sábado, 31 de diciembre de 2022

DIARIO DEL MAESTRO de Víctor Bustamante / M.H.Muñoz




DIARIO DEL MAESTRO

MH Muñoz

VíctorBustamante, escritor y reportero de la poesía medellinense, ha publicado otro libro clandestinamente (Babel,2022), Diario del maestro.

En él se desahoga con las experiencias de un profesor de sociales en un colegio público llamado Villas del Sol, en el barrio Pachelly, de Bello (1992-2002), en las faldas del cerro Quitasol. 

Es un diario de campo sobre la pantomima de la educación en un barrio popular donde las instituciones parecen haber fracasado ante el auge de las bandas y la hegemonía de la contracultura narcotraficante. Temo que las cosas no han cambiado gran cosa hoy día, veinte años después.

Pachelly es un barrio popular de Bello. Allí gobierna una de las bandas más poderosas de la región.

EL ENGAÑO DE LA EDUCACIÓN

Todos los días el profesor madruga hacia Pachelly, con vagabundos de la noche, vendedoras de tinto, ladrones, prostitutas, coperas, bailarinas, celadores y demás trabajadores nocturnos que duermen de día en el barrio y vuelven a descansar y a despachar a sus hijos para el colegio. 

En el aula (o la jaula de clase, para ser siniestros) las cosas son siniestras para el profesor. Intenta sembrar algo en esos cerebros de roca. Cada día fracasa un poco más en su intento, aumentando su desasosiego.

Los estudiantes de los barrios populares como este, cuando no son genios o juiciosos por alguna razón sobrenatural, ven en el colegio su primera experiencia carcelaria (11 años obligatorios). Para sobrellevarlo, se desquitan con otros estudiantes, con los profesores, directivas, y siguen con la infraestructura, que a veces termina incendiada. Recuerdo, con cierta fascinación, la vez que en mi salón de clase alguien comenzó por incendiar el basurero y al rato ya estábamos quebrando los vidrios de las ventanas.

Algunos entran trabados. A dormir o joder. Se sientan, pero no se callan. Se callan, pero no ponen atención. Ponen atención, pero del chiste más insignificante. Siempre alertas para burlarse. Siempre prestos para el apodo, la burla, el sarcasmo, el buling -término que no se empleaba en los noventas-.  A veces, si el profe es muy estricto, lo amenazan de muerte.

El profe anota frases de grandes poetas en el pizarrón, grandes nombres de la historia de las letras. Pero eso no les dice nada. La literatura es una lengua muerta para los niños de nadie.  Pero una estudiante le reclama: profe no queremos poesía, eso para qué. Tampoco quieren saber de ciencias sociales, literatura, artes. Y en el fondo saben que en nuestra sociedad fallida esas cosas no dan plata, salvo cerrando el círculo y convirtiéndose uno mismo en profesor de muchachos que no quieren aprender y están eternamente aburridos, con ganas de irse a dormir, a ver televisión, a masturbarse, reproducirse con la primera chica, a pararse en una esquina, a patear un balón o peinarse le copete o, ahora, a bailar frente a una cámara de celular para obtener likes y, depronto, la celebridad, tan rentable.  

Durante esos años, no sé hoy día, algunos profesores en la ciudad estaban siendo asesinados por estudiantes que perdieron una clase o sacaron una mala nota o les calló mal el profesor, a quien no respetan, sino que ponen un apodo y tratan de sacar de sus cabales hasta que lo logran. Y al profe le estalla la cabeza dejando un polvo blanco en el tablero. El sicario no tolera perder la clase de sociales. Y para no perder, amenaza al profesor con el dedo o verbalmente.

Se necesita nobleza de carácter para ser profe. Hay que, como quería San Pablo, soportarlo todo. 500 estudiantes en un mismo establecimiento, después del descanso se distribuyen los miasmas del baño por los salones cercanos. Y así hay que dar clase.

Recuerdo mis jornadas de colegial, las rejas, las ventanas. La disciplina, firmar el libro de la coordinadora por cualquier estupidez, media camiseta fuera de la pretina. Las horas largas, esperar que terminara aquello para irme, creía yo, a hacer algo productivo.

Para soportarlo, algunos profes se entregan al alcohol a la salida de clase. Así toleran madrugar día a día a cuidar esos muchachos esa cárcel.

"Eso para qué nos sirve", preguntan todo el tiempo los más despiertos, los que de todas formas saben que hay que interpelar al carcelero. Después se lo encontrarán en la calle, al profesor, algunos pasarán de largo. Uno pasa en su carro, a qué se dedica, pregunta el profe, a robar, le responden. El profesor se siente como si los hubiera engañado.

Una muchacha le ofrece al profesor su virginidad para que la deje pasar la materia. Otra, le pela las nalgas. Ganan la materia.

EL CRONISTA NADAISTA

Víctor Bustamante es uno de los cronistas de la ciudad profunda, nocturna. Un cronista no oficial.

La ciudad que narra en sus libros (Luis Tejada, Amábamos tanto la revolución, Darío Lemos: cuando el poeta muere, Los malditos, Películas rigurosamente editadas a mano, entre otros) muestra una realidad ruda y cruda, en los bordes, una ciudad de soñadores fracasados, donde a veces alguno triunfa, en el delito. Y después muere violentamente. Pero viven en ella los que aman la literatura. Los que circulan, por ejemplo, alrededor de la librería Este lugar de la noche de Gustavo Zuluaga, los jóvenes perdidos, suicidas, los desheredados.

Por no creer en las instituciones, este libro pasará desapercibido y no será recomendando, es un libro maldito.

 

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