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Poemas de Key Serna Herrera
Insomnio
¿Serán
las puertas abiertas del armario,
o la
inquietud de los zapatos
que
no encuentran descanso,
o el
temblor de las cortinas
cuando
la noche respira,
las
que me mantienen despierta?
¿Será
que dejé encendido el fuego
de
un amor en mi pecho,
o
que, aún al final del día,
no
encuentro consuelo?
¿Será
que no me deja dormir tu silencio?
Sé
que en algún momento
me
rendiré al sueño sin saberlo,
me
entregaré a los brazos de Morfeo
y la
araña bajará de su seda
para
tejer mis visiones.
Escucho
ladrar a un perro
y a
los que le responden a lo lejos.
Escucho,
en mi pecho,
mi
corazón latiendo lento,
y la
tercera alarma del gallo.
La
noche ya cobró su silencio.
La
oscuridad me ofreció fantasmas y recuerdos.
La
almohada ya me dio sus consejos.
El
velo del aquí y el más allá es más delgado;
el
cuerpo, más pesado.
Mientras
los demás duermen,
mil
ovejas han cruzado sobre mi cama,
y
los zapatos se rindieron.
Por
las puertas abiertas
Se
cuelan tus ausencias,
por
mis ojos,
pensamientos
sin consuelo.
Si
me llego a dormir,
no
me despierten.
Morfeo
no vuelve dos veces.
3:00
am
...
La bici - vino
Salía
en una bicicleta paletera,
con
una canasta al frente
y
algunas botellas de vino artesanal
rodando
conmigo por las calles.
Competía,
sin querer,
con
los vendedores de buñuelos y helados,
que
a grito limpio ofrecían su mercancía.
Yo
no.
El
vino se vendía en silencio.
No
hacía falta anunciarlo.
La
gente me miraba
y
algo en su intuición les decía:
“Ahí
va vino”.
Me
paraban en la esquina,
con
esa complicidad callejera,
y me
preguntaban, casi en secreto:
—¿Lleva
vino?
Como
si fuera un conjuro,
respondía:
—¿De
cuál sabor quiere?
Mora.
Banano. Naranja.
Y
ahí mismo se lo entregaba.
Sin
bolsa.
Sin
servilleta.
Sin
rodeos.
Ganándole
a la vida,
una
botella a la vez,
sobre
esa bicicleta,
jugándomela
en contravía.
…
Sobre – vivo
Sobreviví
a mí,
a mi
forma torpe y luminosa de existir.
A
los venenos que bebo sin miedo,
a
los que me sirven sin pedirlos.
Sobreviví
a mis rituales:
poner
la fe sobre la mesa,
sobre
la montaña,
sobre
un cuaderno viejo,
dentro
de una botella.
Sobreviví
a la muerte que me ronda:
la
literal,
la
metafórica,
la
onírica y silenciosa,
la
que tejí en noches de insomnio
para
entender por qué sigo aquí,
si
ya me fui tantas veces.
Sobreviví
al insomnio.
Si
no duermo
es
porque algo en mí
exige
ser dicho.
Lo
escribo para no desaparecer.
Sobreviví
a la cordura.
Sí,
estoy un poco loca.
¿Y
qué voy a hacer con eso?
Respirar.
Servirme
otra copa.
Volver
a caminar por el bosque
como
si no estuviera rota.
Sobreviví
a la incomprensión.
¿Qué
se espera de alguien
que
embotella su duelo,
que
le habla a las paredes,
que
se golpea con las puertas,
que
se cree poeta,
que
maneja en contravía
para
volver a casa?
Sobreviví
al pronóstico.
No
me daban mucho tiempo de vida.
Pero
aquí estoy.
Será
mejor que queme mis poemas esta noche.
Sobreviví
a la planta equivocada.
Casi
muero por un té
que
parecía inocente.
Lo
tomaba creyendo que curaba:
el
paico. Diariamente.
Sobreviví
a su muerte.
Mi
hermana,
mi
Artemisa,
murió
por un trago amargo.
Una
planta,
un
licor,
un
secreto verde
que
tengo prohibido nombrar.
Sobreviví
a su ausencia.
Ella
se fue.
Y yo
me quedé,
sobreviviendo
a otros venenos.
A mi
propia sustancia.
...
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