sábado, 29 de agosto de 2020

MEMORIAS APOLÍTICAS NO PERSONALES / Darío Ruiz Gómez

 



MEMORIAS  APOLÍTICAS NO PERSONALES

Darío Ruiz Gómez

¿Memorias o testimonios sobre la experiencia personal en la política o simplemente en la vida? Nietzsche dice que solo queda en la memoria aquello que no deja de doler. Pero en el Diario de Ana Frank sólo hay un amor diáfano a la vida que se le ha negado con el confinamiento y mediante  esa discreción es que deja en nosotros la huella fresca de su infancia perdida. Lo importante es que el yo posesivo de ciertos escritores que se preocupan más por su protagonismo es nada ante la callada  tarea  que tiene el humillado de  descubrir de nuevo  el mundo tratando de encontrar razones para construir una nueva ilusión, un “Carpe Diem” que le recuerde que es necesario : “ exprimir  siempre la hermosa flor del día” porque hoy todo futuro ha sido cancelado. El niño que habita en el hombre y ha sido marcado por el sufrimiento  en la infancia, nunca deja de escribirse cartas de ausencia a la vista del  cadáver insepulto de todos los proyectos colectivos de felicidad, ante  las ruinas de  lo que fueron las grandes ilusiones de nuestros padres. Sobre Iván,  aquel niño que pierde su infancia en la guerra en el film de Tarkovsky,  Sartre recuerda amorosamente: “Esta alma desolada conserva la ternura de la infancia, pero no puede experimentarla y, menos aún, expresarla. O bien si se abandona a ella en sus sueños, si se pone a soñar en la dulce distracción de los trabajos cotidianos,  se puede estar seguro de que esos sueños se metamorfosean inevitablemente en pesadillas” El Diario es personal cuando quien lo escribe se describe –valga la paradoja- ya que para ello necesita partir de la modestia que constituye el más respetuoso punto de vista sobre los otros. Hay quienes confunden el escribir un Diario con una enumeración de cifras, de nombres famosos, olvidando que desde que un niño o una niña cobran conciencia de su existencia ya son seres envueltos por la política porque la política como un fatalismo tiñe de horror  sus  primeros recuerdos, Iván se pierde en la noche del horror pero Tarkovsky  recobra su diario suplicio y su inefable nobleza a través de sus ojos sin lágrimas. “Desde que tengo uso de razón, me contaba mi papá  moribundo, no he visto sino matar gente en Colombia” Asesinatos brutales, rituales de maldad extrema que nunca fuimos capaces de situar en su verdadera dimensión moral, miles y miles de niños  sacrificados inútilmente por asesinos juzgados por jueces de su misma calaña. Ya que por anticipado  hemos llegado a conocer el nombre y la filiación de los asesinos de niños pero preferimos que unos medios de comunicación degradados ad infinitum los disimulen para comodidad de nuestra mala conciencia.

Esta falta de escrúpulos y de vergüenza  es la causa de que sepamos tan poco de nosotros mismos, de nuestra incapacidad enfermiza para darle al atropello  que  supone el reclutamiento de los niños la dimensión de ofensa mayúscula y prefiramos quedarnos  en lo atávico demostrando así nuestra incapacidad de acceder a una sociedad racional regida por la justicia. Fusilar a unos niños es la mayor de las atrocidades de las cuales son culpables tanto los  verdugos  despiadados  como los crueles cerebros que pusieron en marcha esta maquinaria sangrienta de las FARC y el ELN. Pero también los imperturbables “historiadores materialistas” que consideraron como “una  necesaria  entrada en la historia” el asesinato y reclutamiento de cerca de 17.000 niños y niñas la mayoría de los cuales no volvieron a casa y nadie conoce donde están enterrados mientras “El Congreso se divierte”. ¿Qué sabemos de los diarios de los niños y niñas escritos en el viento, de esas cartas desaparecidas en la hojarasca de los montes? Los niños nos miran: no dejaré de repetir entonces que el juicio a los asesinos de niños no puede ser solamente un juicio político sino una condena moral.  

lunes, 24 de agosto de 2020

H.D. Thoreau: La escritura de la niebla / Darío Ruiz Gómez

 

 

Estos textos sobre la tarea de escribir y sobre el oficio del escritor entresacados de sus Diarios nos indican la manera en que Thoreau  entendió que la escritura que funda una realidad  para legitimarla históricamente, exige de salida la paciente tarea de adentrarse en ésta, para, de este modo, ir  descubriéndose hacia  el ritmo interior de sus coordenadas espirituales, hacia el palimpsesto que está disimulado bajo las apariencias de una realidad avasallada por las palabras del invasor, por taxonomías ajenas y por lo tanto incapaces de conceder y reconocer la  multiplicidad de un mundo nuevo, de una nueva sociedad que, por lo tanto, frente a unas formas culturales impuestas,  reacciona,  reconociéndose en las taxonomías y gramáticas, veladas, pero presentes como metáforas en las texturas de los robles, en las distancias sin medidas de lejanos parajes, en el país de la niebla ,en los desconocidos colores de una patria por hacer, en una cotidianidad construida bajo nuevas costumbres.

 

 

 

Escribir es escribirse al mismo tiempo pues la escritura que se busca debe ser auroral y a la vez debe convertirse en el hábitat ético para el ciudadano que va a justificar la nueva democracia. No como una consigna política sino como tarea espiritual definida a partir de esta tarea de dar nombre a lo que carece de nombre, a lo que ha sido nombrado impropiamente. El bosque no es en este caso el símil de un concepto de naturaleza sino la vida como historia personal y en relación permanente con las voces y murmullos de estos horizontes salvajes, de estos bosques y lagos sin dueños: no la abstracta Historia hegeliana, no la botánica de Linneo sino este fluir del ser, del existir en los elementos primeros de todo significado. Tarea del escritor definiéndose frente al lenguaje impuesto. Lo salvaje es así este estado de permanente verdesencia, de convertir, estoicamente, la dificultad en una pregunta que no cesa, de hincarse sobre la tierra que fue del crudo invierno y vuelve milagrosamente a permitir el brote de los tallos, de las nuevas palabras:” El poeta debe pisar de vez en cuando la pista del leñador y el sendero del indio para beber y fortalecerse en una nueva fuente de las Musas, lejos en el último recoveco de las tierras salvajes”. Aquello que no se ha dicho es el territorio de la escritura. ¿Descubrir las imágenes, las metáforas en los lugares de origen no fue acaso la tarea que hizo posible la revolución de la lírica inglesa de Woodsworth, de Dryden, de Pope, Burns?

Caricaturizado por desolados hippies, Thoreau replantea la escritura de quien ha convertido la tradición occidental en una opción necesaria pero no hegemónica ante este borbollón de vida que aparece ante sus ojos. Por eso estas consideraciones sobre la escritura son profundamente rigurosas en la medida en que fijan una metodología de conocimiento no con el entusiasmo vacío del patriota sino con la propiedad y la robusta erudición de quien conoce tanto a Voltaire como el estoicismo de los pielrojas”. 

Es claro que para Thoreau el describir se debe dar mucho antes que el narrar porque el estilo es el hombre en la medida en que el lenguaje que trata y debe convertirse en escritura necesita pasar primero por el tamiz de la experiencia de la vida que en este caso es nada menos que una realidad que carece de su verdadera gramática ya que es una realidad virgen, o sea, una realidad sin escritura. El concepto de frontera acuñado para describir el proceso de la cultura norteamericana se hace cierto pues Thoreau sabe que debe de salida hacerse a una tradición, creándola, tal como Emerson la crea. Antes de morir dijo “pielroja” y “alce” corroborando la conciencia de estar habitando en una nueva tradición, de morir en una nueva escritura.

Conceptos como naturaleza, como botánica definidas en el cuadro del conocimiento de la cultura europea tal como las describe Foucault, son relativas e insuficientes en el caso de la naturaleza que Thoreau enfrenta y por eso éste nos recuerda que frente a ese obstáculo epistemológico su escritura necesita de “volver a nombrar la flor olvidándose de la botánica”. Nombrar para Thoreau es reconocerse en la historia de ese árbol, del añoso roble del cual brotan ininterrumpidamente asociaciones de imágenes que vienen a ejemplificar la presencia de un pensamiento no escindido entre la vida como premisa y la cultura, de ahí que nombre no para clasificar sino para salvaguardar la inocencia auroral de aquello que lo rodea. El film de Terence Malick “Un mundo nuevo” plantea lo que supone este shock entre las dos miradas, la del indígena y la del invasor, pues de este modo alcanzamos a entender el alcance de aquello que viola el colonizador al no reconocer en el aborigen lo que Todorov llama con justicia el problema del reconocimiento de la identidad del Otro.

La tentación de caer en denominadores gratuitos como panteísmo obedecería a una detestable manía clasificatoria donde quedaría por fuera lo importante para Thoreau: confundirse con aquello que lo rodea, no el vacío sordo del apartado de sí mismo sino el augusto silencio de los bosques huéspedes primeros de la tierra.” En el orden del conocimiento, dice, todos somos hijos de la neblina”. Para el sujeto burgués occidental el extrañamiento de sí mismo comienza por la evidencia de haber sido expulsado, para siempre de la tierra y del mundo. La larga elipse que deben dar Jacob Bhoeme y Angelus Silesius para recuperar la unidad de la vida y del mundo y encontrar de nuevo la imagen de Dios en la planta más humilde es un camino tortuoso que, naturalmente, Thoreau desconoce. ”La explicación más poética de los objetos es, por lo general, la de quienes los observan por primera vez, o la de sus descubridores…”-Ibidem pp 75-

Alberti en el comienzo del Renacimiento lloraba mirando los dulces y evocativos crepúsculos ya que estaba descubriendo el nacimiento de su yo a través de algo desconocido o por lo menos no aceptado aun como una vía legítima de conocimiento: las emociones. Porque cuando una razón instrumentalizada seca la emoción, rechaza el derecho de la estética a las lágrimas, para colocar en su lugar una inteligencia neutra, las poesía se aleja de inmediato de las  palabras, de ese horizonte por denominar bajo la estética de una nueva razón que incorpore, como reconoce Adorno, la fuerza sublime de la emoción que sacude nuestro ánimo al invitarnos, tal como lo hace Thoreau a estar en este mundo y ser solidario con él. La mirada desde el Renacimiento se constituyó en la única vía legítima de conocimiento, de ahí el distanciamiento moral del creador artístico respecto al mundo, respecto al orden de las cosas. Pensar en una nueva unidad del alma y el mundo consistiría entonces en la recuperación de los cinco sentidos. Es la importancia decisiva que Thoreau concede al olfato en la escritura.

O sea que Thoureau es muy explícito en el momento de aclarar lo que entiende por salvaje en lo que a la literatura se refiere: “Mediocridad no es más que otro nombre para la docilidad.  Lo libre e incivilizado, el pensamiento salvaje de “Hamlet” y “La Ilíada…” (pp.99) con lo cual trata de dejar atrás aquello que la opacidad de la Historia y las falsas taxonomías culturales europeas imponen: la palabra en carne viva, el sentimiento trágico pero bajo estas circunstancias a-históricas, las invisibles aporías que corren por la sangre de cada ser sin distinción alguna y lo conducen a buscar una salida propia en medio de un escenario sin nombre. Proceso del abandono consciente de una codificación jurídica, de una identidad con nombre y apellido, para, asumirse como salvaje tal como lo ilustra el J. Johnson de Sydney Pollack.

Asumirse bajo esta condición hace posible que la condición existencial de lo salvaje, el campo no roturado, el barbecho, el risco soberano, la maleza –recordemos el texto de Heidegger al respecto- se conviertan en puntos de partida de un nuevo lenguaje, en inéditas propuestas de escritura, para acceder a lo que es aún lo indecible, lo que espera tener el nombre exacto, lo que constituye la vasta geografía de lo innombrado, resquicio de la palabra para recuperar no el sentido sino las propiedades existenciales del silencio que crece impávido sobre los esteros anochecidos, arropando así las errantes luces de los muertos.  Corman Mc Carthy se asoma a este ser bajo las premisas que impone como tiempo y espacio  esta innúmera naturaleza, enmarcando el relato en la sin-razón de la violencia, mostrando el contraste entre la fragilidad y lo cruel de lo humano frente el orden mineral y vegetal, orden que exige otra mirada para entender sus normas y leyes propias a través de los cuales se rige.  Orden frente cual brota nuestra nostalgia de lo sagrado, nuestra dolorosa constatación de permanecer aún a las puertas del paraíso. La naturaleza como abismo tal como la concibieron los románticos o esta naturaleza y sus costumbres como el encuentro con lo primordial, con el único significado.

“Acaricio también formas vagas y misteriosas, más vagas cuando la nube que contemplo se disipa y no se ven sino las profundidades del cielo” (pp.39).  Siempre, Thoreau está insinuando la necesidad del mito, por lo tanto acude prontamente a aclarar el alcance  del mito griego en la medida en que entiende que, más allá de lo que mira hay presencias intangibles que se hace necesario tener en cuenta en la escritura, algo irracional que escapa a la bondad del puritano que busca un consenso con la naturaleza como necesaria armonía y no como la desgarradura que identifica al sentimiento trágico occidental como escisión fatal del yo y el mundo.

Escribe algo al respecto asombrosamente premonitorio: “el poeta escribe la historia de su cuerpo” (pp.58).  Esta bondad de habitante admitido por los bosques lo llevará a impugnar las leyes impuestas por un Estado abstracto, intolerante, buscando equilibrar el orden de las cosas en la práctica cotidiana con el hálito conmovedor de los argumentos de la naturaleza: “Como todas las cosas son significativas, todas las palabras han de ser significativas” (pp.59).

Vemos aquí que su actitud es inversamente opuesta a la de un Artaud, a la de un Sartre ya que su proceso creativo y existencial no conduce hacia un non-sense sino a buscar y encontrar un sentido de la escritura que sólo puede encontrarse en un vocabulario virgen y esta tarea se cumple no cayendo en la enfermedad, en la paranoia sino gozando de una excelente salud mental, la salud de un trampero, el estoicismo de un indio, de un gambusino.  Con la intuición y la clarividencia del poeta instalado en la aurora nos ha dicho: “Parece como si las cosas se dijeran rara vez y por azar.  En la medida en que veamos, diremos.  Cuando los hechos se ven superficialmente se ven en relación con el azar de cierta institución” (pp.58).  Inmediatamente se refiere a la necesidad de expresar este enunciado desde una mayor profundidad, “de manera que el oyente o el lector no los reconocieran ni captaran su significado desde la plataforma de la vida corriente, sino que tengan necesariamente que ser traducidos, o transportados, para poder entenderlos”.

Aclara igualmente el poder de los hechos de los humanos y los bosques como marco de sus imágenes, como “material de la mitología que escribo”.  Mitologías que son “hechos perceptibles, pensamientos que el cuerpo ha pensado” (pp.59).  A ratos tiene uno la impresión de que Thoureau da vueltas alrededor de una idea fija de la cual no logra desprenderse para entregarse a otro lugar del paisaje, a las incitaciones de otros horizontes, pero la fuerza intuitiva de su estoicismo –genuina disciplina del alma- lo retienen en un espacio casi puritano que, peligrosamente, lo conducen a asumir un tono de predicador.

 

 

Pero finalmente la obsesión en la tarea de construir mentalmente una nueva escritura le permite escapar de estas tentaciones y regresar como le reclama su vitalidad, a la condición del verdadero poeta en los vientos que se convierten en ventiscas, en la garza que levanta el vuelo cerrando el crepúsculo, en los dibujos que sobre el cielo traza el halcón.  Leer “Pensamientos del paseante solitario” de Rousseau es situarse en una visión antagónica a la de Thoureau ya que el concepto de naturaleza constituye en este último un espacio vital legitimado por un argumento que quiere dejar a un lado  la Razón occidental y no por aquello que trata de recuperar Rousseau: el perplejidad, la emoción, estadios propios de un propuesta de conocimiento que quiere regresar a la edad de la inocencia, que quiere escapar de la cárcel de la historia.  Rousseau sin embargo no ve la planta, la clasifica y la inscribe en una taxonomía científica.

A partir del Renacimiento, tal como se ha señalado, el ojo domina y excluye categóricamente los demás sentidos lo que conduce a una mirada que racionaliza la realidad oponiéndose al sentimiento, sobre todo al poder cognitivo del instinto.  En Thoreau los que actúan a la vez son los cinco sentidos: “Un hombre no ha visto una cosa si no la ha sentido” (pp.96).

Revisar la mitología en su caso no significa caer en ninguno de esos enfoques de tipo antropológico al cual continúan aferrados tantos escritores latinoamericanos que siguen hablando de la identidad “nacional” y de la “magia”, en Thoureau la tarea es clara: volver a nombrar la flor olvidándose de la botánica.  ¿A partir de qué momento podemos hablar entonces de ficción en el proceso de la escritura de Thoureau?

Precisamente porque no cae en la trampa de los llamados géneros literarios es que la escritura de Thoreau lleva en su interior el halo del misterio, la conmovida transparencia de la niebla que conoce a los muertos que vagan por los bosques, por los litorales y los desfiladeros en un infinito diálogo con las cosas. “La realidad es apenas parte de lo que veo”, enunciaba Paul Klee.  Thoreau no parte de la literatura, sino que viene de este hálito estremecido que caracteriza a la primera palabra, caligrafía que es imagen de lo visible en lo invisible, de la figura y del espectro que la persigue.  Por eso a Thoreau se le puede aplicar aquello que dice Pascal Guinard en su “Retórica especulativa”: “cada hombre no debe ser más que un sentimiento, si es un hombre”.

“Escribir” una antología”. Pretextos. Diciembre del 2007.Traducción de Antonio Casado de Rocha, Javier Alcoriza, Antonio Lastra.

 

 

 

jueves, 20 de agosto de 2020

Hábitos sucios: apuntando hacia una visibilidad lésbica en el cine colombiano contemporáneo / Karol Valderrama-Burgos

 

Carlos Palau, director de Hábitos sucios


  Karol Valderrama-Burgos

Hábitos sucios: apuntando hacia una visibilidad lésbica en el cine colombiano contemporáneo (1) 

Karol Valderrama-Burgos

Investigadora de cine en estudios latinoamericanos y de género

 

“¿En perseguirme, mundo, qué interesas?

¿En qué te ofendo, cuando sólo intento

poner bellezas en mi entendimiento

y no mi entendimiento en las bellezas?”

                 Sor Juana Inés de la Cruz

 

Afirmo con valentía y optimismo que hacemos parte de una generación que busca deconstruir nociones sobre quiénes debemos ser y que han sido base de múltiples telos socialmente impuestos por años, a propósito de la programación que ofrece este 2020 el Festival de cine de Jardín – que se llevará a cabo del 18 al 22 de agosto de 2020 en línea –. Asimismo, tal y como su eslogan “Cine cuir. En busca de una nueva humanidad” lo acentúa, este evento promueve la búsqueda de una humanidad en la que las categorías binarias de género son desafiadas a través de múltiples e interminables miradas sobre los seres humanos.

Desglosar esa búsqueda apunta a comprender que, tanto nuestras sociedades como sus productos culturales, están constituidos por la multiplicidad de géneros. Además, dicha experiencia enfatiza que hacemos parte de una era en la que se hace esencial re-conocernos y construir una cultura de tolerancia, inclusión y diversidad desde diferentes latitudes, como sucede justamente con lo que el cine cuir ofrece.

Es posible que el cine colombiano parezca estar “atrasado” en cuanto a tener estas conversaciones (en comparación con otros contextos sociales y geográficos cercanos), pero lo que marca una pauta sin precedentes en este presente es que el Festival, siendo posiblemente uno de los primeros que se enfoca en estos temas, demuestra que la conversación sobre los derechos LGBTIQ+ se está dando de forma abierta, continua y colectiva, no solo dentro de la cultura visual, y que podemos aportar para que, en sintonía con lo que expresaba Sor Juana Inés de la Cruz, suceda de forma libre, bella y sin prejuicios.

A continuación, comparto algunos fragmentos del artículo original y titulado como este texto, el cual estará publicado en el catálogo del Festival (disponible en https://festicinejardin.com/)


 

[…]

Aunque influenciada por ideologías patriarcales en varios aspectos y con algunos detalles bastante debatibles para esta época, la película Hábitos sucios de Carlos Palau, estrenada en 2003 [que puede ser vista a través del canal de YouTube de su director: https://www.youtube.com/watch?v=NEf6FqWX6sE], es la primera película colombiana de ficción del siglo XXI en aventurarse a la reformulación de la imagen perpetuada de la mujer heterosexual, aquella que históricamente ha sido vista como pasiva y objeto de deseo desde la mirada exclusivamente masculina. Esta producción, sin ser el modelo perfecto en representaciones cuir sobre la mujer, toma hoy un sentido diferente y relevante. Casi veinte años después de su realización y lanzamiento, no cabe duda de que es una alternativa para una comprensión cultural más amplia del mundo femenino en el contexto colombiano y contemporáneo.

[…]

Aunque la revolución sexual del siglo veinte promovió la liberación femenina en varios niveles, las películas [colombianas] realizadas desde la década de los setenta se mostraron, si no tímidas ante el tema, heteropatriarcales al explorar dicha emancipación. Si bien películas como Amazonas para dos aventureros (Ernst Hofbauer, 1974), Erotikón (Ramiro Meléndez, 1984), La mansión de Araucaima (Carlos Mayolo, 1986), e Ilona llega con la lluvia (Sergio Cabrera, 1996) proponen o sugieren implícitamente personajes femeninos lésbicos o bisexuales, todas redundan en ofrecer una mirada masculina posesiva y dominante sobre sus cuerpos y deseos. Estas mujeres no solo resultan satisfaciendo fantasías patriarcales, sino que también, tal y como sucede con las dos últimas producciones mencionadas, terminan muriendo y siendo castigadas narrativamente. De todos modos, cambios radicales surgen durante este nuevo siglo. Es así como la película Hábitos sucios (Carlos Palau, 2003) es la primera producción después de la Ley del Cine que aborda de manera directa temas de lesbianismo y homoerotismo femenino. Si bien no fueron su centro narrativo ni resulta un modelo completamente satisfactorio para lo que sería una representación completamente desligada de un contexto patriarcal, esta película es pionera en romper un discurso cinematográfico que ha tendido a silenciar, ignorar o limitar las subjetividades lésbicas.

[…] 

Además, desde una perspectiva religiosa y dentro del contexto colombiano, el título de la película actúa como doble metáfora. En primer lugar, el título señala el tema principal de la película, el caso de la hermana Gloria del Valle (Carmiña Martínez), igualmente incriminada por la desaparición de una de sus compañeras, la Hermana Beatriz (Andrea Quejuán), y con quien posteriormente es asociada/juzgada sentimentalmente. En segundo lugar, el título se posa sobre un tema que resulta secundario para el desarrollo de la película, pero central para reconocer rasgos cuir en el cine colombiano contemporáneo, y es el hecho de retratar encuentros secretos y romántico-eróticos entre cuatro monjas de un convento. Por ende, estos personajes subvierten sus roles y votos de castidad, aunque no dejan de ser entendidos desde una moral católica y patriarcal, “manchando sus vestiduras.”

Aunque Hábitos sucios es una producción que devela tensiones fuertes sobre quién y qué se representa del universo femenino, es una película que logra alterar el marco de referencia dominante sobre la sexualidad femenina. Es así como personajes como la Hermana Esperanza (Alejandra Escobar), las novicias Nicolasa y Gertrudis (Liliana Belmonte y Angélica Belmonte), y la Superiora Fanny (Adelaida Otálora) replantean la tendiente existencia implícita de personajes lésbicos en el cine de ficción, a pesar del hecho de que el contexto de sus representaciones aún exhiba narrativas y patrones que corresponden al patriarcado.



[…]

Tal y como lo admite Laura Mulvey (2015) cuarenta años después de su discusión influyente sobre la mirada masculina, controladora y escopofílica sobre el cuerpo femenino, ‘la mirada masculina puede ser desafiada por cualquier persona a quien verdaderamente le importe afirmar su identidad o elección’ (2015: 51, traducción de la autora). Más allá de ver de forma sexualizada a sus compañeras, Gloria observa de forma peculiar e incluso privilegiada el tercer y último encuentro erótico. Escondida inicialmente detrás de una ventana, Gloria mira atentamente a la Hermana Esperanza, las novicias y la Superiora reunidas dentro uno de los dormitorios. Durante tres minutos, en un estilo casi coreografiado y meticuloso, tanto la cámara como Esperanza van de derecha a izquierda. Lentamente, Esperanza toca y besa el cuerpo de Nicolasa, mientras ésta última permanece recostada en la cama. Significativamente, una vez más, el hábito toma protagonismo, pues Nicolasa está completamente vestida. El único elemento que Esperanza elige retirarle es su velo, su símbolo de castidad, contención y claustro. Al llegar con algunos besos a los pies de Nicolasa, la cámara incluye a Gertrudis y a Fanny en escena, quienes se abrazan y se besan lentamente al pie de la cama. A medida que las tomas subjetivas revelan lo que Gloria observa, los planos medios opuestos muestran también cómo sus gestos no se traducen en placer o incomodidad. De hecho, lo que deja claro su actitud es su interés fijo en reconocer(las) y en entender(se) a través de sus experiencias lésbicas.

[…]

Estos sucesos, en sintonía con la teoría seminal de Judith Butler (1990), justamente son performativos y explican cómo sus identidades y orientación sexual no se definen desde sus cuerpos sino desde sus actos, sin caer en lo banal o estereotípico de los discursos mainstream al retratar escenas románticas-eróticas entre mujeres. Sin recurrir a estrategias “pornonormativas” (ya que no están desnudas o no hay tomas o gemidos sexuales que enfaticen clichés pornográficos), esta película logra proponer un primer acercamiento que desafía la idea heterosexista del erotismo. A través de su enfoque, la película nos hace una primera invitación a reconocer identidades fluidas y plurales, que van más allá de los códigos binarios de género, y que reconstruyen el discurso homoerótico femenino como alteridad. Aunque los obstáculos sociales no logran ser superados completamente debido a su vida de claustro o debido a la resolución de la película frente a este tema, las cuatro monjas rompen sus hábitos (aquellos impuestos históricamente por la religión y la sociedad), haciendo de sus encuentros una serie de actos que reafirman su visibilidad como personajes y sujetos transgresores en dicho contexto.

[…]

La película ofrece momentos cuir clave que desafían y controvierten el mismo marco en el que se dan las representaciones femeninas. En primer lugar, la película logra construir un personaje protagónico curioso y atento con las manifestaciones lésbicas alrededor y, al menos en el marco de la película, sin una mirada masculina presente. De forma secundaria, logra ofrecer un escenario aún más controversial y disruptivo en el contexto colombiano, en el que el personaje de la Superiora Fanny hace parte de esos “hábitos sucios” sin decir nada al respecto y, por ende, formulando preguntas más profundas sobre el celibato y el desarrollo de la sexualidad dentro de la iglesia católica.

(1) Este texto fue inicialmente publicado en la versión online de Revista Papel el 20 de agosto de 2020.

 

Referencias

Judith Butler, Gender trouble: feminism and the subversion of identity (New York: Routledge, 1990). 

Laura Mulvey, 'The pleasure principle', Sight & Sound, 25, 6 (2015), pp. 50-51.






LOS NUEVOS POPULISMOS / Darío Ruiz Gómez

 

LOS NUEVOS POPULISMOS

Darío Ruiz Gómez

Monedero el  teórico del Partido  “Podemos”, propietario de una empresa personal, y, con un batiburrillo en sus ideas políticas del peronismo de Laclau, Chantal Mouffe y algunas distorsionadas frases de Gramsci –porque de ahí no ha pasado- acaba de decir ante la incontenible llegada de pateras provenientes de Argelia– las que vinieron a sumarse a las de Africa-  que prefiere la llegada de estos miles de inmigrantes  que las de millones de turistas internacionales  que “contaminan nuestros aires” pero, aclaro yo, tal como está ocurriendo a causa de la pandemia, sin el dinero de estos turistas la economía española se ha venido al suelo. Ya Pablo Iglesias  con su demagogia bolivariana proclamó que España “era un territorio abierto para todos los desplazados del mundo”. ¿Ha resuelto “Podemos” la situación de esos miles de desplazados  que se mueren de hambre como esos temporeros que vagan de pueblo en pueblo sin encontrar comida? Colas interminables de gentes hambrientas buscando un almuerzo.  Es la nueva estrategia de crear conflictos  con el fin de  desestabilizar territorios y poblaciones.  ¿Por qué no han  colectivizado su mansión de Galapagar Pablo e Irene para ponerla al servicio de estos hambrientos y hambrientas de la pandemia, de los millones de españoles que son hoy desempleados? ¿Recuerdan aquel líder sindical peronista que peroraba sobre la necesidad de volver a la raza indígena y era  italiano? La ferocidad contra cualquier símbolo considerado como propio del capitalismo blanco “colonial” a cuántos desmanes ha llevado en Chile? Monedero, defensor de este populismo,  fue invitado de honor junto a León Valencia en un reciente Foro convocado por la Alcaldía de Medellín lo cual corresponde por un lado a la necesidad que tiene nuestro populismo  de crear nuevos santones ante el desgaste de la imagen de los “viejos revolucionarios” y por otro a reforzar al petrismo en sus políticas de agitación no ya de “la clase obrera” sino recurriendo los desarrapados, el lumpen tal como se hizo en la primera versión de la ANAPO, el humanismo de la desobediencia  civil de Thoureau  caricaturizada en protestas de borrachos y drogados en ciertas Comunas, de maestros sindicalizados que hace diez años no van a clase. Lo digo porque el populismo, caso Venezuela termina finalmente por ser dominado por la delincuencia disfrazada en las “Brigadas revolucionarias” La aristofobia -a la cual en más de una ocasión me he referido- o sea el odio a quienes se destaquen de la común mediocridad ha sido una tradición en la historia de España y éste nace de la vulgaridad –que viene de vulgo- tal como Ortega y Gasset la definía en el periodo de preguerra civil: “Por lo menos en la historia europea hasta la fecha, nunca el vulgo había creído tener “ideas” Tenía creencias, experiencias, proverbios, hábitos mentales, pero no se imaginaba en posesión de opiniones teóricas sobre lo que las cosas son o deben ser, sobre política o literatura”

Si el Derecho supone  la victoria sobre la barbarie, la respuesta de la justicia  al  linchamiento  tribal , ésta  ha revivido en el linchamiento mediático y en las Cortes de Justicia donde se establece el dobla rasero y se olvida el Derecho: el feroz clamor  de la turba  pasa a ser “la voz del pueblo”, el sombrío militante es el “representante del pueblo” Jueces y Magistrados no tienen ya que responder a la excelencia académica porque el “vengador del pueblo”: se ha colocado la toga y empieza su tarea devastadora contra los mejores, el militante –como en Pedevesa-  sustituye al  especialista , la supuesta educación gratuita para los pobres  se hace para debilitar la autoridad del académica que impone y exige como esfuerzo personal el verdadero conocimiento. En las grandes conurbaciones urbanas, en una juventud vacía mentalmente, en el mediocre funcionario ya prospera en Colombia este populismo que nada tiene que ver con lo popular  y si con un revanchismo diabólico.    

sábado, 8 de agosto de 2020

¿MALDITOS?* Por: Juan Mares*

 


Los Malditos, Fiesta del Libro, con Néstor López, y Gustavo Zuluaga
Juan Mares

Testimonio de lectura

¿MALDITOS?*

Por: Juan Mares*

 

Leyendo y leyendo y fisgoneando libros me encontré con uno muy curioso y lleno de mitos e historias urbanas, vistas desde un anecdotario poco usual y lleno de verdades que desmitifican y van narrando cómo va pasando la vida. La vida en una ciudad como “La bella villa”. Leyendo, leyendo y nos llega la leyenda.

Los Malditos, una crónica novelada que se fajó Víctor Bustamante para contar sobre los personajes en algún lugar de las noches mil de la bohemia medellinense, durante los tiempos antes de la pandemia y en pleno auge de la mafia brava, a la que se enfrentó con la magia del conjuro de las palabras, vino barato e incienso maldito.

Y aunque la más mencionada no deja de ser ese lugar de la arteria ya pasada por la yugular de la economía de los despojos por medio de los ensanches de la economía bendita, se evocan en este caso la Boa, y todo ese triángulo de triángulos de la plazoleta del periodismo de quienes van allí periódicamente a tirarse la vida en humo como alcanfores del tiempo, que se disipa en voces y murmullos con voz pastosa moliendo paja para los solípedos del pajonal.

Los Malditos es un homenaje a un personaje de leyenda que ha vivido entre una economía del rebusque, la bohemia, las letras, los libros, las amistades encontradas y otras perdidas, y a la sombra de un poeta como José Manuel Arango. Pues este hombre ha fungido como el escudero que hace memoria de ese gran poeta en muchos lugares de la noche.

Víctor, otro nictálope que emerge de las entrañas de la ciudad de la eterna prima a la vera y veraz experiencia con una amistad como la del que se bamboleaba en la playa mientras lo vacunaban para un pucho de cualquier aparecido desde la sombra de los días sin nombre.

Grande homenaje a un hombre de sueños tras el penique que le permitiera sobrevivir mientras los otros soñaban con el olimpo donde se posa el dios Cervantes a la diestra de don Quijote Y Sancho. Tres personajes diferentes para un solo hombre verdadero.

Ese lugar de la noche por donde pasaron mares de libros y conversas, y salivas y hasta mocos de ilustres damas y damos.

Víctor construye el anecdotario de la ciudad letrada, la ilustrada y la alebrestada, la empecinada en dejar constancia de prejuicios, derrotas y los pequeños triunfos ante el dios Baco. Allí donde liban los colibríes nocturnos y cacarean las salamanquejas tras el camuflaje de la noche. Cada copa bacana es un brindis entre tinto y tinto de un café lleno de esperas y pérdidas de amores embrujados, en espera de los malditos que se van yendo como si nada para seguir nadando en el silencio.

Los Malditos es un libro de historia donde uno de sus mejores adobos es la ironía, la verdad picante de ají pajarito, del apunte jocoso para reír pensando, la congraciada para con el amigo en sus derrotas y el aplauso que le da presencia a un hombre de la noche como estrella lejana que se va apagando: el Hamaco, el Barbas, el zaihiriente de las noches desnudas y sin pelos en la lengua, el Gustador de varias noches desveladas y develadas ya al ventisquero de los poemas sueltos a la bartola de los vientos que pasan por la UDEA, allí desde su emisora lanzando mandobles y sobando libros.

Páginas de humor con sabor a miriñaque, alcohol y pachulí, a sombras de la noche, a luces de neón.

Cuando uno lee un libro y luego desea dar constancia de él, uno lo deja luego, como cuando el gato juega con el ratón después de haberle dado dos o tres arañadas (anotaciones al margen), y una que otra mordisqueada (seguimiento al eje conductor) para entumecerle la piel y no dé saltos grandes como para escabullírsele al descuido del gato bobo.  Ese seguimiento que se le hace de manera normal a una novela para coger por el pescuezo al ratón y darle materileró. He visto gatos que luego solo se le comen la cabeza y dejan el resto para otros depredadores del colegio crítico de las carnes del ratón. Otros se le comen solo el cuerpo y dejan las vísceras, las patas y la cabeza al albedrío de las circunstancias y pueden terminar en un basurero donde los carroñeros dan cuenta de todo vestigio orgánico del mencionado roedor. Sin duda, en cambio, que hay gatos que se comen todo y estos son los verdaderos enemigos de la familia rodentia, señores ratones de biblioteca.

En Malditos se encuentra uno con ramalazos de historia literaria, histeria libertaria y escuelas del que busca de lo mismo y lo distinto. Lo mismo, autores que han marcado historia, libros geniales que han deslumbrado y siguen haciéndolo, pero soy en realidad ratón de orejas y no gato maullador. Por lo demás me vendría bien que se comiera mis orejas una gata de biblioteca.

Me llama la atención la cantidad de epítetos que se cruzan en la obra como ese eco del que nos habla Harold Bloom sobre los libros homéricos señalado como el reino de los epítetos. Así como en la obra de García Márquez ondea la hipérbole, en Borges las paradojas, en Miguel Ángel Asturias las onomatopeyas, en Octavio Paz las aliteraciones, que los evangelios son la fuente de las parábolas o de cuentos comparativos a la manera de símil, que la obra del Mago de todas partes es el reino de las dispersiones, que en el Siglo de Oro se pavonearon las metáforas con todo su poder meta, supra y plurilingüístico, y, en fin, que se pueden pesquisar autores para figuras literarias. Cada quien tiene su tic y apela a lo que más se le pega.

Entre todas estas dispersiones en torno a una lectura de Los Malditos no pude evitar pensar de lleno en los epítetos como una tradición universal en mayor o menor grado aplicados en el argot popular y donde la fauna literaria no puede ir al margen de ello. Recordemos que los arrieros, lo aserradores y luego los conductores de vehículos hicieron acopio de ellos, por tanto, no se nos haga raro aquello del título de una obra biográfica de Manuel Mejía Vallejo sobre “El hombre que parecía un caballo”

Los epítetos los hay de una variada gama y son adjetivos calificativos como figuras retoricas: los hay apreciativos, peyorativos, tipificadores, enfáticos, metafóricos, apositivos, epítetos frase, epítetos visionarios y de ello se infieren los apodos, los sobrenombres, los alias, los seudónimos, los motes, los apelativos, los hipocorísticos y de ahí que aparezcan el careperra, el carepalo, el carepiedra, el careguante, la flaca, como los nombre en la obra de Helí Ramirez, Garganta de lata en Condorito de Pepo, Pichula en Vargas Llosa, en el Mío Cid Campeador abundan y se vienen en los malditos; “el Marqués de Safo y el Caballero del Santo Sepulcro de la Poesía”,  el Cosmo Gato, El Poeta Inédito, el Peruano, La hija de Cleopatra, un Shakespeare, el señor del cianuro y no recuerdo cuantos miruses aparecen en la obra donde abundan los epítetos de todo calibre para que sean clasificados por estudiantes universitarios, como tareas de fondo para tener motivos en la pesquisa de  leer un libro y desentrañarle misterios  más allá de la superficie de los contenidos, bases para narrar la historia  ya del personaje, ya del tema. O de los personajes y de los temas.

Cabe decir que disfruté el libro por su historia de un mundo que ocurre por debajo de la estera, el petate o la alfombra de la ciudad; o bien oculto en el mezanine o el zarzo en la época de horizontes del maestro Francisco Antonio Cano.

El texto es todo testimonio de una época llena de ecos y sonajas donde brilla la ironía, la “puya”, el goce de la copa bacana en Copacabana y sus morros entre gatos y gente salida de otros misterios para embrujar ambientes, mientras, en el resto de la ciudad sonaba el epíteto de Metrallo repercutiendo en ese otro espacio del Picacho a la manera de la torre de Castilla como símbolo evocador de las tierras del origen del castellano y Don Quijote.

Se van desgranando los chascarrillos en torno al personaje que transversaliza la obra en su homenaje de cuando estuvo saludando a la pelona y que luego regresó al cielo de su rutina para más tarde emigrar a otros solares donde el destino marque su sino ineludible.

Una página donde la ironía y el humor van de las greñas es: Ah, de esas amigas de los malditos. Pero también llegaban notas fragmentarias de Ciorán. Y nos íbamos para la finca del Cabuyal, a comer sancocho, a tomar vino, a fumar bareta y a hablar de Ciorán. Era una finquita sencilla con cuartos enormes y un frío enorme. Hasta que llegó nada menos que la plena noche, y, en la plena noche, nos la pasamos hablando mal de los malos seguidores e imitadores de Ciorán. Ellos seguro que hacen lo mismo y hable que hable hasta que la novia de Néstor se fue a la cocina y de una salió gritando: ¡me espantaron! ¡Me espantaron! ¡ah, vida pa’hijueputa!, pero cómo a una seguidora de Ciorán la hacen correr como a una vulgar gallina, dije. Nos asustamos. Los espantos se ponían de ruana la casa. Gustavo dijo, se me olvidó cerrar la cocina. Una de dos, o él sabía lo de los espantos o nos jugaba una broma y lo habían cogido por sorpresa.

Así hay varios párrafos donde la ironía se pavonea y haciendo una parodia de “He tenido una tarde perfecta, pero no era esta.” De Groucho Marx. Podría perfectamente decir: “he leído un libro perfecto, pero no era este.” Este libro es en verdad un libro de afectos que es mejor que un libro perfecto. Este asunto de Los malditos de Víctor Bustamante es en realidad un canto a la amistad, al Hamaco y a la bohemia de ese lugar de la noche.

*Bustamante Víctor. Los Malditos. Editora Nuevo Mundo. 2017. 181 págs. 


 

 

EL MUNDO NO SE ACABA / Darío Ruiz Gómez

 

EL MUNDO NO SE ACABA

Darío Ruiz Gómez

Ya digitalizado el testimonio de un periódico no puede ser despojado fácilmente de su significación, hacia cualquier futuro posible quedan sus textos en lo que se llama un estado de latencia hasta que algún estudioso necesitado de referencias sobre algún tema de nuestra vida nacional encienda su computador y encuentre lo que estaba buscando:  el azar dice Bonpland sólo le sale a quien lo busca. La ignorancia de los llamados analfabetos alfabetos, incluidos los “politólogos” de última hora, ha terminado por devorar cualquier intento de criterio científico el cual solamente se consigue mediante el rigor que nace del conocimiento de la historia de la ciencia, de las ideas, de precisar el marco conceptual que nos lleva a raciocinar para no caer en la peligrosa improvisación. Para investigar es necesario previamente despojarse de todo pre-juicio. De ahí la sofocante aridez de nuestra producción intelectual y científica dominada por los maniqueísmos.  Cuando era más feroz el intento del narcotráfico por doblegar nuestras instituciones recurriendo  a un  terror inimaginable y cuando las FARC, el ELN, el EPL y posteriormente  el Paramilitarismo  llevaron ese espanto al paroxismo con miles y miles de  de inocentes  asesinados en un frenesí desconocido, pocas  voces  tuvieron el valor moral de pronunciarse sobre estas brutalidades,  el periódico “El Mundo” de Guillermo Gaviria  Echeverri surgió para recordar que la barbarie no podía, vestida muchas veces de “teorías” al uso de totalitaristas  criollos, triunfar para imponer su desolada dictadura. Ante la barbarie   declararse liberal  constituye  todavía  un desafío que sigue siendo  mortalmente peligroso en esta democracia de papel.  “Y, se pregunta Zygmunt  Bauman, ¿Cómo pueden existir la democracia y el ámbito público sin opiniones informadas y deliberaciones públicas en lugar de esos escándalos  políticos  y reality shows que llamamos política en el presente?” Un periodismo que se negó a cambiar el criterio por la fabricación de escándalos, que se negó a la falsificación del lenguaje, a la sustitución de la cultura por los chismes de farándula, un periodismo que resaltó  el editorial como uno de los grandes géneros de pensamiento y compromiso con el ciudadano, que revalorizó la columna de opinión incorporando nuevas  voces y se reconoció en la certificación de la pluralidad de las regiones y por primera vez dio importancia a las diversidades culturales urbanas, “El Mundo” de Guillermo Echeverri, abrió un espacio necesario  a una opinión independiente que los radicales  y oportunistas  de ambos bandos no estuvieron  dispuestos a aceptar.  La “toma de Urabá” –  porque la toma del Magdalena Medio fue un fracaso -  por parte de las FARC era un objetivo primordial del Comité Central del Partido Comunista, ya que de lograr declararla como una “República Independiente” se estaría consolidando un eje con Nicaragua y Cuba. Y para ello se pusieron en marcha las diferentes formas de lucha como el aseguramiento de los territorios mediante el terror contra la población nativa, crímenes selectivos, el pistoletazo contra soldados y policías. Las tres matanzas de obreros de dieciséis, dieciocho y doce trabajadores de Sintrainagro  bajados de  los buses, amarrados y rematados con un tiro de gracia, orgía de sangre  a la cual se sumó la matanza de 35 vecinos de la Chinita, indicó que la toma de Urabá por parte de las FARC – como lo relató la Negra Karina-  no iba a contar con escrúpulo alguno por parte del Comando Central que en La Llorona acribilló a una treintena de soldados y en la invasión a un cuartel mató a cerca de ochenta soldados y continuó matando sin piedad alguna como el ELN o los Castaño. Matanzas celebradas en las ciudades por parte de la progresía pequeñoburguesa como un “triunfo revolucionario”. Con rigurosa exactitud estas acciones sediciosas vinieron acompañadas del comienzo de la desinformación, del fake news, del descrédito y banalización de la tarea periodística.  Sobre este proceso de infinita maldad reaccionaron los grandes editoriales de Guillermo Gaviria, mis columnas como análisis objetivos de esas estrategias de terror  que llevaron a la famosa Paz de Santos-Farc una de las más grandes farsas de nuestra historia y que desde la perspectiva que hoy va inevitablemente arrojando luz sobre esos horrores, sacando a flote el nombre de los responsables convierte en cómplices a quienes callaron ante esa barbarie. Leer estos documentos es leer documentos de Historia y no información efímera en tanto se ha eludido lo inmediato enmarcando la violencia en la complejidad que comporta, en las deliberadas mentiras que trataban de justificarla. Doy gracias a este periódico por haberme dejado escribir durante treinta años mi visión de los hechos haciéndolo sin censuras a mi independencia intelectual.   

martes, 4 de agosto de 2020

LOS ESTUDIANTES Y MARX Darío Ruiz Gómez






LOS ESTUDIANTES Y  MARX

Darío Ruiz Gómez

“Ha habido revuelta de estudiantes en el PC alemán. Desde hace dos o tres años multitud de estudiantes, literatos y otros jóvenes burgueses desclasados se han lanzado al Partido, han llegado a tiempo para ocupar la mayoría de los puestos de redactores  en los nuevos periódicos  que pululan y como de costumbre consideran la universidad burguesa como una escuela de Saint-Cyr  socialista que les da el derecho de entrar en las filas del PC no con título de oficiales sino de Generales. Estos señores practican el marxismo, pero de la especie que se conoce en Francia desde hace diez años y del que Marx decía: ”Todo lo que sé es que yo no soy marxista” Y probablemente diría  de estos señores lo que Heine decía de sus imitadores: “Sembré dragones y coseché pulgas”  En esta carta de Federico Engels  a Paul Lafargue  el inolvidable autor de “El Derecho a la Pereza”  del 27 de octubre de 1890 se analiza  con  fina ironía lo que supuso la presencia de los estudiantes de la pequeña burguesía tratando de adscribirse al Partido Comunista el cual como reclama Engel  debía estar únicamente  conformado por esa nueva fuerza histórica que era el proletariado como esperanza hacia la anulación de la Historia en una sociedad sin clases . Lenin llegaría a ser más claro respecto al intento de ciertos intelectuales burgueses de “dar voz a los oprimidos” recordándoles  que esa voz solo es legítima en quienes hablan desde la opresión y el sufrimiento. Pero detrás de estas consideraciones está el escenario de unos grupos sociales degradados  tal como  visionariamente  lo analiza  Dostoievsky en su grandiosa novela  “Los demonios”  donde  la derrota de la razón,  la sustitución de Dios por un cruel Comisario, el surgimiento del terrorista y  del terrorismo responden  a la derrota de los valores  espirituales  y a la  brusca caída en el profundo abismo  que supone el nihilismo como la sin salida  de una sociedad putrefacta.  Necháiev el terrorista que escribió el espeluznante "Catecismo del revolucionario” repudiado hasta por el mismo Bakunin y por los más lúcidos anarquistas, expresa ese sentimiento  de  vacío existencial  que se transforma en un odio enfermizo propio del  estudiante  dostoievskano reclutado en  la franja más miserable del estudiantado pobre de Moscú. Necháiev un personaje de la vida real que terminó asesinando a su camarada, dice en su “Catecismo” : “El revolucionario es un hombre perdido. No tiene intereses propios ni sentimientos propios. Todo en él está absorbido por un único y exclusivo interés, por un solo pensamiento, por una sola pasión: la revolución” ¿Cuántas engañadas  estudiantes  han muerto colocando una bomba? ¿A cuántos muchachos les estalló antes de tiempo el material destinado para un atentado? ¿Qué clase de pérfidos  les reclutaron  y los adoctrinaron? En esta novela el mediocre profesor Stepan Trofimovich y su hijo natural Piotr y Nicolái su amigo  pretenden  con su célula anarquista  destruir la ciudad corrupta de funcionarios corruptos en que viven, pero la protesta, en principio justa, se degrada en manos de estos terroristas que  convierten un medio en un fin.

Hace unos años al llegar a clase una mañana varios de mis estudiantes me recibieron con la noticia de que uno de ellos se había suicidado “incapaz de resolver  la aporía  entre su fervor revolucionario con su condición de burgués” Dostoievsky  incomparable escrutador de la condición humana, de la derrota del individuo, se adentra con la piedad necesaria en las pestilentes  tinieblas  de la decepción y la pérdida de la esperanza, si Dios ha muerto todo está permitido como lo enuncia Iván Karamazov: ninguna luz a la distancia para el perdido de sí mismo, ninguna voz de aliento desde la borrada imagen de la madre: el adoctrinamiento de los reclutadores está encaminado a demostrar que nada es puro ni limpio pues lo que están haciendo a través de sus adoctrinados  es dar rienda suelta a sus odios  personales  contra la sociedad.  La política ha sido sustituida por falsos mesías en las cuales no existe la heroicidad ni por supuesto la grandeza que posibilitaba una causa noble. Cualquier parecido con lo que nos está haciendo vivir nuestro populismo es mera coincidencia. Grandeza, heroísmo lo da el ejemplo de las familias que saliendo de Iquitos durante casi dos meses recorrieron la selva atravesando ríos, padeciendo calamidades hasta llegar a Florencia.