

También -por supuesto- recurrían escenas,

enormes escenarios cubiertos de humedades,

aproximarse progresivamente hacia el espacio,

comunión extrema entre elementos acuosos.

Semanas en expectativa, prepararse a tiempo,

uñas, cabellos solían crecer vigorosamente,

últimos escollos teatrales ante los demás.

Fueron fiebres, consecuentes resfríos:

sobre barandas oscilaban desasosiegos,

encuadre de imágenes que tanto persisten.

Volver … Meses en sumisión de miedos,

coloquios que no sé cómo concluir.

Desconozco a quien podrá reírle anciana,

bayas, dejadez fluctuando entre pesadumbres.

Reincidente anhelo por ascender hacia allí:

casa minúscula cernida de pinos, brumas;

empero, contaba con allegados vericuetos,

quincallas compartidas, festín de sudores,

desbordados azules solían atraerme.

Ocaso protegido tras vetustas puertas,

rincones memorizados por obsesivos registros.

Hogar inseparable, roídos muros, asperezas.

Debí sobrevivir a incontables extinciones:

ojos ensombrecidos, soledad drenando poros.

Diez años transcurridos entre audaces viajes,

ingentes montañas, peligrosas corrientes, distancias.

Al regreso pies descalzos, desolación permanente.

Fulgía esmeralda luego de hazañas del héroe,

radios emitían emotivo tricentenario, valle limpio.

Parcial roce con poema bucólico,

pésima exégesis: naciente máscara de asedios.

Ahora es fácil ironizar; otrora, apatía dolorosa:

diversas formas del fracaso enfatizan paralelismos.

Hermosa adolescente, muy superior en palabras,

-difuminarse en silencios, narrativa insípida-:

quien reconocía rocíos sobre labios venció.

He intento de pesquisas, rehacer años,

hallazgos semejan tumbas anónimas.

Libro en mano, solaz vespertino trasciende,

rondan siluetas, versos se atrincheran,

solipsismo atravesado de furiosa agonía.

“Repite, repite lo que dirás, llega tu turno”.

Pasillos, hierbas, grasa, ropas escasas.

No acudiste vociferante, a merced de libretas,

excesivos errores, burlas olfatean huellas.

Nunca fueron tuyos esos cuerpos, déjalos,

añoranzas arrasan con mórbida avidez.

Baladas entonces, canciones ahora: rondan.

Sobre techos se aparean sombras: huyen.

Trozos de vidrio, guijarros lastiman roces.

Esta vez enfrentarse al embate de silabarios,

acaecen líneas, desisten epifanías:

“demuestra que algo ocurre al ocluir espacios”.

Abuelos balancean su última vez sin reclamos,

modulan al instante de sumirse vestigios.

Previos a ti, cercanos, saben de caricias,

indescifrables vahos ciñen curvas lejanas.

A la fecha son muchas preguntas sin respuesta,

solicitas libros; padre, aún ebrio, los lanza.

Desapegos nocturnos acompañan lecturas,

cabalgante miopía sustrae metáforas.

Ladran porfiadamente perros añosos,

en vista de prohibiciones acompaño a la propia,

caen trozos de fruta, estallan contra el suelo.

Sacerdotes desconsolados sin Biblias envejecen.

Ah, tardabas poeta popular publicando:

“inéditos” que, en suma, no hacen uno.

Hurgo versos entre marañas mediáticas

(no quiero compartir, pésimo prójimo),

esa brevedad calculada, silencios codificados,

tácticas viciosas del adicto a su escasez.

Primeros textos llevados a la imprenta,

fulgurantes errores, horrores: a la basura.

Salaz aquella mujer, sospechosas sonrisas.

¡Por favor!, mudez e ignorancia destrozan;

luego, alejarse, su hijo será destierro.

Extraños sortilegios durante la noche,

semejan febriles disputas en tono de alerta.

Quizá excesivo calor, debilidad en el lenguaje,

fantásticos argumentos animan hipocondrías.

Lentitudes suelen disiparse al amanecer,

desgastantes horas para quien se presuma “kafkiano”.

Regresé meses después, no debí hacerlo.

Admites audacias al allegarte a otros:

figuras convergen alrededor de mesas,

diálogos, tertulias, adjetivada poesía.

Parque revisitado deshace vínculos,

hasta hace momentos alféizar, bromas,

ahora urgen apremios hacia ella …

Cuánto reptan frustraciones, equívocos,

limitante complicidad en apremio de obstáculos.

Cuartillas, sonetos, prosas advenedizas,

actos fallidos en pos de deshechos.

Décadas después descienden diplomacias,

diatribas contra el olvido, ácidas reticencias.

Comparten lecturas: observas arbustos,

dirimen asuntos urbanos: parpadeas zozobrante.

Ignoro el por qué repetitivas olas, alcores,

no se atrevieron a sepultarme, ¿por qué?

“Deseo a mujer del prójimo”, vaya delito,

miope, torpe, desatiendo gesto suyo hacia el coito.

Surges ironía como desgastante acreedora:

ya no te irás y, peor, te encanta ser protagonista.

Alas regresan, aires convocantes, morriñas.

Ella se ha ido, discretamente aprendes a besar.

Adultos, sumisiones toscas de lo cercano,

melodías armonizan reiterados vacíos.

Tal vez capacidad para aplazar éxtasis

impusieron impronta de dificultades.

Cuántas veces aplazar aquel urgente “basta”:

el confort hacia la mediocridad es tentador.

Lees “Memorias de Adriano”, “El Gran Gatsby”,

con ellos Trakl, Machado, Celán, Kafka …

Aliados, sujetos al cliché del asombro,

años después vigilan desde el polvo memorioso.

Sale a recortar hierba opulenta dama,

-cíñase crónico complejo profundo-,

su desdén acude a vagos preceptos morales.

Diarios, apuntes, desorden de utopías,

(“siempre tendrás razón angelical Rilke”),

desastres lacrimosos apabullan líneas.

Sin embargo, músculos agresivos, compases,

se adaptan al entorno de tabernas, caminatas.

Estamos a segundos, en otra escala temporal,

de padecer roles adultecidos, inútiles,

arcilla que la angustia moldea como excremento.

Torres metálicas, aferradas a montañas,

algún errático estará tratando de identificarme.

Rectas desiguales avanzan hacia refugios,

-regresa poetastro del retiro agreste-,

dicotomías sobre amistad, discursos resilientes:

máximas hacen fila, epígrafes suntuosos.

Vía “zoom” hablará arrogante poetisa,

recién lectura entre intelectuales de extremos.

¡No, no, lanzarse, detenerse, reordenar arenas!,

inconcebible fuera desistir de viajes,

pasear a lo largo de paisajes extremos: Islandia;

percibir ecos míticos, huríes: Alhambra;

dialogar, entrever lírico auxilio: Trakl.

Desconozco trasuntos de villanos que me rodearon,

es probable que dicho antro sea su piedra de “Sísifo”.

Libros esperados, regalados, libros sin albedrío:

sean cianuro o sangre, habrá desolación.

Quisiera trashumar hacia esas torres,

rondar tras esquelética sombra de joven ahorcado.

¡No, no, quedarse, prolongar hastíos!,

cabellos satisfacen a imantados dedos,

labios, senos, caderas … Ya parafernalia de lo grotesco.

Brisas definen suavidad, oasis crepusculares,

ahítos de serenidad retozan pétalos,

recuperan libertades lebreles lujuriosos.

Reconstruida casa de siempre, vórtices,

osarios ocupan nombres de parientes

y el tuyo, padre, infierno siniestro.

Balcón a balcón, adultos perpetúan derrotas.

“Agrada tu escritura, no lo que escribes”.

¿Quién insiste en prolongar comisuras?

Nostalgia, portal irresistible, ¿cuándo culminas?

¿Quién persiste en recuperar tóxicas imágenes?

Nostalgia, corrosiva terapia de lo deleznable,

eres, sombra tras sombra, reo de fantasmas …

 

 

 

sábado, 19 de marzo de 2022

Habitantes de Pablo Montoya / Antonio Arenas

 


Pablo Montoya


Habitantes, 

de 

Pablo Montoya)

“Yo busco una forma”

 

Antonio Arenas

Imagino a Pablo Montoya, sentado en un parque en la ciudad de París. El famoso y céntrico jardín de Tuileríes, parque parisino lleno de flores, ver la gente pasar y mirar las esculturas y un cielo descubierto en un día medio soleado. El escritor gozará de emoción al contemplar los puntos emblemáticos del parque, las estatuas clásicas de Rodin y otras piezas de arte contemporáneo. Entonces su existencia tranquila y provinciana se verá alterada por los recuerdos de su ciudad natal. Ciudad caótica, violenta, convulsionada y el trasegar de sus habitantes acudiendo a sus lugares de trabajos a ejercer sus labores. Pero la ciudad que él sueña es una ciudad Kafkiana, donde se dan cita los fantasmas en el diferencial de las violencias alrededor de un músico, un relojero, un arquitecto, un aseador, un escritor etc. Hay en la narrativa de Pablo Montoya, un arraigo por referir la ciudad, un universo literario de una urbe, violenta y desalmada, donde el arte y la música y la memoria se fusionan con los temas de la soledad, la violencia, la muerte y el destino. Hay un “yo poético” en su escritura presto a la contemplación, que nos hace recordar los pequeños poemas en prosa de Baudelaire. En el libro Habitantes hay alucinaciones, sátiras, fantasía, humor, violencia, pasajes de la historia que llenan estas prosas poéticas breves y que nosotros llamamos minificciones. La evocación o referencia que hace de los habitantes y sus oficios en la ciudad es una constante paroxística del desarraigo y los lados ocultos de la conciencia.  El libro Habitantes rememora a ciertos personajes y oficios donde se explora su razón más oscura, la desesperanza y el sufrimiento. La fraseología es de una brevedad asombrosa, de fragmentos y espacios explosivos que en intervalos hacen pensar al lector. Hay en el libro una nostalgia consecuente de aquella realidad e irrealidad que el tiempo y la violencia se tragó y que solo es recuperada por las palabras, las fases cortas y los fragmentos. Evocación que se torna concisa, humorística y llena de violencias sutiles. No obstante, esta reminiscencia de los personajes, sus labores, al desenterrarse se reinventa con un lenguaje nuevo y una locuacidad idílica. Hay un resplandor en su escritura que atrapa al lector y en su prosa se van exponiendo las pesadillas del pasado y el presente, revelando una perspectiva surrealista. La lectura de cualquiera de las veintiséis minificciones termina siendo un acto infinito, un laberinto de la memoria. Los minicuentos son la remembranza viva y en ellos se condensa el germen de una ciudad soñada. Leer este pequeño libro de minicuentos, se vuelve un acto solitario y silencioso, Meditación de seres, soledad vibrante y una ciudad poblada por habitantes imaginarios, pero que parecen reales al leyente que trata de comprender sus vidas y sus oficios en el entorno que habitan.

Leer un hombre, una mujer, un niño, leer la ciudad, leer su tiempo y el pasado humano que los extrae del olvido. Ahora bien, el lenguaje en que están escritos no es ambiguo, no hay galanterías, solo metáforas conectadas con las historias de sus habitantes. Historias que fluyen con naturalidad, imágenes de oficios simples, claros y precisos donde la realidad y la ficción se juntan. La ciudad memoriza a sus habitantes, pero también los desaparece. No es el retrato de la ciudad de Medellín, sino una invención poética de la ciudad, llena de sarcasmo, desdén e ironía. Un simulacro de los habitantes de una ciudad cualquiera en el mundo. El primer habitante es un Conductor, hombre extraño, pero de un oficio común, el bus largo y gris se vuelve parte de la historia y en el relato breve el viaje en el bus nos recuerda que: “El viaje empezó en un barrio de calles agobiada por el lodo, en la cadena montañosa que rodea la ciudad”. En la breve ficción, El Músico, se nos conmemora a un músico desilusionado que escribe una obra, donde están contenidos todos los sonidos de la ciudad. En otra se describe los moradores que se condicionan según los oficios de los que habitan los lugares. En el relato breve del Aseador, aparecen todas las versiones de la vida de una persona pobre y como esta entra en el terreno de la confusión y la pérdida en los subterráneos. En el del Arquitecto la ciudad tiene una mirada de sus habitantes y la vida de estos se extiende hasta los muros, las paredes, casa, edificios y los sitios populosos y peligrosos de la ciudad. El relato breve de la Adivina es un sueño arcano y laberintico de la suerte mal echada. El del Mimo, es la pantomima del que remeda la urbe y sus habitantes. El del Juez, es la justicia que corroe, y el del Militar, es el que ejecuta o mata a los jóvenes que no se ajustan al orden establecido. La breve ficción del Mendigo duele por su indefensión y su asesinato a sangre fría. El del Estudiante, que no termina los estudios, pero carga los libros, la soledad, la indiferencia, el pesimismo, los prostíbulos, las paredes y que descubre en su deambular que todo en la ciudad es mentira y que no hay sublevaciones posibles. La del Cartero, produce hilaridad, espera una carta, pero no tiene quien le escriba en las ruinas de una ciudad. Y las demás que son el grito, la mirada, la desesperanza, el desarraigo y la tristeza. Cierra el Escritor, que sufre, balbucea, la mano que escribe con dedos torpes, el que escribe en la penumbra hecha de tiempo y sabe que empieza a existir a partir de una frase, un texto: “una escritura imitada en el papel”. Un escritor que canta en prosa poética en los años noventa en prosa experimental, las soledades del hombre, la filosofía popular de los oficios y las derrotas de la vida del hombre urbano. En síntesis, Habitantes, es un libro de “breve ficción”, “minicuento” o “cuento corto” que es lo mismo. ha tenido tres ediciones. Índigo, editores. Paris, 1999, la segunda edición, en la colección de Autores antioqueños,2003 y su tercera Edición, Asoprudea,2015, de 1200, ejemplares y funge como un homenaje sincero a Pablo Montoya, ganador del premio Rómulo Gallegos, en el 2015, con la novela histórica, “Tríptico de la Infamia”. El libro de la tercera edición es de color naranja y una franja blanca y no va más allá de 215 páginas y las 26, ficciones breves tienen una imagen de la ciudad y otras ilustraciones del artista Pedro Agudelo Rendón, quien tiene, dicen la manía de pintar lo que imagina, en la técnica de acuarela sobre papel y una medida de 32 x 32 reproducidas den el libro.

Hay un prólogo ilustrativo en sus primeras hojas se encuentra un epígrafe del escritor mexicano Octavio Paz, que indica lo siguiente: “Hablo de la ciudad que nos engendra y nos devora, nos inventa y nos olvida”. Es un entrar y salir de la ciudad que nos devora para caer en el olvido, engullidos por la violencia. Está dedicado el libro a Myriam Montoya. Sin lugar a duda, Pablo Montoya, es uno de los escritores más imaginativos y curiosos del siglo XXI, en nuestro país. Escritor de difíciles lecturas, en sus novelas históricas, cuentos, relatos, ensayos y prosa poética. Se puede decir que, para él, la escritura, la música y el arte encierran su energía creadora abierta a enfrentar el caos de esta nación y la violencia de las metrópolis. Tiene en su escritura una respuesta abierta y critica a los males que nos aquejan y a estas violencias que nos desangran. Pablo Montoya, es un escritor insólito, imaginativo, con preferencias por la novela histórica, el arte y la música en el que la imaginación actúa como un trapecio de la memoria, donde lo oculto, lo inesperado, lo sorpresivo, lo histórico, la profundidad del dato analizado cobra un nuevo sentido. Él tiene una rara energía para el trance de la creación literaria. Su imaginación no mengua, al contrario, se vuelve expresión suprema de la memoria, el hecho histórico y la libertad. Su obsesión por narrar de otra forma la violencia, es como un espejo que da sombra a su vida literaria, entre la música, la historia y el arte. Híbridos genéricos que trazan sus viajes, sus mundos literarios y sus personajes. Vale la pena leer el libro: “Habitantes”, en cualquiera que sea su edición, la primera, segunda o tercera, la necesidad de poetizar la ciudad y salir de este caos de la violencia.

domingo, 13 de marzo de 2022

AURELIO ARTURO / Raúl Alberto Mejía

 


AURELIO ARTURO

Raúl Alberto Mejía

 

1

Infaliblemente, al re leer poemas de Aurelio Arturo o al pensar en él, su época, la nostalgia recupera rutas un tanto olvidadas. “Muchos años después” a su muerte, fuera toparse con aquel libro que le publicó el Instituto Colombiano de Cultura en la década de los setenta. Hasta ese momento, ignorando anexos, contenía su obra completa: condensado cúmulo de treinta y un textos, amén de traducciones y ensayos sobre sí desde autores que, en su mayoría, lo conocieron y/o lo trataron. Ese volumen es, incluso, más sucinto que la totalidad publicado por Juan Rulfo. Algunos como el a medias o totalmente olvidado Rafael Maya, tuvieron el privilegio de conocer los primeros poemas de Aurelio Arturo; otros, como Charry Lara, citan el histórico momento y lo consecuente a la publicación en 1942 de” Morada al Sur”, hito lírico en este país cribado de poetastros execrables.

Y si, cuarenta años después, heme hojeando, leyendo, asombrándome ante su lenguaje elaborado, denso, pleno de sugestiones y poesía de altísimo nivel. No se leen sonetos, décimas, trasnochos románticos o nada de la edulcorada poética de los poetas españoles contemporáneos (con excepciones) y, peor, de aquellos bardos nominados como los “Nuevos” o “Piedracelistas” -allende compartir lustros-. No, sentía el regocijo de leer versos extensos, calculados adjetivos, arrasadora nostalgia, fuerza que siempre trasciende y que en sus poemas es atemporal. “¿De dónde este caballero, es colombiano?”, inquietud asaltante. Sólo vivencia similar antes: la obra de Silva. Sólo una posterior: la brevedad citadina de José Manuel Arango. ¿Otros? ¡Tantos para tantos!, imposible sustraerse al hedor del país de poetas: millardos entre desbordes, lagrimones, versitos serviles limpiando vitrinas y letrinas.

 

2

Considero que pocas cosas fastidian más que el escoger lo mejor, grande o importante al decidirse sobre lugares, música, autores … Es absolutamente normal (y subjetivo) que el sitio amado, comida preferida, melodía o, para este caso, poeta, sean para cada uno de nosotros los mejores, grandes e importantes, por encima de lo demás. Sea, es maña que nos obsede: la discusión y delirantes litigios parten al contrastar con lo inferido por semejantes. Éxitos ante coincidencias, improperios, sangre o amenazas al darse desencuentros. ¡Cliché viejo, aburridor!, pero sin solución a la vista. No damos, como se dice, el brazo a torcer. ¿Por qué? Libre albedrío, aunándose a perennes estulticias que instan a terquedad totalitaria. Siendo así, de regreso a lo esencial del asunto, podría deducirse que el poeta colombiano del siglo XIX fue José A. Silva, ¿quién otro? ¡Ah bueno!, no faltará quien cite a Pombo; algún rezagado conservador dirá que Miguel Antonio Caro o el hacedor de estrofas Rafael Núñez, eso sin contar al ominosamente encumbrado Guillermo Valencia. No hay tal, asumo que existe unanimidad acerca del malogrado bardo capitalino. Ahora, tan poco compleja escogencia, adquiere tintes dramáticos y épicos al allegarse al siglo pasado: vaya lío, vaya espanto, vaya derroche de libracos, antologías, apuestas, liderazgos. ¿Quién? ¿Acaso (de nuevo) el delirante de versos parnasianos, un errabundo Porfirio o el tahúr de semánticas León de Greiff? Un tris contemporáneos a él, los piedracelistas, en especial el padre de cierta poetisa suicida, Gaitán, Cote, Mutis; aquel único entre los Nadaístas, Amílcar Osorio o el oligofrénico Raúl Gómez J. ¿Quién?  

Insisto en dos nombres ya referidos: Aurelio y José Manuel Arango, siendo este último enlace hacia la centuria que transitamos. Sin importarme unanimidad, diría que el principal bardo colombiano del siglo XX fue y es Aurelio Arturo. Decisión -con su matiz de irrelevancia- a la que (tal vez) se sumarían otros lectores serios de poesía. ¡Caramba!, el pandemónium se avizora al colegir que del siglo pasado todavía quedan, quedamos muchos: ¿nos apuntamos para este, pleno de virus y profecías temibles? Será exponencial la dificultad que tendrán nuestros descendientes -si es que les llamara la atención- al escoger su poeta local del siglo XXI. ¡Ah degollina!, necesitarán lo máximo de inteligencias artificiales para tamaña proeza. No imagino semejante hazaña, en vista de la inmisericorde contaminación de poetisos(as) con billones de poemitas sin piedad.

 

3

De una u otra forma siempre estamos hablando de los muertos, es un antropológico tic, inevitable. La verdad, no se trata de configurar rápida clonación en cuanto al acontecer vital, rastreable de un ser tan hermético como Aurelio Arturo: que dónde estudió, novias, amigos de infancia, primeros pecados bienales, mortales, decisiones jurídicas, esbozos, tertulias. Si habló bien o mal de este, aquel, trasuntos misóginos en pro de satisfacer morbosidad de parte de ateas e hiperfeministas, etc. No, ello es farándula mediática; sin embargo, como es apenas obvio, deben señalarse fechas liminares, comenzando por 1906 y 1974, indicando su tránsito existencial. Nace en La Unión, Nariño, departamento siempre proclive a NO sentirse muy colombiano, distante de Bogota como el cielo del infierno. La amada patria, en su “torpeza” insaciable padecía (todavía) efectos devastadores de la guerra de los mil días, escinción de Panamá y corrupción tan antigua como la sed de los desiertos. Niñez agreste, vasta, sin apenas adminículos. Hacia los años 1931-1934, publica sus primeros poemas en la prensa capitalina. Se infiere que ha debido viajar joven a Bogotá, allí estudia y, de hecho, permaneció en dicha ciudad hasta su muerte. Es Rafael Maya quien incide no sólo para la publicación de sus primeros versos, sino para otorgarle un premio a comienzos de la década de los sesenta. ¿Cuáles fueron de su breve obra? Lo ignoro, desidia cabalgante. El atrabalario estado de entonces (y para variar) vivía imbuido en rencillas políticas: tras eterno dominio conservador, el partido liberal se había hecho al poder (aprovechando división del bisabuelo de histérica congresista). Ha pasado primera guerra mundial, quiebra económica de la bolsa de New York. Se gradúa de abogado y, con el tiempo, será juez de la república.

1942, medianía de feroz guerra mundial. Camus recién ha publicado “El Extranjero”, hacemos parte de los aliados, extraviados submarinos Nazis parcialmente se asoman, jóvenes poetas piedracelistas entrevistan al pomposo autor de Los Camellos y, en fatal conteo, el camorrista estado da puntadas hacia siguiente catástrofe social que ocurrirá en 1948. “Morada al Sur”, el más excelso poema patrio del siglo pasado aparece en aquel año (1942), publicado en revista de la universidad Nacional: ¡por fin algo de calidad, en buena hora! Lamentablemente, hacia 1974, tras concluir el episodio del Frente Social, en plena decadencia del penoso Nadaísmo, fallece el poeta. Once años antes ha recibido un premio, es conocido entre selecto grupo de intelectuales, vive con emoción las publicaciones de “Golpe de Dados”. Colombia ya no es aquel país tan incomunicado, se ha ido a la luna, el LSD ha hecho estragos, suceso mundial ante publicación de “CIEN AÑOS DE SOLEDAD”, furor científico y tecnológico. Muere Aurelio Arturo con la fallida promesa de escribir poema épico sobre la conquista de América.

 

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“Morada al Sur” o de como la evocación al ser magníficamente descrita, adquiere un summum de belleza lírica perenne: “[…] el sueño me alarga los cabellos”.

“Morada al Sur” es a juicio de no pocos, el poema más importante que se haya escrito en este inmarcesible país de aedos en los últimos ochenta años. No faltarán quienes piensen lo contrario y ofrezcan a cambio otros títulos. En ese volumen editado por el Instituto de Cultura, en su “Biblioteca Básica Colombiana” 1977, a cargo de Santiago Mutis y Juan Gustavo Cobo Borda, la casi totalidad de quienes aportan escritos sobre el poeta, admiten la impronta, el hecho relevante de hallarse ante el más extenso de los poemas de Aurelio Arturo: versos estupendos, frescas resonancias, profundidad no vista en el acontecer farragoso/retórico de los vates locales. Tono nuevo en aras de dejar atrás modernismos finiseculares, galimatías con olor a río Cauca, imitadores de Neruda, de lo peor de Juan Ramón Jiménez y epígonos desopilantes del mediocre Surrealismo … Nada de eso o muy perfectamente subliminado (recuperando resonancias del espléndido Expresionismo); lo cual, para efectos prácticos, podría propiciar discusiones prolijas, bizantinas.

“Morada al Sur” es un poema dividido en cuatro estrofas con notable presencia de cuartetos asonantes, a lo largo de ciento quince versos. Poema extenso, no en demasía si le compara con otros que rayan los varios centenares; empero, sí demasiados ante delirante expresión de autores sintéticos, reducidos como madera aglomerada. El asunto de la brevedad -tan cuestionable-, es evidente al otear lo poco que Arturo publicó. En “Morada al Sur”, aquel “te hablo” es imperativo no sólo para percibir lo habitado/vivido, sino para revivirlo: “[…] te hablo de una voz que me es brisa constante”. En Kavafis la evocación es, generalmente, de carácter erótico, en Aurelio Arturo es más edénica: nacen el mundo, lo vegetal y elementos afines a lo visible.

“Morada al Sur” y tantos de sus versos memorables: “las abejas doradas de la fiebre” … Francamente debería pagar derechos de autor, admitiendo tremenda influencia de dicha metáfora entre actos fallidos, asaltos presurosos de musas, amén de manierismos soterrados. Arrasadora imagen, propia del léxico y contexto de sus agrestes retratos.

“Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo” … Hojas verdes, revestidas de rocíos, resultado del humus, gleba, fuerzas terrestres, matriz vivencial. El particular mundo de Aurelio Arturo nace de allí y lo colateral a tal eclosión se volverá exponencial.

“El viento viene, viene vestido de follajes” … Será renombrado ese mismo “viento” hacia el final cuando sintetice, tras impactantes versos lo descrito: “[…] he narrado/el viento;/solo un poco de viento”. Viento que mece, transporta, anuncia, comunica problemas, albricias, desgracias. ¿Mensajero lírico? Sin duda.

Noche, horizontes, quietud, sombras, conmociones sensitivas … En “Morada al Sur” asombran pluralidad de lugares, nostalgias, contornos puros y no por ello menos terribles, ese inevitable tránsito desde lo emergente hasta lo que resista el olvido. Confesión sosegada, ha debido tardarse un buen tiempo en la escritura de este poema o, al menos, en darlo a conocer.

Llama la atención el uso sin miedo del verso extenso, despreocupación por el adjetivo, tiempos verbales en su mayoría de un pasado en proceso, allegándose al presente dinámico, en evolución: “subían, salía, principia”. Líneas sin temor de márgenes: “[…] Te hablo de noches dulces, junto a los manantiales, junto a cielos”. Este verso, en manos de poetastros sintéticos, los llevaría a publicar uno de sus poemitas así: “Te hablo de/noches dulces/junto a los manantiales/junto/a cielos” (sic.) No en Aurelio Arturo, pese a que en su obra NO teme al verso corto, como ocurre en los bellos poemas “Yerba”, “Palabra”.

Imperdonable y así deteste las citas, dejar de anexar lo escrito por Fernando Charry Lara, a propósito de “Morada al Sur”:

“[…] A sostener este entusiasmo, a fomentarlo, contribuyó la aparición, en 1942, en la extinguida REVISTA DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL, de su poema “MORADA AL SUR”, que no debe dudarse en calificarlo como a una de las más hermosas y delirantes manifestaciones de la poesía colombiana. Una entrañable voz americana, una voz llena de sueños humanos, una voz alerta a nuestro paisaje y a nuestras cosas, no deja de escucharse, turbadora dentro de su ardiente sencillez, en la lectura de esta obra”.

   

COLOFÓN

¿Vigente Aurelio Arturo? Ambigua respuesta. Nuestra displicencia idiosincrática es devastadora. ¿Se escribe en la actualidad sobre el liróforo nariñense? No podría refutarlo, requiere pesquisas, mayor interés. Algo sí me luce lapidario en el sentir mediático: en redes, secciones culturales, revistas literarias, festivales, antologías al por mayor, Aurelio Arturo es un ausente colosal. ¿Será que este importantísimo escritor se ha ido convirtiendo en herrumbroso trofeo de museos intelectuales? El devenir de un autor como sujeto suele ser irrelevante, pero el de su obra atraviesa, a veces, un azar bizarro: queda poco de aquellos “Zeus” del olimpo o parnaso patrio, caso Germán Pardo García y otros citados, a lo sumo tumbas olvidadas, egos vertidos en cenizas. ¿Sufrirá Aurelio Arturo igual suerte? Sea, hay sinergias que desbordan fanatismos, llantos luctuosos. Supe de un concurso en su honor, ¿todavía existe? ¿Hay cátedra sobre él en las escasas facultades de literatura?

Al margen de “Morada al Sur”, por supuesto, conviven poemas singulares: cantos, odas al trabajo, enunciación de hermanos en ámbitos melancólicos. Muere a los 68 años, poco antes del accidente de Gonzalo Arango. ¿Inéditos? Lo desconozco, habría que acudir a sus herederos. No puede olvidarse su faceta de traductor: en ese volumen se leen preciosas traducciones. Dijo admirar (o preferir) la poesía escrita en inglés, ante lo cual asentiría Borges. En lo personal, prefiero la escrita en alemán. En par años, 2024, será el cincuentenario de su muerte, ¿instante para regresar a tan hechizante lírica? ¡Que al menos te conozcan hiperactivos poetisos, as, quienes evitan lenguaje elaborado, atrevimiento al intentar poemas “medianamente” extensos y versos sin miedo a márgenes! Ya veremos …