martes, 13 de noviembre de 2018

Patrimonio Cultural Arbóreo de Prado / Medellín


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66 Patrimonio Cultural Arbóreo de Prado / Medellín

Prado

Víctor Bustamante

Uno siempre posee solo una ciudad, aquella donde se es contemporáneo y testigo de lo que sucede. En ella residen sus escritores de una manera atemporal, porque la palabra perdura y es inmanente y en los libros al buscar ellos la ciudad nos regalan su visión y su definición de esa ciudad que vieron, que vivieron que caminaron, que la amaron y la fustigaron, además. El resto es literatura de viajes de aquellos que conocen muchas ciudades pero nunca van al centro de ella a comprenderla. Ya que una ciudad es un ser vivo que crece, que se contrae, que cercena, que mantiene su hálito a veces en vilo. Por eso una ciudad nunca es conocida por sus escritores, ellos apenas definen y escriben sobre algunas partes, sobre sus vecindarios o sobre los crímenes en las comunas como una manera de mostrarse, o sobre los rojos y los atajos de los picaros, pero una ciudad es más compleja, y es difícil de aprehenderla solo escribimos sobre momentos, sobre instantes sobre lugares que visitamos, lo ideal sería dedicarle toda una vida a buscarla, a palparla, pero la ciudad, Medellín, cada día huye de nosotros, pero nosotros buscamos atraparla darle su sentido. Aun así cada día cada noche es construida de nuevo por sus habitantes que idean espacios, estratagemas lugares que cuando regresamos a una calle siempre la encontraos diferente. Por esa razón la ciudad siempre fluye como el en un título de Fellini parodiando La nave va, la ciudad va, casi siempre al desgaire no hay quien la maneje, unas veces va a sotavento otra al pairo, ella viaja sola en el tiempo, su tiempo, solo quedan sus escritores que la piensan y la poetizan de pronto algún historiador inteligente o un investigador pertinaz que la piense o quizá un cineasta que urda y entre al interior de  su corazón. Cierto, la ciudad fluye y por eso regreso a Heráclito que nunca conoció ni caminó una ciudad caótica como la nuestra, pero su poesía y su metáfora que con el tiempo se convirtió en filosofía, lo socavó, nadie camina por la calle más de una vez sin que esta cambie. De ahí lo difícil que es aprehender la ciudad, solo la vivimos al instantes porque ella huye así como cuando leemos a sus grandes escritores, ellos entregan su versión de esa ciudad que ya no es la misma.

Siempre he caminado por Prado, nunca buscando sus prados o sus árboles, sino  para observar qué ocurrió allí en ese barrio que fue centro de esa élite desde 1920 con sus mansiones suntuosas, donde la arquitectura siempre entrega esa sorpresa de saber que quienes lo construyeron poseían una visión Ilustrada de la vida al tener en cuenta arquitectos de valía para sus diseños; eran artistas. De quienes vivieron allí solo se saben pocas cosas, acaso sus nombres, acaso su nombradía, sus oficios, pero nunca qué ocurrió en este barrio. A veces es posible ver las fotografías donde podemos ver su evolución, pero estas es más la conmoción que causa por las preguntas que surgen, por esa sensación de abandono que aún perdura después de tantos años en esas fachadas lustrosas. El resto es caminarlo con la prontitud de saber que parece que buscamos un barrio fantasma, este si abandonado a su suerte donde sus habitantes andas escondidos en su casa, y donde el infatigable, a veces disfrazado afán de ese “progreso” que tumba edificios, los cerca y también lo aleja de sus paseantes, ya que cada vez se pierde algo de ese barrio.

Pero esta tarde ha ocurrido algo disímil no será caminando del brazo de alguna chica que llevamos a conocer a Prado en un escarceo erótico sino que ha sido una caminada para mirar un aspecto que no había pensado, así Prado haya sido poetizado por algunos poetas desde sus guayacanes amarillos que cuando abre sus copos le dan otro definición a sus calles, a Prado mismo, lo renuevan. Ya que al ver esos guayacanes desde alguna calle lejana recordamos que Prado así esté tan vacío de transeúntes aun fulge en la ciudad como si la palabra patrimonio solo fuera para él, fuera su santuario. Esta tarde de octubre ha ocurrido algo inesperado caminaremos a Prado con un guía que descifrará su entorno: Mauricio Jaramillo.

La caminada tiene el plus de ser algo diferente: Prado revelará otra imagen, la de ser un barrio con una población de árboles con sus significaciones, y por eso hemos venido a conocer de la ciudad, de este barrio, otro de esos motivos por los cuales es indispensable caminarlo, habitarlo.






Patrimonio Cultural arbóreo de Prado

Luisa Vergara

Entre fastuosas casas republicanas perviven los seres más silenciosos y nobles, testigos del acontecer histórico de Prado, el cual ahora define su imagen gracias a la combinación de una exquisita arquitectura, con el verde, el amarillo y rosa de sus árboles. Pero antes de llegar a esa definición estética, tuvimos que recorrer el barrio dispuestos a ver más allá de lo construido y artificial, más allá de las cornisas, torreones, amplios atrios y ornamentadas fachadas, que es lo que primero sorprende y llama la atención, para descubrir el otro paisaje que ofrece Prado: sus árboles. Parece exagerado decir que descubríamos algo que siempre ha estado allí, que es abundante, al menos en este valle, y, por lo tanto, a lo que estamos acostumbrados, pero al dirigir nuestra atención solo a ellos, y levantando la mirada, sintiendo los hilos de luz entre las hojas, el peso de las copas, las formas y colores, logramos vislumbrar la condición especial de un panorama hasta ahora común o poco relevante.

Para muchos de los que participamos en este recorrido, el primer acercamiento a dicho entorno se hace desde lo contemplativo, donde el solo ejercicio de mirar detenidamente un árbol ya es motivo para conmovernos, reacción que viene de considerarlos hermosos por ser la máxima expresión de la naturaleza en la ciudad. Para otros, este paisaje cobraría más sentido en el transcurso del camino; al escuchar, por ejemplo, la curiosa historia que guardan algunos ejemplares, o los datos que desde la botánica dejan en evidencia su compleja dinámica natural, o por traer un recuerdo de infancia, casi siempre relacionado con los lugares que en el campo visitábamos. Todas estas son formas valiosas de acercarnos a los árboles, unas más románticas y personales, estéticas y paisajísticas, y otras construidas a partir de la razón científica para comprobar con hechos su valor ambiental.

Cada árbol tiene uno o varios de estos valores y, en el caso de Prado, también uno histórico gracias a la condición patrimonial del barrio. Definir estos niveles de valoración permite que el ejercicio de la declaratoria tenga argumentos más contundentes, pues ahora la caracterización de los arboles se hace a partir de diversas variables, lo cual resulta en más razones para demostrar su importancia y la necesidad de protegerlos. Casi siempre sucede que son los arboles más vistosos y grandes los que se vuelven objeto de estudio o, sencillamente, la imagen natural más potente en la memoria colectiva de un barrio o una ciudad, como sucede en este caso con los guayacanes; sin embargo, durante el recorrido logramos entender el valor de árboles que pasaban desapercibidos, pero que ahora podemos recordar gracias al momento en que nos detuvimos frente a ellos para escuchar la historia que los sacaría del anonimato.



El sangregado (Pterocarpus acapulcensis) fue esa primera sorpresa; un árbol sin cualidades destacables a nivel visual, el cual hasta el día de hoy ignorábamos y que, menos aún, habíamos escuchado nombrar, pero, en definitiva, uno de esos ejemplares reconocidos por valores que van más allá de lo estético. Además de ser una especie nativa, cumple un importante papel ambiental como todos los árboles; no obstante, este en particular, y por ser una leguminosa, realiza un interesante proceso de captación del nitrógeno atmosférico, que a través de bacterias simbióticas en sus raíces, transforma y lleva hasta el suelo para enriquecerlo. Considerar este proceso es entender la importancia del suelo, que contrario a lo que se plantea desde el modelo de agricultura y manejo de la tierra convencional e industrial, ahora se reconoce como un organismo vivo, que también respira, se alimenta y se reproduce mientras aloja todos los micronutrientes y sustancias orgánicas necesarias para el crecimiento sano de una planta; es decir, de la vida vegetal en el planeta. Arboles como el sangregado y, en general, los que pertenecen a la familia de las leguminosas, actúan como restauradores ecológicos del suelo, aportando algunas de las sustancias necesarias para la permanencia de este, y, sobre todo, en la ciudad son de las especies más valiosas, ahora que se sigue sacrificando más de este gran organismo para dar paso a las superficies de concreto.

Siguiendo en la línea de las leguminosas, encontramos durante el recorrido un árbol un poco más común, y que a diferencia del sangregado, del cual solo hay siete ejemplares en la ciudad, si tiene una gran presencia, domina con su floración amarilla los separadores de muchas de las vías principales, se le ve con regularidad en antejardines, y hasta es la consentida de icónicos lugares del centro; se trata de la acacia, y más específicamente de la acacia amarilla (Caesalpinia pluviosa).  Definitivamente no es un árbol especial por su exclusividad, pero algunos de los que veíamos más detenidamente este árbol pudimos evidenciar una escena muy poderosa que permitiría entender el importante rol que tiene dentro de la compleja trama de relaciones bióticas que posibilitan la permanencia de otras especies.  Atraídos por los vistosos conos de flores de sobresalen por encima de la copa pudimos percatarnos de como varias abejas se acercaban a las flores, las rodeaban por un momento, se posaban en ellas y luego retomaban su vuelo. Escena sencilla y de unos cuantos segundos, pero que deja en evidencia las interacciones de un micro mundo que casi nunca percibimos, y que poderlo ver ahora es casi un milagro después de conocer la profunda crisis que viven los polinizadores más importantes del planeta. Las flores de la acacia son una de las fuentes de alimento favoritas para muchos insectos, entre esos, las abejas, que toman de ellas el néctar y el polen para producir la miel. Pero además, a ellas les debemos el proceso de polinización a través del cual nuevas plantas pueden crecer, y en el caso de la agricultura, al menos tres cuartas partes de las cosechas mundiales aún dependen de su labor. Increíble el lugar que ocupa la flor de un simple árbol en la trama de la vida.



Otros árboles sorprenden más por su historia de supervivencia, y es que varias zonas de Prado han sufrido grandes transformaciones. No solo la arquitectura o lo que queda de ella da cuenta de dichas mutaciones, casi todas absurdas, y que van en contravía con la esencial del barrio. Estos seres inmóviles también son testigos y hasta victimas de las nuevas imposiciones urbanísticas. En la esquina de Barranquilla con Palacé, nos encontramos con un paisaje desolado de casas abandonadas o más bien, de fachadas derruidas que es lo único que queda en pie, hacia el interior un vacío compartido pues ya ninguna casa cuenta con los muros que las dividían, y en ese vacío, la mal llamada maleza, la naturaleza que emerge sin control y ahoga las ultimas estructuras que aún se mantienen. Desde la calle, pues toda la manzana está cercada, vemos entonces a la protagonista de este punto del recorrido: una gran caoba (Swietenia macrophylla). Además de ser todo un evento el solo hecho de verla, pues es una especie escasa debido a la gran explotación que sufrió; esta es especial por haber sobrevivido a la constante destrucción, primero de la casa en la que creció, y después del resto de la manzana. Ella sigue ahí, donde era el solar de esa casa que se tumbó para poder dar paso al Metroplús. Y sigue ahí donde casi es cortada por miedo a que su altura la hiciera caer, pero aún sigue ahí donde casi se construye un espacio público que no la contemplaba. En esa manzana vacía se tiene proyectado el primer gran parque de Prado, y gracias a quienes lideran este proyecto, entre esos, Mauricio Jaramillo, asesor y guía de este recorrido, el parque será un verdadero lugar de esparcimiento que se diseñe a partir de las preexistencias naturales y arquitectónicas, donde las ruinas republicanas serán el umbral de bienvenida y el soporte de la vegetación, serán juntas la mejor expresión estética del reciclaje a nivel urbano. Y en el centro seguirá la caoba, ahora acompañada por otra más joven, por un yarumo que apenas crece, algunos pequeños mangos y toda la naturaleza que traerá el nuevo diseño. 




Antes de reparar en cada árbol y escuchar su historia, las fechas y datos relacionados a él, Mauricio nos introduce con el nombre de este; el ordinario, que puede variar dependiendo del lugar, y el científico, que nos costaba pronunciar y luego repetir, pero sin importar lo enredado que fuera, siempre había un intento colectivo por decirlo correctamente, tal vez no en un esfuerzo para grabarlo en nuestra memoria, más bien y en ese primer momento por la satisfacción de  pronunciar una bella combinación de palabras en latín para nombrar sofisticadamente un árbol. Y así como lo recordaría Wade Davis en su libro “El Río” también lo sentiríamos nosotros: “Al contrario de todos los botánicos que había conocido, no estaba obsesionado por la clasificación. Para él los nombres en latín eran como poemas japoneses o versos. Los recordaba sin hacer esfuerzo, encantado particularmente por su origen.
-Cuando uno pronuncia los nombres de las plantas, pronuncia los nombres de los dioses"

La presencia de estos árboles no es arbitraria; muchos de ellos se pensaron en el marco del proyecto urbanístico soñado por Ricardo Olano, quien los consideraba como el elemento más importante para el embellecimiento y como signo de ostentación que potenciaría aún más el carácter del barrio. Ya demostraba él una conciencia sobre la importancia de tener como criterio de diseño urbano a la naturaleza, en ese momento, más por sus valores paisajísticos y ornamentales. Él mismo sembraría algunos de los guayacanes que ya van por los 90 años, y que hasta el día de hoy nos siguen sorprendiendo con su hermosa floración.

Guayacanes amarillos y rosados, urapanes, cadmios, cascos de vaca, ceibas, tachuelos, caobas, yarumos, mangos, sangregados, curazaos, grosellas, chumbimbos, carboneros, son ahora sujeto de estudio, gracias a la intención de formalizar el proyecto de declaratoria patrimonial de árboles de Medellín. Por fin se vuelve la mirada a estos seres, a veces sacrificados en pro del "desarrollo" y victimas del vandalismo popular e institucional. Es esta una gran oportunidad para evaluar su estado, necesidades y definir el conjunto de valores (histórico, ecológico, paisajístico o simbólico) que den más razones para su protección.

Tal vez esta iniciativa de reconocer los árboles y naturaleza de Prado, sea otro motivo para intervenir en la regeneración urbana del barrio. Proceso que se iniciará con la construcción de un parque en la esquina de Barranquilla con Palacé, y donde será la naturaleza, ya existente, la protagonista.




Fotografías. Luisa Vergara




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