miércoles, 6 de octubre de 2021

Nimbo en ciernes o lo que sí fue olvido / Rubén Vélez

 

Hotel Bolívar (Fotografía de Gabriel Carvajar, 1960


Nimbo en ciernes o lo que sí fue olvido

Rubén Vélez

Entre las calles Maracaibo y Oriental de nuestra ciudad, se levantaba un hotel de tres estrellas que en sus últimos años de vida fue frecuentado por los suicidas y los fanáticos de los fantasmas. Tenía el patriótico nombre de Hotel Bolívar. En sus habitaciones, los primeros seguían el ejemplo de algunos personajes de la pantalla grande; se cortaban las venas o ingerían una sobredosis de barbitúricos. Entraban como turistas y salían como poetas. Los segundos no conciliaban el sueño para tener la oportunidad de vérselas con sombras que veían día y noche la otra cara de la luz. Sus relatos al respecto no convencían a nadie. Entraban como turistas y salían como embusteros. Los chistosos decían que los fantasmas son arribistas. Existen, claro que sí, pero sus lugares de aparición favoritos son las mansiones y los castillos de Europa. En ese hotelucho, lo único espantoso que podría aparecerse sería una rata o el avatar kafkiano de Gregorio Samsa. A mediados del año 1976, el Hotel Bolívar empezó a cobrar el prestigio de cosa litigiosa. Dígase casus belli, para embellecerlo o agregarle una estrella. Un alto funcionario de entonces decidió comprarlo para convertirlo en una clínica de cuidados intermedios. El vetusto edificio donde se invocaba a la muerte, sería un centro de sanación para la población de escasos recursos. Estaba a la venta, por la razonable suma de 33 millones de pesos. Habría que desembolsar una cantidad similar para que no fuera un hospital de mala muerte. El ascensor para camillas, cinco millones. Para la adecuación física, quince. Y otros veinte, para la dotación especializada. En suma, algo así como cien millones. Poco, si se considera que en lugar de tres estrellas, brillaría la posibilidad de un sinnúmero de resurrecciones. Eran las cuentas alegres del siempre alegre Héctor Abad Gómez, un eminente médico que no se cansaba de proclamar, en español y en latín, la consigna de los funcionarios romanos. Salutem primum. La mayoría de esos poderosos vivían de guerra en guerra. Primero, la grandeza de Roma. Miles de esclavos hacían hasta lo imposible para que eso fuera posible. Para nuestros políticos, lo prioritario ha sido la salud de su bolsillo. El gerente regional del Instituto Colombiano de los Seguros Sociales, quien obtuvo ese cargo por haberle hecho campaña a Alfonso López Michelsen, el presidente de entonces, era la excepción. ¿De veras lo era?, ¿sí o no? No, según un político maoísta que promovió en la Cámara de Representantes un debate contra nuestro apóstol de la salud pública, por haber involucrado la firma inmobiliaria de su esposa en la negociación del Hotel Bolívar de Medellín. Ya existía la correspondiente promesa de compraventa.  “Como esta afirmación es absolutamente calumniosa, me permito denunciar al señor Samper públicamente e invitarlo a que formule dicha afirmación fuera del recinto, para hacerlo penalmente, por el delito de calumnia e injuria públicas a una familia como la nuestra, cuyo patrimonio económico es escaso, pero cuyo patrimonio moral es lo más valioso que podremos legar a nuestros hijos y descendencia”. A no pocos medellinenses —en una historia seria no pueden faltar los hijos de puta—, les pareció que el doctor Abad Gómez no tenía derecho a rebajarse, a presentarse como un miembro más del estrato de media estrella de los pobres. Era el feliz propietario de una buena casa en Laureles, barrio de la clase media alta y alta, y su familia tenía dos fincas valiosas; una, en la zona de cinco estrellas de Llanogrande, y otra, en La Pintada, donde los ricos de Medellín se untaban de boñiga y cagajón, cogían color y se olvidaban de todo, hasta de sus cuentas, en la recia hamaca del corredor con vista al río Cauca. Mamá, ¿somos ricos? No, hijo mío; digamos que acomodados. Tan esclarecedora escena tiene lugar en la alcoba conyugal de un inmueble de dos pisos que tira más a mansión que a vivienda de interés social. Dos pisos. Dos carros. Como el número dos carece de prestigio mitológico, echamos al olvido esa pobre aritmética. Dos criadas. Alguien importante que disponía de tiempo y de medios para llevar holgadamente una doble vida. Hijo mío, se corrige: digamos que muy bien acomodados. Nos quedamos sin saber si el representante Ricardo Samper Carrizosa estaba o no en lo cierto. Nunca se sabe con los comunistas. Donde mandan, fabrican verdades a su medida.  “Como se sabe, la compra del edificio del Hotel Bolívar de esta ciudad, anunciada desde hace varios meses, dio lugar a controversias en torno a la operación hasta el punto que en una sesión de la Cámara la entonces ministra María Elena de Crovo tuvo que afrontar un debate, el cual estuvo a punto de degenerar en violento enfrentamiento entre un parlamentario y el jefe de la división de atención médica del ICSS, Héctor Abad Gómez”. ¿Hubo o no una demanda penal contra el seguidor de Mao?, ¿y quién ganó ese caso, el político de ideas inconvenientes o el médico burgués de patrimonio económico escaso e incalculable patrimonio moral?, ¿nos falló, una vez más, la falsa ciega? “El actual ministro de trabajo, Óscar Montoya Montoya, a poco de asumir sus funciones, realizó con sus asesores inmediatos un detenido estudio sobre la operación de compraventa, concluyendo en que no debía efectuarse. Así el Consejo Directivo Nacional, con base en los planteamientos del ministro Montoya Montoya, aprobó la decisión adoptada por el despacho, y, en consecuencia, la operación ha quedado archivada”. Oremos para que en las pulquérrimas manos de Su Santidad no caigan esos recortes de prensa de 1976. Como se sabe, está en marcha el proceso de canonización del doctor Héctor Abad Gómez. Un libro exitoso y una película de buena factura nos han hecho ver que estamos ante un hombre perfecto. Perfectus vir. En latín, suena a providencia de la Divina Providencia. En ambas hagiografías se nos asegura una y otra vez que el doctor Abad Gómez no tiene tratos con el excremento del diablo. No se unta, ni por asomo, de la mierda esencial. Es un alma gemela del desprendido de Asís.  “Un ejecutivo de la empresa Publicidad P.V.C. Ltda. informó que dos avisos publicados ayer en diarios de Bogotá para defender actuaciones del doctor Héctor Abad Gómez, jefe de los servicios médicos del ICSS, fueron ordenados por dicha entidad y cargados a su cuenta. Los avisos tienen un costo de $24.960, ya que fueron ordenados en espacios de veinte centímetros por tres columnas”. Sigamos orando, para que un hijo de puta de Medellín no haga de abogado del diablo ante las instancias vaticanas, y, de resultas de su rebusca, un hotel de tres estrellas, sea, como el fantasma que se aparece en las almenas del castillo de Elsinor, la causa de un drama que nos inocularía el insidioso gusanillo de la duda. ¿Perfecto o casi perfecto?, ¿del todo digno o apenas medio digno del nimbo de santo? No es bueno ser hamletiano. Para qué abrumarse de preguntas. Para qué vivir en medio de la bruma. Primero, la salud de la cabeza.

 

Rubén Vélez

Medellín, 30 de septiembre de 2021  

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