LA INFANTILIZACIÓN
DE LOS ANCIANOS
Darío Ruiz Gómez
La decisión de
aprovecharse de la amenaza del coronavirus para ejercer por parte de distintos
gobiernos un control sobre los ancianos
y ancianas dejándolos de últimos en la salida del confinamiento está dando
motivo para respuestas directas como la de la Asociación de Ancianos y Ancianas
de Europa que denuncian abiertamente esta exclusión extraña por demás y que
bajo el lema de proteger a “nuestros ancianitos y ancianitas” lo que está mostrando una vez
más es la entronización del seudolenguaje
de la llamada “hipócrita cortesía” de los gobiernos. ¿En qué momento se empieza a ser anciano? ¿No
hay personas que una bobería congénita les lleva prematuramente a la senilidad? Hay políticos que tienen una edad cronológica
de cincuenta años y una edad mental de un adolescente de catorce años ¿Qué
decir de López Obrador o de Bolsonaro, de Maduro? Ese corte vertical que deja a
los ancianos(as) en condiciones de niños viejos y sobre todo de minusválidos mentales está desnudando sus verdadera
finalidad y sobre todo lo que políticamente
implica el concepto de confinamiento porque si admitimos que la pandemia continúa
arrasadoramente causando miles y miles
de muertos y es necesario seguir tomando
medidas sanitarias urgentes como el permanecer en casa, como el lavarse
continuamente las manos y estar atento al distanciamiento social también lo es
que un confinamiento prolongado lleva al ablandamiento de la capacidad crítica
o sea a volver sumisa a toda la
población bajo el sofisma de que prolongar el confinamiento se hace
para salvarlos a pesar de que “algunos aún
sean creativos ”. Esta aberrante manipulación presupone que ningún anciano(a) cuenta ya con la capacidad moral de responder
por cada uno de sus actos a pesar de ser profesionales en plena producción. ¿Se
imaginan a un genio como Sthepen
Hawcking postrado por una enfermedad
degenerativa que lo dejó sin movimiento, sin habla, sometido al trauma que supone un aislamiento caprichoso?
Lo que fue una medida racional de prevención puede convertirse en un
confinamiento arbitrario, en un desafío a la libertad personal – caso de Pedro
Sánchez- que constituye un desconocimiento craso de lo que supone la Sanidad en una democracia, medida que se ha impuesto en muchos países como España después de la
muerte en residencias de 17.760 ancianos(as) por falta de prevención y que ha
servido para que se abran algunos interrogantes
sobre la situación de los ancianos(as) , preguntas que con
urgencia tenemos que hacernos en Colombia donde diariamente son abandonados por su familia decenas de ellos en las calles o abandonados “por su bien”
a lujosas residencias donde la soledad los espera. ¿Qué sucede al interior de nuestros asilos
municipales pero también en el interior de residencias privadas de altos costos?
Convertidos en un cero a la izquierda ante la economía, en incómodos
sobrevivientes de la edad de la razón ante una juventud marcada ´por el engaño tecnológico y la ausencia de memoria, en medio
de las ruinas prematuras del vacío existencial a que nos ha abocado la
pandemia, la imagen del anciano (a)
ahora en el desescalamiento, surge inesperadamente, como he señalado, para establecer frente al caos político, paradigmas y valores cuya desaparición ha sido la causa de estar
abocados a vivir en lo peor gracias a
políticas irracionales.
Vigilar y castigar
porque la medida que, repito, en principio se tomó en beneficio de cada
ciudadano(a) hipócritamente se puede
convertir en el atropello a mis
derechos o sea en vigilancia autoritaria y no consentida: la
familia ha salido del hogar y los
ancianos(as) son castigados negándoles el mayor bien: los espacios de la
amistad, los espacios de la conversación y los amigos.
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