ESCÁNDALO Y VERDAD
Darío Ruiz Gómez
La película de
Polansky “El oficial y el espía” es una admirable revisión del célebre caso
Dreyfus en 1898 que, como recordarán fue la injusta condena de un oficial del
ejército francés de origen judío. Picquart
un oficial va descubriendo que
detrás de esta condena lo que hay es una trama de corrupción de los altos mandos
militares y sobre todo de la justicia
francesa, mostrando cómo la corrupción de jueces y magistrados lleva
inevitablemente a la corrupción de la política en una sociedad que se fanatiza
y cae ciegamente en el racismo. Esta insana rigidez jurídica parece anunciar los tribunales que se darán después en la
sádica “justicia revolucionaria” comunista. Picquart quien fue en principio acusador persevera sin embargo en la búsqueda del
verdadero culpable de espionaje a favor de Alemania y va poniendo al descubierto hasta dónde conduce la separación entre el
Derecho y la Ley, el peligro que trae la
búsqueda de la verdad para un ser honesto en medio de una justicia corrupta. La
intervención de Emile Zola con su “Yo
acuso” en el periódico “ La Aurora” define
al primer intelectual moderno comprometido con la verdad sin manipulaciones ni
tergiversaciones. En nuestra época Camus
y Raymond Aron representan esta erguida posición intelectual ante las verdades
fabricadas por el poder tenebroso del comunismo y del nazismo o cualquier perversa ideología. Reclamar ahora una
posición ética como las suyas en momentos en que la mercancía ha terminado por imponer sus propias reglas es pedir algo casi imposible como lo demuestra la proliferación del periodismo del escándalo,
el desahucio de la verdad gracias al
divorcio lamentable entre la información y la opinión pública. La verdad
es cauta, la verdad espera y por eso no condena de antemano. ¿Hace cuánto
tiempo desapareció una conquista de la democracia como el Habeas Corpus o sea
el derecho a no ser condenado sin haber sido escuchado previamente? Cualquier institución del Estado como el
Ejército está sujeta a ser investigada y enjuiciada si existen indicios de
corrupción, brutalidad tal como se ha hecho. Pero otra cosa es la recurrencia
al linchamiento mediático que como
denuncié a su tiempo se está
haciendo a nombre de un llamado “Acuerdo
de Paz” cada vez menos transparente y que va
mostrando fisuras irreparables. Recordemos que quien señala a otros se está
señalando a si mismo ya que ambos están fatalmente relacionados por el mismo problema y van a ser juzgados por la
misma justicia. ¿Cuál es entonces el papel del periodista que al reclamar su
libertad como sagrada está negando la libertad del señalado a defenderse? ¿De
cuál tipo de libertad hablamos? Lo dice Chul Han: “La política del espectáculo
es una política del vacío de comunicación” pues el señalado ha sido previamente
reducido a la condición de un ser sin voz.
Parece como si la
figura del Fiscal Montealegre pareciera emerger
continuamente de un film de
terror: la llamada “Operación Ándrómeda” supuestamente proyectada según él para “chuzar y boicotear las conversaciones de la Habana”. La
fulminante destitución de la mejor oficialidad de la inteligencia del
Ejército se repite sin que se haya dado de
por medio un juicio objetivo. La denuncia hecha recurriendo previamente al escándalo carece de la objetividad informativa que
busca la verdad o sea a la
necesaria reflexión después de escuchar los descargos de los señalados.
Por defender la libertad de expresión y un periodismo libre y no manipulado
Camus fue perseguido con la sevicia
propia de los verdaderos enemigos de la libertad. Pero la pregunta es ¿Cuál
es el topo que está permitiendo acceder al periodista a unos archivos secretos del Ejército? ¿Qué busca la CIA? ¿Qué diferencia
hay entre chuzar un teléfono y escribir un perfil? Esta metodología de investigación la aprendí, queridos
lectores(as) en las novelas de Jhon
Le Carré.
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