martes, 26 de agosto de 2025

Poemas de Key Serna Herrera

 

Key


Poemas de Key Serna Herrera

 

Insomnio

¿Serán las puertas abiertas del armario,

o la inquietud de los zapatos

que no encuentran descanso,

o el temblor de las cortinas

cuando la noche respira,

las que me mantienen despierta?


¿Será que dejé encendido el fuego

de un amor en mi pecho,

o que, aún al final del día,

no encuentro consuelo?


¿Será que no me deja dormir tu silencio?


Sé que en algún momento

me rendiré al sueño sin saberlo,

me entregaré a los brazos de Morfeo

y la araña bajará de su seda

para tejer mis visiones.


Escucho ladrar a un perro

y a los que le responden a lo lejos.


Escucho, en mi pecho,

mi corazón latiendo lento,

y la tercera alarma del gallo.

La noche ya cobró su silencio.


La oscuridad me ofreció fantasmas y recuerdos.

La almohada ya me dio sus consejos.

El velo del aquí y el más allá es más delgado;

el cuerpo, más pesado.


Mientras los demás duermen,

mil ovejas han cruzado sobre mi cama,

y los zapatos se rindieron.

Por las puertas abiertas

Se cuelan tus ausencias,

por mis ojos,

pensamientos sin consuelo.

Si me llego a dormir,

no me despierten.

Morfeo no vuelve dos veces.

3:00 am

...


La bici - vino


Salía en una bicicleta paletera,

con una canasta al frente

y algunas botellas de vino artesanal

rodando conmigo por las calles.


Competía, sin querer,

con los vendedores de buñuelos y helados,

que a grito limpio ofrecían su mercancía.


Yo no.


El vino se vendía en silencio.

No hacía falta anunciarlo.

La gente me miraba

y algo en su intuición les decía:

“Ahí va vino”.

Me paraban en la esquina,

con esa complicidad callejera,

y me preguntaban, casi en secreto:


—¿Lleva vino?


Como si fuera un conjuro,

respondía:

—¿De cuál sabor quiere?

Mora. Banano. Naranja.


Y ahí mismo se lo entregaba.

Sin bolsa.

Sin servilleta.

Sin rodeos.

Ganándole a la vida,

una botella a la vez,

sobre esa bicicleta,

jugándomela en contravía.


Sobre – vivo

 

Sobreviví a mí,

a mi forma torpe y luminosa de existir.

A los venenos que bebo sin miedo,

a los que me sirven sin pedirlos.


Sobreviví a mis rituales:

poner la fe sobre la mesa,

sobre la montaña,

sobre un cuaderno viejo,

dentro de una botella.


Sobreviví a la muerte que me ronda:

la literal,

la metafórica,

la onírica y silenciosa,

la que tejí en noches de insomnio

para entender por qué sigo aquí,

si ya me fui tantas veces.


Sobreviví al insomnio.

Si no duermo

es porque algo en mí

exige ser dicho.

Lo escribo para no desaparecer.


Sobreviví a la cordura.

Sí, estoy un poco loca.

¿Y qué voy a hacer con eso?

Respirar.

Servirme otra copa.

Volver a caminar por el bosque

como si no estuviera rota.


Sobreviví a la incomprensión.

¿Qué se espera de alguien

que embotella su duelo,

que le habla a las paredes,

que se golpea con las puertas,

que se cree poeta,

que maneja en contravía

para volver a casa?


Sobreviví al pronóstico.

No me daban mucho tiempo de vida.

Pero aquí estoy.

Será mejor que queme mis poemas esta noche.


Sobreviví a la planta equivocada.

Casi muero por un té

que parecía inocente.

Lo tomaba creyendo que curaba:

el paico. Diariamente.


Sobreviví a su muerte.

Mi hermana,

mi Artemisa,

murió por un trago amargo.

Una planta,

un licor,

un secreto verde

que tengo prohibido nombrar.


Sobreviví a su ausencia.

Ella se fue.

Y yo me quedé,

sobreviviendo a otros venenos.

A mi propia sustancia.

...

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