domingo, 7 de marzo de 2021

LA BARBARIE COMO ARGUMENTO POLÍTICO / Darío Ruiz Gómez

 


LA BARBARIE COMO ARGUMENTO POLÍTICO

Darío Ruiz Gómez

Desde hace más de un año el ELN,  viene  cometiendo un flagrante delito de lesa humanidad ante los ojos del mundo manteniendo confinadas a varias comunidades  indígenas  en el Chocó impidiendo la libre circulación de sus habitantes por los territorios, minando las trochas, los sembrados  o sea sometiendo  al hambre y las enfermedades  mediante el terror a quienes son  nuestros conciudadanos (as) Con exhibiciones  periódicas  y sobre todo sistemáticas  ha asesinado a placer dirigentes indígenas  sin que las  histéricas asociaciones  “proindigenistas, etnicistas  hayan  llegado siquiera a reprocharles  alguna de  estas  atrocidades. ¿Qué podríamos esperar sino el silencio cómplice de Human Rights?  Es aquí donde el concepto de “Derechos Humanos” otra vez se restringe a los militantes de estos movimientos “revolucionarios” mientras se excluye a campesinos, indígenas. Cualquiera de las formas históricas de dominación y violencia han sido desplegadas por estos  mercenarios   cuyos nombres sabemos de memoria, a quienes vemos con frecuencia dando declaraciones sobre la Paz y la reconciliación mientras continúan  con su tarea de borrar  los últimos restos de conciencia civilizada que nos quedan  “acelerando  las contradicciones  de la  justicia burguesa” – como  sediciosamente  lo está haciendo Iván Cepeda-   para tratar de que  se imponga como  ley aquel terrible  sofisma leninista    de que “una es la violencia de los opresores  y otra la de los oprimidos” sin darse cuenta de que hoy  son ellos  los opresores. O, a que, mediante esta deliberada confusión semántica, terminen por desaparecer los criterios de la ciencia; desacreditando, al hacerlas cómplices de sus fechorías, a disciplinas como la sociología, la Historia, la antropología, el periodismo.  Y lo peor, propiciando dentro de la Iglesia católica un sisma con un grupo definido de obispos y religiosos  defensores  de su causa, dispuestos  a reclamar después de cada una de sus masacres, “la necesidad de volver a las conversaciones de Paz”. Lo que supondría admitir como argumento políticamente válido su   guerra sucia   y el considerar que, repito,  un indígena, un afrodescendiente,  un campesino   no es un ser humano –esa verdadera y constatable  Otredad  convertida  en cháchara por los pijos culturales, olvidada por la “Iglesia de la Liberación”-  sino  un ser inferior con el cual   se negocia. En la raíz del ELN la mutación desde el castrismo hacia el mesianismo obedece al injerto que le presta una corriente jesuítica fundamentalista. ¿Cuáles son entonces los contenidos que tanto seducen   a esas dóciles minorías cultas que los siguen irrestrictamente, al aceptar dócilmente sus distintas formas de violencia contra la sociedad?  En el Fundamentalismo   la conciencia   individual se enajena a una Causa abstracta que buscará   el castigo de los “enemigos del pueblo”, de quienes obstaculicen sus objetivos. Del presunto movimiento de masas hemos pasado a la intransigencia desmedida   de una secta de fanáticos que encubren, además, su inmensa fortuna material. El fanatismo   de quienes se han arrogado ser los elegidos para ejercer una violencia sin límite alguno, una violencia que no tendrá castigo ya que ellos a nombre de su verdad absoluta son quienes   pretenden juzgarnos y no nosotros a ellos.

“La violencia de hoy en día más bien remite, nos recuerda Byung-Chul Han, al conformismo del consenso que al antagonismo del disenso” Conformismo moral, ganas de que rápidamente y “sin entrar en detalles” se logre una paz donde no sean tenidos en cuenta los nombres, las circunstancias de los distintos horrores que ellos y sus cómplices seguirán causando. Al ver hoy las imágenes de las madres indígenas en las selvas chocoanas con sus niños a hombros, caminando en una larga fila evitando las minas antipersonales -¡Qué exacta definición!- estamos viendo la repetición  de  una afrenta  que  en  la Historia Moderna  se constituyó  en una  de las grandes ofensas a la razón y a la democracia: el desplazamiento de poblaciones enteras, el asesinato selectivo, el des-tierro y la pérdida de  territorios sagrados. Naturalmente la corresponsal de Caracol ante estos crímenes de lesa humanidad  se limitó a señalar  que la presencia del ejército en el alto  Baudó “no era bien visto por sus habitantes ya que  éste podía   exponerlos  al fuego cruzado”  y la inesperada visita de los obispos de Quibdó, Ismina y Apartadó  se limitó  a  que repitieran el mismo cliché de “los territorios abandonados  por el Estado” sin condenar con el énfasis necesario  lo que estaban verificando  con sus propios ojos:  las brutalidades del ELN, condenas explícitas que necesitamos para seguir pensando que todavía vivimos en una democracia.   

 

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