Darío Ruiz Gómez
El mero dato de que hasta
el momento más de cuatrocientas personas han sido asesinadas en esta ciudad
–hasta cincuenta asesinatos en un pequeño barrio- indica el hecho de que algo muy grave sucede y
seguirá sucediendo a pesar de que lo silencien los medios de comunicación y de
que los llamados especialistas urbanos
continúen vendiendo la propaganda de que Medellín es una ciudad que
sigue dando ejemplo a las ciudades del mundo de sostenibilidad y de haber reducido la tasa de deserción escolar y
de llegar a los índices de homicidio más bajos
en “cuarenta años” Es la
manipulación con fines ideológicos que Fernández Alba denunció a su tiempo porque el urbanismo – que,
lamentablemente algunos confunden con el diseño urbano- es ante todo una disciplina que trata de
enfrentar debidamente las nuevas o las
rezagadas problemáticas que van surgiendo a medida que una ciudad es sometida brutalmente
a cambios territoriales, a nuevos usos del espacio o cuando, caso de Medellín,
las estructuras criminales ejercen dominio – hay que repetirlo- sobre más de la mitad de este territorio y el
pánico se apodera de las calles y destruye los escenarios de vida social, la
presencia necesaria de la fiesta popular. Cuando releo las descripciones
terribles del Berlín de la preguerra en la novela de Alfred Doblin, “Berlin
Alexzander Platz” o en las crónicas de Joseph Roth no dejo de pensar en mi
ciudad y en los alcances notorios que
desde la fractura social va teniendo el
desorden, la desaparición de los valores cívicos sin los cuales es imposible llegar a imaginar
el rescate de una ciudad que ha perdido
su brújula. Y lo que ha significado en el aspecto estético la agresión de la
fealdad – porque la fealdad urbana es una bomba de profundidad- con la destrucción de un orden conseguido
históricamente pensando en una ciudad como legado del abuelo al nieto y así
sucesivamente: Doblin describe los infectos
negocios que proliferan en los zaguanes de los
edificios, en las viviendas usurpadas por los vendedores de bisutería y de
fritanga. Es la estética subterránea de
lo grotesco lo que destruyó la unidad de las fachadas en el
Parque de Bolívar, permitiendo la
invasión de lo escatológico como venganza del abandonado a su suerte. Las
cloacas de la ciudad , las cañerías
ocultas exhibidas de repente por estos desterrados invisibles
que dejan un lugar y ocupan otro para demostrar que la idea de centralidad ha desaparecido y el desorden espacial puesto
de manifiesto en la proliferación inmisericorde de invasores es ahora la anarquía de usos y la
anarquía visual como expresiones propias del vértigo en juego de los intereses económicos que subterráneamente dominan el gobierno de
la ciudad.
Dejo desprevenidamente que la insólita luz que baña
en esta tarde la ciudad y desde las
nubes peregrinas lanza rayos bíblicos
de esperanza sobre los barrios
más humildes me rescate anímicamente haciendo surgir una contradicción entre
este frío y crudo diagnóstico urbano que acabo de hacer y lo que alienta poderosamente en la belleza sorprendente de la luz y se impone como el razonamiento
etéreo de una fuerza invisible que trae
al presente las imágenes de los patios y las tranquilas calles de la niñez
asombrada: imágenes vivas de la ciudad
que construí con mis sueños intactos mediante la suma de las ciudades que fui
encontrando a través de las lecturas y del cine, esa ciudad desde la cual me
habla mamá y mi padre mira desde la esquina a mis hermanos que juegan en la
acera.
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