viernes, 12 de marzo de 2021

Insistencia en el error de Eduardo Escobar / Víctor Bustamante

 




Insistencia en el error de Eduardo Escobar

Víctor Bustamante

Días del 80, los Nadaístas llegan al Paraninfo para un homenaje a los 25 años de ese movimiento literario de más peso en lo que va de la historia de aquel país que después de ser gobernado por gramáticos, poetas y escritores, asumió con el tiempo el mayor desprecio hacia la literatura, ya que la clase política, a pesar de las becas y premios para encauzar y domesticar a algunos escritores tibios, no tolera que haya en su manera locuaz de concebirla, otros que piensen otras indagaciones,  y así, a partir de ellos mismos y su penuria ética y moral,  mantenerse intranquilos, ya que ese puñado de escritores, los Nadaístas, cuestionaron el país de los años sesenta, y aun lo desafían. Sobre todo, en un acto de provocación en este mismo recinto boicotearon un Congreso de Escritores por más señas ultramontano, donde las formalidades quedaron desuetas por esa advertencia en forma de escándalo. Se abría, de esa manera, un nuevo concepto de literatura que influiría en las diversas esferas culturales del país; todo a partir de esos encuentros en las esquinas de Junín con Caracas, todo ese movimiento brillante a partir de conquistar los cafés, el Metropol, los Angelitos, el Miami, el Astor, luego Versalles y la ciudad misma. Eso fue lo que nunca entendió Gutiérrez Girardot, y algunos doctores de literatura, esta se vive en los cafés, en las caminadas por esas calles interminables, asistiendo a toda clase antros; lo demás sería una opaca literatura de campus.  Por fortuna los Nadaístas abrieron las puertas y compuertas, tumbaron murallas y torres de falso marfil, y horadaron los ojos de los estólidos colombianos como Luis Buñuel en su película, El perro andaluz, para así huir de ese otro tipo de escritores y, además, dejar de lado el llamado y relamido realismo mágico que aun embriaga a ciertas mentes religiosas, cuando Remedios sube al cielo, me dije no quiero leer más la Biblia. El Nadaísmo trajo otras atmósferas, lo exultante de la vida, la calle, la yerba sagrada, las pepas y los pepos, el rock, el humor y el amor, el sexo libre y, sobre todo, los manifiestos y la otra poesía que solo se conecta con los Nuevos. Me refiero a León de Greiff, a Tejada y a Rendón, ah, y al primer Vidales de Suena Timbres no al Vidales posterior, al estalinista, ¡que no! Y en su carácter interior a Fernando González aquel que le decía a Eduardo, el Diosecito o el Niño Dios.

Pero decía que esa noche en el Paraninfo, mejor esas noches escuché, los escuchamos a ellos, sí a los Nadaístas en pleno, solo con una fatalidad: ya no estaban Gonzalo ni Amílkar, pero sí Eduardo Escobar, Humberto Navarro, Darío Lemos, Jaime Espinel, Alberto Escobar, Jotamario, Elmo Valencia, y por ahí un indeciso Alberto Aguirre como invitado. Pero ahora solo me referiré a Eduardo, del cual poseía y aun poseo uno de sus libros, Cuác. Sí del poeta que había recopilado un libro soberbio, Correspondencia violada, un clásico donde perdura el Nadaísmo con su dinámica más profunda en todos sus matices como ningún grupo literario del país lo llevó a cabo.  Esa noche, Eduardo en el Paraninfo, hablaría de apartarse de poetas como Neruda, lo vi crítico y sagaz, evocó al gruñón de Schopenhauer y luego leyó sus poemas; el que más recuerdo:  el del transistor Sanyo con cucarachas en su interior.

Pero en este comienzo de año, 2021, percibo a otro Eduardo. Lo refiero debido a la lectura de Insistencia en el error, Antología personal, (Sílaba Editores, 2020). ¿Por qué Insistencia en el error? ¿Acaso el poeta reniega de su talento, de su destino que no es un desatino? O quizá nos dice desde su lejanía que de nuevo vuelve a las lides de la poesía, de la cual nunca se ha ido, solo que recoge, segador, en su mejor vendimia, -lejos de la arena pálida de cierta poesía colombiana, aquella de caramelo y de militancia trasnochada-, sus poemas que son piedras preciosas, es decir, asevera, he ahí los poemas que él consideró más valiosos, que son los que quedan como añade por ahí algún antólogo.  De un poeta, ya había dicho, su biografía se renueva en sus poemas, ahí se encuentra él de cuerpo presente, podría decir que al realizar su antología esta sale a flote de una manera reivindicativa porque los poemas son la totalidad que lo expresa.  Pero bueno, esa labor de escoger, de podar, de segar, de valorar, de relegar, no pasa por el tamiz del azar; es parte de sí mismo, es su selección.

Eduardo en su poesía se afirma para decirnos que su escritura es él mismo, un panóptico que contrasta para verse en diferentes etapas de su existencia, eso sí unido por esa definición que desde un comienzo constituye su arte poética, notorio en “Advertencia retórica”, donde acude con toda su carnadura para indicar su génesis, su creación, su advertencia, que no es retórica sino una verdad pronunciada con un puño macizo, su poesía no merodea lejos de cualquier síntoma de inocencia, perdura. Lemos advertía que la poesía no era para decorar bizcochos, y Eduardo más escritor y más elegante en su persuasión añade:


"Algunos poetas

suelen apelar a la argucia del ingenio

para paliar la vergüenza de la falta de genio

que no se da todos los días, ni silvestre

pero si así lo quiere, un artífice habilidoso

puede payasear un poco si le place ..."


En estas líneas ya se define su actitud ante la poesía, y de una vez, acendrado y meticuloso, el poeta advierte sobre quienes escriben con falta de naturalidad y maquillan la poesía para cautivar incautos. No, él posee una forma de escribir, una manera de decir, de escribir en un tono muy particular con una textura que se aparta de lo que diría De Greiff, las greyes planas. A Eduardo aquí, en este poema, lo observamos en su cautela y en su definición que se aparta de los demás. De ahí que su escritura sea tan peculiar. Es decir, la escritura de alto tono Nadaísta. No en vano Eduardo ha estado presente sin formalidades, no a golpes de ingenio sino con su escritura en la primera senda nunca perdida sino perenne del Nadaísmo puro: 


"Los poemas no son de nadie:

los poemas le ocurren a la gente, la invaden

y se apoderan de su campo mental

sin que se pueda resistir..."

"El poema no tiene por qué parecer un iconostasio

Ni un museo de rarezas ni un herbario

Toda palabra evoca un conjunto de figuras boscosas…"

"El poema bien puede ser una reflexión

sobre cualquier cosa, sobre un ánfora o un pisacorbatas

o sobre nada

solo depende de él mismo…"


"El poema carece de propietario como el otoño

y nunca marcha en un solo sentido

Y tampoco exige el pulimiento

de las piedras preciosas…"


Indago por una respuesta al título, tengo presente que el título es la entrada al altar de la creación, la llave para leer sus poemas. Acaso esa respuesta la encuentro en su poema “La flecha inmóvil”, uno de sus poemas más personales donde se pregunta de una manera certera y que desgarra sobre su destino, ya que con el paso del tiempo es notorio que aún se haya fresco, eso sí latente el énfasis en torno a sus hados, como un testamento sagrado y heredado en una de sus versiones:


A veces me parece escuchar detrás de mí

los ruidos del camino que debí seguir,

sus ocios y sus oficios y sus fiestas

Podría ver, delante de mí, si me volviera,

lejos y extraño aquel que rehusé ser hace tiempos

de quien me apartaron los azares

o la desconfianza si volviera el rostro de ahora


Luego, con los años y con sus reflexiones, el poeta cambia su versión, no la pule como un místico indolente, sino que al agregarle más líneas no solo la expande sino que le da más coherencia. La redefine desde otra certeza, además, sin quererlo, enseña cómo construye un poema. No en vano cuando un autor revisa sus textos los redime y se redime, y también insiste en que los poemas no tienen aún una versión definitiva, son mutables y cambiantes como el río de la vida que fluye libre y torrentoso, corrosivo y exigente:


“A veces me parece escuchar detrás de mí

Los rumores de otro camino

Que debí seguir

El trajín de un desvío que no tomé


El alboroto de unos oficios unos ocios unos vicios

Los himnos de unas ceremonias

El tintineo de copas de unas fiestas donde no fui invitado”


Realizar un balance personal parece lo más inocente, pero entre esas palabras, casi murmuradas en baja voz, se encuentra la talla de quien se ha apartado del mundillo literario para centrarse en los caminos, en las indagaciones de su creatividad. De ahí que él asevere con toda la dicotomía posible un mundo que ha vivido a contracorriente como una consecuencia necesaria, donde el bien, la paradoja que asoma del mal, palidece lejos de esa advertencia ante una fatal armonía con el mundo de los valores que en pocos años ha quedado desueta y que él en su inmanencia ha dejado de lado. Pienso en Wittgenstein: “La cultura, en efecto, en lugar de concebirse como una forma de vida, se ha convertido en un disfraz para ocultar el rostro de los tiempos que nos ha tocado vivir.

Eduardo se ha dado cuenta de ello cuando en este libro, recuerda como esa persona que a veces parece esconderse o asomarse en una columna periodística se mantiene intacto en sus postulados esenciales, en su pasión por la relectura que lo deslumbra que fue más allá que uno de sus maestros, y más allá de sus amigos de generación. Eduardo se aparta del concepto de escritor profesional, común y corriente, y de los escritores que lucen las heráldicas escolares de plástico de los premios enmohecidos. Él, de ninguna manera, podría ser tachado de adherido al sistema y menos pensar que se volvía obediente para ser absorbido luego.

¿por qué Insistencia en el error es un libro brillante? En él no solo hay poesía sino demasiado talento. Eduardo asusta la sobreactuada estolidez de algunos críticos en el país, es demasiado poeta para tan poco criterio, a muchos de ellos hundidos en su procacidad, responde en sus poemas con demasiada reflexión que intranquiliza. Con Insistencia en el error se ha logrado dejar de lado, ese matiz de un poeta que nunca se reintegró, eso sí abocado a ese estilo ágil y cáustico que lo aparta de los llamados poetas del establecimiento ya que su poesía es tan personal que rebela no solo sus indagaciones sino sus certezas. Él es un poeta inteligente que evade los versos sonoros, que se aparta de esas cercanas tradiciones, la sobreactuación, que ha relegado la poesía al habla, al demasiado gesticular y no a la reflexión solitaria como su camino original.

Su padre a quien dedica en su memoria un poema total, Cesar Vallejo, san Juan de la Cruz, Óscar Gil, Teresa de Ávila, Schopenhauer, Lope de Aguirre y Francis Thompson. Cada uno de ellos desde la distancia de sus libros, y de los años o desde la cercanía de su amistad le han entregado al poeta el camino para una reflexión que lo ha tocado, que él convierte en poema. No en vano quien escribe sobre algo o alguien es porque quiere hacerlo perdurable ante la traición constante de la memoria.

Esta lectura, este reencuentro con Eduardo, con lo integro de su poesía, abre la posibilidad de acercarse al inabarcable sentido de matices de esas palabras, su palabra, al origen, que llega al sentido máximo de su reflexión con ese toque tan personal, como si sus palabras adquirieran y mantuvieran esa frescura de decirlo todo en una afirmación de plenitud que, además, indaga en ese juego de espejos donde lo habita y vigila su doble como en “Insistente desconocido”, “Declaración del espejo” y en “Mi sombra y yo”. Así su poesía, reafirma el universo al exprimir las posibilidades cuando reaparece y escribe una idea en cada uno de sus poemas. Pero el poeta no se conforma con una idea, sino que entrelaza diversas variaciones, podría decir Diabelli, acerca de un tema, ya que quiere expresarlo todo, no dejar cabos sueltos, es decir abarcar en un poema el universo requerido como una totalidad. Por esa razón quiere decirlo, expresándolo todo para no volver a comenzar en ese continuo retorno de regresar a un tema y así darle los matices posibles, unificando sus contradicciones y aciertos, sopesando ese proceso de definiciones luego de varias pesquisas para dejar el poema casi resuelto así pasen varios años. De tal manera al volver sobre un mismo tema desde otro punto de vista el poeta abandona el concepto de inspiración, que parece dar motivo a diversas especulaciones que claudican en el llamado talento y no a un trabajo prolijo donde se cincela esa misma palabra que lo expresa, nunca ante el azar y la providencia.

Eduardo ha logrado la autenticidad con un estilo que solo le pertenece a él, lo que conduce de una forma indescifrable y segura por los caminos tomados, definidos, auscultados,  una y otra vez hacia esa integridad del encantamiento de su palabra, eso sí impregnada de esa fascinación de la Nada, de ese movimiento que aun asombra al sacarnos de la minoría de edad y que planearon hace años algunos de sus amigos, y que en él no solo se mantiene intacto con sus principios, sino que su escritura asume esas indagaciones de una profundidad insospechable lejos de ambiciones literarias o en otros casos deleznables, políticas. Así, Eduardo que ha sido uno de los Nadaístas más silenciosos, cada vez retorna en cada uno de sus libros con su prosa y poesía cargado de más interrogantes y sabiduría, esa que se adquiere al cohabitar con los libros, al reflexionarlos, al darles su hálito creativo.

Por ese motivo su palabra ha adquirido todos los signos de ser ostensiblemente auténtica, ya que no apela a artificios de estilo, sino que el estilo es él mismo, como un autor esencial que, con el correr de los años sus lecturas y reflexiones, ha llegado a escribir los textos en prosa más preciosos y llenos de sugerencias del Nadaísmo, convirtiéndose él en su reserva moral y en su referente esencial debido precisamente a su palabra matizada por su aliento de sensatez y precisión. En un principio deslumbra su poesía y al releerla aún más se hace  indeleble, ya que llega cargada de sugerencias y misterios, de plenitud y de una soberbia creación que lleva al lector, a que rompa la fatalidad de pensar que la poesía es algo elaborado por la fácil inspiración y no un proceso donde se macera su palabra para advertir y dejar de lado el lugar cotidiano que se desliza con una tesitura depravada de la cual se aparta  el acto creativo.

La lectura de Insistencia en el error, en definitiva, con todo lo arbitrario que es decirlo entrega lo esencial que le corresponde a su autor: la duda ante cierta poesía como retórica, la presencia del padre, el doble, la música, la acedia y la riqueza de su existencia misma, lo cual se refleja en estos textos que hacen parte y forman un corpus tan personal, y así, al leer estos poemas reunidos sabemos que pertenecen en su totalidad a una definición precisa con una seria e insospechable construcción, donde subyace una capacidad de reflexión y donde quedan abolida la facilidad  y el lugar común de decir las cosas ya que el poeta abandona la comodidad de lo mismo para decir y preguntar y poetizar sus experiencias decisivas,  su trashumancia, rodeado de esa capacidad de discernimiento y de conjeturas a los mundos hallados.

Este libro no es una brújula oscura sino la presencia, la búsqueda, las indagaciones y los continentes, los personajes y las dudas nunca metódicas y sus verdades, que donan en cada una de sus significaciones un fragmento de su autor. Es decir, al juntar cada uno de sus poemas elaboramos ese mosaico imaginario para observar el rostro de nuestro Nadaísta mayor, Eduardo Escobar, quien pertenece a esa reserva inconmensurable de poetas esenciales que son y seguirán presentes.








4 comentarios:

Juan C. Martínez Restrepo dijo...

Magnifico texto. Dilucidas sobre los piélagos de la ortiga del pantano, el escozor que produce la conciencia libre. Buena incitación para buscar y leer Insistencia en el error de Eduardo Escobar. Cuac, Cuac, Cuac.

NA dijo...

Pesado, sí. Pero me lo leí de cabo a rabo. Bien por vos. Y, claro, por la lucidez oscura de Eduardo, el ciego, el invidente en medio de la oscuridad. Aplausos, con manos de algodón, para ambos. Quiero verlos a salvo de la peste coronada.

At dijo...




Buen artículo. Buen libro

MO dijo...

Hermoso texto, tan valioso como al poeta que glosas. Un abrazo de hermano.