Hotel Bolívar (Fotografía de Gabriel Carvajar, 1960
Nimbo en ciernes o lo que sí fue olvido
Rubén Vélez
Entre las calles Maracaibo y Oriental de nuestra ciudad, se
levantaba un hotel de tres estrellas que en sus últimos años de vida fue
frecuentado por los suicidas y los fanáticos de los fantasmas. Tenía el patriótico
nombre de Hotel Bolívar. En sus habitaciones, los primeros seguían el ejemplo
de algunos personajes de la pantalla grande; se cortaban las venas o ingerían
una sobredosis de barbitúricos. Entraban como turistas y salían como poetas.
Los segundos no conciliaban el sueño para tener la oportunidad de vérselas con
sombras que veían día y noche la otra cara de la luz. Sus relatos al respecto
no convencían a nadie. Entraban como turistas y salían como embusteros. Los
chistosos decían que los fantasmas son arribistas. Existen, claro que sí, pero
sus lugares de aparición favoritos son las mansiones y los castillos de Europa.
En ese hotelucho, lo único espantoso que podría aparecerse sería una rata o el
avatar kafkiano de Gregorio Samsa. A mediados del año 1976, el Hotel Bolívar
empezó a cobrar el prestigio de cosa litigiosa. Dígase casus belli, para embellecerlo o agregarle una estrella. Un alto
funcionario de entonces decidió comprarlo para convertirlo en una clínica de
cuidados intermedios. El vetusto edificio donde se invocaba a la muerte, sería
un centro de sanación para la población de escasos recursos. Estaba a la venta,
por la razonable suma de 33 millones de pesos. Habría que desembolsar una
cantidad similar para que no fuera un hospital de mala muerte. El ascensor para
camillas, cinco millones. Para la adecuación física, quince. Y otros veinte,
para la dotación especializada. En suma, algo así como cien millones. Poco, si
se considera que en lugar de tres estrellas, brillaría la posibilidad de un
sinnúmero de resurrecciones. Eran las cuentas alegres del siempre alegre Héctor
Abad Gómez, un eminente médico que no se cansaba de proclamar, en español y en
latín, la consigna de los funcionarios romanos. Salutem primum. La mayoría de esos poderosos vivían de guerra en
guerra. Primero, la grandeza de Roma. Miles de esclavos hacían hasta lo
imposible para que eso fuera posible. Para nuestros políticos, lo prioritario
ha sido la salud de su bolsillo. El gerente regional del Instituto Colombiano
de los Seguros Sociales, quien obtuvo ese cargo por haberle hecho campaña a
Alfonso López Michelsen, el presidente de entonces, era la excepción. ¿De veras
lo era?, ¿sí o no? No, según un político maoísta que promovió en la Cámara de
Representantes un debate contra nuestro apóstol de la salud pública, por haber
involucrado la firma inmobiliaria de su esposa en la negociación del Hotel
Bolívar de Medellín. Ya existía la correspondiente promesa de compraventa. “Como esta afirmación es absolutamente
calumniosa, me permito denunciar al señor Samper públicamente e invitarlo a que
formule dicha afirmación fuera del recinto, para hacerlo penalmente, por el
delito de calumnia e injuria públicas a una familia como la nuestra, cuyo
patrimonio económico es escaso, pero cuyo patrimonio moral es lo más valioso
que podremos legar a nuestros hijos y descendencia”. A no pocos medellinenses
—en una historia seria no pueden faltar los hijos de puta—, les pareció que el
doctor Abad Gómez no tenía derecho a rebajarse, a presentarse como un miembro
más del estrato de media estrella de los pobres. Era el feliz propietario de
una buena casa en Laureles, barrio de la clase media alta y alta, y su familia
tenía dos fincas valiosas; una, en la zona de cinco estrellas de Llanogrande, y
otra, en La Pintada, donde los ricos de Medellín se untaban de boñiga y
cagajón, cogían color y se olvidaban de todo, hasta de sus cuentas, en la recia
hamaca del corredor con vista al río Cauca. Mamá, ¿somos ricos? No, hijo mío;
digamos que acomodados. Tan esclarecedora escena tiene lugar en la alcoba
conyugal de un inmueble de dos pisos que tira más a mansión que a vivienda de
interés social. Dos pisos. Dos carros. Como el número dos carece de prestigio
mitológico, echamos al olvido esa pobre aritmética. Dos criadas. Alguien
importante que disponía de tiempo y de medios para llevar holgadamente una
doble vida. Hijo mío, se corrige: digamos que muy bien acomodados. Nos quedamos
sin saber si el representante Ricardo Samper Carrizosa estaba o no en lo
cierto. Nunca se sabe con los comunistas. Donde mandan, fabrican verdades a su
medida. “Como se sabe, la compra del
edificio del Hotel Bolívar de esta ciudad, anunciada desde hace varios meses,
dio lugar a controversias en torno a la operación hasta el punto que en una
sesión de la Cámara la entonces ministra María Elena de Crovo tuvo que afrontar
un debate, el cual estuvo a punto de degenerar en violento enfrentamiento entre
un parlamentario y el jefe de la división de atención médica del ICSS, Héctor
Abad Gómez”. ¿Hubo o no una demanda penal contra el seguidor de Mao?, ¿y quién
ganó ese caso, el político de ideas inconvenientes o el médico burgués de
patrimonio económico escaso e incalculable patrimonio moral?, ¿nos falló, una
vez más, la falsa ciega? “El actual ministro de trabajo, Óscar Montoya Montoya,
a poco de asumir sus funciones, realizó con sus asesores inmediatos un detenido
estudio sobre la operación de compraventa, concluyendo en que no debía
efectuarse. Así el Consejo Directivo Nacional, con base en los planteamientos
del ministro Montoya Montoya, aprobó la decisión adoptada por el despacho, y,
en consecuencia, la operación ha quedado archivada”. Oremos para que en las
pulquérrimas manos de Su Santidad no caigan esos recortes de prensa de 1976.
Como se sabe, está en marcha el proceso de canonización del doctor Héctor Abad
Gómez. Un libro exitoso y una película de buena factura nos han hecho ver que
estamos ante un hombre perfecto. Perfectus
vir. En latín, suena a providencia de la Divina Providencia. En ambas
hagiografías se nos asegura una y otra vez que el doctor Abad Gómez no tiene
tratos con el excremento del diablo. No se unta, ni por asomo, de la mierda
esencial. Es un alma gemela del desprendido de Asís. “Un ejecutivo de la empresa Publicidad P.V.C.
Ltda. informó que dos avisos publicados ayer en diarios de Bogotá para defender
actuaciones del doctor Héctor Abad Gómez, jefe de los servicios médicos del
ICSS, fueron ordenados por dicha entidad y cargados a su cuenta. Los avisos
tienen un costo de $24.960, ya que fueron ordenados en espacios de veinte
centímetros por tres columnas”. Sigamos orando, para que un hijo de puta de
Medellín no haga de abogado del diablo ante las instancias vaticanas, y, de
resultas de su rebusca, un hotel de tres estrellas, sea, como el fantasma que
se aparece en las almenas del castillo de Elsinor, la causa de un drama que nos
inocularía el insidioso gusanillo de la duda. ¿Perfecto o casi perfecto?, ¿del
todo digno o apenas medio digno del nimbo de santo? No es bueno ser hamletiano.
Para qué abrumarse de preguntas. Para qué vivir en medio de la bruma. Primero,
la salud de la cabeza.
Rubén Vélez
Medellín, 30 de septiembre de 2021
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